miércoles, 25 de julio de 2018

un barrido con la mirada



Son dos barrenderos en una estación de tren, dos barrenderos que no barren pero que miran hacia la izquierda, miran hacia una recién casada y hablan de ella, nosotros nunca la veremos, tan solo sabremos que para uno de los dos, el que parece más mayor, es demasiado delgada, y es que así parece que animan su momento de descanso los dos barrenderos, hablando de las recién casadas que se han visto ese día en la estación, hablan de ellas y nosotros no las veremos y en realidad a los barrenderos que no barren tampoco volveremos a verlos, porque la película no va de ellos, no, ni la historia empieza de veras en la estación de tren, tan solo da la casualidad de que desde la ventana del lugar en el que va a empezar la historia se ve la estación de tren, y en ese lugar está teniendo lugar una boda, así que todo rima un poco, no hay continuidad de los personajes pero sí de la idea, y quizás uno podría pensar que ya puestos la película podía haber empezado directamente allí, en la boda, con los personajes de la película, no con esos barrenderos de paso, pero en el fondo vaya uno a saber dónde empieza de veras una historia, y puestos a no saber dónde empieza quizás sea mejor empezar a contarla por cualquier parte, y que esa parte sea lo más cualquiera posible, que sea la puerta que menos anuncie lo que está por venir, como pasa a veces con esas fachadas que no parecen gran cosa y luego uno entra y resulta que detrás hay un patio que parece una selva o una librería caótica o un laberinto que da al mar, mejor empezar por el lugar más lejano del centro, como recordando que la historia podría haber sido otra, que podría haber tenido otros centros, y también tiene gracia empezar por la basura, como en aquella película de Lubitsch que empezaba en Venecia, sí, pero empezaba con un tipo echando un montón de basura a su góndola basurera y luego poniéndose a cantar con una voz de ópera, una voz que si la oyes de lejos no imaginas que el hombre que canta esté haciendo la recogida de basuras, y está bien que la película te diga que también podrías imaginar eso, o también que no hay que fiarse de un cuerpo, o que no hay que fiarse de una voz, y tampoco la de Lubitsch era la historia del basurero cantante, a él no le volvíamos a ver, era la historia de unos ladrones de guante blanco, pero algo podíamos recordar luego de la voz y el cuerpo inesperados, sin saber cual de los dos era la apariencia y cual la realidad (y la respuesta sería que ni el uno ni el otro ni lo contrario, claro), también de esa entrada en la Venecia de los ricos por la puerta trasera, y en esta película que empieza con los barrenderos que no barren y comentan recién casadas en una estación de tren también acaba resultando que ya estaba la película ahí, en ese primer momento, mientras hablaban los barrenderos, porque es una película de matrimonios y es también, en cierto modo, una película de trenes, una película que es como el largo camino que llevará a un padre a reconocer la existencia libre de su hija, la existencia de ella fuera de la voluntad de él, y el final de ese largo camino tomará la forma de un improvisado viaje en tren para ir a verla a Hiroshima, un viaje en tren del que tampoco veremos gran cosa, y del que sobre todo no veremos la llegada, de hecho no veremos nada de ese encuentro hacia el que conduce la película, veremos su eco en otro encuentro, veremos el punto en el que el círculo de esa historia central se cruza con otro círculo, o el punto en el que esa historia se refleja en otra historia y se dan cada una un poco más de sentido, y esto en el fondo tiene su gracia, como empezar con los barrenderos, como empezar con el gondolero basurero, esto tiene su gracia y al mismo tiempo es quizás una de las cosas que de veras cuenta la película, que una historia no es una sola sino varias al mismo tiempo, quien dice una historia dice una vida, y una de las cosas que acaba aprendiendo el personaje principal es a reconocer que la historia de su hija se cruza con su propia historia pero no se confunde con ella, y que está bien que así sea, que incluso en los momentos de mayor unión las historias sigan sin confundirse, puedan reflejarse, alejarse y acercarse, torcer la una el sentido de la otra sin imponerse a ella, y sin saber siquiera en qué momento estuvieron de veras más unidas.
(Flores de equinoccio, Yasujiro Ozu)

sábado, 21 de julio de 2018

con calcetín sudado

para Santos

Es el reencuentro de un marido y una esposa en una pequeña ciudad de las montañas, un reencuentro inesperado tras lo que podía parecer ya para siempre una ruptura, y eso que hay en la mano derecha de él, no sé si veis, esa cosa negra, es un calcetín, un calcetín negro que él se acaba de quitar, porque la escena sucede cuando él acaba de volver del trabajo, un largo y caluroso día de trabajo en la oficina de una fábrica, y cuando ha comprendido que su esposa estaba allí, que había venido por sorpresa, él estaba quitándose los calcetines, esos calcetines que deben de estar bastante sudados y que quizás lleva todo el día pensando en quitarse, el otro calcetín está en el suelo, si os fijáis lo podéis ver ahí, en línea con los pies de ella, y eso de quedarse con el calcetín negro en la mano es como el toque sudado en la escena de emoción, o quizás sea una forma de pudor, con el calcetín en la mano no la puede tocar, en realidad en toda la escena no se tocan, no sé si os dais cuenta, es el reencuentro de un hombre y una mujer y no se tocan, se hablan pero no se tocan, tocan otras cosas, calcetines sudados, por ejemplo, y además él se quita el reloj, mientras hablan de cosas que deciden cómo van a vivir a partir de entonces él sigue con los gestos cotidianos, los gestos de ir quitándose las ropas y objetos del trabajo, las ropas y objetos del estar fuera de casa, en la película los hemos visto despertarse unas cuantas veces, hemos visto cómo va él al trabajo, hemos oído a algunos de sus colegas hablar del ello, el asombro cotidiano de toda esa gente en tren, de toda esa gente llenando oficinas, y también le hemos visto a él volver de casa y quitarse la ropa, y según cómo se quitase la ropa y cómo la recogiese o no ella podíamos saber lo que iba pasando entre ellos, importaba una camisa que se oculta porque tiene una mancha de carmín, importaba un pantalón que se dobla con cuidado, importaban todas esas variaciones en esos gestos que se repiten día tras día, y es que la película quizás vaya de eso, del día tras día, de la repetición, de pronto uno se da cuenta de que los personajes hablan mucho de la vida de trabajador asalariado, los que no son asalariados envidian a los asalariados, y los asalariados envidian a los que trabajan por cuenta propia, hablan de ello con algo de asombro, como si se estuviesen dando cuenta de algo, una ley, un monstruo, un castillo, que siempre estuvo ahí y que nunca habían visto, aunque también da la sensación de que ese asombro quizás sea también algo cotidiano, pero es extraño oírlo tanto, es extraño oír hablar tanto de algo que es la realidad de tanta gente, es extraño oír hablar tanto en una película de lo que siempre está ahí, y llega un momento en el que uno no sabe muy bien si está viendo una película sobre vida matrimonial con vida asalariada de fondo o una película sobre vida asalariada con vida matrimonial de fondo, o si las dos cosas se encuentran y quizás sea una película sobre las certezas de la vida cotidiana, la certeza de los días y las noches, la certeza de los gestos que, más o menos, se van a repetir, y qué hacer entonces con esa certeza, y también, al borde de esas certezas, el recuerdo de que se nace y el recuerdo de que se muere, hay un personaje del que se dice que nunca se vio a un oficinista más feliz de serlo, y es aquel que está enfermo y para el que las certezas de los días y las noches son estar en cama sin poder respirar y contando los días desde la última vez que pudo vivir y caminar normalmente, sí, hay un personaje que ya no se quita los calcetines al volver a casa, que ya no se quita el reloj, que ya no toma el tren en hora punta, que ya no se pasa el día sentado en una oficina, y es algo triste, todo es cuestión de desde dónde se mire, desde dentro o desde fuera, desde el principio o desde el final, pero al cabo nos quedan los personajes que sí viven en la certeza, aunque han descubierto lo frágil que es, y quizás no acaban de estar seguros de que tenga o no un valor, de que merezca o no la pena, pero siguen adelante con ella, de otra manera, en otra ciudad, mientras en el suelo hay un par de calcetines negros y afuera, en el cielo de la ciudad, una chimenea de la fábrica echa un humo negro sobre un fondo de montaña y nube blanca, y ya no sabemos si lo que vemos es el humo negro, la nube blanca, o los dos, y quizás la cámara no haga tanta diferencia entre humo y nube, para la cámara lo mismo son encuentro y separación, lo mismo son nube y humo, son algo que se mueve, son algo que el viento mueve.
(Primavera precoz, Yasujiro Ozu)