miércoles, 31 de agosto de 2011

Contra Bresson (Bresson bressoniano)


Who
was your teacher?
Robert Bresson
Patti Smith

No esperéis demasiado de un profesor.
Nicholas Ray

Piensa: No son estas horas, teniendo que madrugar mañana, para escribir algo tan peliagudo, tan de cogerlo con pinzas, y al mismo tiempo mejor escribirlo como sin querer, de un impulso, por error.

Así que se pone a ello, ahora, a estas horas, sin margen para la excusa, a jugar con un mal recuerdo, con un recuerdo sin duda equivocado, quizás, quizás... A jugar con el recuerdo que le dejó una secuencia de una de sus películas preferidas de Bresson (aunque lo son casi todas, que conste, aunque algunas más que otras), el recuerdo del torneo en Lancelot, la única secuencia que le parece un cuerpo extraño en esa película, como un descanso, una exhibición, en el fondo un torneo, ahora que lo piensa, un torneo del cineasta con el cine, aprovechando más para mostrar facultades que para buscar el Grial, aprovechando más para ser un héroe que para luchar con el dragón, por recordar al rey Arturo que iba en moto.

En el fondo esa secuencia le dejó un recuerdo bressoniano, terriblemente bressoniano, como si jugase a confirmar su propio estilo, como si por una vez se creyese que es un cineasta del fuera de campo (pero, ¿existió alguna vez el fuera de campo? ¿y hubo alguna vez once mil vírgenes?).

En el fondo nada más peligroso, piensa, mientras a lo lejos en la noche se oyen motos y gritos, que el estilo. Nada más peligroso que buscar el estilo. Hay demasiadas cosas que hacer como para pensar en eso. Nada más peligroso que los torneos, nada más peligroso que saberse Lancelot y más fuerte y guapo que los demás. Quien busca el Grial no está para torneos. Quien lucha con el dragón no está para fotos.

Aunque confía más en Bresson que en su memoria, e imagina que al volver a verla quizás descubra al fin esa secuencia, deje de ser para él un ejercicio de estilo.

Pero recuerda esa escena a menudo cuando va a ver películas contemporáneas obsesionadas por el estilo, por ser reconocidas como obras de cineasta. Películas que gritan que son cine, que gritan que son héroes aunque no haya dragones con los que luchar. Justo lo que no hace Lancelot, la película, mientras está buscando el Grial, o a su Ariadna llamada Ginebra. Un hombre laberíntico no busca la salida, busca su Ariadna. Eso no lo piensa él, lo pensó Nietszche. Cree.

Vuelven a pasar las motos a lo lejos. Se hace tarde. Otra noche seguirá.

martes, 2 de agosto de 2011

un pájaro herido

Si el cine existió debió de ser esto, La petite Lise, principios de los treinta, acaba de llegar el sonido, un sonido real y brumoso, documentales de otro mundo, lo eran también Vampyr y La nuit du carréfour, debió de ser esto, un cine sencillo, de antes de la sencillez, rápido y lento (otra vez rápido y lento, no lo olvidemos), tres planos son un asesinato, dos planos el amor de un padre, un travelling que sigue desde lo alto a un chico y una chica y es el amor en un mundo que les viene grande, un único plano y es todo un destino, pero también diez, quince planos, una canción en Cayenne, un baile en París, y el cine no podrá volver a ser tan directo y vertiginoso, no podrá volver a entregarse con tanta inocencia al movimiento y la desesperación. Si el cine existió debió de ser esto, un héroe grande y lento, como un oso que comprende y ama, cuerpos como ya no los vemos. ¿De dónde salen esos cuerpos y esas voces? ¿Es el pasado otro mundo, un mundo en el que hasta las verduras eran diferentes, como escribía Virginia Woolf? ¿Acaso era posible en los treinta encontrar los cuerpos y rostros de los sans-culotte de 1789 y sin embargo hoy ya no sabemos encontrar y filmar a un obrero de 1930? ¿Qué le ha pasado a la cara del mundo? ¿Qué le hemos hecho? Si el cine existió debió de ser esto, aprender a hablar, hacerlo todo, decirlo todo, rápido, rápido y lentamente, señales de otro planeta llegadas a la velocidad de la luz y después ya sólo quedaría perfeccionar lo aprendido, ser mayor, ser más profundo, más complejo, pero acaso el corazón no pueda volver a latir de la misma manera, nunca como en estos planos donde un padre oso ama y comprende y salva a una hija pájaro temblorosa. Se acabó y no nos hemos enterado y mejor no digamos nada. El cine fue el cine sonoro. Silencio. El cine sonoro han inventado el silencio. Porque ya estaba todo dicho. Y además no importa. (La película es de Jean Grémillon. El mejor. Por ejemplo.)

lunes, 1 de agosto de 2011

Alegrías del instante


Cada segundo puede ser un momento.
Johan Cruyff

Porque... ¿acaso es raro, por no decir monstruoso, monstruo del alma, el ver El diablo probablemente, la más pesimista de las películas, una negación del futuro a cada instante, y en vez de deprimirse sentir al contrario una gran alegría, una alegría de cada instante, hasta en la más fría y dura y desalmada de sus secuencias, y salir del cine sonriente y con ganas de batir palmas con las orejas?

¿Es una perversión, una monstruosa deformación de la sensibilidad y la compasión? Algo de eso puede haber, por qué no. Pero también asombro y baile (el diablo no sabe bailar por fuera, pero baila por dentro y aprecia a los que saben).

Alegrías del instante, de cada instante de la película, cada instante privado de futuro pero cargado de presente. Alegrías del desconcierto ante la precisión, que es un milagro normal y raro. Como esa frase extraña que se oye en la película: "¡Mirad, ha pescado un pez vivo!" ¿Pero es que acaso se puede pescar con anzuelo un pez muerto? (Que te pique una abeja muerta no digo yo que no, pero que pique el anzuelo un pez muerto...) Y sin embargo pescar lo vivo produce asombro. Y alegría.

Y esas alegrías del instante pueden ser más fuertes que cualquier relato pesimista. ¿Por qué deprimen películas que hacen publicidad de la felicidad y provocan alegría algunas de las más tristes y terribles? Mejor remitir a algo que comentó Acho y Medio, que es como Cruyff pero de otros menesteres, a propósito de otras tristezas:

Siempre he pensado que, desde el 2000, todos están tristes porque el mundo no se ha destruido. Tanto apocalipsis todo el siglo, y al final resulta que el mundo sigue adelante. Y claro, no hay quien lo aguante. Desde luego, hay películas tristísimas que producen una gran alegría. Es una cualidad del espectador y no de la película, claro está: la cualidad de verse afectado de alegría por una película triste. Pero claro, ¿tristeza en la temática, en la historia, en los personajes... o en la forma? ¿Cómo sería una forma triste...? Yo diría que una forma triste es aquella que no inventa, y por eso a veces hay películas de las que uno sale como derrotado, como si lo peor de la vida hubiera pasado por uno. Una forma que no inventa sería... a ver... una forma que no genera nada nuevo a partir de lo que muestra. Cuando sí se genera algo, la forma deviene alegre, y el que la percibe deviene a su vez alegre o no, eso ya depende de él, de cómo él esté hecho.

¿Cómo estamos hechos? y, ¿de qué? De agua, se solía decir hace años, cuando uno quería parecer inteligente y enterado. En un no-me-acuerdo-cuanto por ciento. Agua en la que pescar asombrosos peces vivos.

O de interior y exterior, como la gallina de Vivir su vida. La gallina tiene un interior y un exterior. Si se quita el exterior, nos encontramos con el interior. Si se quita el interior, nos encontramos con el alma.


Hablando del alma, que debe estar compuesta en gran parte de agua, hablando de alegrías del instante, y demás felicidades, Oliver Sacks se preguntaba en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero si uno de sus pacientes tenía alma. Era un hombre con amnesia retroactiva, que no recordaba nada de sus últimos veinte años y que olvidaba rápidamente todo lo que le sucedía. ¿Tiene alma quién no puede fijar su identidad en una continuidad temporal, quien no puede recordar? ¿Acaso no somos porque recordamos quienes somos y lo que vivimos, porque recordamos nuestra historia? Sacks les pregunta a las monjas del hospital si piensan que el paciente tiene alma. Y ellas, escandalizadas, pero comprendiendo el por qué de la pregunta, le dicen que vaya a verlo cuando está en la capilla. Y allí lo ve al fin absolutamente concentrado, atento, participando plenamente de la comunión. Participando del acto y no de un relato. Participando con una atención que él llama moral o emotiva. Y esta atención se produce no sólo en el acto de la misa sino también en la escucha y la contemplación estética, allí donde los instantes están cargados, donde un instante contiene otros instantes.

Quizás sea esta la alegría que nos da Bresson, la que nos da también un instante, tres planos, cuatro gestos de una película de Oliveira entrevistos una noche d ehace ya años en un reportaje. La posibilidad de al fin fijar la atención, un momento de conciencia pura, gracias a la invención del artista, que es trabajo y fidelidad a su intuición. Películas de la derrota de las que uno sale fuerte, vivo de nuevo, preparado para seguir creyendo.

Antes de la idea el gesto, antes del relato el instante. La inteligencia, sí, pero sobre todo la atención y la invención. Alegría del instante, de la concentración, asombro del pez vivo que se descubre vivo, que se siente vivir.