lunes, 31 de octubre de 2016

por favor hacedles caso




Son los jóvenes.
Son los enamorados.
Son los jóvenes enamorados de Empedocles.
Ella tiene unas pequeñas marcas en la mejilla izquierda.
Él tiene dos pendientes y los dientes, quizás, un poco averiados.
No la querríamos ya sin esas marcas en la mejilla, son tan ella.
No le querríamos ya sin esos dientes un poco mellados, son tan él.
Oh, son tan guapos, cuando el viento agita las telas sobre el cuerpo de ella, cuando la luz hace vibrar las hojas de los árboles tras la cabeza de él...
¿Son tan guapos porque son los enamorados o son los enamorados porque son tan guapos?
No lo sé, hay que escucharlos, hay que oír lo que dicen y al mismo tiempo ver sus rostros, hay que verlos en pie en el viento, hay que ver cómo hablan y luchan y piensan, son tan firmes, son tan frágiles.
Ella es Pantea y apenas se atreve a ver de lejos a Empedocles.
Él es Pausanias y acompaña a Empedocles en su exilio.
De Pausanias Pantea dice, creo: ni siquiera el águila de Júpiter se siente más orgulloso.
Ella y él han pasado mucho tiempo juntos, hablando de Empedocles, y esas escenas no las vemos, no, ni siquiera les vemos juntos, hay muchas cosas que no vemos, que podemos imaginar si queremos, más tarde, después de la película, cuando cesa la palabra.
Pantea y Pausanias son los jóvenes, son aquellos que seguirán viviendo tras la muerte de Empedocles, son aquellos que pueden hacer el mundo de después de Empedocles, y quizás la historia de la película sea la suya, quizás la historia de la película sea la de un posible después.
Hay un viejo mundo, que es el del sacerdote, hay un mundo presente a punto de desaparecer, que es el de Empedocles, hay un nuevo mundo, que es el de Pantea y el de Pausanias, y es de ese nuevo mundo del que habla Empedocles frente a la montaña, es en ese nuevo mundo en el que piensa cuando recomienda a los notables de la ciudad que escuchen a Pausanias, que escuchen a los jóvenes, pues lo que estos dicen es siempre de provecho si se les pregunta con seriedad.
No lo olvidemos, no: con seriedad.
Preguntar con seriedad, escuchar con seriedad... hay alguien de quien todavía no hemos hablado, hay otro presente que no es el de Empedocles, un presente serio pero más al alcance de la mano, y ese es el presente de Delia, la mujer que acompaña a Pantea, la mujer que escucha y pregunta a Pantea con seriedad, oh, no recuerdo ahora qué dice Delia, pero la recuerdo abrazada a Pantea, no vemos sus cabezas, son tela contra tela, y la recuerdo también arrodillada ante Pantea, ante la admirable admiración de Pantea, y recuerdo, no lo olvidemos, que Delia pregunta y escucha, que abraza y se arrodilla, pero también que Delia actúa y hace actuar a Pantea, aunque eso, como tantas otras cosas, no lo veamos, aunque eso, como tantas otras cosas, lo tengamos que imaginar.
(La muerte de Empedocles, Danièle Huillet y Jean-Marie Straub)

viernes, 14 de octubre de 2016

cuando todo el mundo corre


Pierre y Thérèse están en tierra, en un aeródromo, y hablan, o más bien Thérèse le habla a Pierre, le habla de cosas del suelo, de dinero, de un trabajo posible en Limoges, pero Pierre no acaba de prestar atención, Pierre mira hacia el cielo, hacia las subidas y bajadas, las cabriolas del avión que él acaba de reparar, Pierre mira hacia el cielo y admira y las palabras terrenales de Thérèse apenas consiguen que baje la mirada, apenas consiguen que recuerde el suelo, y entonces el avión aterriza y Pierre echa a correr, dejando atrás a Thérèse, echa a correr con la masa, echa a correr todo entusiasmo y la cámara también echa a correr, es un plano muy bello, la cámara corre, vuelan los sombreros, es un triunfo, la alegría de la masa hace el triunfo y Pierre forma parte de ella, se funde con ella, mientras Thérèse queda atrás, queda sola, ajena, con esa pregunta que le ha hecho a Pierre y que él no ha respondido: pero, cuando todo el mundo te mira, ¿es difícil ser valiente? 

Thérèse se queda sola y lejos de la masa entusiasta, de la masa llena de vuelo, llena de aire, Thérèse se queda en tierra, pero en esta película ni Thérèse es siempre tierra, ni la masa es siempre aire, no, y a veces uno corre con la masa, a veces la masa la lleva a una a hombros, a veces pasa de largo y a veces se tiene a la masa enfrente, cargada de tierra, cargada de razones, entusiasta en el odio como lo es en la admiración, hay una extraña escena hacia el final, una escena en la que la masa grita Gauthier, Gauthier, el apellido de Pierre, y en realidad no sabemos, no podemos saber, el porqué de ese grito que parece todo tierra, todo odio, y que de pronto, en apenas un instante, se vuelve aire, se vuelve alegría, pero sin que perdamos el recuerdo de ese tiempo en el que el grito, la masa, eran una amenaza, y hay algo así en toda la película, que es una historia de provincias, una historia donde la mirada de los demás cuenta, donde hay resistencias, una historia de excepciones en un mundo de normas, la alegría y las dificultades de las excepciones, donde la excepción solo se tolera en el momento del éxito, como si naciese de la nada, una historia donde en el momento de la alegría nos puede quedar el recuerdo del miedo y llorar un poco de alegría y otro poco de alivio, como habiendo resucitado con el recuerdo de haber estado muerto.
(Le ciel est à vous, Jean Grémillon)

martes, 11 de octubre de 2016

el cielo visto desde la tierra


Es una película de aviones, pero la cámara no se sube nunca a un avión. Vemos aviones que van y vienen, que suben y bajan en picado, sí, pero siempre desde abajo, siempre vistos desde tierra por alguien que sufre o que admira, siempre vistos por aquel que, si el avión se estrella, seguirá vivo. No importa el riesgo de perder la vida, sino el riesgo de, habiéndolo perdido todo, seguir vivo. Entre las dificultades del aire y las dificultades del suelo, la película elige las del suelo.
Hay en el corazón de la película un largo vuelo solitario, pero de él no veremos ninguna imagen, es apenas un avión que se aleja, lo que importa es la angustia en tierra de no tener noticias, de no poder saber lo que está sucediendo allí arriba. Hay un vuelo solitario y no lo vemos y yo diría incluso, quizás me equivoco, que nunca vemos a un personaje en solitario, como mucho vemos a un personaje justo antes de encontrarse con otro personaje. Nunca hay tiempo ni lugar para la soledad, ni siquiera cuando los personajes desean, más que nada, que los dejen solos.
No hay soledad más que en el aire, pero para llegar al aire hay que hacer camino en la tierra, y el camino no es solitario, es un camino de encuentros, de solidaridades, de egoísmos, de injusticias. Los personajes no existen en el vacío, sino en círculos cada vez más amplios, cada vez más complicados, está Pierre, está Thérèse, está el matrimonio de Pierre y Thérèse, y luego la familia de los dos, y luego el pueblo en el que viven, y cada una de las decisiones que se toman se expanden en círculos y chocan con el mundo, y a veces se dan por vencidas, a veces barren con todo.
Pierre y Thérèse alcanzan la armonía a dos en algo que los supera, en algo que los saca de la tierra, la posibilidad del cielo, la posibilidad del vuelo solitario de ella, se quieren aún más de lo que se querían en ese afuera, en ese ahí arriba hecho, no lo olvidemos, de privaciones e injusticias aquí abajo.
Y es cierto que hay una felicidad en esto, en ver a Pierre preguntarse ¿qué es mayor prueba de amor, decirte que sí o que no?, sí, esas preguntas que hacen, todos esos razonamientos de Pierre, hay generosidad en ellos, pero la película nos hace ver lo que esa generosidad puede tener de egoísmo a dos, cómo la música del motor de un avión acalla la música de un piano que es la alegría, la soledad alegre, de Jacqueline, la hija de los dos.
Es una película de aviones pero es una película sobre el suelo, un suelo de provincias, sobre la gravedad y el deseo de escapar de ella, es una película de aviones pero es una película sobre la tierra vista desde la tierra, la alegría vista desde la tristeza, la soledad vista desde el pueblo.
Y, al principio y al final, un cura y unos huérfanos de negro.
Unos huérfanos que al principio cantaban: no, mi hija, no irás al baile... 
Y, bueno, algunas fueron al baile, algunas fueron al aire.
(Le ciel est à vous, Jean Grémillon)

sábado, 1 de octubre de 2016

una nariz feliz


Pasan cosas terribles en esta película. Algunas las provocan los personajes. Otras les caen encima por azar. A veces no se sabe muy bien dónde termina el azar y dónde empieza la culpa. Lo peor de todo lo malo que les pasa es un reencuentro que provoca el azar y que en parte es terrible por azares anteriores, en parte por culpas anteriores. Quien dice el azar dice el guión. No es un reencuentro verosímil, es un reencuentro necesario. ¿Qué hace aceptable ese forzamiento del guión? ¿Qué hace que una película pueda ser despiadada con sus personajes? De verdad lo pregunto. Quizás sea porque a lo largo de la línea despiadada que traza la película, hay sorpresas, desvíos, bellezas, felicidades y canciones. Quizás sea porque la película no se acaba en ese momento. Sigue. Nunca para de seguir. Cuando al fin termina no acabamos de creerlo, no, en cierto modo todavía sigue, ya nos hemos acostumbrado a que las cosas sigan y sabemos que todavía van a pasar más cosas y que no serán sencillas, incluso que pueden ser interminables, que pueden estar sucediendo todavía hoy en día, como se siguen las vidas de los hombres, cargando para bien y para mal con la línea que continúan.

Hay en la película un lugar bello y enorme, un antiguo aeródromo, utilizado durante la guerra, ahora en ruinas, con su pista de aterrizaje, que quizás no sea más grande de lo que suelen ser las pistas de aterrizaje, quizás hasta sea una pista pequeña, pero cuando pasan por ella dos niños se ve lo gigantesca que es, la desproporción entre sus cuerpos y toda esa obra, ese pequeño resto de lo que se suele llamar Historia se hace enorme cuando por ella pasa el cuerpecillo de una niña que canta, es un lugar muy triste y también es un lugar en el que se juega y donde aparece un guerrero que da mucho miedo y que en realidad es un payaso que no quería dar miedo, que simplemente estaba ahí, cosas del azar, una niña cantando, un payaso andando, y de pronto, por la rapidez del azar, una rapidez que no permite comprender, surge algo que no estaba en ninguno de los dos y que es el miedo.

Al final de esa secuencia en la pista de aterrizaje abandonada hay uno de esos momentos que yo diría que son felices, el encuentro entre la niña y un hombre del que se nos ha dicho que desde hace años está ido, y que ciertamente camina casi como un zombie, pero que de pronto le habla a la niña, y camina con ella por la gran pista, frágiles los dos, y él le pregunta a ella cómo se llama, Sita, y entonces él le cuenta el lugar de ese nombre en el Ramayana, y da un poco de vértigo el sentir de pronto, en apenas unos segundos, ni siquiera un minuto, que ese hombre es, ha sido, más, mucho más que un zombie, mucho más que un hombre del que se puede decir en apenas una frase "se volvió loco", y para ello ni siquiera hace falta que hable de sí mismo, basta ese encuentro, esas pocas frases, y la belleza de un plano de los dos alejándose por la pista.

Sí, pasan cosas terribles pero hay momentos felices, momentos suspendidos, como este momento en el que dos personajes se hacen daño, se dan un coscorrón, y entonces se descubren enamorados y ya no se tocan, quizás no necesitan tocarse, hay todo el tiempo del mundo, y al patio de la casa le sucede un bosque y al bosque le sucede un río, él habla y ella canta, y también hay las luces y sombras de las hojas de los árboles sobre ellos, y el sonido de las hojas cuando no hablan y no cantan, y el suave balanceo de los dos a una música que nosotros oímos pero que ellos no deberían de estar oyendo y quizás sea más bien que ellos, en ese momento, oyen en sí mismos una música que no podemos oír, una música que les hace balancearse y, para que lo sintamos, el cineasta nos hace oír otra música, una música que revele la presencia de esa otra música silenciosa, de esa otra música interior.

Pasan cosas terribles, a veces casi increíbles, y cuando pasan cosas felices son muy bonitas, quizás esa no sea más que otra manera de ser despiadado, ver lo que mundo puede ser, ver lo que no llega a ser, mostrar la belleza y luego romperla, aunque hay maneras y maneras de romperla, y la verdad es que en un momento de la película temí algo, temí que cierto personaje se volviese odioso, temí que el amor que nace en esta secuencia muriese desde dentro de los personajes, y no, no es así, y aunque lo que les pasa es una desgracia, es casi un alivio que esa desgracia venga de fuera y no de ellos, y en realidad cuando empecé a escribir esta frase no quería hablar de esto, solo quería mencionar la nariz de la chica, ¿veis la nariz doblada sobre el brazo? Ella mueve la cabeza, de un lado a otro, casi al ritmo de la música, y la nariz se dobla a un lado, se dobla al otro, y lo que quería decir es que la imagen de la felicidad, esa imagen que luego se romperá, se construye con bosques y canciones y frases, sí, pero también con detalles así, con el encanto de una nariz que se dobla a un lado, que se dobla al otro.

Y en cuanto a lo demás, ved la película, vedla, la historia empieza el 26 de Enero de 1947, en un campo de refugiados cerca de Calcuta, tras la partición de Bengala...

(Subarnarekha, Ritwik Ghatak)

tierra del cielo


Acercad, acercad la nariz. Agrandad, agrandad la imagen. Visto de veras es más oscuro. Visto de veras el cielo es más gris y por contraste se ve más claro el azul despejado de la derecha. La tierra, allí donde no cae el sol, es más sombría y los lugares en los que cae el sol son más luminosos, más aislados, más diferentes del resto de la tierra. Oh, visto de veras y de cerca, visto con la punta de la nariz, esa cabaña y ese prado sobre los que cae el sol son como refugios de luz, son como un pequeño paraíso, son como el cielo en la tierra.

Al hombre que va por el camino, aquí cerca, en la sombra, casi no se le ve, casi se confunde con la tierra, casi es tierra. Pero camina hacia la luz. Quizás en un momento sea luz, sea cielo. Aunque la luz también se moverá, claro. El cielo en la tierra, que ahora es esa cabaña, pronto será otro lugar. El cielo, en la tierra, está de paso.

Al fondo hay otro refugio de luz, allí donde se ve una torre blanca. No, no es un refugio, es otra cosa. Es algo así como una promesa, una ciudad blanca, una ciudad de luz. Es, vista de lejos, una ciudad a la que es imposible llegar. Vista de cerca será otra cosa. Vista de cerca quizás sea real, quizás sea apenas un refugio.

Aquella luz rima con esta luz, aquella torre rima con la torre oscura de la iglesia más cercana. Al fondo del camino, yendo de la luz hacia la oscuridad, algo que parece un carro con heno rima con el caminante que va de la oscuridad a la luz. Los dos pájaros negros allí a la izquierda riman con los dos pájaros blancos un poco más abajo.

Si los dos pájaros de arriba son negros es para que se recorten sobre el blanco grisáceo de las nubes, si los pájaros de abajo son blancos es para que se recorten sobre la oscuridad de los arbustos. Si aquellos no fuesen negros no se verían, si estos no fuesen blancos tampoco se verían. Sobre la luz hace falta sombra. En la sombra hace falta luz. Si la cabaña la viésemos en un día donde todo fuese sombra, si la viésemos en un día donde todo fuese luz, no adivinaríamos que puede, por un momento, ser tierra del cielo.

Y, si seguís mirando, al cabo de un rato empezaréis a sentir el frío, empezaréis a sentir la humedad.

(Vista de Naarden, Ruysdael)