sábado, 21 de diciembre de 2019

dos sacerdotes



Oh, es una pena, se ve tan mal, no podéis ver, creo, la sonrisa del hombre ese del fondo, ese hombre calvo y con bigote, así como lo veis la cabeza es tan blanca que parece que va a desaparecer en un haz de luz, pero no, no hay nada luminoso en él, lo que hay es un sonrisa que no es ni malvada, que no es ni de él, como si la sonrisa le viniese de algo que no es él, como si en su sonrisa hubiese todo un mundo sonriendo a través de él, un mundo con sus obviedades y sus secretos, el mundo del trabajo asalariado, el mundo de las verdades del dinero y de la jerarquía, pero, ay, que me pierdo, y no quería perderme tan rápido, el caso es que los dos hombres que están sentados se miran y se sonríen en presencia del hombre que está de pie, y solo con ver que dos están sentados y uno está de pie ya podemos ir deduciendo que los dos sentados tienen algún poder de decisión sobre el que está de pie, así van estas cosas de los cuerpos, y así es, porque el hombre que está de pie, y que es más joven que los otros dos, recién se graduó de la universidad, está buscando trabajo, y los dos que están sentados pueden darle o no darle trabajo, y por esas sonrisas que intercambian ya sabemos que se guardan un as en la manga, que no se lo van a poner fácil, lo que le proponen es un puesto de recepcionista, que no es a lo que él aspiraba, y él va a decir que no, porque recién se graduó y si estudió fue para otra cosa, para algo más, y entonces los otros dos vuelven a intercambiar una sonrisa, saben algo que él no sabe, saben un secreto al cual él todavía no ha sido iniciado, no tienen ya su juventud pero tienen el secreto, esto del trabajo asalariado tiene sus ritos y sus secretos y sus creencias que el más joven todavía desconoce, y la verdad es que viendo las caras de los dos tipos que están sentados uno desearía que el joven nunca llegase a conocer esos secretos y creencias, pero aunque de la película sólo quedan pedacitos parece que sí, que algo aprende el chico joven, algo que tiene que ver con la humillación, con el rito de la humillación, porque resulta que está casado y que su mujer va a trabajar mientras él sigue buscando trabajo, y cuando él  vea a su mujer pasando por la humillación del trabajo (ella de camarera, además, ella de pie y los clientes sentados, y ella tendiendo una cerilla encendida al cigarrillo de un hombre sentado, convirtiendo el gesto familiar en gesto que se vende, el gesto familiar entrando de pronto en otra lógica, la lógica esa de las sonrisas y el secreto), eso le va a hacer reaccionar, le va a hacer ocupar el sitio de ella en el rito de humillación, y entonces las sonrisas de los dos tipos sentados se van a volver sonrisas de acogida en el mundo del trabajo, él va a ser premiado por haber conocido el sufrimiento, por haber experimentado el secreto, realmente esta es una historia religiosa, una historia sobre los caminos de la conversión, y no sabemos si de conservarse la película entera sería un poco menos inquietante, quizás sabríamos, por ejemplo, si el mundo que el hombre y la mujer van construir entre ellos va a merecer el sacrificio, o sabríamos si él se convertirá a su vez en un tipo sentado de sonrisa jodida, o si en realidad esos tipos de sonrisa jodida tienen a su vez un reverso, si son algo más que oficiantes de una religión cansina y cansada, podríamos saber todas esas cosas pero no sabemos y nos queda imaginar o mirar a nuestro alrededor y ver el mundo, como un juego de espejos, reflejando una y otra vez esas sonrisas y, ahora sí, perdernos. 
(Me gradué, pero... Yasujiro Ozu)

viernes, 20 de diciembre de 2019

un uso del vacío



Allí arriba, veis, hay dos filas de personas sentadas y vestidas de negro y blanco, quizás no lo podáis ver pero son músicos y cantantes, y allí abajo hay dos, quizás tres, filas de espectadores, pero se puede adivinar que hay más, todo un teatro lleno, los músicos ya están tocando, los cantantes ya están cantando, pero el escenario, ahí, entre los músicos y el público, sigue vacío, la música dura y el escenario sigue vacío, la música alarga ese tiempo de vacío y el tiempo al alargarse va cargando de tensión ese espacio entre los músicos y el público, ese espacio que es el escenario, ese espacio vacío, parece que hace falta eso, el tiempo de vacío, para que algo pueda suceder allí encima, para que un poco de tiempo y espacio se separe del resto del mundo, y sucede además que ya una voz nos ha hablado de aquello que vamos a ver, nos ha hablado de un gran actor de kabuki y de la más famosa de sus danzas, una danza en la que primero es muchacha y después es león, y puede pasar que no sepamos nada de esas danzas y que cuando nos digan eso, danza de la muchacha y danza del león, no sepamos ni siquiera qué podemos imaginar, y por eso es bonito que nos lo digan antes, que nos hagan esperar, que nos anuncien que lo que vamos a ver es excepcional y nosotros lo carguemos de espera, así lo que aparezca nos lo vamos a comer con los ojos, intentando ver, intentando entender, aunque cuando uno desea tanto ver a veces no ve nada, o nunca ve tanto como esperaba ver, pero no importa, aún así es buena esa espera que carga el escenario y que carga también de tensión el cuerpo del aquel que mira, alguien que nos gusta mucho hablaba de esa sensación que tenía desde pequeño antes de los guiñoles y más tarde antes de toda obra realmente bella, una sensación de espera y de excitación y de ganas de hacer pis, el rectángulo del escenario, el rectángulo de la pantalla, se carga a veces de todo eso, espera, deseo, imaginación, ganas de hacer pis, pero para eso hay que saber algo y al mismo tiempo no saberlo todo, aunque ahora que lo pienso quizás también se pueda saber todo, quizás sea aún mejor si se sabe todo, porque esa danza que vamos a ver es en realidad un clásico del teatro japonés, vamos a ver algo que ha sido actuado y danzado muchas veces y que sin embargo cada vez aspira a ser único, algo que está cargado de sentido y que al mismo tiempo es como una dificultad, algo que está puesto ahí para que el actor lo afronte, lo haga suyo, para que sea lo mismo de siempre y al mismo tiempo sea único, de todas maneras no puede ser siempre igual, porque no es simplemente algo que hacer, es más bien como un salto mortal que una vez más tiene que darse, es ser o no ser, siempre está el riesgo, siempre hay que volver a hacer presente la dificultad y hacer algo con ella, hacerla ligera, hacer que se desvanezca, que olvidemos que era una dificultad, y ahora, en un momento, saldrá a escena el actor y empezará a hacer la muchacha, al principio pensaremos que vaya, que si de veras es eso lo que había que ver, eso tan excepcional, entonces quizás la espera ha sido en vano, y uno piensa que le falta la cultura para entender lo que está pasando, pero al rato empiezan a pasar cosas con la manera mover los abanicos, y quizás no sea eso lo que es de veras importante, pero ahí pasa algo, esos movimientos no son cualquier cosa, uno empieza a sentir que algo de la espera encuentra algo en el presente, algo que mirar, algo que comerse con los ojos, y entonces, al cabo de otro rato, el actor, que no era muchacha y que no es león, se viste de león, que es más bien como un señor medieval con una melena blanca impresionante, y empieza a moverse imperioso, primero el cuerpo, luego la melena, y entonces sí pasa que uno se queda maravillado, será o no será eso lo importante de ver según la tradición, no lo sé, pero el caso es que hay algo ahí que es admirable, y viene entonces esa sensación y esa idea de que admirar es algo feliz, reconocer una potencia sucediendo, reconocer que eso es posible, una potencia sucediendo, y quizás por eso hacía falta ese tiempo de la espera, ese rectángulo cargándose de intensidad, cargándose de vacío, cargándose de nuestras miradas que esperan, que anhelan, que sienten quizás unas ligeras ganas de hacer pis, hacía falta ese tiempo y esas miradas par algo sucediese, tenía que hacerse el vacío para que apareciese el riesgo y que el riesgo a su vez se hiciese ligero, se hiciese aliado de aquel que actúa, quizás se tratase de eso, la transfiguración del riesgo, su paso de enemigo a aliado, la danza del león de nuevo, por única vez, sucediendo.
(La danza del león, Yasujiro Ozu)

jueves, 19 de diciembre de 2019

alegrías de la lechera



Podría ser una ventana muy sucia, pero es una ventana muy fría, tan fría que se pueden trazar sobre ella cifras y letras, y si la ventana está tan fría es porque es la ventana de un tren que va hacia las montañas en invierno, que va hacia la nieve, y las letras y las cifras las trazan dos estudiantes que tras los exámenes, y antes de los resultados, se van a esquiar a la montaña, y por el camino hacen cosas como esta, las letras son los apodos de los profesores que les han examinado, las cifras son las notas que suponen pueden ponerles en los exámenes, así que los dos amigos van haciendo las cuentas de la lechera, por pasar el rato, por hacer más corto el viaje, y en realidad siempre están haciendo eso, con las notas, con los dineros, con los amores, haciendo cálculos en el aire, imaginando lo que podría ser con apariencia de lógica y de planificación y vocación de desastre, ahora mismo, en este tren, los dos van haciendo eso juntos, las cuentas de la lechera de las notas que podrían tener y no tendrán (al final lo sabremos) pero además van haciendo, por separado, en silencio, cada cual en su cabeza, otras cuentas de la lechera, unas cuentas amorosas, y es que resulta que uno de ellos conoce a una chica muy guapa que va a estar allí, en la montaña, y el otro también conoce a una chica muy guapa que va a estar allí, y lo del esquí es para los dos una excusa para ir a verla, pero ninguno de los dos le ha hablado al otro de ninguna chica ni de nada que no sea esquiar, y además resulta, quizás ya lo hayáis imaginado, que esa chica en realidad es una sola, que los dos están enamorados, o encaprichados, de la misma chica, y la película parece que irá de cual de los dos se quedará con ella, y en esa competición parece que uno tiene todas las de perder, porque es un eterno derrotado, se le ve en la cara, se le ve en los hombros caídos, y encima no sabe esquiar, se cae todo el rato, y el otro tiene todas las de ganar, porque es un suelto, porque es un listo, porque para lo bueno y para lo malo es del tipo invasivo y tramposo, pero la verdad es que sería muy triste si uno de los dos le ganase al otro, porque es muy triste que esa amistad de pronto se convierta en competición y que esa chica se convierta en trofeo por ganar, y si uno gana se nos estaría contando que eso de la competición es algo así como la realidad, una realidad más real que la amistad, así que solo pueden pasar dos cosas, que aparezca una segunda chica o que pierdan los dos, y en este caso pierden los dos, porque lo que ellos se figuraban triángulo no lo era, ninguno de los dos había sido nunca considerado por la chica, en esta historia no había en realidad geometría alguna, apenas sumas y restas en el aire, y es normal que así sea, porque si esta es ante todo la historia de dos tipos que hacen las cuentas de la lechera y nunca les cuadran con la realidad, entonces ninguno de los dos podía ganar en las cuentas amorosas, y tan poco ganan que el que no sabía esquiar al final de la película sigue yéndose al suelo cuando la pendiente se pone inclinada, no ha aprendido nada, ni siquiera a esquiar, o quizás lo único que hayan aprendido juntos sea a nunca desilusionarse, cuando la película termina ya están haciendo nuevas cuentas de la lechera amorosas, o puede ser, ahora que lo pienso, que sí haya algo que ha cambiado, y es que, en principio, el amigo eternamente suelto dice estar haciendo cuentas y planes por el amigo eternamente derrotado, ya no trama y calcula por sí mismo sino por el otro, y vaya uno a saber, la verdad, si eso es algo que han ganado o si es la enfermedad de las ilusiones que va ganando terrenos nuevos, consiguiendo que vivan ya para siempre en un futuro que nunca llegará a ser pero que hace del presente un tiempo alegre, un tiempo tan alegre que al chico de los hombros caídos le dan ganas de saltar y de bailar hasta metido en la cama, y quizás sea eso lo que han ganado, uno las ganas de ilusionar al otro, el otro la alegría que aunque ilusa remueve el cuerpo y si remueve el cuerpo será que, al menos un poco, algo tendrá de real. 
(Días de juventud, Yasujiro Ozu)

lunes, 9 de diciembre de 2019

susto o muerte

Ahí arriba están esas paredes desconchadas y un poco de cielo azul, qué cielo más despejado, y abajo hay lápidas, esto debe de ser un cementerio, tiene que ser un cementerio, poco antes hemos visto a un personaje anciano y alegre que de pronto se ponía mal y todos temían por su vida, así que pensamos que ya está, que ha muerto, y al poco vemos a gente hablando de lo repentino que fue todo y pensamos que sí que sí, que se ha muerto, pero resulta que no, era una falsa alarma, o era un ensayo, luego se morirá de verdad, apenas unos días más tarde, pero ahora no, ahora está vivo, al poco va a estar en pie y ligero como antes y hasta va a jugar al béisbol con su nieto, la película nos ha engañado un poco, la película ha jugado a darnos un susto, pero tiene su lógica, o tiene varias lógicas, porque así comprendemos mejor el susto que se han llevado los personajes mismos, esa tiempo de incertidumbre, esa llegada repentina de la muerte, aunque sea falsa alarma, aunque sea ensayo, ellos no viven pensando así en la muerte, en la posibilidad de la muerte, y de pronto se les aparece y hay que ver cómo eso les cambia el carácter, amansa a las fieras, a los jóvenes los hace más graves y a los viejos más ligeros, que quizás venga a ser lo mismo, tomarse la vida en serio es sentir su fugacidad, es al mismo tiempo tener cuidado con las decisiones que vamos a tomar y agarrar el presente, y es que algunas de las decisiones que tomemos, en este caso posibles bodas, lo que van a determinar es qué será el presente durante los años por venir, no determinan el futuro, que es algo lejano, determinan un montón de momentos presentes, un montón de momentos que irán siendo, uno a uno, cercanos, pero a los viejos eso de los años por venir ya no les importa, sólo hay el presente de ahora mismo, así que los aligera, sí, todo eso lo puede el susto de la muerte, el susto que se llevan los personajes, el susto que nos da la película, pero también tiene otra lógica ese susto, ese engaño, porque esta es una película llena de engaños, se hacen las cosas diciéndolas a medias, se espía, se sigue, se calcula, hay una escena muy graciosa en la que el anciano quiere escaquearse de los juegos con su nieto para ir a visitar a una antigua amante y el nieto se empeña en jugar al escondite, el abuelo la liga, así que se supone que tiene que dejar pasar el tiempo y luego buscar al nieto, pero el abuelo en realidad lo que hace es aprovechar para, a escondidas, escabullirse de la casa, así que el nieto acaba buscando al abuelo del que se tenía que esconder y el abuelo se escabulle del nieto al que tenía que buscar, y es que a ese abuelo siempre le vigilan y le siguen un poco, para enterarse de a dónde va cuando se escabulle, y cuando está ausente hablan de sus correrías, de todas maneras en esta película los personajes pasan más tiempo hablando de los ausentes que de sí mismos, como si fuese difícil eso, hablar de uno mismo, de cómo vive uno mismo, y fácil lo otro, hablar de los demás, de cómo viven los demás, la verdad es que es un poco agobiante eso, el tiempo que pasan, que pasamos, ocupándonos de ordenar cómo deben de vivir los demás (espiándolos, organizándoles encuentros para posibles matrimonios, decidiendo qué es bueno y malo para ellos), de esas cosas sólo se escapan los muertos, que no hablan de los demás y de los que, es cierto, se habla mucho, pero sobre los que nada se puede decidir ni influir, se sabe donde están, ahí, en el cementerio, pero van a estar ahí para siempre, no se van a mover, y al mismo tiempo están sin estar, a los muertos no se les puede espiar, lo más que podemos espiar es que les pasa a los vivos cuando la muerte ha pasado cerca, ver algo de esa gravedad y de esa ligereza, ver, quizás, suspendido el tiempo del engaño, y quizás la película, con sus engaños que buscan hacer sentir verdades, también sea eso, regalar nosun poco de tiempo suspendido, regalarnos un poco de susto y que, aún así, siga la vida. 
(El otoño de la familia Kohayagawa, Yasujiro Ozu)


domingo, 8 de diciembre de 2019

home run



Hay tres mujeres, van muy elegantes, mirad los guantes, mirad los bolsos, mirad las manos cruzadas sobre los bolsos, y están sentadas en unas gradas, no sé si adivinaréis dónde están, mejor os lo digo, están en un partido de béisbol, en realidad en esta película los personajes están cada dos por tres yendo a sitios así, a lugares de ocio, aunque algunos trabajan, pero no sabemos muy bien en qué consiste ese trabajo, lo que importa es ese otro tiempo, el tiempo libre, el tiempo en el que uno tiene que pensarse qué hacer, cómo ocuparse, cómo sentir que ese tiempo merece la pena, y los personajes a veces van al teatro, o al cine, o a jugar al pachinko, que es algo parecido a un pinball pero vertical y en el que se pueden ganar cosillas, o al velódromo a apostar, o simplemente a beber o a comer, parece que importa no estar en casa, porque el matrimonio al que más vemos no se lleva bien, tampoco muy mal, simplemente no tienen nada que hacer con el tiempo en común, así que ella se va con sus amigas, es la que están en centro ahí, en las gradas, y él se va con sus amigos, a buscar algo que les anime, él dice que se siente bien con el pachinko, que acaba de descubrir, jugando puede estar solo y concentrado en medio de un montón de gente, uno de sus amigos, con el que estuvo en la guerra, recuerda esos tiempos de guerra como tiempos de diversión, pero él no, él no se deja llevar por esos recuerdos, simplemente vive y trabaja y sale y siente el tiempo pasar, y ella también siente el tiempo de su vida pasar y sale todo lo que puede con sus amigas, pero la verdad es que no parece que aguante muy bien eso, el estar viviendo, el estar sintiendo pasar el tiempo, aunque ella no dice nada de eso, simplemente se lamenta del marido que le ha tocado, así que ahora está con las amigas en el béisbol, hace un rato una de ellas, la de la izquierda con el vestido gris y el sombrero blanco, dijo que le encantaba cuando había un home run, que es cuando el bateador le pega tan bien a la pelota que no hay manera de que nadie la atrape y todos los corredores marcan punto, lo acabo de leer, y supongo que lo que le emociona es esa emoción súbita, esa aparición ahí en el campo de juego de lo excepcional, de lo difícil, pero ahora mismo, si os fijáis, ellas no están mirando el juego, el resto del público está mirando en una dirección y ellas están mirando en otra, y eso es porque allí, entre las gradas, acaba de aparecer el marido de la mujer que amaba los home runs, ella no sabía nada de que él fuese a ir al estadio, y al poco aparece junto al marido una chica joven y, la verdad, muy guapa, y todo eso, ese azar, debe de ser en realidad mucho más interesante que el posible home run, porque todas están allí mirando y comentando, no saben bien quién será la chica, y le dicen a ella, a la esposa sorprendida, que se ha puesto pálida, aunque ella lo niega y nosotros no podemos saber si es verdad, no con ese plano, no con esa luz del atardecer, pero quizás sea cierto que se ha puesto un poco pálida, o que al menos le ha dado un pequeño vuelco al corazón, aunque sólo sea por la sorpresa, aunque sólo sea por descubrir que su marido no es exactamente lo que pensaba, y quizás la película va de eso, de las cosas que pueden hacer que nos lata un poco más rápido el corazón, o un poco más lento, aquellas cosas que de pronto le dan al tiempo otra cualidad, y los personajes lo buscan en esas cosas del ocio organizado, esas cosas del ocio fuera de casa, teatro, cine, deportes, apuestas, pachinko, y también en esa otra forma del ocio un poco más retorcida, la mentira, la película empieza con una mentira un poco complicada y ridícula y a partir de ahí vienen otras que la mayor parte del tiempo son, además, innecesarias, se miente cuando se podría decir la verdad, quizás porque el simple hecho de mentir la da a lo que se hace otro sabor, le da un poco más de emoción, y ahora que lo pienso esa mirada de las tres mujeres, claro, es una mirada hacia una mentira descubierta, ellas hace un rato también mintieron y ahora están descubriendo la mentira en uno de los maridos, la mentira es una forma de ocio mejorado, le da a la vida un poco de ficción, pero en realidad no parece que ni en el ocio ni en la mentira los personajes acaben de encontrar eso que buscan, esa emoción, esa sensación de estar vivos quizás, siempre están en el fondo un poco tristes, o un poco apagados (y eso que todavía no llegó a sus casas la televisión y al menos tienen que salir de casa), como si se viesen a sí mismos desde afuera, ahí, viviendo eso, ser espectadores, ser jugadores de pachinko, ser mentirosillos, como si se vieran desde fuera y les decepcionase ser eso, estar ahí, viviendo esas vidas sin ninguna ficción, como si hubiesen esperado otra cosa de la vida alguna vez, en algún momento, y les quedase el recuerdo de eso, no de lo que habían esperado, pero sí de que habían esperado, les queda el recuerdo de una esperanza sin que recuerden el objeto de esa esperanza, y entonces algunos de los personajes se montan historias en su cabeza, se la llenan de algo que quizás no es real pero que al menos tiene el mérito de ser eso, una historia, y en ese momento ya no es que estén apagados, están de veras infelices, está subiendo la pena por su cuerpo, se les está subiendo a la cabeza, les está nublando la vista, les está nublando la vida, y hace falta algo, un azar, un pequeño milagro, para que de pronto esa nube se disipe y se les aparezca tal cual el presente, un presente íntimo, un presente casero, y de pronto acepten estar viviendo ahí, acepten verse viviendo eso, y no se trata de una renuncia, no, renuncia era lo otro, el pachinko, el velódromo, la mentira, se trata de un despertar, que es como un home run pero que le sucede a uno mismo, se trata de la felicidad de sentirse de pronto presente y atenta, de sentirse aquí y no allí, siempre allí, fuera, en otra vida. 
(El sabor del té verde con arroz, Yasujiro Ozu)

miércoles, 4 de diciembre de 2019

de los hombros caídos



No podéis ver casi nada, es al anochecer, la imagen está muy oscura y si no lo estuviese sería aún más oscura, no una oscuridad de lo que no se ve sino una oscuridad de lo que se ve, una oscuridad de lo que quizás podéis adivinar que cuenta, aunque tampoco hay tanto que se pueda adivinar, si os fijáis bien podéis ver que ahí, en el centro, hay un hombre con gafas, con la cabeza gacha y los hombros caídos, y hay una mano de otro hombre que le sujeta a la altura del pecho y otra mano que está cayendo sobre la cara del hombre con gafas, es el instante justo antes de una bofetada, cuando la mano ya está lanzada y, aunque todavía no llegó al rostro, ya nada puede pararla, un instante que no dura nada pero que si durase el hombre de las gafas lo esperaría igual, con la cabeza gacha y los hombros caídos, sin defenderse, la imagen es oscura por la bofetada, pero es aún más oscura por esos hombros caídos, por esa cabeza gacha, por ese dejar que se le venga encima cualquier dolor que el mundo le envíe, os podría contar un poco de todo esto, aunque es un poco complicado, el hombre de hombros caídos y el hombre que golpea eran compañeros de universidad y malos alumnos los dos, aunque el que da el bofetón lo era por desenfado y desatención y el que recibe el bofetón lo era por incapaz, era el que más estudiaba de la clase y también era el que peores notas sacaba, hay algo así en esta historia, al que poco tiene poco le será dado, no vale para nada el esfuerzo, sólo se obtiene aquello que no se busca, aquello que no se persigue, y él está hecho para siempre perseguir y nunca obtener, de ahí los hombros caídos, de ahí la cabeza gacha, y es pobre y además es el único sustento de su madre, en cambio el que da el bofetón es rico, siempre lo fue, y ahora dirige la empresa para la que trabaja el que recibe el bofetón, y podríais pensar que si el jefe le golpea al empleado la cosa es sencilla, horrible pero sencilla, pero en realidad no, no es tan sencilla, el que da el bofetón (y en realidad no da un sólo bofetón, le da muchísimos) se siente traicionado por su amigo porque este le deja hacer lo que quiera y deja que le haga lo que quiera, que le golpee y que le quite a la novia, y no se queja porque no puede perder el trabajo (recordad, es el único sustento de su madre, pero además es que se acostumbró, o la vida le acostumbró, a recibir golpes y no devolverlos, y la película también va de eso, de hasta qué punto podemos llegar a ser otra cosa que aquello que nos hemos acostumbrado a ser, hasta qué punto podemos desear y obtener algo más en la vida que lo que ya tenemos) y este dejarse, este callarse y dejar que el rico y poderoso sea injusto, el injusto lo vive como una traición a la amistad, y al mismo tiempo lo que hace para acabar con esa situación, las bofetadas, sólo se lo puede permitir porque es el jefe, y la película va al final a concederle una pequeña victoria al que recibe el bofetón, al menos será el más afortunado en el amor, o en el matrimonio, y si no pasase eso, si el jefe no perdiese en algo, si el empleado no ganase en algo, la verdad es que todo sería insoportable, que lo es, esa ambigüedad del golpear para romper la situación misma que hace esos golpes posibles, como si el mundo fuese un mecanismo imparable, un mecanismo de romper y encasillar, como si sintiésemos todo ese peso del mundo como lo siente el hombre de las gafas, el de los hombros caídos, hombro caídos porque no hay quien pueda con todo ese peso que día a día se le viene encima, pero por una vez algo gana, gana el matrimonio con la chica a la que todos quieren, y aún así entra la duda, ella se casa con él porque no pensaba poder aspirar a más, no pensaba poder aspirar al jefe, que era a quién realmente quería, (no por jefe, sino por majo y de sonrisa luminosa y desenvuelto, y en realidad, claro, si él era así también era en parte porque era rico y no se pasaba las horas y los días sintiendo un peso sobre los hombros) y también porque cree que puede darle algo a ese hombre de hombros caídos, quizás algo de calma, algo de valor, algo de felicidad, pero al hacerlo renuncia a ese amor con el jefe, con el tipo brillante, el tipo al que le basta con aparecer para ser querido, porque a los que mucho tienen mucho les será dado, y no sabemos en realidad a qué se podrá parecer la vida de esa chica, si de veras va a ser feliz, quizás sí, pero sospechamos que a veces pensará en esa otra vida que habría podido vivir, esa felicidad diferente que habría sido la suya si hubiese vivido con el hombre de la alegre sonrisa y no con el hombre de los hombros caídos, y es que hay algo así en todo lo que pasa, todo es como ese momento de los bofetones, todo lleva por dentro, retorciendo las cosas, haciéndolas difíciles de aceptar y de vivir, algo así como un gusano que todo lo roe, el gusano de la injusticia, todo está rodeado de oscuridad y las formas de lo justo y de lo injusto se confunden, como si la injusticia fuese parte misma del aire que respiran, del aire en el que viven, porque esta es una historia desesperada, y en ese aire que les rodea, ese aire que está hecho también de injusticia, los personajes pueden ayudarse o golpearse, pueden amarse o resignarse, pero lo que nunca pueden es salir de él, uno no puede salir del aire, y quizás por eso ahí, en el momento de los bofetones, todo sea tan oscuro y la oscuridad sea como un peso, un peso que cae sobre los hombros, es el momento mismo en el que la vida para todos los personajes se vuelve peso, y aunque luego venga, quizás, la felicidad, no podrán, creo, olvidar que estuvieron ahí, olvidar ese momento, olvidar esa conciencia, aunque sólo sea a veces, cuando caiga la noche, cuando caiga la oscuridad.
(¿Dónde están los sueños de mi juventud?, Yasujiro Ozu)

lunes, 2 de diciembre de 2019

un uso de las barbas



La chica está ahí con un vasito de porcelana, no sé, quizás sea un vasito de té, y no está bebiendo, no, así no se bebe, de hecho ni siquiera había té en el vasito, ni agua, ni sake, ni nada, la chica lo estaba secando mientras escuchaba una conversación que tiene lugar a sus espaldas, si os fijáis veréis que ahí, en el hueco que deja ver el biombo, hay un hombre borroso, un hombre con traje, ha venido a hablar con la madre de la chica de una propuesta de matrimonio que la concierne a ella, a la chica, pero estas cosas, claro, se hablan con la madre, no son cosas del amor, son cosas serias, así que la chica escucha esas voces que hablan de lo que podría ser su futuro y dos veces se lleva ese vasito a la boca y lo sujeta entre el labio superior y la nariz, si os fijáis veréis que la mano no está sujetando el vasito, lo está dejando en el aire, la gracia está en que se sostenga así, apretándolo entre el labio y la nariz, es un gesto que no sirve para nada, que no cuenta nada, y sin embargo es bonito, si la chica no lo hiciese el personaje sería mucho menos bonito y quizás nos daría igual con quién se case, pero como hace eso, sujetar el vasito con el labio y la nariz, pues nos importa un poco lo que le pase, y además os he engañado un poco, tampoco es tan arbitrario ese gesto, ese vasito que tapa la cara, porque el chico al que la chica quiere tenía (y ella cree que sigue teniendo) una barba que es para verla, una barba que parece bastante de mentira, yo diría que era una barba de mentira, una barba entre realista y de risa, porque la película es de reírse, es de acabar de buen humor, que se agradece, pero en la película es una barba de verdad y al chico que la tiene le da una seguridad rara pero también le da muchos problemas, no consigue trabajo por culpa de esa barba y hay veces que las chicas le hacen burla, así que acabará por afeitársela, se lo ha recomendado esta chica del vasito, esta chica que ahora, en este instante, se está sujetando algo sobre la cara que es como una barba, una barba de porcelana, algo inútil, algo incómodo de llevar por la vida, una no puede ir por ahí sujetando un vasito con el labio y la nariz, hay que dejarlo caer, como hace el chico con la barba, y al chico nada más dejar la barba le dan trabajo y se le enamoran todas las chicas que importan un poco en la película, que son tres, la del vasito y otras dos, la cosa es así de sencilla, así de chistosa, de verdad, hay muchas otras cosas que tienen que ver con la apariencia, hay que verle disimular que todavía no se he podido comprar unos calcetines, hay que verle ponerse una barba que ahora sí que es falsa, falsa de verdad y falsa de película, para resolver un problema que tiene, un problema criminal, un problema con una chica, y en realidad hay en todo este ir y venir de las apariencias y de los amores y de las chicas algo un poco gratuito, como el gesto de sujetar el vasito entre el labio y la nariz, pero es bonito ver el gesto y es alegre ver todos esos trajines, y si el gesto es bonito y los trajines son alegres quizás no sean tan gratuitos, no es poca cosa la alegría, no es poca cosa el ver cómo se puede fabricar, cómo se puede compartir, no es poca cosa que al cabo los personajes acaben libres de todo peso, peso criminal, peso de una barba, peso de un destino decidido por otros, no es poca cosa aprender a llenar el tiempo así, de disfraces y de juegos y descubrir la complicidad que hace falta para que los juegos funcionen, para que las cosas se tomen con ligereza y las barbas caigan y vuelvan a crecer y vuelvan a caer y vuelvan a crecer y así vayan las cosas. 
(La bella y la barba, Yasujiro Ozu)