lunes, 12 de octubre de 2009

Recuerdo de las clases de José Luis Guerin en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Septiembre 2002-Junio 2003

En el otoño de 2002 la Pompeu Fabra era un buen sitio para alguien que quisiera aprender cine y no tuviera el valor de saltarse la escuela. La universidad pública de la Generalitat había recibido una cantidad insultante de dinero que se había traducido en unas instalaciones desaprovechadas, pero extraordinarias, y en una reunión de profesores que todavía llevaban poco tiempo trabajando juntos y aunque sólo fuera por eso, a veces, se dirigían la palabra.

Esto se notaba en los fondos de la biblioteca de Periodismo y Comunicación Audiovisual. No exactamente en la colección de libros, sino en la colección de películas. Se encontraba repartida entre el Edificio de La Rambla y el de la Estación de Francia (junto al Zoo).

En los todavía recientes inicios de la facultad se había formado una comisión para la compra ordenada de películas. El estudiante que entraba en la biblioteca se encontraba con una extraña colección de VHS americanos, franceses, ingleses, italianos, alemanes, españoles. Se había reunido una serie de películas notable, encargándolas al extranjero, grabándolas, buscando determinados títulos y siguiendo la filmografía de algunos autores, acertados. (Pocos años después, cuando hubiera sido fácil mejorar y completar la colección gracias a la aparición de internet y el DVD, ocurrió lo contrario: la devaluación lamentable de ese espacio -suscripción a los coleccionables de los  periódicos, hordas de alumnos utilizando la biblioteca como video-club de fin de semana... pero esa es otra historia, asociada a algo todavía en curso como es la depuración de los alumnos en clientes.)

Recuerdo una tarde en la cafetería de la facultad, con algunos alumnos-clientes, que Guerin comentaba que el cine era una arte “imposible fuera de las grandes ciudades”. Se refería a que durante décadas había sido necesario ir a las capitales -Los Ángeles, París, Berlín, Roma- si se quería hacer cine, ver cine. El propio Guerin, en la época en que preparaba su primer largometraje había pasado varios años en Madrid (mientras esperamos el AVE que nos vuelva a unir con Lisboa esto sería nuestra capital…)

Ahora mismo esa necesidad de la gran ciudad para el cine es discutible. La duplicación de películas en vídeo y la conversión del mundo en canal de televisión permite el acceso, desde cualquier lugar, al recuerdo, al rastro de lo que fue aquello. Por otro lado las capitales siguen siendo el único lugar donde, de tarde en tarde, se pude ver proyectada una película o se puede hablar con quienes, si ya no hacen cine, vinieron hace tiempo a la ciudad para ver, para hacer cine.

Ahora bien, no conviene olvidar que las filmotecas cada vez son peores y los mejores de entre los que en su día vinieron a la ciudad están casi todos escondidos, lejos del cine. “Baja el ala del sombrero que te regalaron./ No muestres tu cara. ¡Oh, no muestres tu cara!/ Al contrario,/ borra todas las huellas.”

No parecía mala cosa haber caído cerca de la Facultad de Comunicación Audiovisual de la Pompeu Fabra a finales de 2002. Guerin iba a volver a dar clases ese año, como profesor invitado.

Hacía ya un tiempo que había dejado las clases en una de las múltiples escuelas de cine de Barcelona, el CEC (Centro de Estudios Cinematográficos, Método Ruso), y en los años siguientes sólo había vuelto a dar clases de tarde en tarde, en la Pompeu Fabra. Después de 2002 Guerin no ha vuelto a dar clases, en curso seguido, hasta la fecha.

Un día comiendo en la Plaza Real y mientras pedía un segundo postre al camarero, Guerin le comentaba a Paulino Viota: “¡Paulino, tenemos que abrir una escuela de cine en Barcelona, sería un gran negocio! Esto está lleno de gente que quiere convertirse en director de documentales, como Hollywood debía de estar lleno de  camareros que querían convertirse en actores y actrices… En mi casa tengo una pared vacía y bastante grande, la podríamos utilizar como pantalla y…”

Su clase de “Taller de Guionatge” en la Pompeu Fabra en 2002 no estaba llena de aspirantes a actores ni de aspirantes a directores de documentales. Era más bien una extraña mezcla de “los mejores expedientes académicos de Cataluña y Andorra” (esa licenciatura tiene la nota de corte más alta de España) más algún aspirante a presentador de televisión, que también los había con vocación. A lo que se sumaba uno que poco después estaría trabajando en el Consell de l’Audiovisual Catalán pero a quien Guerin tenía que mandar callar cada dos por tres. Había también algún erasmus, que daba la nota de color.

Eran cuatro los profesores encargados de los “Talleres de Guionatge” ese curso: Guerin, Jordà, Ordóñez, Recha. A nosotros nos tocó uno por el que yo hubiera estado dispuesto a perderme las clases de Guerin: Marcos Ordóñez. Le comenté a M.O. que no quería desaprovechar la ocasión de ir también a las clases de Guerin (mismo horario) y él, con gran humildad (e injustificada, porque sus clases eran tan interesantes como las de Guerin…) me dio vía libre siempre y cuando apareciera por allá “al menos una clase de cada tres”.

Las clases de Guerin sorprendían porque eran buenas. Como todo el mundo yo había visto el año anterior En construcción, que me había dejado vacilante, no sabía si me gustaba mucho, poco o regular (la comparaba, equivocadamente, con El sol del membrillo). Y pocos meses antes de que empezara el curso había visto también Innisfree en una reposición que se hizo en verano en los Verdi, que me había hecho ya comprender que Guerin era un “monstruo”, un virtuoso, y que era ese aspecto monstruoso, descomunal de sus películas lo que me había dejado noqueado al primer contacto directo, al primer asalto (besé la lona). Pero esto hasta cierto punto era un problema mío, debía intentar fijarme más y aprender… a esquivar los golpes por lo menos.

Los recuerdos sobre el contenido de sus clases los tengo bastante mezclados. Recuerdo que eran brillantes, intensas, no decaían durante las tres horas (largas) que llegaban a durar. Se aprendía, bastaba estar ahí.

Me acuerdo de algunas de las películas que vimos: Place de la Republique (Malle), Comizi d’amore (Pasolini), y una “de manifestaciones” de Marker[1] (¿La sixième face du Pentagone?). Sorprendía el interés de Guerin por el cine directo. Comprendo ahora que Guerin nos debía de enseñar esas películas por lo que estaba ocurriendo en ese momento fuera de la facultad: 2002 fue el año de las manifestaciones contra la “cumbre europea de jefes de Estado” de Barcelona, coincidiendo con la guerra de Irak. Guerin se preguntaba si nosotros estaríamos participando en esas manifestaciones, si llevábamos pequeñas cámaras y las estábamos grabando.

El cine directo parecía alejado de sus películas. Era misterioso ese interés por algo tan distante a En construcción o Innisfree. Pero nos equivocábamos, el cine directo le atraía por motivos específicos. Y demostraba una gran sensibilidad a esas películas. Conectaba con una de las aspiraciones de su cine: la intención de ir “ a la fuente y no a la vasija”, como le gustaba decir citando a Leonardo.

Esto se veía en su “lectura” de Comizi d’amore de Pasolini, por ejemplo. Señalaba la presencia del cineasta en la pantalla, sus movimientos en un paseo marítimo micrófono en mano; el cineasta se acercaba a los que estaban allí; llegaba hasta un grupo de militares de uniforme, fuertes, grandes (Pasolini era muy pequeño a su lado); les preguntaba “por el amor” uno a uno, y se dirigía a ellos no por su nombre, que no lo podía saber, pero tampoco anónimamente: les decía: “¿Qué opinas, veneciano?” “¿Y tú, napolitano?” Y veneciano tenía en efecto la nariz aquilina, partida.

Eso resumía en un único plano, con gran simplicidad, el cine de Pasolini. Una determinada sensibilidad a los rostros auténticos. Un arrojo, casi temerario, frente a la situación. Decir la palabra incómoda.

No podíamos entender la relación del cine directo con las películas de Guerin y es que no era una relación con lo que había hecho, sino con las películas por venir. No tanto con En la ciudad de Sylvia (aunque esta también haya una capa en la que es el cineasta quien “lleva la cámara”) sino con la que al parecer está a punto de terminar, Guest, una película que ha ido grabando él mismo, al hilo de sus viajes como invitado de festivales de cine, y que muestra los encuentros “directos” que a raíz de estos han ido surgiendo. Dudo que en esta película Guerin llegue a aparecer en pantalla, pero la frontera cada vez es más estrecha, cada vez está menos lejos de atravesar el espejo.

En ocasiones proponía que saliéramos del aula y fuéramos a dar clase a algún bar. Un día la clase se hizo en el bar irlandés que estaba justo a la entrada de la facultad (el “Flaherty”, precisamente.) Otra vez la clase tuvo lugar en el “Cosmos”, el bar-hotel que se desvencija junto a otra de las fachadas de la antigua facultad de las Ramblas.

Postdata, como dice mi admirado Anselmo G. Tapias: Los estudios de Comunicación Audiovisual se han trasladado este año a un edificio “nuevo” en una zona de “reciente urbanización” (aquél ya era nuevo, yo creo que se desmontarían pizarras sobre las que nunca se escribió nada). Amigos que viven en Barcelona me dicen que el edificio colindante, el de Mediapro, es ligermante más alto que el de la nueva facultad, y que a determinadas horas del día echa sombra sobre los alumnos que están en los patios. Al parecer las puertas de las dos empresas están próximas, de modo que algún profesor no tardará en proponer que sus alumnos graben “la salida de los alumnos de la escuela y su inmediata entrada en la fábrica vecina”. Nosotros salíamos de clase y entrábamos en el “Cosmos”. A años luz de un minuto Lumière.



[1] Para Chris Marker las manifestaciones son lo que para Degas las academias de ballet.

1 comentario:

  1. A años luz de un minuto Lumière, más bien la inversión de un Melies, El viaje de la Luna a la Tierra terrenal de Don Pompeu Fabra.
    Pero aparte de eso quisiera comentar un par de cosas sobre Guerín.
    El virtuosismo como obstáculo. Alguna vez leí o me contaron que decía Calvo Serraller, que el obstáculo para que se conociese más à Sisley es que era demasiado buen pintor. En cierto modo lo mismo sucede con dos de los cineastas más infravalorados en las latitudes que conozco (Madrid y París), José Luis Guerín y Lucrecia Martel. Los cineastas en los que cada instante de sus películas hay algo en juego. En el extremo opuesto se valora y quizás se sobrevalora en París a compatriotas de estos cineastas, a lgunos que parecen haber reducido el principio de una idea por plano a una idea por película. Actitud si se quiere radical, auqnue queda la sospecha de si lo que gustará no es que nos hacen creer que con un poco de suerte, si encontramos la idea todo estará hecho.
    En cuanto a lo del cine directo y Guerín a veces me ha dado por pensar que lo que hacía se parecía a lo que Cezanne pretendía con el impresionismo. Dar al impresionismo la solidez del arte de los museos. Fugaz y sólido a un tiempo, vida y forma. Eso entendía yo en Innisfree y En construcción, esperando con impaciencia el nuevo salto hacia lo desconocido de Guerín, Guest.

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