En haut des marches, de Paul Vecchiali. Una mujer vuelve a Toulon, la ciudad en la que creció y se casó, y que dejó veinte años atrás, al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando su marido, considerado petainista, fue asesinado en la calle.
Un plano: Danielle Darrieux en el puerto de Toulon, un personaje que entra en plano, no sabemos todavía si actor, figurante, o simple curioso que pasaba por allí, pero pronto sabremos que es actor (Michel Delahaye). Habla a Danielle Darrieux, hablan de los puertos, de los fantasmas, de Pétain, de la memoria… la cámara los acompaña en travelling.
Imagino que el travelling está puesto en línea recta, que los personajes caminan a lo largo de uno de los lados, dan la vuelta, y caminan luego del otro lado, rodean la vía del travelling. El travelling avanza con ellos y luego retrocede, vuelve al punto de partida con ellos. Pero a la ida ellos caminan con el puerto y el mar de fondo, y a la vuelta, como están del otro lado del travelling, el fondo del plano es el restaurante y la terraza que hay enfrente del puerto. En cierto momento Danielle Darrieux se adelanta un poco, pero se para y se da la vuelta. En ese momento la cámara, en vez de permanecer con ella, sigue su movimiento, e incluso lo acelera un poco, dejando atrás a la actriz, filmando lo que antes sólo era el fondo del plano, el fondo documental sobre el que se destacaba la ficción de los personajes.
Primero los ventanales del restaurante, de tal manera que vemos al mismo tiempo a la gente sentada dentro y el reflejo del puerto en los cristales, luego la terraza. Mientras, el diálogo continúa (hablando por cierto de la mirada y el juicio de los demás, de la ruindad posible del juicio de los otros). Entra también en el sonido la melodía de la película, apenas tarareada, muy de fondo. Al cabo de un minuto los actores vuelven a entrar en plano, la música tarareada cesa, el diálogo sigue, pero ahora vemos con otro ojo el fondo del plano, aparece una nueva relación entre la ficción reflexiva y la realidad documental.
En esta película ese movimiento es normal, está construida sobre deslizamientos constantes entre la ficción, la reflexión, lo documental, entre los momentos históricos, entre los géneros, hay incluso una secuencia cantada, a veces es imposible saber lo que de veras sucede y lo que es imaginado por el personaje. El proyecto mismo es un deslizamiento, una película de ficción de Vecchiali sobre su madre donde el personaje de su madre es interpretado por Danielle Darrieux, la actriz que idolatraba de niño.
Al ver el plano de En haut des marches he pensado en un plano de otra película sobre una mujer recorriendo la memoria de una ciudad, Le stade de Wimbledon, de Mathieu Amalric. La cámara está en un autobús urbano, filma lo que se ve por el parabrisas. Pensamos que la protagonista, Jeanne Balibar, va en el autobús. El bus se para, la cámara hace una panorámica para encuadrar la puerta del bus, y ahí aparece Jeanne Balibar, fuera del bus, en la parada. Pregunta al conductor si es el bus que lleva a la Universidad, y este responde con otra pregunta: “¿la vieja o la nueva?”. Jeanne Balibar responde algo así como: “déjelo, da igual”, no sube al bus, la puerta se cierra, arranca, y la cámara vuelve a encuadrar el parabrisas, dejando en la parada a Jeanne Balibar.
Se podría pensar también en En la ciudad de Sylvia, y en Café Lumière, películas de ciudad, de la ciudad como fondo sobre el que apenas esbozar un personaje y una ficción, para que poco a poco el fondo (la ciudad, el documental) vayan viniendo al primer plano, sean vistos en igualdad de condiciones con la ficción. Y al mismo tiempo eso le permite a la realidad despojarse de la exigencia habitual del documental, el tema, pues la ficción ya se ocupa de eso.
Algo hay en el plano de Amalric que ejemplifica un arte, no ya el de perderse en la ciudad, sino el de perder al personaje en la ciudad, aunque sea con truco, recuperándolo siempre antes de que sea tarde. Como el sobrino aquel de Freud que lanzaba un carrete al que había atado un hilo, para luego recuperarlo, que jugaba a perder el carrete para mejor recuperarlo (decia Freud que así el niño jugaba con la angustia de la separación con la madre).
Aunque al final la película se acaba, el hilo se rompe, el personaje se pierde, las luces se encienden, sales a la calle, queda la ciudad.
(Pero no era esto lo que yo quería decir. Me he perdido.)
domingo, 20 de diciembre de 2009
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José Luis Guerin comentó alguna vez, poco antes de rodar En la ciudad de Sylvia, que -literalmente- estaba "muy interesado en las relaciones fondo-figura".
ResponderEliminarAhora que lo dices creo recordar que en su momento, al ver En la ciudad de Sylvia y volver a ver En construcciçon, Innisfree y Tren de sombras, tomé apuntes (unos pocos en un cuaderno, sin diagramas) sobre el tema del fondo y la figura en las películas de Guerín, en el sentido espacial, en el sentido de fondo y personaje, de documental y ficción pero también en el sentido temporal. Será hora de rebuscar en la basura, porque creo que u´na idea era buena, pero ya no la recuerdo.
ResponderEliminarPero todo esto es una cuestión de pintura: figura y fondo, figura y paisaje, aparición del paisaje como género pictórico, la profundidad y lo que desde el fondo viene hacia nosotros... (Quizás también le oí algo a Guerín, en alguna presentación, y se me ha olvidado.)