Tirando de memoria y mientras se cuecen los calabacines, hablemos de Rancho Notorious, hablemos de Fritz Lang, cineasta con mono de peluche fiel que le acompañó hasta dentro de la tumba, hablemos de ese día en que Fritz Lang, el infalible, hizo un plano malo, un plano que no montaba.
Hacia el principio de Rancho Notorious, esa película que empieza como otras terminan, por el beso de la chica y el chico, esa película de mujeres baleadas, hay un plano que no monta, que no se engarza con la elegancia esperable en el montaje. Un tipo malo ha matado a la chica y se va a largar a caballo, el bueno lo ve de lejos, ve al malo subirse al caballo, y ahí llega un plano detalle del pie del malo entrando en el estribo, de un salto, y ese plano le queda feo a Fritz Lang, no monta bien, como si hubiese un fallo de raccord. Y ya es raro que algo le quede feo a Lang.
El bueno parte en busca de venganza y se acaba integrando en una banda de malhechores. Sabe que uno de ellos es el asesino de su chica, pero no sabe cual, y sospecha de todos. (El bueno está interpretado por Arthur Kennedy, que les daba una inquietante presencia psicópata a los buenos que interpretaba.)
Al cabo de una hora de película (a ojo de buen cubero) uno de los malhechores se sube al caballo de un salto, y vuelve el plano detalle del pie entrando en el estribo. Y comprendemos que el bueno ha reconocido al asesino por ese gesto, esa manera particular de subirse al caballo.
El personaje recuerda la manera de subirse al caballo y por ello reconoce al asesino. Pero sería un poco iluso esperar que el espectador hubiese reconocido esa manera de subirse al caballo como peculiar, incluso filmando el detalle. De lo que se acuerda el espectador no es del gesto, es del plano. Y se acuerda de él porque era fallido, porque en una sucesión constante de puesta en escena impecable ese plano fallaba, no montaba bien. Y así, al volver el plano fallido, ve lo mismo que ve el personaje, pero por razones diferentes, por conocimientos diferentes, uno por su conocimiento del “lenguaje” de los gestos del cowboy, el otro por su conocimiento del “lenguaje” cinematográfico.
No pretendo decir con esto que el espectador piense en términos de bien y mal montado, esto se produce de manera inconsciente, pero Fritz Lang tiene en cuenta ese inconsciente formal a la hora de resolver su problema narrativo, cómo hacer que el personaje y el espectador vean lo mismo en ese momento de la película.
Tampoco pretendo que esto sea infalible, y puedo dudar que siga funcionando para un espectador contemporáneo. Sin ir más lejos en Inglorious Basterds Tarantino hace algo en cierto modo similar, en la secuencia de la taberna, al filmar de manera singular respecto al resto de la película la mano del oficial escocés cuando pide tres whiskys, con su manera peculiar, no alemana, de utilizar los tres dedos centrales de la mano para indicar el número tres (se dará una recompensa en concepto de caña con tapa a quien nos diga de qué película ha robado la idea Tarantino, yo no tengo ni idea). Lo bueno de la secuencia es que sigue, estamos a punto de olvidar el detalle (ahí está el detalle, que diría Cantinflas) y de repente, al cabo de cinco minutos, el detalle vuelve a ser importante. Pues bien, a pesar de las precauciones clásicas de Tarantino para que se llegue a comprender lo que sucede, hay espectadores que no se enteran.
No me despediré sin anunciar que cuando le eche la mano al dvd de Rancho Notorious caerá un texto más completo sobre la película.
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