sábado, 25 de abril de 2015

¿algo cambió?



... como piedras lanzadas al vacío del valle en un descanso del autobús, como palabras lanzadas al vacío de otro corazón, eso decíamos, y queríamos creer que no, que el vacío no existe, que toda palabra cae en algún lugar, que toda palabra puede crecer, pero ahora recordamos otras palabras que se dicen en el autobús, como dejándolas caer, ahora recordamos que ya otras chicas se fueron del otro lado de los montes hasta Tokio, ya otras chicas se fueron porque la familia no tenía dinero, para hacer ese trabajo que no se puede decir, ese trabajo que hace evitar la mirada de los vecinos al partir, que hace bajar la vista al conductor cuando piensa en él y que solo la otra mujer, la que coquetea y bebe y en el fondo es buena, se atreve a nombrar, prostitución, sí, ya otras chicas se fueron del otro lado de las montañas y nunca volvieron, como vidas arrojadas al vacío de la ciudad y de la necesidad, ninguna vida es un vacío, pero toda vida se puede perder, y además esto no es más que un viaje en autobús, apenas unas horas, a qué soñar, ya no hay tiempo para cambiar lo que será, allí en el autobús las vidas de estas chicas tan solo están de paso hacia otro lugar,  son como piedras arrojadas al vacío que el señor Gracias no volverá a ver...

... aunque él podría, claro, cambiar las cosas, por una vez podría cambiarlas y que la chica no se tuviese que ir lejos de los montes, al vacío de Tokio, sí, podría quedarse con él, no sabremos lo que pasa, a lo lejos veremos al autobús llegar a su destino, sin saber si estas dos vidas apenas se han cruzado durante unas horas para no ser ya más que un recuerdo la una en la otra o si estas horas han bastado para cambiar dos destinos...

... pero entonces recordamos que cuando el autobús paró y todos bajaron a estirar las piernas y estirar los brazos y lanzar piedras al vacío y ya luego casi todos volvieron a subir, el conductor, el señor Gracias, a punto de subir él también, se detuvo y se quedó mirando allí a lo lejos,  al lugar donde apareció una chica de blanco, una chica que se acerca a él y le habla con una voz que parece venir de muy lejos, una voz como de fantasma, y oímos que ella ha estado trabajando en la construcción de una carretera y que a menudo se vieron ella y el señor Gracias, probablemente se hablaron como se han hablado antes el señor Gracias y la chica que va camino del vacío de Tokio, se hablaron él y la chica de la carretera con palabras lanzadas al vacío, con palabras que son como una mano tendida que no llega a acariciar, aunque hay que ver cómo la mano de ella acaricia el autobús, y ahora la construcción ha terminado y ella no tiene tiempo de rodar en autobús por esa carretera que ha construido, ella tiene que irse ya, a lo lejos en el monte vemos a ese pueblo de blanco, ese pueblo como de fantasmas que construyen las carreteras por las que no viajan, y sabemos que ella y el señor Gracias no se volverán a ver y apenas serán el uno para el otro un recuerdo que no sabrán si es feliz por haberlo vivido o triste por haberlo perdido...

... no es poca cosa este encuentro de la mujer de blanco y del señor Gracias, es hasta cruel, por la voz de fantasma de ella, por el tono irreal, porque de pronto ese posible amor parece mucho más desgarrador o loco o mágico que el que podría haber entre la chica camino de Tokio y el señor Gracias, sí, y eso no es cruel con la chica de blanco ni con él, sino con la chica que espera en el autobús, la chica real que no habla como un fantasma, que no flota en un kimono blanco...

... y el señor Gracias podría aún así cambiar la vida de la chica que va camino de Tokio, podrían, la palabra no se dice, casarse, aunque sería todo muy extraño claro, así no se hacen las cosas, decidir su vida por cuatro palabras y tres miradas intercambiadas en unas horas de autobús, cambiar de vida quizás por amor, pero también por dolor y por compasión, a saber qué historia podría haber tras eso, nos toca a nosotros imaginarlo, si elegimos que la historia termina, digamos, bien, mientras vemos al autobús alejarse hacia su destino...

... pero en realidad hay algo terrible en la vida del señor Gracias, tan amable y tan guapo, y es que a cada vez que sonríe y da las gracias, cada vez que es amable con una chica, parece que aquello podría ser una historia de amor, y en cierto modo lo es, es el señor Gracias de todas esas chicas que cruza yendo y viniendo en su autobús, el señor Gracias es como un sueño al que todas quieren y que quiere a todas, es todo corazón este chico, pero entonces, acaso puede querer más a una, acaso puede dejar de ser el sueño de todas para ser la realidad de una...

(Arigato-san, Shimizu)

viernes, 24 de abril de 2015

¿hace falta fuerza para ser amable y gentil?



... cuando los niños escapan arrojan piedras al lago, porque sí, porque se puede hacer, porque no sirve para nada, y cuando el autobús para (es otra película), antes del túnel, allá en las montañas, todos bajan y lanzan piedras al valle, que es como lanzar piedras al vacío, piedras a ninguna parte, sin más, para estirar los brazos como se estiran las piernas, como quién sale a fumar, o para sentir que se está afuera, que sin las estrecheces del autobús el brazo puede soltarse, las cosas pueden arrojarse, y allí arrojan piedras y se hablan un poco, fuera del autobús las palabras pueden soltarse de otra manera, las arrojan también al vacío, a ninguna parte, por hablar, o quizás no, no del todo, las arrojan al vacío pero como esperando que el vacío no exista, una piedra siempre acaba cayendo en algún lugar, lanzan palabras y las vemos apenas en el aire, en pleno vuelo, luego ya están muy lejos, son muy pequeñas y no alcanzamos a ver donde caen, algo así pasa, las palabras y las historias y las vidas se lanzan y cuando la película termina no sabemos dónde han caído, allá a lo lejos se va el bus, llegando a su destino, un destino feliz o triste, no sabemos, pero un destino que existe, porque ninguna vida es un vacío...
... las palabras se lanzan al vacío pero el vacío no existe y quizás por eso el conductor nunca olvida gritar un "gracias" a todos aquellos que le dejan pasar, parecería una palabra arrojada al vacío, como una piedra en una pausa del camino, pero al final sabemos que no es eso, que ninguno de sus "gracias" ha caído en el vacío, cada uno de ellos merecía la pena, aunque no sepamos muy bien si realmente es feliz una vida tan amable...

(Arigato-san, Shimizu)

lunes, 20 de abril de 2015

al escondite (1)



... es una casa japonesa de los años treinta, en un pueblo, con su jardín y sus paneles corredizos, dos niños están jugando al escondite, uno es el hijo de la casa, el otro es su primo y está viviendo en esa casa porque no hay más remedio, porque en la suya las cosas van mal, pero él, claro, preferiría estar en su casa, preferiría estar jugando con su hermano, aunque a cada rato se llamasen idiota el uno al otro, preferiría estar en su casa, en otro pueblo, del otro lado de la montaña, pero está aquí, y juegan al escondite, le ha tocado a él esconderse, y vemos primero al otro, al hijo de la casa, gritando lo que se grita en Japón al jugar al escondite, lo subtitulan "¿estás listo?", y ese chico va del jardín a la casa, y luego por la casa, panel tras panel, sin encontrar a su primo, y es entonces cuando vemos al primo, al chico escondido tras un panel, gritando lo que gritan los niños en Japón cuando les toca ser el escondido, eso no lo subtitulan, escondido tras un panel y bajo lo que parecen una camisa larga y una chaqueta que hay allí colgadas, no le vemos la cara, vemos sus piernecillas y oímos su voz que grita, su voz que de grito en grito se va haciendo más baja, se va quebrando, y entonces se gira, con la cara contra la pared, arrebujada la cabeza bajo la chaqueta, y le oímos llorar, yo nunca había visto así en una película ese momento en que el dolor que uno lleva a cuestas, que uno ha olvidado en el juego o en el trabajo o en lo que sea que nos saca de nosotros mismos, de pronto vuelve a la superficie, de pronto quiebra el ánimo y no da ganas mas que de llorar, nunca había visto así cómo se quebraba el ánimo, desde fuera, sin ver siquiera el rostro, y sin embargo tan desde dentro, como si sólo pudiésemos hacer nuestro el dolor repentino con esa distancia, como teniendo que adivinar lo que pasa a partir de una voz que se deshace en llanto, de un cuerpo que se gira y de un rostro que se oculta, y ahí se termina la secuencia, en esa herida que entonces parece imposible de cerrar, sin que el niño sea encontrado por su primo, porque en ese momento al niño no hay manera de encontrarlo, está muy solo y muy lejos y quizás muy deseoso de ser encontrado, sí, pero por alguien que no le busca...

(Niños en el viento, Hiroshi Shimizu)

domingo, 19 de abril de 2015

para qué sirven los ríos (2)



... para cruzarlos, sobre todo si no hay nada que buscar del otro lado, cruzarlos por cruzarlos, por el puente más difícil, cojo o a caballito o a ciegas, y pasárselo muy bien cruzando, y pasarlo un poco mal también, ese pasarlo un poco mal que hace que uno se lo pase aún mejor...
... para lavar la ropa cuando uno vive de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, caminando o viajando de prestado en camionetas, y que entonces pase algo allí al borde del río, y que mientras pase algo el río esté ahí al lado, con sus brillos centelleantes que lo mismo brillan si lo que pasa es bueno que si lo que pasa es malo...
... para viajar en una tina río abajo y en taparrabos...
... para ser salvado de romperse la crisma bajando río abajo en una tina y en taparrabos, y darle un susto de muerte a quién galopa para salvarnos y al ser salvado descubrir que en el fondo a uno le quieren, y que, en el fondo, un también quiere un poco...
... para ir a buscar los monstruos del río y encontrarse con un circo...
... para volver a cruzar el puente que una vez se cruzó llevando a hombros a un amigo cojo y darse cuenta de que el río sigue estando allí pero el amigo, que era casi casi un enamorado, ya no, y que además terminó el verano y no basta con el río para ser feliz, el río no es más que una melodía paralela a lo que se vive, casi siempre la misma, luminosa, en movimiento, una melodía que no cambia y que sin embargo suena triste cuando uno está triste y suena alegre cuando uno está alegre, así de sencillo, y hace la alegría un poco más bella, y también la tristeza...
... para un roto...
... para un descosido...
... para nada, ay, para nada...

(varias películas de Hiroshi Shimizu)

¡Oh! ¡La justicia!


Le trajeron una mañana un cuadro que estaba firmado por él. 
- Eso, dijo, ¡no es un Corot!
- Entonces, voy a hacer que lo arresten, gritó el portador del cuadro.
- ¿A quién? interrumpió Corot, inquieto. 
- Al que me lo ha vendido, claro, al falsificador. 
- ¿Arrestarlo? Pero si tiene hijos, está casado, ¡será la miseria para ellos!
- ¿Qué más da? Es un falsificador, la justicia...
- ¡Oh! ¡La justicia! Falta tan poca cosa para que sea un verdadero Corot. Tenga. 
Y cogiendo el pequeño cuadro, el maestro convirtió la falsificación en un Corot, cuyo feliz propietario podía garantizar dos veces la autenticidad. 

Se podría decir:
Es la historia de tres hombres felices. Uno ha conseguido colocar su falsificación, otro tiene a pesar de todo su cuadro auténtico, el tercero ha pintado un cuadro. Todos contentos.
O también:
Es una pequeña fábula sobre la palabra "justicia". ¡Oh! ¡La justicia! Hay aquí una sola palabra y dos justicias. Una es la ley y esa es la que usa el feliz propietario. La otra se hace a pesar de la ley y es la que practica Corot. Es como una justicia de contrabando. Solidaridad de pintores, se podría decir. Pero el feliz propietario sigue siendo el feliz propietario, la ley no se ha movido, ha sido evitada, con una pincelada por aquí, una pincelada por allá.
Por otra parte:
Lo que hace Corot no es firmar el cuadro, porque ya estaba firmado. Lo que hace es corregir el cuadro, un toque por aquí, un toque por allá, no falta tanto para que ese cuadro sea de veras un cuadro, apenas dos o tres aciertos. El feliz propietario quizás quiera, ante todo, presumir de tener un verdadero Corot, sea lo que sea eso, pero Corot lo que le da no es tanto un verdadero Corot como un cuadro, simplemente, bueno. O mejor.
Hay otra historia parecida. Corot le compra dos cuadros a un mal pintor italiano que necesita dinero con urgencia. Al poco de irse el pintor Corot se queda mirando los cuadros y acaba por coger el pincel. Se los devolveré cuando vuelva a la ciudad, si es que los reconoce...
Hay, supongo, más cosas en esta historieta como de vieja película, como de pintores irlandeses en una de John Ford, y quizás podría haber una película así, una película sobre un pintor hecha de nadas y casi nadas y el tiempo que pasa, pintando día tras día, entre árboles y paisajes al amanecer, algo de cerveza y algo de tabaco al anochecer, cada vez más suelta la mano, más segura la mirada, más dinero en la casa, más viejo el pintor, y sería difícil, claro, no se le podría de verdad mostrar pintando, la pintura tendría que entrar de otra manera en la película, el tiempo y el espacio que le rodea en el trabajo diario y madrugador. Y tabaco y cerveza e historietas como de monjecillo pintor.

historia de isaac


... no hay, creo, mucho que decir, el cine existe, nos dicen, desde hace dos años, y esto es una calle de Beirut filmada por Promio, que era uno de los operadores de los hermanos Lumière, un viajero de país en país, de ciudad en ciudad, en Barcelona filmó cómo se descargaba un barco, en Madrid llegadas de toreros, y soldados en bicicleta (un plano como de comedia musical que demuestra que la razón última del ejército debería de haber sido la opereta) y siempre calles y plazas, los lugares donde la vida se mueve, claro, la gracia era ver el movimiento, y podemos imaginárnoslo llegando a Beirut y buscando el lugar que filmar, y luego cómo filmarlo, hay una línea en esta plaza, una línea invisible que conecta quizás dos puntos que no vemos, uno a la derecha del plano, otro a la izquierda, y Promio pone la cámara para que todos estos paseantes vayan de un lado a otro del plano, sí, pero no en paralelo con la cámara, no, sino ligeramente en diagonal, lo suyo eran las diagonales y las curvas, aquí elige una diagonal, y la gente pasa, lejos y cerca, muy cerca, rápido y despacio, a paso humano y a paso animal, y poco a poco nos fijamos en algo, poco a poco el plano tiene dos protagonistas, sí, digo protagonistas como en una película de ficción, porque de pronto se vuelve una película de ficción, ahí van un señor con barba y un chiquillo, y si se vuelven protagonistas del plano, si de pronto hacen que nos pongamos a imaginar una historia, es porque van a otro ritmo, más lento, porque de pronto parece que el tiempo del plano va a ser el suyo, y así es, es el tiempo que tardan en cruzar el plano, y también porque son dos figuras como para echarse a soñar, y yo me he imaginado que eran Abraham e Isaac camino del no-sacrifico entre calesas y porteadores, pero cada cual puede soñar lo suyo, historias bíblicas, historias de las mil y una noches, novelas, cuentos picarescos, cruzando lentamente la plaza de una ciudad moderna, modernísima, Beirut ahora mismo, Beirut 1897, y la otra historia que me imaginé, y que yo creo que es cierta, es a Promio con el brazo levantado, es a Promio bajando el brazo para indicarles al señor barbudo y al chiquillo que echasen a andar, como quien no quiere la cosa, soltando su pequeña ficción en medio de la realidad, una ficción que no es más que un apunte, bella porque es un apunte, una invitación a rellenar, una cuestión de ritmo...

jueves, 16 de abril de 2015

los últimos cigarrillos






... sí, no más un puñado de cigarrillos arrojados al agua, es extraño emocionarse con eso, con un niño que tira sus últimos cigarrillos, en las películas acostumbramos más bien a emocionarnos con otras cosas, con los cigarrillos a escondidas, con los cigarrillos a pesar de los adultos, pero es que esta es una película de huérfanos, esta es una película donde ese otro mundo de los adultos de orden está ausente, niños errantes por Japón en compañía de un soldado que alguna vez fue, él también, un huérfano, una película donde los niños no se van de pellas, sino que huyen del trabajo en las salinas para ir a espiar por la ventana de un colegio cómo es esa otra vida de los niños de horarios regulares, los niños con padres leen, leíamos, aventuras de huérfanos, aventuras de niños sin padres, los huérfanos de la película trazan números en la arena, intentan recordar cómo era eso de sumar, cómo era eso de multiplicar...
... y si todo esto emociona tanto quizás sea porque el soldado también fue huérfano, porque el camino que ellos siguen es el camino que él siguió, o quizás no sea nada de eso, quizás la emoción venga de lo poco que habla el soldado, de lo poco que insiste, el soldado, que en realidad ya no es soldado, ya acabó la guerra, pero no tiene nada que ponerse, nada más que el uniforme, el soldado actúa, apenas da sus razones, y los niños deciden seguirle o no seguirle, hacer como él o no hacerlo, y a eso el soldado lo llama, la única vez que habla con alguien más mayor, con una chica que de vez en cuando se cruzan en su camino, lo llama amor, dar amor, que resulta que no es algo que se dice y no son tampoco gestos de amor, gestos que no tengan más finalidad que significar el amor, no, el amor aquí es atención y acciones y preocuparse por el otro sin obligarlo, hacerle sentir vivo y capaz...
... y esto no es todo, claro, también hay, por ejemplo, un personaje que podría ser el malo, pero en realidad apenas aparece, y malo lo que se dice malo solo lo es una vez y, al final, corriendo con su muleta, porque es un mutilado de guerra, tiene la ocasión de unirse allí a lo lejos a la alegría final, porque la alegría final, olvidaba decirlo, sucede allí a lo lejos, y hay otras cosas en la película que suceden tan a lo lejos que simplemente las imaginamos, simplemente pensamos que podrían ser...
... y todas esto que digo son razones, son ideas, pero luego, o antes, está lo que vemos, están un plano y luego otro y luego otro, y la emoción es también eso, quizás sea sobre todo eso, ese plano que se vacía de niños y queda solo uno, muy muy silencioso, cerrado, y luego vemos lo que ve, a los otros niños que corren a bañarse, y el soldado con ellos, y la ropa tendida ahí arriba, en lo alto del plano, plano contraplano, un mundo y otro mundo y el silencio cerrado e inmóvil del niño, y luego cómo avanza hasta cámara, hasta no ser más que manos que muestran los cigarrillos que tenía en los bolsillos...
... y en realidad esta no es la escena más bella de la película, pero es que las más bellas no se pueden contar, no se pueden ni siquiera anunciar, tienen que llegar por sorpresa, sin avisar, y son tristes, tan tristes...

(Los niños de la colmena, Shimizu)