jueves, 25 de noviembre de 2010

Bronco Bullfrog (en diferido)




Vista hace un par de meses en un festival. Ante todo por el título, que hace feliz con solo pronunciarlo. Y también por el género, película de final de adolescencia rodada en los sesenta. Como Los amores de una rubia, como Le départ. Menos virtuosa, menos inventiva, pero sincera y libre.

Primera secuencia. Vista de una barriada de la periferia. En el plano siguiente un grupo de chavales, de unos diecisiete años, mods, o que querrían serlo, van por la calle, pasándolo bien. Se acercan un bar. Parece que van a entrar. Corte al interior del bar, la puerta de cristal. La mano de uno de los chavales, en vez de empujar la puerta, rompe el cristal de un puñetazo. Han entrado a robar. Casi no hay dinero. Unas monedas y unas galletas.

Luego la película irá a su aire, se centrará en uno de los chavales, que se compra una moto y empieza a salir con una chica. Pero aparecerá también un tal Bronco Bullfrog, un chico del barrio que ha estado en el reformatorio y se ha escapado. Que vive como puede y prepara pequeños golpes. Llevará al protagonista y a otro chaval a robar un tren de mercancías.

(En un momento memorable aparecerán los guardias y los chicos se esconderán. El que se ha quedado más cerca, en cuclillas entre dos vagones, a un par de metros de los guardias, aguantará los nervios, pero al alejarse los guardias vomitará. Quizás por la tensión acumulada, o porque se ha estado aguantando el vómito nervioso en la boca mientras los guardias estaban al lado, para no hacer ruido.)

Bronco Bullfrog aparece de vez en cuando en la película. Es extraordinariamente amable. Vive en un mundo real de problemas de dinero, robos y clandestinidad, sabe mucho más que los otros chicos, pero al mismo tiempo parece un niño. Tiene cara de niño y un comportamiento que obedece más a las leyes de la infancia, en su vertiente más leal, que a las de los adultos.

La película se va al campo con el protagonista (que no es Bronco) y la chica. Los busca la policía, porque ella es menor . En un breve momento bajo los árboles aquello parece una película francesa de los años treinta. (En cierto modo Bronco Bullfrog es una hermana pequeña de esas películas de libertad, amor y amistad, en los confines de la marginalidad, un mundo paralelo de infancia recuperada, como algunas de Borzage, Vigo, incluso Renoir (la pareja de Monsieur Lange), Yuan Muzhi. También Le déaprt podría ser de esa familia. “Gente bella como una película de Nicholas Ray.”)

Cuando vuelven ala ciudad, convertidos en fugitivos, sucede algo memorable. Se refugian en el piso de Bronco. Que no ha vendido nada de lo que ha robado. Nada. Vive rodeado de cajas y demás embalajes. Cada vez que necesitan algo tiene que abrir un embalaje.

Bronco dormirá en una manta, al pie de la cama donde dormirán el chico y la chica.

Al amanecer el chico querrá desayunar cereales. Pero no hay ni un tazón en la casa. Bronco no ha robado tazones. Así que el chico tendrá que quitarle el plástico a una cacerola y comer en ella los cereales con leche. Habrá una hermosa panorámica, desde la chica hasta el chico. Ella le mira comer. En ese plano está toda la ternura.

En Bronco Bullfrog el guión va a saltos hacia ninguna parte, con libertad. No es un reflejo de la sociedad, es una vía de escape hacia la vida. En lugar de hábil dramaturgia hay un sentido de todo el partido que se le puede sacar a situaciones sencillas, como si estuviese rodada a la manera de los años diez, sin guión previo, según lo que se iban encontrando. Hay un amor constante de los personajes, que inevitablemente conduce más allá de la realidad, porque la película es generosa con ellos, porque son reales. Sus lugares, su voz, sus cuerpos son reales. La película no persigue el realismo o su apariencia, no lo necesita, está en la realidad. La verdadera atención a la realidad, no su simulación, conduce más allá del realismo, a la verdad quizás, o a la libertad.


Los vikingos. Un cuerno "enorme" y peludo



Los Vikingos de Fleischer, anoche, en televisión. 

Debí de ver sólo la primera parte y el final (entremedio: periódico, vino blanco, teléfono, parchís, vino tinto, pintura al acrílico, cepillo de dientes). Otro miembro de la redacción sabemos que vio, al menos, la segunda parte. 

De pequeño yo tenía un casco vikingo de plástico... Y cambio de renglón.

Estaba pensando en lo que hace la película de Fleischer cinematográficamente tan buena. Últimamente he estado leyendo bastante teatro. Y, desde el punto de vista del teatro, la película es floja. Me refiero a la resurrección de los vikingos. (No, tranquilos, no la vi mucho rato, sólo de reojo, ya sé que no hay resurrecciones en la película). Sin embargo, en las tablas de un teatro, estos vikingos podrían haber resucitado. Casi iba a decir que con soltura. Y para eso no habrían hecho falta figurantes, ni paisajes nórdicos, ni barcos que flotan, ni... Les habría bastado con un casco de plástico, como el mío, de juguete.

Igual que siempre hay toneladas escritas, en la red o donde queráis, sobre la falta de rigor de la película. O sobre su extraordinario rigor, que es lo mismo. La voz en off que la presentaba anoche, valiente como para hablar justo antes de que lo hiciera Orson Welles en los títulos de crédito (ahora que en TVE los talking heads no hacen anuncios, hacen crítica) insistía en que la película era "enorme". Que habían construido una réplica del barco vikingo que tienen en un museo de Oslo, por ejemplo.

La película es cinematográficamente fuerte y sería una lástima que eso se confundiera con barcos grandes, fotografía de cataratas, pantalla ancha, hierba verde y hierba marrón. Y ojo al mismo tiempo, porque de todo eso, en la película, lo hay. Montones de figurantes que corren, no se sabe si haciendo la película o el making-off. Escenas dibujadas como con storyboard. Etcétera. Hay mucho National Geographic. Y en este sentido es una película de plena actualidad, para la profesión.

M. que la miraba un poco conmigo dijo en un momento dado: "es por los colores". Y yo mismo he dicho eso muchas veces, lo reconozco. Pero creo que anoche había más, a partir de menos.

Una de las cosas inolvidables del principio, en la llegada de los vikingos al pueblo, es cuando uno de ellos toca desde un acantilado un gran cuerno colgado de un palo (me entraron ganas de volver a ver Vertigo, creo que por el uso de las alturas en la película pero puede que sea también por el cuerno). Bien, pues ese cuerno se graba, ya no se olvida. Luego están los cuernos más pequeños, los de los cascos vikingos, más o menos de verdad, puede que también los de algún animal (no sé si lo vi o no lo vi), y los barcos también tienen cuernos, claro. Y los mangos de las espadas (Tony Curtis lleva colgado del cuello un amuleto que es la punta del mango de una espada). Y los cuernos de la luna.

La película es cinematográficamente fuerte por los mismos motivos que, digamos, Eisenstein. Lo grande está en lo pequeño y lo pequeño en lo grande, y lo grande es en la película poder pasar de una cosa a otra. En este sentido puede decirse que es una película de oficio, que no inventa nada. Pero sabe muy bien todavía (1958) en qué consistía ese ¿enorme?, ¿pequeño? truco de pasar de una cosa a otra, como a través de los anillos de un microscopio, luego un telescopio, luego un microscopio...

¿Os perdisteis la presentación de Kirk Douglas? Pues es buenísima, un truco de magia. Está al final de la primera secuencia con los vikingos. Estaba pensando al ver esa secuencia que los vikingos remando juntos en el barco, con sus barbas, sus trenzas y sus pelos largos, parecían un montón de hippies (luego he visto que en la red, alguien más riguroso cronológicamente que yo, hablaba de "beatniks". Pero no, en mi opinión no: los beatniks eran distintos, más cool. Esta es una película más bien visionaria sobre la década siguiente, sobre los hippies. ¡La de cerveza que se bebe en ella! E incluye gran cantidad de chistes sobre los ingleses, lo que la convierte en la película idónea para ver la víspera de un viaje a Londres). 

Estaba pensando en todo esto, al ver todo ese pelo junto, cuando llegó la presentación de Douglas. ¡Y resulta que el pelo es fundamental también ahí! Él está en el poblado, dentro de una cabaña, revolcándose con una vikinga. De modo que lo primero que se ve de él son los brazos y el cuerpo, está tumbado en un camastro pero con toda la melena rubia de ella tapándole la cara. Entonces suena el cuerno y los dos saltan de la cama. Pero, oh, vaya: el pelo, la melena rubia, no era de él, porque él lo lleva corto, a la moda de 1958, a cepillo. Casi beatnik. Y por supuesto está recién afeitado. (Más adelante los otros vikingos hacen bromas con eso, dicen que se cree tan guapo que se afeita la cara). 

Creo que no es sólo cuestión de la imagen de Douglas, del vestuario. Al principio tal vez lo fue, y luego pasó a la película. Tiene que ver con aspectos generales, con el montaje de la película por ejemplo. Porque como digo hay en ella mucho cine y lo cierto es que lo del pelo o no pelo de Douglas está en relación directa con todo lo demás. Para decirlo de una vez, está en relación con su pueblo (él es el príncipe de los vikingos). Su pueblo que corre sobre la hierba verde o marrón, cuando suena el cuerno. Porque son numerosos y fuertes como el cabello y los pelitos de la barba de su príncipe, estos figurantes. Pero este va a ser un príncipe trágico, es decir, rapado. El padre, el rey, tenía más pelo.