martes, 29 de diciembre de 2009
Pissing territories (descripción de un detalle sonoro de Una condesa de Hong-Kong y poco más)
(Si mal no recuerdo Bergman cuenta en La linterna mágica uno de sus amores. Una mujer, no recuerdo cual, con la que se fue de viaje a París y allí, en una pequeña habitación con el baño al lado, a los dos les dio la diarrea. Y se iban sucediendo el uno al otro en el baño, acelerando de manera imprevista la intimidad entre ellos.)
Más tarde él entra en el baño. Oímos entonces de manera muy clara un chorro. Recordamos la secuencia anterior y podemos pensar que estamos oyendo a Ogden mear, aunque suena más bien como una bañera que se llena, pero como la secuencia anterior nos ha dejado la imagen mental de él haciendo sus necesidades, así que pensamos que está meando. Sale entonces del baño y comprendemos que se trataba finalmente del grifo de la bañera.
Reaparece la idea mucho más tarde, cuando Natascha se ha tenido que casar con Hudson, para que pueda entrar en Estados Unidos. Ella está de nuevo en el camarote y Hudson va al baño. Le oímos entonces hacer gárgaras y vemos en el rostro de Natascha el desagrado al oír las gárgaras de Hudson, reverso de la situación en la que Ogden subía la música para no ser oído por Natascha.
Por cierto que en esta película nunca vemos el baño. Los personajes entran y salen de él, pero nunca lo vemos. Ni siquiera nos podemos hacer una idea muy clara de a qué se parece. Es una idea, la idea de baño, el último escondite.
(Quisiera saber también si los ecos entre La condesa de Hong Kong y Marnie, y no solo la presencia de Tippi Hedren, son casuales o intencionados. En la película de Hitchcock también una mujer de dudoso pasado viajaba en trasatlántico con un hombre rico, en ese caso su marido, pero en una relación que no llegaba a ser consumada, la palabra obsesiva del mayordomo Hudson en La condesa cuando lo casan con Natascha, consumar o no consumar el matrimonio, y las dos películas plantean el siempre serio problema de un hombre y una mujer en el mismo camarote. A verificar. Y verificar también qué hace con el cuarto de baño Hitchcock.)
domingo, 20 de diciembre de 2009
Perder el personaje, ganar la ciudad
Un plano: Danielle Darrieux en el puerto de Toulon, un personaje que entra en plano, no sabemos todavía si actor, figurante, o simple curioso que pasaba por allí, pero pronto sabremos que es actor (Michel Delahaye). Habla a Danielle Darrieux, hablan de los puertos, de los fantasmas, de Pétain, de la memoria… la cámara los acompaña en travelling.
Imagino que el travelling está puesto en línea recta, que los personajes caminan a lo largo de uno de los lados, dan la vuelta, y caminan luego del otro lado, rodean la vía del travelling. El travelling avanza con ellos y luego retrocede, vuelve al punto de partida con ellos. Pero a la ida ellos caminan con el puerto y el mar de fondo, y a la vuelta, como están del otro lado del travelling, el fondo del plano es el restaurante y la terraza que hay enfrente del puerto. En cierto momento Danielle Darrieux se adelanta un poco, pero se para y se da la vuelta. En ese momento la cámara, en vez de permanecer con ella, sigue su movimiento, e incluso lo acelera un poco, dejando atrás a la actriz, filmando lo que antes sólo era el fondo del plano, el fondo documental sobre el que se destacaba la ficción de los personajes.
Primero los ventanales del restaurante, de tal manera que vemos al mismo tiempo a la gente sentada dentro y el reflejo del puerto en los cristales, luego la terraza. Mientras, el diálogo continúa (hablando por cierto de la mirada y el juicio de los demás, de la ruindad posible del juicio de los otros). Entra también en el sonido la melodía de la película, apenas tarareada, muy de fondo. Al cabo de un minuto los actores vuelven a entrar en plano, la música tarareada cesa, el diálogo sigue, pero ahora vemos con otro ojo el fondo del plano, aparece una nueva relación entre la ficción reflexiva y la realidad documental.
En esta película ese movimiento es normal, está construida sobre deslizamientos constantes entre la ficción, la reflexión, lo documental, entre los momentos históricos, entre los géneros, hay incluso una secuencia cantada, a veces es imposible saber lo que de veras sucede y lo que es imaginado por el personaje. El proyecto mismo es un deslizamiento, una película de ficción de Vecchiali sobre su madre donde el personaje de su madre es interpretado por Danielle Darrieux, la actriz que idolatraba de niño.
Al ver el plano de En haut des marches he pensado en un plano de otra película sobre una mujer recorriendo la memoria de una ciudad, Le stade de Wimbledon, de Mathieu Amalric. La cámara está en un autobús urbano, filma lo que se ve por el parabrisas. Pensamos que la protagonista, Jeanne Balibar, va en el autobús. El bus se para, la cámara hace una panorámica para encuadrar la puerta del bus, y ahí aparece Jeanne Balibar, fuera del bus, en la parada. Pregunta al conductor si es el bus que lleva a la Universidad, y este responde con otra pregunta: “¿la vieja o la nueva?”. Jeanne Balibar responde algo así como: “déjelo, da igual”, no sube al bus, la puerta se cierra, arranca, y la cámara vuelve a encuadrar el parabrisas, dejando en la parada a Jeanne Balibar.
Se podría pensar también en En la ciudad de Sylvia, y en Café Lumière, películas de ciudad, de la ciudad como fondo sobre el que apenas esbozar un personaje y una ficción, para que poco a poco el fondo (la ciudad, el documental) vayan viniendo al primer plano, sean vistos en igualdad de condiciones con la ficción. Y al mismo tiempo eso le permite a la realidad despojarse de la exigencia habitual del documental, el tema, pues la ficción ya se ocupa de eso.
Algo hay en el plano de Amalric que ejemplifica un arte, no ya el de perderse en la ciudad, sino el de perder al personaje en la ciudad, aunque sea con truco, recuperándolo siempre antes de que sea tarde. Como el sobrino aquel de Freud que lanzaba un carrete al que había atado un hilo, para luego recuperarlo, que jugaba a perder el carrete para mejor recuperarlo (decia Freud que así el niño jugaba con la angustia de la separación con la madre).
Aunque al final la película se acaba, el hilo se rompe, el personaje se pierde, las luces se encienden, sales a la calle, queda la ciudad.
(Pero no era esto lo que yo quería decir. Me he perdido.)
miércoles, 9 de diciembre de 2009
La dificultad de la lectura
Colombo investiga el crimen.
¿Es Colombo el protagonista?
Colombo llega, a ojo de mal cubero, al cabo de un cuarto de hora de episodio, que dura 75 minutos. Llega desde el fondo del plano, como por casualidad, nosotros a quien estábamos mirando era a la viuda. Llega y hace alguna pregunta que parece tonta, y prepara una tortilla…
En realidad Colombo no hace nada, o al menos nada que haga avanzar la trama. Ese es el trabajo del criminal, que es el que hace cosas y al que le suceden cosas. Colombo se limita a pasar por ahí de vez en cuando, hacer una pregunta y ver cómo van las cosas. Su presencia exaspera al criminal, pero no le obliga a hacer nada, no provoca ninguna reacción concreta que repercuta en el relato. Para eso están una o dos circunstancias exteriores, pero no Colombo.
Colombo es un lector y el criminal es un autor. Es el criminal el que va creando una trama que el investigador debe de ir leyendo, desandando el camino para llegar al meollo de la obra. Y quizás la exasperación del criminal ante la presencia de Colombo sea la del autor al ver qué idiota aparente le ha tocado como lector.
Colombo es un lector raro, la trama principal, la evidente, no le interesa. Lo que busca son detalles, algo así como la huella personal del autor. Colombo es un crítico macmahoniano. Ve la obra en el detalle de la puesta en escena, no en el relato ni en el tema.
Peter Falk sale directo de Husbands, ni siquiera pasa por casa a cambiarse de ropa, se mete en una historia policiaca y, como no ha dormido muy bien y no se entera, piensa que está en un relato de Henry James y se dedica a buscar la figura en el tapiz.
El final decepciona un poco. La lectura de Colombo parece arbitraria, poco justificada. Correcta en lo teórico, pues designa claramente su trabajo como un trabajo de lector erudito, ha encontrado la prueba entre las anotaciones del asesinado, resulta sin embargo un poco artificial. Quizás juega un poco a lo biográfico, va a buscar la clave en la vida de los autores más que en su obra.
Un par de vueltas de tuerca al final. Parece que el asesino, al cometer su crimen, plagió a la víctima, utilizó una de sus ideas, parece que la víctima es el autor intelectual, aunque no material, de su propia muerte. Una última frase parece desmentirlo.
Aparte de eso una notable construcción espacial y narrativa de la primera secuencia, post-Hitchcock.
Una buena secuencia de preparación de tortilla. Peter Falk acababa de pasar por Cassavetes y había pasado por Nicholas Ray (Wind across the everglades).
Una estupenda manera de llevar libros en los brazos, de tal manera que estén siempre a punto de caerse.
El guión es de Steven Bochco
La dirección es de Steven Spielberg.
Era el segundo episodio y se titulaba Murder by the book. Seguiremos informando
El episodio de hoy lo ponían en el lector dvd de un lector de Pitol.
lunes, 7 de diciembre de 2009
Fatale beauté: perdiendo el hilo tras la pista de Montparnasse 19
Y cerrando el puño
Por aquellos como nosotros
Oprimidos por las figuras de la belleza
Te arreglaste y dijiste
Bueno, no importa
Somos feos
Pero tenemos la música
Modigliani, Gérard Philippe, se enamora de Jeanne, Anouk Aimée. Pero ella es de familia honrada. Su padre la encierra en la habitación y ella no puede ir a su cita con “Modi”. Modi va a la casa de los padres, grita y golpea a la puerta, pero cae al suelo. Está enfermo. Lo mandan al sur, a Niza. Allí, en una habitación, pinta a una prostituta. La prostituta sabe que él espera que Ella aparezca. No sabe quién es, pero sabe que es Ella, una mujer tan guapa que un hombre tan guapo puede sufrir por ella y esperarla. Llega el chulo de la puta, enfadado por las horas de trabajo que ella pierde posando. El chulo pretende hacérselo pagar a Modigliani, pero Modi se niega, dispuesto a hacerle frente. En un instante se convierten en grandes amigos. O más bien el chulo le da toda su amistad a Modi, le encuentra un cliente al que retratar, muy importante esto de la amistad en Becker… A la puta la envían fuera, a hacer esquina. Becker sale con ella, a menudo Becker se va un rato con los amigos de Modi. Y en la calle la puta ve venir de pronto a una mujer, La mujer. Hay que saber que nadie se la ha descrito. Pero la puta lo sabe. Es inevitable que la belleza de Anouk Aimée solo pueda ser para Gérard Philippe, que el sufrimiento de Gérard Philippe solo pueda ser causado por Anouk Aimée, es la evidencia de la belleza, de los semidioses.
A Gérard Philippe en esta película le quieren todas las mujeres, se les ve en la mirada. Y tiene la amistad de los mejores hombres. O de los hombres “tontos”, que dice su mejor amigo, “quizás soy bueno porque soy tonto”. (Esto para la gran historia de amistad que, como en Casque d’Or, se oculta tras la historia de amor.)
Sabiendo que esto era un proyecto de Max Ophuls se puede pensar que se trataba de una versión masculina de Lola Montes, a la mujer que todos los hombres desean y ninguno atrapa sucede el hombre que todas la mujeres miran con amor, aquel por el que todas acabarán llorando. A la danza y el circo le suceden la pintura y su porvenir publicitario. Pero de nuevo la vida no es más que la lenta preparación a una biografía que será vendida en la pista de circo, cuando ya sea demasiado tarde.
Tienen la belleza, tienen el amor y tienen la música, o la pintura. Hasta eso nos lo han retirado. Lo único que no tienen es el dinero. Y la felicidad, quizás. O apenas un ratito. Pero por ello tienen una historia.
Es inevitable que Modi y Jeanne se encuentren y se amen. A cada momento en la película lo que sucede, el amor, el fracaso, el alcohol, la amistad, es inevitable, casi previsible. Hasta la crueldad de la gran escena final. El malvado marchante de arte que ha anunciado media hora antes el final de la película, el que sabe leer por adelantado en los libros de Historia del Arte, el que adivina en un artista vivo la biografía en potencia, el éxito post-mortem. Los que solo se quedan en una sala de cine para saber lo que sucede al final se pueden ir cuando el marchante lo anuncia, es más, se pueden ir antes de haber entrado. Porque en la película todo tiende a lo inevitable, al tiempo que lo inevitable tarda en suceder, la biografía en confirmarse. Y en ese tiempo cuentan como toda una vida, una vida libre desprovista de biografía y de destino, los pocos momentos de felicidad que aparecerán, los gestos y miradas de amor y de amistad que Becker alcanzará a ver.
Lo demás es saltar al vacío.
domingo, 6 de diciembre de 2009
Paralelos de la era atómica
Dos cineastas no profesionales, a su ritmo, sin hacer carrera, que filman por razones íntimas. Uno de ellos es rico y famoso, el otro filma solo en super 8. No se rinden cuentas más que a sí mismos.
Dos cineastas de lo humano y lo atómico. De lo humano hecho de átomos. De los hombres como átomos que se enganchan, se separan, gravitan solitarios…
The Effect of the Gamma Rays on Man-in-the-Moon Marigolds.
La vallée close.
Dos películas lejanas, diferentes, pero hechas de la misma materia atómica.
miércoles, 2 de diciembre de 2009
Dos Italias. Un plano de Garrel
La canción suena durante los 30 y pico segundos: Cuando llega la noche / y la ciudad duerme ya… Una bella canción. Y el espectador se dice al principio que el cineasta ha conseguido meter dos Italias en el mismo plano. La de Berlusconi y la de los poetas. Pero es algo más. Hay una concordancia (por emplear el término de Jean-Claude Rousseau) entre el ritmo de la canción y los movimientos de las chicas (muy guapas, ligeras de ropa, por supuesto). La imagen es más fuerte que las posibles interpretaciones a las que pueda dar lugar. Las dos Italias no se oponen, coexisten poéticamente en el mismo plano.
Inversión de papeles
Es curioso que en un cine como el de Cassavetes haya finalmente tan poco espacio para lo documental. En Cimino, por el contrario, el aspecto novelesco deja mucho espacio al documental (la boda, los vestuarios de la fábrica… en El Cazador) y para la geografía de los lugares. En la segunda noche que pasan juntos Michael y Linda (esta vez harán el amor), hay una inversión de papeles: esta vez quien se duerme es ella, no él. ¿Por qué? Porque el pasado vuelve y no le deja dormir. Justo después de la secuencia en la cama hay este plano: desde la ventana vemos la fábrica a lo lejos y el terreno de baloncesto en donde Michael le prometió a Nick que, pasara lo que pasara, no le dejaría en Vietnam. Michael entra en el encuadre. Mira por la ventana. Contraplano de la cabeza de ciervo colgada en una de las paredes de la caravana. Ligerísimo zoom. Todo está dicho. El plano siguiente (acordaos de los círculos concéntricos) es un helicóptero aterrizando en Saigón.
lunes, 30 de noviembre de 2009
Un mundo raro, raro...
No sabría decir si es una sonrisa de locura que nace apenas, de incredulidad ante el mundo, un empezar a sentirse loco, o peor aún, un empezar a descubrir que no se está loco, que es el mundo el que es raro, raro…
De Les herbes folles es eso lo que más me había atraído, en el corazón de la forma compleja algo muy sencillo en la interpretación de André Dussolier, por ejemplo en una secuencia al teléfono, un empezar a seguir la pista de la locura sonriendo y sin alcanzar a ver donde puede llevar todo esto. Un no saber si lo raro es el mundo o las ideas que uno se hace del mundo.
Puedo prometer y no prometo que de verdad me han parecido la misma persona, con esa misma expresión extraña a la que no paro de ponerle palabras, Claude Rich y André Dussolier a cuarenta años de distancia, cada uno en una película de Resnais. Me pregunto entonces si esa expresión, con la razón a punto de romperse, no será de Resnais. (A los actores, puedo atestiguarlo, se les pegan entonaciones y actitudes de quienes los dirigen, de manera inconsciente, no porque sean dirigidos en ese sentido.)
Resnais el frágil.
¿Si las complejas construcciones de Resnais el cerebral no fuesen grandes monumentos, ni siquiera inteligentes laberintos?
Al llegar a casa he encontrado un par de frases: Es por eso que el mundo de Resnais, aún hoy, es un mundo convaleciente, frágil y complicado. Menos el lugar de grandes audacias formales que la paciente reconstitución, trocito a trocito, de un mundo creíble que funcione. (Daney, Ciné-journal)
Antes Daney expone los orígenes de esa convalecencia. Es sencillo, pensad en las primeras películas de Resnais.
Convalecencia… Tengo la sensación de que con una palabra Daney me ha abierto los ojos al cine de Resnais. Se me debe de haber quedado cara rara, ante un mundo raro raro…
domingo, 29 de noviembre de 2009
Slow Water (Por qué nos gusta Michael Cimino)
Hacia mediados de los sesenta, cuando el cine de Hollywood llegaba a su decadencia, unos cuantos cineastas empezaron a construir desde sus ruinas, aprovechando la libertad y la confusión del final de una época, lo mejor del más reciente cine americano (Cassavetes, Newman, Robert Kramer, Hellman…). Pero hubo otros cineastas que poco tiempo después, casi en paralelo, reconstruían Hollywood (los géneros, el carácter popular del cine, las grandes producciones, etc…). Sin embargo, era ya demasiado tarde. Algo grande se había perdido para siempre. Esta grandeza, esta capacidad para dar una idea del mundo, está en parte de la obra de Cimino, cuya ambición, intimismo e intensidad pueden recordar por momentos a Griffith, a Stroheim, a Ford, a Welles.
Guionista
Cimino es también un gran guionista, en la tradición de directores que han sido guionistas antes que directores y que después han dirigido sus propios guiones. (Sturges, Wilder, Allen…). El cazador y La Puerta del cielo son dos guiones originales, dos espléndidos argumentos. Que Cimino no sólo no sea responsable de sus tres últimos proyectos sino que, además, no haya escrito ni una sola línea de esos tres guiones, explicaría en parte la menor calidad de la segunda etapa de su obra.
Realismo sucio
Cuando Cimino irrumpe en el cine a mediados de los setenta, son los años del realismo sucio en literatura. Cimino fue amigo de Carver, con quien trabajó durante los años ochenta en un guión sobre la vida de Dostoievski. Carver escribió este poema para Cimino:
EL MALABARISTA DE LA PUERTA DEL CIELO
Para Michael Cimino
Detrás de la sucia mesa donde Kristofferson desayuna
hay una ventana que da a una calle del siglo diecinueve
en Sweetwater, Wyoming. Hay un malabarista afuera.
Lleva un sombrero de copa y una levita.
Un tirillas que mantiene tres palos en el aire. Pensad
un segundo en esto. Este malabarista. Este sorprendente
acto de las manos y la mente. Un hombre que hace
malabares para ganarse la vida. Cualquiera en su tiempo
ha visto a una estrella o un tiroteo. O a alguien que abusa
de alguien. ¡Pero un malabarista! Flota humo azul en ese
horrible café y por encima de la mesa donde dos hombres
hablan del futuro de una mujer. Y de algo,
algo relativo a la Asociación de Cattlemen.
Pero la mirada vuelve sin cesar al malabarista. A ese espectáculo
menudo. En ese momento, la difícil situación de Ella
o el destino de los emigrantes
casi no son tan importantes como las proezas del malabarista.
¿Cómo, en cualquier caso, se coló en la escena? ¿Cuál es su historia?
Esa es la historia que quiero saber. Cualquiera puede
llevar revólver y pavonearse. O enamorarse de alguien
que ama a otra persona. Pero, por el amor de Dios, ¡hacer malabares!
Consagrar tu vida a ello, que te acompañe. Hacer malabares.
(Traducción de Jorge Luzán)
Meryl Streep
Al ver la secuencia en la que aparece por primera vez Meryl Streep en El Cazador (está en casa de su padre, con prisas, preparando algo), uno puede pensar en Maureen O'Hara en El hombre tranquilo, porque en esta película tiene una manera de moverse parecida. Creo que Cimino, consciente o inconscientemente, pudo inspirarse de Maureen O'Hara (de Ford) para el personaje de Meryl Streep, actriz que pocas veces ha estado tan bien como en esta película (recordemos también Los puentes de Madison).
Bloques, círculos
Cimino emplea una manera de concebir argumentos en la que los acontecimientos, contados por bloques de mayor o menor duración (una sorprendente forma de contraer y dilatar el tiempo, sorprendente por ser poco hollywoodiense (Daney) se interrelacionan mediante un sistema de círculos concéntricos cada vez más anchos en los que los hilos entre lo cercano y lo lejano se tejen ante nuestros ojos, en los que el mundo entero comunica consigo mismo (otra vez Daney), no sólo a través del espacio sino del tiempo. Es decir, aplicado a El Cazador: 1) Un pequeño pueblo en Estados Unidos. 2) Una comunidad de origen ruso. 3) Un historia de amor y de amistad. 4) Una guerra. 5) Un país entero. 6) Vietnam. 7) Indochina… Estos bloques están hechos sobre todo de rituales, de tiempos muertos, de trozos de vida: bodas, graduaciones, funerales, bailes… Como Pialat, como Eustache, una voluntad de entroncar con los pioneros.
We should go home again
Pero en este sistema de círculos concéntricos es posible ir hacia atrás, es posible volver. Volver a casa. Dos de las secuencias más hermosas de Cimino son secuencias en las que los protagonistas vuelven a casa. Una está en El cazador, la otra en La puerta del cielo. Contaré aquí la de El cazador, porque es uno de mis momentos preferidos del cine de Cimino.
Michael ha vuelto de Vietnam. Es la segunda noche desde que ha vuelto al pueblo y se ha instalado en un motel cerca de la carretera. Ha ido a buscar a Linda al trabajo, hermosos travellings de los dos caminando por el pueblo, la vuelta a la vida cotidiana. Llegan juntos a casa (la casa que compartía Michael con Nick). Michael dice que no puede quedarse a dormir ahí. Sale. La cámara se queda con Linda. Escuchamos en off el ruido de la puerta del coche y del motor. Linda sale corriendo. Cierra la puerta. Corte. Linda sale de la ducha, se mira en espejo, se suelta el pelo, se peina un poco. Descubrimos que estamos en el motel. Michael está tumbado en la cama. Lleva puesto el uniforme. Se ha quedado dormido. Linda se introduce en la cama sin quitarse la toalla, está algo confundida, no tiene cara de sueño, y el espectador, emocionado, adivina que iban a hacer el amor pero que no lo harán, no esa noche, y que Michael puede dormir por fin, que es seguramente el primer momento de paz que ha tenido en mucho tiempo.
viernes, 27 de noviembre de 2009
No (notas no graciosas sobre Funny People)
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Lontanissimo y de reojo. Calma total. W (Visconti en Venecia)
Entre la gente del cine, que siempre es la misma, no cambia. Como las familias. Entre palacios que se caían desde hacía tiempo, no tanto, es cierto, pero que a la vista estaba que habían resistido a varias familias, a la suya entre otras. A los empentones de los milaneses.
Conde de Lonate Pozzolo Luchino Visconti di Modrone.
Con Dirk Bogarde. Con la novela de Thomas Mann en el bolsillo. Con una camisa de flores.
Luchino Visconti, 65 años (veo que me está saliendo un “contratrailer”).
Imaginemos ese libro que Visconti llevó a Venecia. ¿De verdad alguien cree que Visconti llevó la novela a Venecia? ¿Podéis imaginarlo en su habitación del Danieli, o del Monaco, repasándola por las noches?
En el 71. Con eso que ahora llamamos historia del cine, a la vista. La gente debía de hablarle, le preguntarían por cosas como el montaje, la luz o los encuadres. Todavía hoy las cuatro cuartas partes del cine habla de eso, dice cosas como encuadre o puesta en escena. Creen que existen. Dicen que montan. Debían de hablarle de todo eso, en Venecia, en el 71.
Aquí os dejo la prueba de que Visconti se aburría en Venecia. Cómoda y fluidamente.



También la prueba de que aunque sólo fuera por una vez, en ese rodaje, se despegaron los labios.
viernes, 13 de noviembre de 2009
Resonancias magnéticas: Eustache hace llorar a las modistillas indias
Alexandre: ¿No tienes algo que decirme?
Gilberte: Sí. Me voy a casar.
Alexandre: Ah, muy bien, perfecto. Bastaba con decirlo. ¿Y para cuándo es?
Gilberte: El mes que viene. A finales de mes.
Alexandre: Es dentro nada. Cuanto antes mejor. ¿Me invitas?
Gilberte: Si quieres.
Alexandre: No, decide tú. Me invitas o no me invitas.
Gilberte: Sí. Sí.
Alexandre: ¿Estará de acuerdo?
Gilberte: Si yo se lo pido sí.
Alexandre: Me recuerda a una canción, de cuando era niño. Una mujer que asiste a la boda del hombre que ama. No sabía que un día me sucedería a mí.
(…)
Alexandre: Te he mentido a veces, pero nunca me he mentido a mí mismo. Tú siempre has tenido talento para convencerte de cosas que no existen. Yo creo que simuláis ser una pareja. Hacéis el número de la pareja. Y para no tener que reconocerlo os lanzáis. Está claro. Preferiría que dijeses que te casas con él por su dinero.
Gilberte: No tiene dinero.
Alexandre: Otra mentira. Una profesión… prestigiosa. Una herencia cultural… y un día financiera. Pero está bien. No lo niegues. No os avergoncéis. El dinero nunca ha ensuciado a nadie(…)
2/ Bambino cantaba Pobre del pobre:
(…)Pobre del pobre... que vive soñando un cielo pobre del pobre... que llora sin un consuelo... pero... te vas a casar... no te guardo rencor yo sé que el dinero cubre los anhelos de tu corazón, tan solo un favor te vengo a implorar que el dia de tu boda el Ave María me dejes cantar(...)
3/Melo y drama en Bollywood:
A finales de los cincuenta. Guru Dutt está terminando su nueva película. Graba las canciones para las secuencias musicales. En la pantalla su actriz principal Waheeda Rehman, de la que está enamorado, con la que vive una historia. Pero para las canciones la voz de Waheeda la graba Geeta Dutt, la mujer de Guru Dutt.
En la imagen Waheeda canta a Guru una canción de amor, en el sonido Geeta canta a Guru una canción de amor.
En Flores de papel, Guru Dutt cuenta la historia de un director de cine, interpretado por él mismo, que descubre a una actriz, interpretada por Waheeda Rehman, y se enamora de ella. La hija del director, que sueña con la reconciliación de sus padres, se interpone entre el director y la actriz. Se separan. A partir de ahí el director decae, acaba siendo un mendigo envejecido. Como mendigo le seleccionan para ser figurante y dar la réplica en una película, a la actriz que antaño descubriera…
Guru Dutt y Waheeda Rehman se separaron.
Flores de papel fue un fracaso comercial. Guru Dutt no volvió a firmar una película. Había filmado una autobiografía anticipada. Todavía protagonizó y produjo, pero no dirigió. A principios de los sesenta se suicidó.
Su mujer Geeta Dutt, le sobrevivió unos años, gracias al alcohol.
(Guru Dutt forma parte del poker de ases de la brigada post-bressoniana no future de El Diablo. Todo está en sus películas, cine popular, comedia y melodrama, forma deslumbrante, sentido de la coreografía… Empezó de coreógrafo, cada movimiento de cámara, cada gesto o sentimiento de sus actores, cada sombra, cada rayo de luz forman parte de una coreografía desesperada que huye hacia delante. Algo así como Nicholas Ray multiplicado por Minnelli en Bollywood.)
4/ Prensa rosa:
Gloria Grahame estuvo casada con Nicholas Ray. Más tarde se casó con un hijo de Nicholas Ray, de un matrimonio anterior.
4/ La mamá y la puta:
Alexandre: te acuerdas de aquella historia sobre la que escribí un artículo… El caso Faqueux. Un tipo buscado que cada que cada noche se reunía con su mujer en las narices de la policía. Gente bella como una película de Nicholas Ray… ¿Te acuerdas? Decía que cuando Faqueux saliese de la cárcel la niña que secuestró tendría dieciocho o diecinueve años. Y decía que se enteraría, aunque sus padres se lo ocultasen, en el colegio o en otro lugar, de que un hombre estaba en prisión por ella. Investigaría, reconstruiría el caso. Y si es hermosa, y quiera Dios que lo sea, apuesto a que irá a esperarle a la salida de la cárcel. No sé cómo podría no hacerlo. A menos de convertirse ella misma en verdugo. Te digo esto porque he tenido una idea. Tened una hija, pronto, que se te parezca. Que tenga tus ojos, tu pelo… Y dentro de diecisiete o dieciocho años ya veremos. Se ve a menudo a chicas jóvenes con hombres que podrían ser sus padres. A la gente le enfurece. A mí me parece muy bien.
5/ Hora de cerrar.
Música y vida, la posibilidad del melodrama como forma de supervivencia emocional.
Verse guapo reflejado en las lágrimas sinceras de la modistilla.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Lisboa no es una ciudad rusa o Si arde París yo me fumo un cigarrillo
He visto esta noche La religieuse portugaise, nueva película de Eugene Green, película con mensaje y película sobre la felicidad, película bella.
A mi alrededor el público intelectual parisino se reía de la película, contra la película. Se reían por lo bajo, con deje de superioridad. Una lástima, porque la película es divertida, y si se hubiesen enterado habrían podido reír por lo alto, con felicidad y humildad.
Esto es un problema serio. Ya no se puede trabajar en cine con el registro, las infinitas modulaciones entre lo serio y lo ligero, entre lo divertido y lo trágico, entre lo místico y lo carnal.
Gritaba Straub en el Cinéma des Cineastes, hará tres años, que Juventud en marcha era por momentos una película divertida, que nos podíamos reír, como con las novelas de Kafka, y que si no nos enterábamos de eso es que estábamos muy mal.
Estamos muy mal.
(Ay alma mía, que estamos muy malitos del alma.)
Green sostiene en todo momento varios registros, con la mayor ligereza nos conduce a una reflexión sobre la existencia. El problema parece ser que en todo momento son posibles la sonrisa, la emoción y la reflexión. Suceden al mismo tiempo. Coexisten pacíficamente.
Por ello, tanto como por su mensaje, La religieuse portugaise es una película militante. Por no aceptar ser encerrada en un solo registro. Por sonreír apenas y seguir a lo suyo.
Cada momento de la película tiene una plenitud en sí y en relación con los otros.
Por poner un ejemplo de la riqueza de la película, yo diría que un fado del principio de la película, quizás la letra sea de Pessoa, quizás no, dice algo así como “la felicidad es ser aquél, pero aquél no es feliz, porque se siente con lo que es, no con lo que soy yo” es una teoría del espectador ante el inicio de la película, la felicidad parece ser eso que vive Leonor Baldaque paseando por Lisboa, la felicidad parece esa ciudad, pero el personaje y la ciudad no son el espectador, no se ven desde dentro del espectador.
Y al mismo tiempo esta idea de buscar la felicidad fuera, y que no puede encontrarse hasta el momento en el que ese otro que es feliz venga a ser uno con uno mismo, dos en uno, es algo enunciado literalmente en la conversación entre Julie y la hermana Joana.
Pero esto no es una crítica, ni un análisis. Esto es solo para señalar esta película militante de la coexistencia pacífica de los registros, de su multiplicidad en una misma película, una misma secuencia, un mismo instante.
Se puede andar y mascar chicle al mismo tiempo. (Prometo para un día de sol una reflexión teórica sobre el personaje de cine, la belleza y Leonor Baldaque. Se titulará Superfelices.)
martes, 3 de noviembre de 2009
Tragedia enlatada, pensando en Yuma, Fuller en aceite
Yuma, La carrera de las flechas, de Samuel Fuller, el más moderno de los westerns, visto al fin el otro día, en la pantalla del ordenador.
En el corazón de esta película el problema de la identidad, de la pertenencia o no a una nación. Y dos signos de esa pertenencia: la insalvable brecha del código moral, aceptar o no el juicio de las flechas, y la brecha del idioma. Hablar la lengua del hombre blanco o hablar la lengua de la tribu, Siux.
El protagonista junto a su amor indio. Ella: qué bien hablas Siux, no lo haces cómo un hombre blanco. Y él responde, y siguen hablando. Hablan en inglés. Las dos lenguas, la del hombre blanco y la del indio son representadas en inglés.
La india es, por cierto, Sara Montiel.
Y por lo que he leído, parece ser que el actor protagonista, que interpreta a un soldado de la confederación, tiene un fuerte acento irlandés que no corresponde con su personaje.
Entre los indios está Charles Bronson.
Todo es convencional en esta película, es decir que su realismo es el de una convención más que el de lo naturalista o lo verosímil.
Y sin embargo todo es verdadero.
Y sin embargo es uno de los westerns en los que más se siente la materia, dónde los rostros de los indios, aún maquillados, parecen más reales, porque parecen hechos de la misma materia que la tierra que los rodea.
Es a un tiempo una película teatral e hiperrealista.
Es también una suerte de parábola, una construcción en torno a la idea de pertenencia o no a una nación. Algo así como el relato del cautivo de Borges. Antes de ver esta película no pensaba que ese tipo de relato, con una línea tan clara, portadora de una idea, pudiese darse en cine.
Es una película sobre una idea, y los actores hablan de ella, en largas secuencias, a menudo con largos monólogos, frente a espectadores o con el coro detrás. A menudo en largos planos donde los actores hablan casi frente a la cámara, sin que el plano pierda por ello su fuerza plástica.
Es teatro, es una tragedia, con sus parlamentos, con su trama que liga ideas, valores y vida de los personajes.
Palabras en torno a la pertenencia y gestos. ¿Lucharías contra el hombre blanco? ¿Cuál es tu dios?
Algo así como un arte noble hecho con el barro y el polvo del presente del rodaje. Tan moderno como Pasolini, en el que he pensado viendo el corte brusco a algunos rostros de indios, quizás falsos, quizás maquillados, pero que por una extraña paradoja parecen planos documentales, como los italianos del Evangelio son la más viva imagen de la Palestina del año 33.
Bajo el cielo del presente, a la hora del encuentro con “ellos”, abrir una lata de teatro en aceite.
domingo, 18 de octubre de 2009
De porqué el pistolero diestro disparó con la zurda
Hacia el principio de Rancho Notorious, esa película que empieza como otras terminan, por el beso de la chica y el chico, esa película de mujeres baleadas, hay un plano que no monta, que no se engarza con la elegancia esperable en el montaje. Un tipo malo ha matado a la chica y se va a largar a caballo, el bueno lo ve de lejos, ve al malo subirse al caballo, y ahí llega un plano detalle del pie del malo entrando en el estribo, de un salto, y ese plano le queda feo a Fritz Lang, no monta bien, como si hubiese un fallo de raccord. Y ya es raro que algo le quede feo a Lang.
El bueno parte en busca de venganza y se acaba integrando en una banda de malhechores. Sabe que uno de ellos es el asesino de su chica, pero no sabe cual, y sospecha de todos. (El bueno está interpretado por Arthur Kennedy, que les daba una inquietante presencia psicópata a los buenos que interpretaba.)
Al cabo de una hora de película (a ojo de buen cubero) uno de los malhechores se sube al caballo de un salto, y vuelve el plano detalle del pie entrando en el estribo. Y comprendemos que el bueno ha reconocido al asesino por ese gesto, esa manera particular de subirse al caballo.
El personaje recuerda la manera de subirse al caballo y por ello reconoce al asesino. Pero sería un poco iluso esperar que el espectador hubiese reconocido esa manera de subirse al caballo como peculiar, incluso filmando el detalle. De lo que se acuerda el espectador no es del gesto, es del plano. Y se acuerda de él porque era fallido, porque en una sucesión constante de puesta en escena impecable ese plano fallaba, no montaba bien. Y así, al volver el plano fallido, ve lo mismo que ve el personaje, pero por razones diferentes, por conocimientos diferentes, uno por su conocimiento del “lenguaje” de los gestos del cowboy, el otro por su conocimiento del “lenguaje” cinematográfico.
No pretendo decir con esto que el espectador piense en términos de bien y mal montado, esto se produce de manera inconsciente, pero Fritz Lang tiene en cuenta ese inconsciente formal a la hora de resolver su problema narrativo, cómo hacer que el personaje y el espectador vean lo mismo en ese momento de la película.
Tampoco pretendo que esto sea infalible, y puedo dudar que siga funcionando para un espectador contemporáneo. Sin ir más lejos en Inglorious Basterds Tarantino hace algo en cierto modo similar, en la secuencia de la taberna, al filmar de manera singular respecto al resto de la película la mano del oficial escocés cuando pide tres whiskys, con su manera peculiar, no alemana, de utilizar los tres dedos centrales de la mano para indicar el número tres (se dará una recompensa en concepto de caña con tapa a quien nos diga de qué película ha robado la idea Tarantino, yo no tengo ni idea). Lo bueno de la secuencia es que sigue, estamos a punto de olvidar el detalle (ahí está el detalle, que diría Cantinflas) y de repente, al cabo de cinco minutos, el detalle vuelve a ser importante. Pues bien, a pesar de las precauciones clásicas de Tarantino para que se llegue a comprender lo que sucede, hay espectadores que no se enteran.
No me despediré sin anunciar que cuando le eche la mano al dvd de Rancho Notorious caerá un texto más completo sobre la película.
jueves, 15 de octubre de 2009
Un plano de Pialat
miércoles, 14 de octubre de 2009
Un gag
lunes, 12 de octubre de 2009
Teatro enlatado
Pagnol tenía razón, o creo que la tenía. Si bien recuerdo Pagnol llegó al cine con el sonido, porque veía en el cine una manera de perpetuar representaciones ideales de obras de teatro, la manera de enlatar sus obras.
Por esta razón fue despreciado por parte de aquellos que consideraban el cine un arte, sobre todo un arte visual.
Pero paremos el carro un momento.
¿Qué entendemos por enlatar una obra de teatro?
Entendemos filmar el encuentro ideal entre un texto, unos actores y el tiempo y lugar en que son filmados. Entendemos que cierta frase de Pagnol tan solo puede sonar completamente justa en la boca de Fernandel o de Raimu, o cualquier otro de sus grandes actores. Entendemos una relación entre lo real (actores, lugares) y la ficción (la trama, el texto) que sólo podía producirse una vez, que nunca podría volver a producirse.
El texto de Pagnol vive sobre todo en su acorde perfecto con los actores que lo interpretan, en la mirada que sobre ellos tiene en el momento preciso en que hace la película.
El cine como arte de enlatar presencia, singularidad y evidencia. Una definición que es quizás la más acorde con la singularidad del cinematógrafo, máquina de la captura del momento. Definición que se aproxima aún más a lo estrictamente cinematográfico que su consideración como arte visual.
No muy diferente del desfile de la troupe habitual en tantos grandes cineastas, Ford, Hawks, Bergman…
Y de ahí también Eustache.
Decía Paul Newman, uno de los más grandes cineastas americanos de las últimas décadas, que filmó El zoo de cristal tan sólo para perpetuar una representación protagonizada por Joanne Woodward que le parecía la mejor posible.
Apenas un momento, un momento en el centro del mundo. Teatro enlatado.
Postdata:
(Y de ahí, por volver con el tema obsesivo de la semana, aunque sea en clave menor respecto a los grandes cineastas que acabo de citar, la singularidad de las producciones de Apatow, por el encuentro ideal de unos actores con una manera de hablar y comportarse. Captura de la singularidad. Teatro enlatado.)
Una carta
Recuerdo de las clases de José Luis Guerin en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Septiembre 2002-Junio 2003
En el otoño de 2002 la Pompeu Fabra era un buen sitio para alguien que quisiera aprender cine y no tuviera el valor de saltarse la escuela. La universidad pública de la Generalitat había recibido una cantidad insultante de dinero que se había traducido en unas instalaciones desaprovechadas, pero extraordinarias, y en una reunión de profesores que todavía llevaban poco tiempo trabajando juntos y aunque sólo fuera por eso, a veces, se dirigían la palabra.
Esto se notaba en los fondos de la biblioteca de Periodismo y Comunicación Audiovisual. No exactamente en la colección de libros, sino en la colección de películas. Se encontraba repartida entre el Edificio de La Rambla y el de la Estación de Francia (junto al Zoo).
En los todavía recientes inicios de la facultad se había formado una comisión para la compra ordenada de películas. El estudiante que entraba en la biblioteca se encontraba con una extraña colección de VHS americanos, franceses, ingleses, italianos, alemanes, españoles. Se había reunido una serie de películas notable, encargándolas al extranjero, grabándolas, buscando determinados títulos y siguiendo la filmografía de algunos autores, acertados. (Pocos años después, cuando hubiera sido fácil mejorar y completar la colección gracias a la aparición de internet y el DVD, ocurrió lo contrario: la devaluación lamentable de ese espacio -suscripción a los coleccionables de los periódicos, hordas de alumnos utilizando la biblioteca como video-club de fin de semana... pero esa es otra historia, asociada a algo todavía en curso como es la depuración de los alumnos en clientes.)
Recuerdo una tarde en la cafetería de la facultad, con algunos alumnos-clientes, que Guerin comentaba que el cine era una arte “imposible fuera de las grandes ciudades”. Se refería a que durante décadas había sido necesario ir a las capitales -Los Ángeles, París, Berlín, Roma- si se quería hacer cine, ver cine. El propio Guerin, en la época en que preparaba su primer largometraje había pasado varios años en Madrid (mientras esperamos el AVE que nos vuelva a unir con Lisboa esto sería nuestra capital…)
Ahora mismo esa necesidad de la gran ciudad para el cine es discutible. La duplicación de películas en vídeo y la conversión del mundo en canal de televisión permite el acceso, desde cualquier lugar, al recuerdo, al rastro de lo que fue aquello. Por otro lado las capitales siguen siendo el único lugar donde, de tarde en tarde, se pude ver proyectada una película o se puede hablar con quienes, si ya no hacen cine, vinieron hace tiempo a la ciudad para ver, para hacer cine.
Ahora bien, no conviene olvidar que las filmotecas cada vez son peores y los mejores de entre los que en su día vinieron a la ciudad están casi todos escondidos, lejos del cine. “Baja el ala del sombrero que te regalaron./ No muestres tu cara. ¡Oh, no muestres tu cara!/ Al contrario,/ borra todas las huellas.”
No parecía mala cosa haber caído cerca de la Facultad de Comunicación Audiovisual de la Pompeu Fabra a finales de 2002. Guerin iba a volver a dar clases ese año, como profesor invitado.
Hacía ya un tiempo que había dejado las clases en una de las múltiples escuelas de cine de Barcelona, el CEC (Centro de Estudios Cinematográficos, Método Ruso), y en los años siguientes sólo había vuelto a dar clases de tarde en tarde, en la Pompeu Fabra. Después de 2002 Guerin no ha vuelto a dar clases, en curso seguido, hasta la fecha.
Un día comiendo en la Plaza Real y mientras pedía un segundo postre al camarero, Guerin le comentaba a Paulino Viota: “¡Paulino, tenemos que abrir una escuela de cine en Barcelona, sería un gran negocio! Esto está lleno de gente que quiere convertirse en director de documentales, como Hollywood debía de estar lleno de camareros que querían convertirse en actores y actrices… En mi casa tengo una pared vacía y bastante grande, la podríamos utilizar como pantalla y…”
Su clase de “Taller de Guionatge” en la Pompeu Fabra en 2002 no estaba llena de aspirantes a actores ni de aspirantes a directores de documentales. Era más bien una extraña mezcla de “los mejores expedientes académicos de Cataluña y Andorra” (esa licenciatura tiene la nota de corte más alta de España) más algún aspirante a presentador de televisión, que también los había con vocación. A lo que se sumaba uno que poco después estaría trabajando en el Consell de l’Audiovisual Catalán pero a quien Guerin tenía que mandar callar cada dos por tres. Había también algún erasmus, que daba la nota de color.
Eran cuatro los profesores encargados de los “Talleres de Guionatge” ese curso: Guerin, Jordà, Ordóñez, Recha. A nosotros nos tocó uno por el que yo hubiera estado dispuesto a perderme las clases de Guerin: Marcos Ordóñez. Le comenté a M.O. que no quería desaprovechar la ocasión de ir también a las clases de Guerin (mismo horario) y él, con gran humildad (e injustificada, porque sus clases eran tan interesantes como las de Guerin…) me dio vía libre siempre y cuando apareciera por allá “al menos una clase de cada tres”.
Las clases de Guerin sorprendían porque eran buenas. Como todo el mundo yo había visto el año anterior En construcción, que me había dejado vacilante, no sabía si me gustaba mucho, poco o regular (la comparaba, equivocadamente, con El sol del membrillo). Y pocos meses antes de que empezara el curso había visto también Innisfree en una reposición que se hizo en verano en los Verdi, que me había hecho ya comprender que Guerin era un “monstruo”, un virtuoso, y que era ese aspecto monstruoso, descomunal de sus películas lo que me había dejado noqueado al primer contacto directo, al primer asalto (besé la lona). Pero esto hasta cierto punto era un problema mío, debía intentar fijarme más y aprender… a esquivar los golpes por lo menos.
Los recuerdos sobre el contenido de sus clases los tengo bastante mezclados. Recuerdo que eran brillantes, intensas, no decaían durante las tres horas (largas) que llegaban a durar. Se aprendía, bastaba estar ahí.
Me acuerdo de algunas de las películas que vimos: Place de la Republique (Malle), Comizi d’amore (Pasolini), y una “de manifestaciones” de Marker[1] (¿La sixième face du Pentagone?). Sorprendía el interés de Guerin por el cine directo. Comprendo ahora que Guerin nos debía de enseñar esas películas por lo que estaba ocurriendo en ese momento fuera de la facultad: 2002 fue el año de las manifestaciones contra la “cumbre europea de jefes de Estado” de Barcelona, coincidiendo con la guerra de Irak. Guerin se preguntaba si nosotros estaríamos participando en esas manifestaciones, si llevábamos pequeñas cámaras y las estábamos grabando.
El cine directo parecía alejado de sus películas. Era misterioso ese interés por algo tan distante a En construcción o Innisfree. Pero nos equivocábamos, el cine directo le atraía por motivos específicos. Y demostraba una gran sensibilidad a esas películas. Conectaba con una de las aspiraciones de su cine: la intención de ir “ a la fuente y no a la vasija”, como le gustaba decir citando a Leonardo.
Esto se veía en su “lectura” de Comizi d’amore de Pasolini, por ejemplo. Señalaba la presencia del cineasta en la pantalla, sus movimientos en un paseo marítimo micrófono en mano; el cineasta se acercaba a los que estaban allí; llegaba hasta un grupo de militares de uniforme, fuertes, grandes (Pasolini era muy pequeño a su lado); les preguntaba “por el amor” uno a uno, y se dirigía a ellos no por su nombre, que no lo podía saber, pero tampoco anónimamente: les decía: “¿Qué opinas, veneciano?” “¿Y tú, napolitano?” Y veneciano tenía en efecto la nariz aquilina, partida.
Eso resumía en un único plano, con gran simplicidad, el cine de Pasolini. Una determinada sensibilidad a los rostros auténticos. Un arrojo, casi temerario, frente a la situación. Decir la palabra incómoda.
No podíamos entender la relación del cine directo con las películas de Guerin y es que no era una relación con lo que había hecho, sino con las películas por venir. No tanto con En la ciudad de Sylvia (aunque esta también haya una capa en la que es el cineasta quien “lleva la cámara”) sino con la que al parecer está a punto de terminar, Guest, una película que ha ido grabando él mismo, al hilo de sus viajes como invitado de festivales de cine, y que muestra los encuentros “directos” que a raíz de estos han ido surgiendo. Dudo que en esta película Guerin llegue a aparecer en pantalla, pero la frontera cada vez es más estrecha, cada vez está menos lejos de atravesar el espejo.
En ocasiones proponía que saliéramos del aula y fuéramos a dar clase a algún bar. Un día la clase se hizo en el bar irlandés que estaba justo a la entrada de la facultad (el “Flaherty”, precisamente.) Otra vez la clase tuvo lugar en el “Cosmos”, el bar-hotel que se desvencija junto a otra de las fachadas de la antigua facultad de las Ramblas.
Postdata, como dice mi admirado Anselmo G. Tapias: Los estudios de Comunicación Audiovisual se han trasladado este año a un edificio “nuevo” en una zona de “reciente urbanización” (aquél ya era nuevo, yo creo que se desmontarían pizarras sobre las que nunca se escribió nada). Amigos que viven en Barcelona me dicen que el edificio colindante, el de Mediapro, es ligermante más alto que el de la nueva facultad, y que a determinadas horas del día echa sombra sobre los alumnos que están en los patios. Al parecer las puertas de las dos empresas están próximas, de modo que algún profesor no tardará en proponer que sus alumnos graben “la salida de los alumnos de la escuela y su inmediata entrada en la fábrica vecina”. Nosotros salíamos de clase y entrábamos en el “Cosmos”. A años luz de un minuto Lumière.