miércoles, 29 de agosto de 2018

lágrimas de la chica perchero

A la izquierda y a la derecha de la chica hay cojines, muchos cojines, esto no debe de ser una casa, en una casa no hay tantos cojines, no creo, esto es otro lugar, un lugar en el que todo el mundo está de luto, alguien ha muerto, quizás sea ya el funeral, quizás sea el velatorio, el caso es que la persona que ha muerto es el padre de varios hermanos y hermanas y la chica que llora es una de ellas, es la más joven, llora vestida con su kimono negro y con un sombrero en la cabeza, el sombrero no le queda muy bien, el sombrero está ahí para quedarle mal, porque el sombrero no es suyo, es de otro de los hermanos, quizás el más rebelde, en cualquier caso el que siempre llega tarde, el que dice lo que no hay que decir, el que le acaba de decir a la chica que no llore y le ha puesto el sombrero en la cabeza, todos los demás invitados al funeral lo han dejado en una salita, con una ficha para recogerlo al terminar, pero él no, él lo ha dejado en la cabeza de su hermana, como si ella fuera un perchero, un gesto raro, un gesto de chiste, un gesto como para quitarle importancia a la cosa, como para decir de otra manera, al mismo tiempo cariñosa y ruda, cariñosa porque ruda, que no hay que llorar, el detalle del sombrero es raro pero eso de decirle a alguien que no llore en un funeral no es tan raro y, sin embargo, bien pensado, debería de parecernos bastante raro, en qué momento va a llorar la gente si no es en un funeral, hay gente así, directa, evidente, que llora en los funerales, llora porque quiere, llora porque le sale, al hermano no, al hermano no le sale llorar en un funeral, le saldrá más tarde, en un restaurante, cuando todos los detalles se junten para de veras recordarle un momento pasado con el padre muerto, el hermano es un personaje complejo, la chica parece que no, pero sin embargo está el sombrero ahí, sobre la cabeza de ella, diciéndonos que a pesar de todo, a pesar de sus diferencias, a pesar de la complejidad de él, a pesar de la evidencia de ella, se quieren, y no sólo se quieren sino que tienen una afinidad especial, ella puede llorar sinceramente, él puede no llorar sinceramente, la película es un poco como la obra de teatro aquella en la que había tres hermanas y un viejo rey y sólo la hermana más joven era de veras sincera, una historia de esas con rudeza amable y buena educación traidora, pero aquí hay más hermanos y hermanas y no hay un viejo rey sino una vieja reina que lo mismo hace costura que riega sus plantas con un pincel, y no hay sólo una hermana sincera, hay una hermana y un hermano, hay la posibilidad de una alianza, con una alianza las cosas ya pesan menos, a veces parecen casi unos enamorados de esos que siempre están riñendo de broma, al final él querrá que ella se case con un tipo fuerte y no muy guapo, como él, y ella querrá que él se case con la chica a la que a ella le gustaría parecerse, una chica sincera y trabajadora, y no sabremos si lo harán, si de una manera indirecta se acabarán casando entre hermanos, si aceptarán lo indirecto a faltar de poder querer y pensar lo directo, pero en realidad no era esto lo que quería decir, más bien quería decir que él y ella son como dos caras de la sinceridad, como si entre los dos mediara una brecha, un saber diferente, y aunque en principio podemos pensar que el que más sabe es el más rudo, el más complejo, como si no llorar sinceramente fuese una fase más avanzada que llorar sinceramente, bien mirado tampoco está la cosa tan clara, quizás sea la hermana la que sabe cosas que el hermano todavía no sabe, o que el hermano ya no sabe, quizás por ser más joven sea más sabia, en realidad durante casi toda la película estamos con ella y vivimos con ella las pequeñas humillaciones del ir de casa en casa ajena, todas esas palabras y gestos que apartan, que hacen sentir que el lugar no es propio y que, a poco que una se deje hacer, nada en el mundo le es propio, porque ni trabajar le dejan, hay que verla aguantar lo que le dicen, hay que verla tener vergüenza cuando su madre le da un poco de dinero en la calle, hay que verla también con la amiga que sí trabaja, mirando juntas la carta de una pastelería, siendo ella misma de una manera que la mayor parte de sus hermanos y hermanas nunca han visto, o nunca han sabido ver, hay que ver también al nieto de la familia cuando puede estar con su abuela, todos esos momentos en lo que se deshace una tensión, en los que estar en el mismo espacio es una felicidad y no un problema, porque al cabo ese es el problema, compartir el espacio, convivir, para convivir las cosas tienen que salir con algo de ligereza, tiene que ser posible, por ejemplo, llorar cuando se quiere y también ponerle el sombrero a una chica perchero que llora, ponerle el sombrero para que deje de llorar o para que siga llorando pero sabiéndose menos sola, sabiendo que el mundo y los sombreros siguen y que en ese mundo hay alguien que está feliz de que ella exista, hay alguien que está feliz de que el mundo sea un lugar que compartir con ella. 
(Hermanos y hermanas de la familia Toda, Yasujiro Ozu)

lunes, 27 de agosto de 2018

dos pipas, dos



Son hermanos y van vestidos iguales, más oscuro el pantalón, más claro el jersey, un pañuelo blanco muy gordo al cuello, no sabemos si lo llevan porque están de mudanza y por alguna razón es práctico llevar ese pañuelo, quizás por el frío o por el sudor, van vestidos iguales y, además, trasteando entre los objetos que la mudanza saca a la superficie (las mudanzas son como las obras, de pronto se redescubren tiempos olvidados, lo viejo sube a lo visible, lo nuevo se va al fondo), han encontrado las dos pipas que usaba su padre, muerto hace ya años, unas veces usaba una, otras veces usaba otra, sin más razones, las dos pipas era iguales, y cada uno se ha encendido la suya, es como Hernández y Fernández, no basta que vayan vestidos iguales, hace falta además un objeto repetido, para los dos policías de negro era el bastón, para estos dos hermanos es la pipa, y ya del todo son como personajes de tebeo, ya pueden moverse con sus pipas casi en sincronía, es en esa casi sincronía donde se da a ver que de veras son hermanos, que de veras han pasado mucho tiempo juntos y han jugado y se han reído con las mismas cosas, es una manera linda de contar eso, la fraternidad, la afinidad, vestirse en sincronía, moverse en sincronía, es linda cuando es así privada, tampoco hay que olvidar que a nada que salen de casa los chicos japoneses de esa época usan uniforme para casi todo y que había lugares de sobra en los estaban obligados a moverse a la par, pero precisamente aquí no se trata de eso, aquí el uniforme tiene una parte de azar y además con pipa las cosas tienen más gracia, si la tienes en la boca puedes hacer cosas con las manos, pero hablas raro, sin casi mover la dentadura, si la tienes en la mano puedes hablar bien, pero tus gestos se quedan un poco mancos, la verdad es que para fumar en pipa hay que tener las manos libres o tener muchas ganas de complicarse la vida, pero en la complicación está la gracia de este momento, el casi baile de las pipas, la fraternidad es rozar el baile, ya luego los personajes se irán desincronizando, se irán desigualando, de eso irá la película, de que estos hermanos iguales resultan no ser tan iguales para su madre, y para ello hay razones claro, en realidad no son tan hermanos, solo a medias, en la película se van desigualando y de lo que va es del camino para recuperar esa igualdad, aunque ya no pueda volver a ser ese estado en el que las cosas salen por sincronía, por afinidad, sin necesidad de preguntar ni de preguntarse, hay que ver cómo uno de los dos golpea y pide que se le devuelva el golpe y no, nadie devuelve el golpe, como si la posibilidad de la pelea fuese una oportunidad falsa y desesperada de redescubrirse iguales, enzarzados en lo mismo, yo golpeo y tú golpeas, un golpe llama a otro golpe, hay que ver cómo el hermano que golpea se lleva luego la mano a la cara, como si de veras le doliese ese golpe que ha dado, o como si echase de menos el golpe que no le han devuelto, como si ese golpe que no le han devuelto fuese como dicen de los brazos o las piernas amputadas, que no estando se sienten, que alguna vez estuvieron y deberían de seguir estando y sin embargo no, los golpes no sirven y van a tener que buscar otra cosa, van a tener que aprender otra igualdad, la igualdad del después, la igualdad consciente, y en realidad no sabemos si lo conseguirán, si volverá la fraternidad, si volverán a caminar a la par, a fumar a la par, a golpearse a la par, o si al menos la vida les irá dando momentos de sincronía con otras gentes, momentos de casi baile, momentos de casi tebeo, fraternidades sin lazo de sangre, fraternidades todo aire.
(Una madre deber ser querida, Yasujiro Ozu)

lunes, 20 de agosto de 2018

demórate aquí


Son dos mujeres, llevan algo a la espalda, no sabemos qué, quizás sea algo que vayan a vender al mercado o de puerta en puerta, están ahí paradas en un puente por la mañana, al poco se ponen en marcha y pasan otras mujeres cargadas como ellas, caminan por la calle, se alejan, ya no volveremos a verlas ni sabremos quienes eran ni qué llevaban a la espalda, porque la película empieza con ellas pero no va de ellas, va de un padre y un hijo, es extraño lo de empezar con ellas porque casi no volveremos a ver mujeres, es una historia de hombres, el padre es viudo y se ocupa solo de su hijo, hay un altar dedicado a la esposa muerta pero aunque les vemos hacer ofrendas y plegarias nunca vemos el altar de frente, no hay manera de saber cómo era la mujer, aunque se la recuerda casi no se dice nada de ella, quizás la vida con la mujer sea ya como una vida pasada, otro mundo muy diferente de este mundo de hombres, al principio el hijo es todavía un niño y vive con su padre, que es profesor, pero luego las cosas se irán torciendo, o simplemente irán cambiando, y el padre dejará de ser profesor, aunque cuando hable con su hijo todavía le quede algo de profesor, una mezcla de enseñanzas y consejos, ese no saber muy bien si lo que se está enseñando es matemáticas o a vivir bien, cierta idea del vivir bien, consejos sobre la vida y consejos sobre la salud, todo se mezcla, todo viene a ser igual, y el hijo tiene conocimientos de esos que son un poco de examen y solo por esa manera de hablar ya sabemos lo unidos que están, ese contagio cotidiano de las maneras de hablar y de pensar, sentimos todo ese tiempo pasado juntos y ya vamos sospechando que esto tiene que ir de separaciones, para qué hacer sentir la cercanía si no es para separarla, el hijo y el padre irán viviendo cada vez más lejos geográficamente, aunque seguirán viéndose de vez en cuando y harán cosas como bañarse juntos en un balneario, hay que verlos a los dos en la bañera humeante, más delgado y quizás más débil el padre que el hijo, o como ir a pescar, es lindo verlos pescar, se ponen el uno a lado del otro al borde del río, cada uno con su caña, y lanzan el anzuelo río arriba, lanzan el anzuelo y luego lo dejan bajar y luego lo vuelven a lanzar río arriba, no sé qué pez será este que se pesca así, en realidad no se ve ningún pez, quizás no consigan pescar nunca ninguno, lo avisa un monje, los peces por allí son muy astutos y se esconden muy bien, quizás ni siquiera haya peces y se pasen todo el rato así, anzuelo arriba anzuelo abajo en sincronía, sin pescar nunca nada, o quizás los peces sean como la madre, sean algo que une al padre y al hijo pero que está en un mundo invisible, quizás sea un misterio, algo entre ellos a lo que no podemos tener acceso, hay cosas que los personajes saben y nosotros no, hay cosas que ellos ven y nosotros no, aunque también puede ser que haya cosas que nosotros vemos y ellos no, quizás nosotros veamos que cuando un personaje dice algo en el fondo quiere decir lo contrario y no lo sabe, que cuando un hombre le dice a otro que no tiene que llorar lo que en el fondo está haciendo es ayudarle a, por fin, llorar, quizás nosotros veamos mejor que ellos la ausencia de mujeres en ese mundo en el que se han acostumbrado a vivir, quizás veamos mejor que ellos que lo menos importante de la pesca son los peces, que no es eso lo que veras quieren pescar, que a lo que van allí es a estar juntos y lado a lado, no cara a cara, dejando pasar el tiempo en un mundo en el que parece que las cosas buenas son, como en un poema, escasas a propósito, como ese breve momento de pausa al principio con las dos mujeres en el puente, ese momento de descanso juntas en lo que debe de ser un trabajo mañanero, un trabajo cansado, quizás lo que se pesca sea en el fondo ese instante que se demora, ese instante tan escaso y tan diferente de esas otras cosas de las que se habla, de la misión en la vida y el trabajo, sin que acabemos de saber cuándo el padre estaba de veras enseñando algo importante y cuándo se estaba equivocando, hay un vértigo en sentir la belleza de esos instantes y al mismo tiempo la repetición de las vidas, generación tras generación, con esas cosas que hay que inventarse para responder a preguntas tan pequeñas como para qué sirve una vida, para el sentido general o para el instante, para el trabajo o para la luz solar de cierto mediodía, y aún preguntarse qué sentido general sería aquel que tuviese en cuenta esa luz, ese mediodía, quizás estén pensando en eso al final, en un tren, el hijo y, de nuevo, una mujer, quizás estén pensando eso juntos pero no lo sabemos, no del todo, algo adivinamos pero lo que de veras piensan, lo que de veras sienten, es como los peces que antes se pescaban, como lo que las mujeres cargaban a la espalda, algo que solo ellos saben, algo que comparten ante nosotros, pero no con nosotros. 
(Había un padre, Yasujiro Ozu)

viernes, 17 de agosto de 2018

la ley de la gravedad



Es una escalera de noche, no es la primera vez que la vemos, con la luz que entra, con los paneles en varios tonos de gris a la izquierda, con la escoba colgada, ya la habíamos visto antes y a pesar de lo triste de la historia tranquilizaba un poco el ver esa escalera vacía, quizás porque estaba vacía, en lo vacío nada puede suceder, quizás nada bueno, pero tampoco nada malo, el vacío tiene esa tranquilidad, pero ahora la escalera ya no está vacía porque algo está cayendo, mirad ahí arriba, esa forma que coge un poco la luz, es una lata, una lata que un hombre acaba de tirarle a una mujer y que de rebote en rebote cae por las escaleras, esa lata podría ser una lata cualquiera pero creo que no, es una lata en particular, una lata que debía ser un signo de alegría, una lata que una mujer le había traído a otra mujer para que esta celebrase que su marido, al cabo de cuatro años, había vuelto por fin de la guerra, una lata de comida que debía ser una fiesta, porque es la posguerra y la comida está carísima, pero sucede que lo que debía ser una alegría ya se ha torcido, ya ha empezado a caer por su propio peso, porque la alegría y las buenas noticias en esta película no duran, a poco que alzan el vuelo ya hay algo que les recuerda la ley de la gravedad, parece que estén en un planeta de esos donde la masa es enorme y todo cuerpo se aplasta, hay que ver cómo están por los tatamis, hay veces que hasta se arrastran pero incluso cuando están sentados o arrodillados, como en tantas otras películas, esas mismas posturas parecen diferentes, los cuerpos se inclinan un poco hacia un lado, están en diagonal, se doblan en exceso, encorvándose, o se apoyan contra una pared, si están sentados o arrodillados es porque les pesa el cuerpo, es porque les puede el cansancio, hay momentos en los que la pena o la vergüenza los hace doblarse sobre sí mismos y entonces parece que quieran fundirse con el suelo, que quieran ser ya solo suelo, desaparecer, hacerse vacío, en el vacío nada malo puede suceder, pero no pueden hacerse vacío, siempre está ahí ese cuerpo que son, ese cuerpo bulto con el que tienen que vivir, y se podría decir que es una historia de mujer caída, ya sabéis, pero también de hombre caído, de hombre caído en su mundo de hombre, en sus ideas de hombre, de hombre que tiene la comprensión ligera pero la rabia pesada y que tarda y tarda en deshacerse de ese peso, que tarda tanto que casi es demasiado tarde, porque por esa escalera ya no cae la lata, cae la mujer, una caída como para matarse, durante un momento no sabemos si ella no se ha matado, dura el tiempo y quizás haya que pensar que sí, que se ha matado, quizás haya que pensar que en la vida también está lo irremediable y quizás lo que pasa después sea como un final alternativo, quizás cuando ella se mueva y se levante sea como si fuese en otra película, en una película que después de lo irreparable cuenta lo que podría haber sido, o quizás no, quizás de veras ella se levanta, quizás de veras sube la escaleras con su pierna herida, quizás de veras camina y se arrodilla y se vuelve a tener en pie abrazándose al hombre, y quizás sea porque el tenerse en pie no sea cosa de no caer nunca, sino de caer y poder levantarse, quizás el tenerse en pie no sea algo que se aprende para siempre, quizás sea algo que haya que volver a aprender, como recordando de cuentas caídas estuvo hecho el aprendizaje, de cuantas caídas puede volver a estar hecho, tenerse en pie no es algo que se tenga ya para siempre, es algo que cada día se hace o se deja de hacer, es algo difícil, parece que no pero es difícil, y en realidad es algo que necesita también a la ley de la gravedad, sin ley de la gravedad no nos tendríamos en pie, nos tenemos en pie contra ella, nos tenemos en pie con ella.
(Una gallina en el viento, Yasujiro Ozu)

miércoles, 15 de agosto de 2018

el regreso del hombre perro



Es un teatro de una pequeña ciudad, un teatro tan de andar por casa que dejan a dos niños estar ahí con los brazos apoyados en el escenario, en la obra hay un señor que quizás sea un samurai, que seguro que es un borracho, porque se tambalea como un borracho, lo hace muy bien el actor que hace de actor que hace de samurai, y también hay un perro que no es un perro actor, es un niño disfrazado de perro, un niño que no se acuerda de llegar a tiempo al escenario y que tampoco se acuerda de que ahí subido tiene que ser más perro que humano, le recoge la pipa al samurai borracho, se pone de pie, esas cosas que hacen los humanos, y el actor que hace de samurai hace esas cosas que hacen los humanos con los perros, en este mismo momento le está tirando algo que quizás sea una piedra de mentira a la cabeza y el niño de nuevo va a reaccionar como humano, no como perro, se va a poner de pie y se va a poner a llorar, no es que le oigamos llorar, la película es muda, es un gesto de los brazos y de los puños que vienen delante de donde estarían los ojos si no los ocultase el disfraz, con eso ya sabemos que llora, con eso hasta le oímos llorar, y en realidad no acabamos de saber si esa piedra se la tira el actor o se la tira el personaje del samurai borracho, porque el actor en la vida real es un poco como el samurai borracho, es un poco violento, cree que puede resolver las cosas a golpes, cree que puede resolver las cosas tratando a los otros como si fuesen perros, así que podría estar dirigiendo al niño actor a golpes, pero creo que no es eso, creo que en este momento preciso la piedra es cosa de la obra, porque el perro de mentira se supone que va siguiendo al samurai y le va ladrando, es uno de esos perros que de pronto les da por seguir a alguien y ya no se paran, más tarde sale uno así, que sigue al actor por la calle, y el actor se da la vuelta y le intenta asustar, y el perro reacciona como un perro, recula un poco, no se pone de pie y a llorar, es un perro perro, no un perro niño, aunque también vemos a un enjambre de niños seguir al actor por la calle sin echarse a llorar, hay algo liberador en ese enjambre de niños que son como una especie animal diferente, hay algo liberador en que no acaben de ser humanos, en que sean un poco niños perro, e incluso el niño este que no se acuerda de ser perro en el escenario luego va cada dos por tres con su traje de perro fuera del escenario, no consigue ser nunca del todo perro pero tampoco deja nunca de ser un poco perro (y cuando van a subastar ese traje huele mal, huele a que se ha hecho pis dentro del traje, qué gracia tienen los chistes de pis), es un niño perro con un animal de compañía que es un animal de mentira, una hucha gato con una única moneda, una hucha gato que es al mismo tiempo su único juguete y su único dinero y que su propio padre le intenta robar para comprar tabaco, así que el niño perro que tiene que defender su hucha gato, ahora va a resultar que los perros defienden a los gatos, todo puede ser, al fin y al cabo luego van los humanos y tratan a otros humanos como perros, a golpes, quizás sean humanos samurais, aunque con el tiempo y la reflexión esos humanos samurais aprenden a suavizar esos gestos, y el golpe acaba por convertirse en palmada, quizás fue así, el primer perro, el primer hombre, un golpe que se volvió palmada, qué cosa extraña es una palmada, recuerdo de golpe que ya no es, contacto de mano a cuerpo, aquí estás, aquí estoy, aquí estamos juntos y estamos contentos simplemente de eso, de estar juntos, de comprobar que estamos tan cerca que nos podemos tocar, en realidad, bien visto, somos un poco perros, hay que ver la alegría del actor cuando está con su hijo que no sabe que es su hijo, es una alegría inexplicada, una alegría simplemente de tiempo y espacio compartido, es como las fiestas que le puede hacer el perro al humano, puede ser al fin y al cabo que esté bien ser un poco humano perro y tratarse no como el humano trata al perro, sino como el perro trata al perro, quizás al fin y al cabo la historia vaya de eso, de esos cariños de simplemente estar juntos, compartiendo el tiempo y el espacio, de esos cariños y del tiempo que llevan y del vacío que a veces dejan.
(Historia de una hierba errante, Yasujiro Ozu)

domingo, 12 de agosto de 2018

el teatrillo del cigarillo


Hay un hombre y una mujer y entre ellos median un cigarrillo y una cerilla, y el suspense es saber si esa cerilla llegará a encender ese cigarrillo, si se llegarán a tocar fuego y cigarrillo, que sería como si se tocasen hombre y mujer, como si se tocasen sin hacerse daño, porque en realidad el hombre durante casi toda película si se acercaba a alguien, si se ponía a mano, parecía que solo podía ser para golpearle o retorcerle el brazo, no sabía hacer otra cosa el hombre cuando no pasaba lo que él quería, y en realidad nada conseguía a golpes, más bien parece que los personajes que consiguen algo son los que consiguen guardar la distancia adecuada, los que saben acercarse pero también alejarse, a algunos de ellos les debe de venir de oficio, porque el hombre y la mujer y otros más en realidad son actores de teatro, aunque casi nunca los vemos actuar, a ella un poco, a él nunca, más bien los vemos maquillarse y desmaquillarse y dejar que pase el tiempo en la tarde calurosa hasta que llegue la hora de actuar, pasan más tiempo entre representaciones que en escena, y durante ese tiempo se mienten y se hacen daño y se mueven a escondidas el uno del otro, son un teatrillo ambulante, el hombre cuando miente sonríe mucho y se le aceleran los movimientos o saca un cigarrillo, cuanto fuman los actores de teatro en esta película, debe de ser una manera de llenar el espacio y el tiempo, algo con lo que ocuparse y algo que dar a mirar a los demás mientras se disimula, mientras se está  intentando hacer otra cosa, como los trucos de manos de los magos, o también algo con lo que ponerse en escena para sí mismo, algo con lo que distraer los nervios o el hastío, algo con lo que hacerse trucos de manos a uno mismo, el cigarrillo es un poco de teatro que se cuela fuera del escenario y a falta de verle en el teatro es de lo poco que le vemos actuar al hombre, su teatrillo itinerante de mentiras y broncas, la verdad es que no actúa muy bien fuera de los escenarios, cuando miente se le nota y cuando se enfada pierde el control, cuando se enfada actúa muy mal, supongo que a casi todo el mundo le pasa, se nos descontrola el espacio y el tiempo, perdemos el ritmo del cuerpo, este hombre da golpes o grita insultos, hay que ver cómo le grita a la mujer, con una barrera de lluvia entre los dos, cada uno de un lado de la calle, con la violencia de la lluvia sustituyendo por una vez a la violencia de los cuerpos, si eso fuese un escenario seguro que ya todo el mundo se habría ido del teatro, qué gestos más poco medidos, qué bronca más previsible, al final resulta que para este hombre nada va del escenario a la vida y puede ser que tampoco vaya nada de la vida al escenario y que por eso las representaciones sean un fracaso, el hombre no es como una chica joven de la compañía, que sí sabe llevarse los trucos de la escena a la vida, que sí sabe jugar con las distancias, con el acercarse y alejarse, hay que verla apoyada contra un barco, hay que verla alejarse por un pasillo oscuro, no es solo el teatrillo de la seducción, pasada la seducción y llegado el amor todavía le queda por reflejo ese sentido de la escena, ese sentido de la distancia, eso que el viejo actor ha olvidado y que a última hora quizás recuerda, capaz por fin de acercarse sin golpear, capaz al fin de hablar sin acelerarse, capaz de fumar lentamente, capaz de traerse un poco del ritmo del escenario al ritmo de la vida y así, quizás, recordar también qué era el escenario, qué eran sus distancias y sus tiempos, y, de nuevo, volver a ser en el escenario, más allá de la rutina, actor. 
(La hierba errante, Yasujiro Ozu)

jueves, 9 de agosto de 2018

la velocidad de las ilusiones


A la izquierda hay un jeep de juguete al que le faltan las dos ruedas de atrás, a saber dónde estarán esas ruedas, a saber si algún día reaparecerán, y a la derecha hay un tren de juguete con sus vías que hacen curva, pero lo que el niño más grande tiene en las manos no es un juguete, aunque iba envuelto, como van envueltos los regalos, no es un juguete, no, es un pan, ni siquiera un pan de juguete, un pan pan, y la cara del niño, como de asombro al ver el pan, un asombro un poco decepcionado, es la cara de alguien que se había hecho ideas, que se había hecho ilusiones, porque el niño había pensado que eso que había traído su padre en un paquete eran vías nuevas para su tren de juguete, y el caso es que el padre no había dicho nada como para pensar que pudiesen ser vías, pero aún así el niño se había hecho la ilusión, su ilusión había nacido en un instante, había viajado más rápido que la razón o la costumbre, hay veces que a la ilusión no se la puede parar, hay veces que uno sabe que se está haciendo ilusiones y que no hay razón para ello y sin embargo no puede parar, y al niño ni siquiera le había dado tiempo a pensar que se estaba haciendo ilusiones, así que a la decepción le va a seguir el enfado, porque una ilusión no viene y se va sin más, una ilusión tarda mucho más en irse que en llegar, así que el niño va a ir a ver al padre, seguido por su hermano pequeño, y le van a dar patadas al pan, y el padre se va a enfadar y les va a regañar y ellos se van a ir, enfadados, decepcionados, y al caer la noche todavía no habrán vuelto y todo el mundo estará muy preocupado, y uno puede pensar que ese enfado es cosa del mundo de los niños, en esta película hay mundos así, que no se pueden entender del todo desde el mundo que se les opone, el mundo de los niños y el de los adultos, el mundo de las solteras y el mundo de las casadas, el mundo de los viejos y el mundo de los que todavía tienen mucha vida por delante, como si la vida fuera ir pasando de mundo en mundo y que el mundo pasado o el mundo por venir te resulte un poco extraño, algo hay de eso al final la película, una manera de sentir que la vida es en realidad una cosa muy extraña si se ve con un poco de distancia, si se ve como en un mapa, con sus países o mundos bien separados y el asombro de que se haya podido vivir en mundos tan diferentes, pero también pasa en la película que esos mundos no son tan diferentes, hay rasgos que se mezclan, las jóvenes solteras juegan como los niños, a pillarse, a correr, a hablar en claves privadas, los adultos comen tarta a escondidas de los niños (qué lindo todo lo que pasa con las tartas en esta película), las solteras a veces saben más de la vida de casada que las casadas y todos, antes o después, se hacen ilusiones y se enfadan si no pasa lo que habían imaginado, también el padre de los dos niños se ha hecho ideas sobre la boda de su hermana, se ha convencido de que le habían dicho algo que nadie le había dicho, y cuando descubre que las cosas no son así también se enfada, como sus hijos con el pan, la verdad es que tiene bastante mal pronto ese hombre, quién lo diría, a veces parece de lo más ingenuo, como un niño, y a veces parece de lo más irascible, como un niño, sí, tiene ingenuidades de niño y enfados de niño, pero ahora es adulto y esos enfados tienen más poder, eso preocupa un poco, aunque pronto se le pasan, y no solo él se hace ilusiones, se hace ideas, les pasa a casi todos, se hacen ideas y ya les parece que son realidades, hay una chica, una de las dos solteras, que le dice a una casada que la felicidad no es más que anticipación, como ir a las carreras pensando en a qué caballo vas a apostar y al poco ponerse a imaginar en qué vas a gastar el dinero que vas a ganar, y aunque ella no habla de la decepción que te puedes llegar si pasa lo lógico, si tu caballo no gana, ya nos la imaginamos nosotros esa decepción, uno no puede evitar la velocidad de las ilusiones, la velocidad a la que viene una idea, aunque también pueda ser, claro, que alguien se haga ilusiones y no crea en ellas y aún así las diga y eso cambie varias vidas, que las ilusiones más irreales se hagan reales, y hay que ver también cómo Noriko, la hermana soltera, de pronto decide lo que va a ser su vida, de pronto ve y piensa algo que antes no había pensado, o que andaba ahí durmiendo, esperando a ser pensado, a ser de veras pensado y dicho, las ideas parece que vienen de pronto, pero tampoco es verdad, porque eso que Noriko decide de pronto era algo que había ido creciendo en ella sin que se atreviese a de veras pensarlo, y la ilusión que se hace el niño al ver el paquete tampoco viene de ninguna parte, viene del deseo de vías que en él había ido creciendo, un deseo que había crecido tanto que cualquier paquete que llegase no podía ser más que eso, vías, y las ideas que el hombre se había hecho sobre la boda de su hermana venían de algo aún más fuerte y difícil de contrariar que el deseo de vías, venía de las costumbres y tradiciones, de lo que se supone que es la vida y el cómo se hacen las cosas, y cuando una ilusión está ahí parece que no vale de nada gritar, no en el mundo de esta película, hay que dejar tiempo para que pase, eso les pasa a los niños con las vías, eso le pasa al hombre con su hermana, eso quieren creer que le va a pasar a ella, pero no, porque lo que a ella le ha pasado no es una ilusión, es una decisión, no es algo que le vaya a venir desde afuera, como el premio en las carreras, como las vías que trae el padre, es algo que ella puede hacer, es algo que ella va a hacer, y quizás resulte finalmente que la felicidad sea otra cosa que anticipación, otra cosa que ilusión. 
(Principios de verano, Yasujiro Ozu)

martes, 7 de agosto de 2018

un uso del té


Este señor se llama Shuhei Hirayama y trabaja de jefe en una oficina de una fábrica, una fábrica que no se sabe qué fabrica aparte de humo, se ve mucho humo por la ventana de la oficina, y esta noche, de casualidad en casualidad, ha acabado en un bar con un mecánico que en otro tiempo fue soldado suyo, porque este señor sonriente y con bigote resulta que en otro tiempo, durante la guerra, fue capitán de un barco. 
Es extraño verle así, sonriente y un poco despistado, y pensar que alguna vez estuvo al mando de un barco hecho para matar, es extraño en esta película ver a los personajes y pensar que ahí, hace no tanto, estuvo la guerra, que esas calles, quizás, fueron ruinas de los bombardeos, los vemos en este presente de problemas para casar a una hija o comprar una nevera y de vez en cuando alguna palabra nos recuerda los bombardeos, nos recuerda las evacuaciones, el tiempo en el que una mujer que siempre vestía kimono se acababa poniendo los pantalones de su marido para huir mejor.
Es extraño y sin embargo ese pasado que casi no se puede adivinar está ahí, como está ahí la juventud de los tres amigos ya mayores que se reencuentran para comer, beber y hacer chistes más o menos malos, en realidad la película cuenta cuarenta años de vida, en unos días de principios de los sesenta nos da la profundidad del tiempo que ha pasado, y que se nota que ha pasado porque ahora los vemos ahí y pensamos que vieron la guerra y con sus movimientos un poco ridículos es difícil pensarlo, es difícil adivinar en sus ojos lo que esos ojos han visto, y también porque los movimientos de este señor son un poco lentos, porque su esposa ya murió, porque hay un viejo profesor en el que se puede ver que el tiempo que pasa son días y días que se pueden vivir bien pero también se pueden vivir mal, una vida marcada por algo que podría haber sido y no fue, debió dejar que su hija se casase y no lo hizo.
Si no fuese porque el señor Hirayama se encuentra con su antiguo soldado, un hombre un poco redondo que no es tan gordo como parece, quizás nunca habríamos sabido que fue capitán de un barco, y es que él no habla nunca de eso, no es como el soldado que recuerda y recuerda ese tiempo de guerra y que en ese bar a menudo escucha un viejo disco, una marcha militar imperial, la música que imaginamos escuchaban en tiempos de guerra por la radio, antes de los partes, y que ahora la dueña del bar ha vuelto a poner, por eso están todos con la mano delante de la cara, que así sin gorra ni contexto quizás no lo podíais adivinar, pero es un saludo militar, un saludo que le quitas la gorra y no se entiende y más bien resulta un poco ridículo, como si hiciesen burla.
La dueña del bar, por cierto, parece ser que se podría parecer a la esposa del señor Hirayama, al menos si la ves de lejos y ella está mirando hacia abajo y solo te fijas en una parte indeterminada de de su cuello, lo dice él, y es una manera graciosa de pedirnos que imaginemos el pasado, que imaginemos lo que nunca vemos ni veremos ya, de tal manera que en realidad nos resulta imposible imaginar, además la mujer tiene una cara un poco graciosa, una cara que nos cuesta pegar con lo que creíamos adivinar de ese pasado, así que más bien es como decirnos que podemos intentarlo pero que, la verdad, no lo conseguiremos, el pasado está allí y podemos sentir su espesor, pero no podemos revivirlo. 
Antes de poner la canción y de ponerse la mano delante de la cara y hasta de desfilar un poco, desfilar de broma, el antiguo soldado del señor Hirayama se había preguntado cómo es que perdieron la guerra, cosa a la que ninguno de los dos pueden responder, y también cómo habría sido si la hubiesen ganado, en vez de jóvenes japoneses bailando rock habría habido jóvenes americanos tocando el shamisen, y piensan que quizás estuviese bien que no ganasen la guerra, y la verdad es que es gracioso oír todo eso y también un poco triste, porque es como si la guerra no hubiese tenido lugar y sin embargo tuvo lugar, y dan ganas de preguntarse no qué habría pasado si Japón hubiese ganado la guerra sino simplemente qué habría pasado si no hubiese habido guerra.
En realidad esto de preguntarse por lo que podría haber sido, por los momentos en los que algo podría haber bifurcado y el mundo, o al menos una vida, unas pocas vidas, podría haber sido diferente, no es algo en lo que piensen solo cuando han bebido y recuerdan la guerra, también el viejo profesor lamenta el momento en el que pudo haber casado a su hija y no lo hizo, y al final la hija del señor Hirayama se casa con quién se casa, y no con otro hombre, porque alguna pregunta se hizo demasiado tarde y otras se dejaron sin responder.
No sólo cuando han bebido piensan en lo que pudo haber sido y no fue, pero en realidad casi siempre están bebiendo, antes y después de pensarlo, una vez pensado sólo queda beber y quizás llorar, y sobre todo bebe el señor Hirayama, casi todas las noches le vemos volver a casa borracho, hay que ver lo que aguanta, aunque bien visto se le acaba por doblar un poco la espalda y el alcohol le da sed, al final de la película se hace té y no sabemos si es por hacer algo, para no llorar, para dejar de llorar, o si es para hacer pasar un poco el alcohol, un acto reflejo en un momento de tristeza, un acto reflejo que quizás sirva para que a la mañana siguiente le duela un poco menos la cabeza, le pese un poco menos la resaca, y no tenga que hacerse preguntas sobre la noche anterior, como si el alcohol pudiese borrar los días pasados y el té pudiese borrar el alcohol bebido y así no tenga que preguntarse al día siguiente, una vez más, qué sería esta mañana si ayer hubiese bebido un trago menos, qué habría sido si las cosas, ayer, siempre, hubiesen sido, de alguna manera, diferentes. 
(El sabor del sake, Yasujiro Ozu)

domingo, 5 de agosto de 2018

la gracia de enhebrar



No habría que decir mucho, simplemente que parece que se van a poner a bailar, simplemente que parece que ya bailan, una coreografía de esas que no se sabe dónde termina el gesto no bailado y dónde empieza el baile, hay en esta película momentos así, momentos de sincronía caminando, todos al mismo ritmo, llaves que saltan de la mano derecha a la mano izquierda sin más razón que el placer del gesto, el placer de que las cosas vuelen, momentos en lo que el siguiente paso ya podría ser bailado y sin embargo no, no se llega a bailar, y hay también momentos en los que uno se echa a reír sin que haya de veras un gag, simplemente un apunte de gag, por ejemplo dos señores que se ponen a jugar cada uno con su pipa, rimando el uno con el otro como si fueran Hernández y Fernández, como si a un paso estuviera ya el tebeo, y también es cierto que no son pipas cualquiera, tienen toda una historia, una historia que también rima, las cosas de dos en dos tienen más gracia. 
También pasa, claro, que ellas se mueven casi a la par pero no, y se miran y se sonríen como si ese moverse en rima fuese un juego, pero no están solas en ese ritmo, no están solas en ese baile, porque también juega la cámara, también juega el cambio de plano cuando la chica se echa hacia atrás y pasamos del cercano al general, hay un placer de la precisión, como sucede también un poco antes, cuando ella se pasa la mano por la cabeza, es lindo ver algo tan preciso, como un hilo que sin temblar pasa por el ojo de la aguja, como un equilibrista que camina por la cuerda sin esfuerzo, como la bailarina que vuelve baile el gesto cotidiano o que el engarza puño lanzado al aire y el gesto de echarse hacia detrás, un gesto concluyéndose en otro sin que podamos detener el momento preciso de la transición. 
En realidad ese gesto del puño lanzado a alguien que no lo ve ya había aparecido antes, era un niño que boxeaba el aire que había entre él y su padre vuelto de espaldas, un niño que boxeaba el aire sin más, sin que nadie resultase herido, es la gracia de boxear el aire, que se suelta el músculo pero no pasa nada, es un gesto que nadie va a recordar, y además en la película ese gesto no importa nada de nada, quizás rima con el tema de la distancia entre las generaciones, pero rima sin más, de todas maneras nunca volveremos a ver al chico, quizás simplemente diga que estas cosas, en general, importan pero tampoco no hay que tomárselas muy en serio. 
La chica lanza su puño hacia un tren que ya no está ahí, al fondo entre los edificios, un tren en el que va una amiga de las dos chicas que se ha casado y que se va de viaje de novios, o que se va a vivir a otro lugar, la verdad es que no lo sé, esto otro lo acabo de pensar, y lanza el puño porque esa amiga no las ha saludado desde el tren con su ramo de flores como había prometido y no saben muy bien el porqué, pero eso y el hecho de no haber sido invitadas a la recepción les hace pensar que las personas con el tiempo se distancian, y que se distancian más aún cuando se casan, como si casarse fuese acelerar el tiempo, dividirlo en dos, hacer una frontera entre un momento y otro de la vida. También puede ser, claro, que le tocase estar sentada junto a la ventanilla del otro costado del tren, esas cosas pasan y a veces lo que de un lado tiene mucho sentido del otro lado simplemente es mala suerte. 
Ved, ved cómo pasa el tren allí al fondo entre los edificios, ved todas esas camionetas rojas, como si fuesen de una marca de refrescos, como si fuesen de un musical de esos donde el mundo entero está recoloreado para la ocasión, porque si el mundo no está recoloreado resulta mucho más difícil creerse que toda esa gente se ponga a bailar, y sobre todo que se pongan a cantar. 
Luego los personajes vuelven a venir aquí arriba, a apoyarse en esa barandilla, y bastará por ejemplo que la chica con el vestido más claro vuelva aquí, mientras los compañeros juegan a la pelota y al bádminton, y vea pasar un tren, uno cualquiera, para que sepamos que está pensando en su posible matrimonio. Más tarde bastará que la otra chica esté ahí apoyada, hablando con un compañero de trabajo, mientras los compañeros de nuevo juegan a la pelota y al bádminton, para que veamos la imagen del tren sin que haga falta mostrárnosla, para que sepamos que el lugar hacia el que miran es el lugar por el que pasan los trenes y que ellos puedan hablar de viajes sin que haga falta ver de nuevo pasar un tren e incluso para que más tarde, cuando ya han tenido lugar las despedidas, no haga falta ver ni trenes ni barandillas, como si las imágenes que lo significaban se hubiesen ido borrando y ya sólo quedase la sensación de la separación, la sensación de la distancia, como si la gracia final de las rimas y de los gestos de baile estuviese en el momento en el que se desvanecen, como si se tratase de crear tren a tren, paso a paso de casi baile, un mundo con la gracia y la belleza suficientes como para que su desaparición se sienta como ausencia, un mundo que merezca la pena echar menos. 
(Otoño tardío, Yasujiro Ozu)