sábado, 21 de diciembre de 2019

dos sacerdotes



Oh, es una pena, se ve tan mal, no podéis ver, creo, la sonrisa del hombre ese del fondo, ese hombre calvo y con bigote, así como lo veis la cabeza es tan blanca que parece que va a desaparecer en un haz de luz, pero no, no hay nada luminoso en él, lo que hay es un sonrisa que no es ni malvada, que no es ni de él, como si la sonrisa le viniese de algo que no es él, como si en su sonrisa hubiese todo un mundo sonriendo a través de él, un mundo con sus obviedades y sus secretos, el mundo del trabajo asalariado, el mundo de las verdades del dinero y de la jerarquía, pero, ay, que me pierdo, y no quería perderme tan rápido, el caso es que los dos hombres que están sentados se miran y se sonríen en presencia del hombre que está de pie, y solo con ver que dos están sentados y uno está de pie ya podemos ir deduciendo que los dos sentados tienen algún poder de decisión sobre el que está de pie, así van estas cosas de los cuerpos, y así es, porque el hombre que está de pie, y que es más joven que los otros dos, recién se graduó de la universidad, está buscando trabajo, y los dos que están sentados pueden darle o no darle trabajo, y por esas sonrisas que intercambian ya sabemos que se guardan un as en la manga, que no se lo van a poner fácil, lo que le proponen es un puesto de recepcionista, que no es a lo que él aspiraba, y él va a decir que no, porque recién se graduó y si estudió fue para otra cosa, para algo más, y entonces los otros dos vuelven a intercambiar una sonrisa, saben algo que él no sabe, saben un secreto al cual él todavía no ha sido iniciado, no tienen ya su juventud pero tienen el secreto, esto del trabajo asalariado tiene sus ritos y sus secretos y sus creencias que el más joven todavía desconoce, y la verdad es que viendo las caras de los dos tipos que están sentados uno desearía que el joven nunca llegase a conocer esos secretos y creencias, pero aunque de la película sólo quedan pedacitos parece que sí, que algo aprende el chico joven, algo que tiene que ver con la humillación, con el rito de la humillación, porque resulta que está casado y que su mujer va a trabajar mientras él sigue buscando trabajo, y cuando él  vea a su mujer pasando por la humillación del trabajo (ella de camarera, además, ella de pie y los clientes sentados, y ella tendiendo una cerilla encendida al cigarrillo de un hombre sentado, convirtiendo el gesto familiar en gesto que se vende, el gesto familiar entrando de pronto en otra lógica, la lógica esa de las sonrisas y el secreto), eso le va a hacer reaccionar, le va a hacer ocupar el sitio de ella en el rito de humillación, y entonces las sonrisas de los dos tipos sentados se van a volver sonrisas de acogida en el mundo del trabajo, él va a ser premiado por haber conocido el sufrimiento, por haber experimentado el secreto, realmente esta es una historia religiosa, una historia sobre los caminos de la conversión, y no sabemos si de conservarse la película entera sería un poco menos inquietante, quizás sabríamos, por ejemplo, si el mundo que el hombre y la mujer van construir entre ellos va a merecer el sacrificio, o sabríamos si él se convertirá a su vez en un tipo sentado de sonrisa jodida, o si en realidad esos tipos de sonrisa jodida tienen a su vez un reverso, si son algo más que oficiantes de una religión cansina y cansada, podríamos saber todas esas cosas pero no sabemos y nos queda imaginar o mirar a nuestro alrededor y ver el mundo, como un juego de espejos, reflejando una y otra vez esas sonrisas y, ahora sí, perdernos. 
(Me gradué, pero... Yasujiro Ozu)

viernes, 20 de diciembre de 2019

un uso del vacío



Allí arriba, veis, hay dos filas de personas sentadas y vestidas de negro y blanco, quizás no lo podáis ver pero son músicos y cantantes, y allí abajo hay dos, quizás tres, filas de espectadores, pero se puede adivinar que hay más, todo un teatro lleno, los músicos ya están tocando, los cantantes ya están cantando, pero el escenario, ahí, entre los músicos y el público, sigue vacío, la música dura y el escenario sigue vacío, la música alarga ese tiempo de vacío y el tiempo al alargarse va cargando de tensión ese espacio entre los músicos y el público, ese espacio que es el escenario, ese espacio vacío, parece que hace falta eso, el tiempo de vacío, para que algo pueda suceder allí encima, para que un poco de tiempo y espacio se separe del resto del mundo, y sucede además que ya una voz nos ha hablado de aquello que vamos a ver, nos ha hablado de un gran actor de kabuki y de la más famosa de sus danzas, una danza en la que primero es muchacha y después es león, y puede pasar que no sepamos nada de esas danzas y que cuando nos digan eso, danza de la muchacha y danza del león, no sepamos ni siquiera qué podemos imaginar, y por eso es bonito que nos lo digan antes, que nos hagan esperar, que nos anuncien que lo que vamos a ver es excepcional y nosotros lo carguemos de espera, así lo que aparezca nos lo vamos a comer con los ojos, intentando ver, intentando entender, aunque cuando uno desea tanto ver a veces no ve nada, o nunca ve tanto como esperaba ver, pero no importa, aún así es buena esa espera que carga el escenario y que carga también de tensión el cuerpo del aquel que mira, alguien que nos gusta mucho hablaba de esa sensación que tenía desde pequeño antes de los guiñoles y más tarde antes de toda obra realmente bella, una sensación de espera y de excitación y de ganas de hacer pis, el rectángulo del escenario, el rectángulo de la pantalla, se carga a veces de todo eso, espera, deseo, imaginación, ganas de hacer pis, pero para eso hay que saber algo y al mismo tiempo no saberlo todo, aunque ahora que lo pienso quizás también se pueda saber todo, quizás sea aún mejor si se sabe todo, porque esa danza que vamos a ver es en realidad un clásico del teatro japonés, vamos a ver algo que ha sido actuado y danzado muchas veces y que sin embargo cada vez aspira a ser único, algo que está cargado de sentido y que al mismo tiempo es como una dificultad, algo que está puesto ahí para que el actor lo afronte, lo haga suyo, para que sea lo mismo de siempre y al mismo tiempo sea único, de todas maneras no puede ser siempre igual, porque no es simplemente algo que hacer, es más bien como un salto mortal que una vez más tiene que darse, es ser o no ser, siempre está el riesgo, siempre hay que volver a hacer presente la dificultad y hacer algo con ella, hacerla ligera, hacer que se desvanezca, que olvidemos que era una dificultad, y ahora, en un momento, saldrá a escena el actor y empezará a hacer la muchacha, al principio pensaremos que vaya, que si de veras es eso lo que había que ver, eso tan excepcional, entonces quizás la espera ha sido en vano, y uno piensa que le falta la cultura para entender lo que está pasando, pero al rato empiezan a pasar cosas con la manera mover los abanicos, y quizás no sea eso lo que es de veras importante, pero ahí pasa algo, esos movimientos no son cualquier cosa, uno empieza a sentir que algo de la espera encuentra algo en el presente, algo que mirar, algo que comerse con los ojos, y entonces, al cabo de otro rato, el actor, que no era muchacha y que no es león, se viste de león, que es más bien como un señor medieval con una melena blanca impresionante, y empieza a moverse imperioso, primero el cuerpo, luego la melena, y entonces sí pasa que uno se queda maravillado, será o no será eso lo importante de ver según la tradición, no lo sé, pero el caso es que hay algo ahí que es admirable, y viene entonces esa sensación y esa idea de que admirar es algo feliz, reconocer una potencia sucediendo, reconocer que eso es posible, una potencia sucediendo, y quizás por eso hacía falta ese tiempo de la espera, ese rectángulo cargándose de intensidad, cargándose de vacío, cargándose de nuestras miradas que esperan, que anhelan, que sienten quizás unas ligeras ganas de hacer pis, hacía falta ese tiempo y esas miradas par algo sucediese, tenía que hacerse el vacío para que apareciese el riesgo y que el riesgo a su vez se hiciese ligero, se hiciese aliado de aquel que actúa, quizás se tratase de eso, la transfiguración del riesgo, su paso de enemigo a aliado, la danza del león de nuevo, por única vez, sucediendo.
(La danza del león, Yasujiro Ozu)

jueves, 19 de diciembre de 2019

alegrías de la lechera



Podría ser una ventana muy sucia, pero es una ventana muy fría, tan fría que se pueden trazar sobre ella cifras y letras, y si la ventana está tan fría es porque es la ventana de un tren que va hacia las montañas en invierno, que va hacia la nieve, y las letras y las cifras las trazan dos estudiantes que tras los exámenes, y antes de los resultados, se van a esquiar a la montaña, y por el camino hacen cosas como esta, las letras son los apodos de los profesores que les han examinado, las cifras son las notas que suponen pueden ponerles en los exámenes, así que los dos amigos van haciendo las cuentas de la lechera, por pasar el rato, por hacer más corto el viaje, y en realidad siempre están haciendo eso, con las notas, con los dineros, con los amores, haciendo cálculos en el aire, imaginando lo que podría ser con apariencia de lógica y de planificación y vocación de desastre, ahora mismo, en este tren, los dos van haciendo eso juntos, las cuentas de la lechera de las notas que podrían tener y no tendrán (al final lo sabremos) pero además van haciendo, por separado, en silencio, cada cual en su cabeza, otras cuentas de la lechera, unas cuentas amorosas, y es que resulta que uno de ellos conoce a una chica muy guapa que va a estar allí, en la montaña, y el otro también conoce a una chica muy guapa que va a estar allí, y lo del esquí es para los dos una excusa para ir a verla, pero ninguno de los dos le ha hablado al otro de ninguna chica ni de nada que no sea esquiar, y además resulta, quizás ya lo hayáis imaginado, que esa chica en realidad es una sola, que los dos están enamorados, o encaprichados, de la misma chica, y la película parece que irá de cual de los dos se quedará con ella, y en esa competición parece que uno tiene todas las de perder, porque es un eterno derrotado, se le ve en la cara, se le ve en los hombros caídos, y encima no sabe esquiar, se cae todo el rato, y el otro tiene todas las de ganar, porque es un suelto, porque es un listo, porque para lo bueno y para lo malo es del tipo invasivo y tramposo, pero la verdad es que sería muy triste si uno de los dos le ganase al otro, porque es muy triste que esa amistad de pronto se convierta en competición y que esa chica se convierta en trofeo por ganar, y si uno gana se nos estaría contando que eso de la competición es algo así como la realidad, una realidad más real que la amistad, así que solo pueden pasar dos cosas, que aparezca una segunda chica o que pierdan los dos, y en este caso pierden los dos, porque lo que ellos se figuraban triángulo no lo era, ninguno de los dos había sido nunca considerado por la chica, en esta historia no había en realidad geometría alguna, apenas sumas y restas en el aire, y es normal que así sea, porque si esta es ante todo la historia de dos tipos que hacen las cuentas de la lechera y nunca les cuadran con la realidad, entonces ninguno de los dos podía ganar en las cuentas amorosas, y tan poco ganan que el que no sabía esquiar al final de la película sigue yéndose al suelo cuando la pendiente se pone inclinada, no ha aprendido nada, ni siquiera a esquiar, o quizás lo único que hayan aprendido juntos sea a nunca desilusionarse, cuando la película termina ya están haciendo nuevas cuentas de la lechera amorosas, o puede ser, ahora que lo pienso, que sí haya algo que ha cambiado, y es que, en principio, el amigo eternamente suelto dice estar haciendo cuentas y planes por el amigo eternamente derrotado, ya no trama y calcula por sí mismo sino por el otro, y vaya uno a saber, la verdad, si eso es algo que han ganado o si es la enfermedad de las ilusiones que va ganando terrenos nuevos, consiguiendo que vivan ya para siempre en un futuro que nunca llegará a ser pero que hace del presente un tiempo alegre, un tiempo tan alegre que al chico de los hombros caídos le dan ganas de saltar y de bailar hasta metido en la cama, y quizás sea eso lo que han ganado, uno las ganas de ilusionar al otro, el otro la alegría que aunque ilusa remueve el cuerpo y si remueve el cuerpo será que, al menos un poco, algo tendrá de real. 
(Días de juventud, Yasujiro Ozu)

lunes, 9 de diciembre de 2019

susto o muerte

Ahí arriba están esas paredes desconchadas y un poco de cielo azul, qué cielo más despejado, y abajo hay lápidas, esto debe de ser un cementerio, tiene que ser un cementerio, poco antes hemos visto a un personaje anciano y alegre que de pronto se ponía mal y todos temían por su vida, así que pensamos que ya está, que ha muerto, y al poco vemos a gente hablando de lo repentino que fue todo y pensamos que sí que sí, que se ha muerto, pero resulta que no, era una falsa alarma, o era un ensayo, luego se morirá de verdad, apenas unos días más tarde, pero ahora no, ahora está vivo, al poco va a estar en pie y ligero como antes y hasta va a jugar al béisbol con su nieto, la película nos ha engañado un poco, la película ha jugado a darnos un susto, pero tiene su lógica, o tiene varias lógicas, porque así comprendemos mejor el susto que se han llevado los personajes mismos, esa tiempo de incertidumbre, esa llegada repentina de la muerte, aunque sea falsa alarma, aunque sea ensayo, ellos no viven pensando así en la muerte, en la posibilidad de la muerte, y de pronto se les aparece y hay que ver cómo eso les cambia el carácter, amansa a las fieras, a los jóvenes los hace más graves y a los viejos más ligeros, que quizás venga a ser lo mismo, tomarse la vida en serio es sentir su fugacidad, es al mismo tiempo tener cuidado con las decisiones que vamos a tomar y agarrar el presente, y es que algunas de las decisiones que tomemos, en este caso posibles bodas, lo que van a determinar es qué será el presente durante los años por venir, no determinan el futuro, que es algo lejano, determinan un montón de momentos presentes, un montón de momentos que irán siendo, uno a uno, cercanos, pero a los viejos eso de los años por venir ya no les importa, sólo hay el presente de ahora mismo, así que los aligera, sí, todo eso lo puede el susto de la muerte, el susto que se llevan los personajes, el susto que nos da la película, pero también tiene otra lógica ese susto, ese engaño, porque esta es una película llena de engaños, se hacen las cosas diciéndolas a medias, se espía, se sigue, se calcula, hay una escena muy graciosa en la que el anciano quiere escaquearse de los juegos con su nieto para ir a visitar a una antigua amante y el nieto se empeña en jugar al escondite, el abuelo la liga, así que se supone que tiene que dejar pasar el tiempo y luego buscar al nieto, pero el abuelo en realidad lo que hace es aprovechar para, a escondidas, escabullirse de la casa, así que el nieto acaba buscando al abuelo del que se tenía que esconder y el abuelo se escabulle del nieto al que tenía que buscar, y es que a ese abuelo siempre le vigilan y le siguen un poco, para enterarse de a dónde va cuando se escabulle, y cuando está ausente hablan de sus correrías, de todas maneras en esta película los personajes pasan más tiempo hablando de los ausentes que de sí mismos, como si fuese difícil eso, hablar de uno mismo, de cómo vive uno mismo, y fácil lo otro, hablar de los demás, de cómo viven los demás, la verdad es que es un poco agobiante eso, el tiempo que pasan, que pasamos, ocupándonos de ordenar cómo deben de vivir los demás (espiándolos, organizándoles encuentros para posibles matrimonios, decidiendo qué es bueno y malo para ellos), de esas cosas sólo se escapan los muertos, que no hablan de los demás y de los que, es cierto, se habla mucho, pero sobre los que nada se puede decidir ni influir, se sabe donde están, ahí, en el cementerio, pero van a estar ahí para siempre, no se van a mover, y al mismo tiempo están sin estar, a los muertos no se les puede espiar, lo más que podemos espiar es que les pasa a los vivos cuando la muerte ha pasado cerca, ver algo de esa gravedad y de esa ligereza, ver, quizás, suspendido el tiempo del engaño, y quizás la película, con sus engaños que buscan hacer sentir verdades, también sea eso, regalar nosun poco de tiempo suspendido, regalarnos un poco de susto y que, aún así, siga la vida. 
(El otoño de la familia Kohayagawa, Yasujiro Ozu)


domingo, 8 de diciembre de 2019

home run



Hay tres mujeres, van muy elegantes, mirad los guantes, mirad los bolsos, mirad las manos cruzadas sobre los bolsos, y están sentadas en unas gradas, no sé si adivinaréis dónde están, mejor os lo digo, están en un partido de béisbol, en realidad en esta película los personajes están cada dos por tres yendo a sitios así, a lugares de ocio, aunque algunos trabajan, pero no sabemos muy bien en qué consiste ese trabajo, lo que importa es ese otro tiempo, el tiempo libre, el tiempo en el que uno tiene que pensarse qué hacer, cómo ocuparse, cómo sentir que ese tiempo merece la pena, y los personajes a veces van al teatro, o al cine, o a jugar al pachinko, que es algo parecido a un pinball pero vertical y en el que se pueden ganar cosillas, o al velódromo a apostar, o simplemente a beber o a comer, parece que importa no estar en casa, porque el matrimonio al que más vemos no se lleva bien, tampoco muy mal, simplemente no tienen nada que hacer con el tiempo en común, así que ella se va con sus amigas, es la que están en centro ahí, en las gradas, y él se va con sus amigos, a buscar algo que les anime, él dice que se siente bien con el pachinko, que acaba de descubrir, jugando puede estar solo y concentrado en medio de un montón de gente, uno de sus amigos, con el que estuvo en la guerra, recuerda esos tiempos de guerra como tiempos de diversión, pero él no, él no se deja llevar por esos recuerdos, simplemente vive y trabaja y sale y siente el tiempo pasar, y ella también siente el tiempo de su vida pasar y sale todo lo que puede con sus amigas, pero la verdad es que no parece que aguante muy bien eso, el estar viviendo, el estar sintiendo pasar el tiempo, aunque ella no dice nada de eso, simplemente se lamenta del marido que le ha tocado, así que ahora está con las amigas en el béisbol, hace un rato una de ellas, la de la izquierda con el vestido gris y el sombrero blanco, dijo que le encantaba cuando había un home run, que es cuando el bateador le pega tan bien a la pelota que no hay manera de que nadie la atrape y todos los corredores marcan punto, lo acabo de leer, y supongo que lo que le emociona es esa emoción súbita, esa aparición ahí en el campo de juego de lo excepcional, de lo difícil, pero ahora mismo, si os fijáis, ellas no están mirando el juego, el resto del público está mirando en una dirección y ellas están mirando en otra, y eso es porque allí, entre las gradas, acaba de aparecer el marido de la mujer que amaba los home runs, ella no sabía nada de que él fuese a ir al estadio, y al poco aparece junto al marido una chica joven y, la verdad, muy guapa, y todo eso, ese azar, debe de ser en realidad mucho más interesante que el posible home run, porque todas están allí mirando y comentando, no saben bien quién será la chica, y le dicen a ella, a la esposa sorprendida, que se ha puesto pálida, aunque ella lo niega y nosotros no podemos saber si es verdad, no con ese plano, no con esa luz del atardecer, pero quizás sea cierto que se ha puesto un poco pálida, o que al menos le ha dado un pequeño vuelco al corazón, aunque sólo sea por la sorpresa, aunque sólo sea por descubrir que su marido no es exactamente lo que pensaba, y quizás la película va de eso, de las cosas que pueden hacer que nos lata un poco más rápido el corazón, o un poco más lento, aquellas cosas que de pronto le dan al tiempo otra cualidad, y los personajes lo buscan en esas cosas del ocio organizado, esas cosas del ocio fuera de casa, teatro, cine, deportes, apuestas, pachinko, y también en esa otra forma del ocio un poco más retorcida, la mentira, la película empieza con una mentira un poco complicada y ridícula y a partir de ahí vienen otras que la mayor parte del tiempo son, además, innecesarias, se miente cuando se podría decir la verdad, quizás porque el simple hecho de mentir la da a lo que se hace otro sabor, le da un poco más de emoción, y ahora que lo pienso esa mirada de las tres mujeres, claro, es una mirada hacia una mentira descubierta, ellas hace un rato también mintieron y ahora están descubriendo la mentira en uno de los maridos, la mentira es una forma de ocio mejorado, le da a la vida un poco de ficción, pero en realidad no parece que ni en el ocio ni en la mentira los personajes acaben de encontrar eso que buscan, esa emoción, esa sensación de estar vivos quizás, siempre están en el fondo un poco tristes, o un poco apagados (y eso que todavía no llegó a sus casas la televisión y al menos tienen que salir de casa), como si se viesen a sí mismos desde afuera, ahí, viviendo eso, ser espectadores, ser jugadores de pachinko, ser mentirosillos, como si se vieran desde fuera y les decepcionase ser eso, estar ahí, viviendo esas vidas sin ninguna ficción, como si hubiesen esperado otra cosa de la vida alguna vez, en algún momento, y les quedase el recuerdo de eso, no de lo que habían esperado, pero sí de que habían esperado, les queda el recuerdo de una esperanza sin que recuerden el objeto de esa esperanza, y entonces algunos de los personajes se montan historias en su cabeza, se la llenan de algo que quizás no es real pero que al menos tiene el mérito de ser eso, una historia, y en ese momento ya no es que estén apagados, están de veras infelices, está subiendo la pena por su cuerpo, se les está subiendo a la cabeza, les está nublando la vista, les está nublando la vida, y hace falta algo, un azar, un pequeño milagro, para que de pronto esa nube se disipe y se les aparezca tal cual el presente, un presente íntimo, un presente casero, y de pronto acepten estar viviendo ahí, acepten verse viviendo eso, y no se trata de una renuncia, no, renuncia era lo otro, el pachinko, el velódromo, la mentira, se trata de un despertar, que es como un home run pero que le sucede a uno mismo, se trata de la felicidad de sentirse de pronto presente y atenta, de sentirse aquí y no allí, siempre allí, fuera, en otra vida. 
(El sabor del té verde con arroz, Yasujiro Ozu)

miércoles, 4 de diciembre de 2019

de los hombros caídos



No podéis ver casi nada, es al anochecer, la imagen está muy oscura y si no lo estuviese sería aún más oscura, no una oscuridad de lo que no se ve sino una oscuridad de lo que se ve, una oscuridad de lo que quizás podéis adivinar que cuenta, aunque tampoco hay tanto que se pueda adivinar, si os fijáis bien podéis ver que ahí, en el centro, hay un hombre con gafas, con la cabeza gacha y los hombros caídos, y hay una mano de otro hombre que le sujeta a la altura del pecho y otra mano que está cayendo sobre la cara del hombre con gafas, es el instante justo antes de una bofetada, cuando la mano ya está lanzada y, aunque todavía no llegó al rostro, ya nada puede pararla, un instante que no dura nada pero que si durase el hombre de las gafas lo esperaría igual, con la cabeza gacha y los hombros caídos, sin defenderse, la imagen es oscura por la bofetada, pero es aún más oscura por esos hombros caídos, por esa cabeza gacha, por ese dejar que se le venga encima cualquier dolor que el mundo le envíe, os podría contar un poco de todo esto, aunque es un poco complicado, el hombre de hombros caídos y el hombre que golpea eran compañeros de universidad y malos alumnos los dos, aunque el que da el bofetón lo era por desenfado y desatención y el que recibe el bofetón lo era por incapaz, era el que más estudiaba de la clase y también era el que peores notas sacaba, hay algo así en esta historia, al que poco tiene poco le será dado, no vale para nada el esfuerzo, sólo se obtiene aquello que no se busca, aquello que no se persigue, y él está hecho para siempre perseguir y nunca obtener, de ahí los hombros caídos, de ahí la cabeza gacha, y es pobre y además es el único sustento de su madre, en cambio el que da el bofetón es rico, siempre lo fue, y ahora dirige la empresa para la que trabaja el que recibe el bofetón, y podríais pensar que si el jefe le golpea al empleado la cosa es sencilla, horrible pero sencilla, pero en realidad no, no es tan sencilla, el que da el bofetón (y en realidad no da un sólo bofetón, le da muchísimos) se siente traicionado por su amigo porque este le deja hacer lo que quiera y deja que le haga lo que quiera, que le golpee y que le quite a la novia, y no se queja porque no puede perder el trabajo (recordad, es el único sustento de su madre, pero además es que se acostumbró, o la vida le acostumbró, a recibir golpes y no devolverlos, y la película también va de eso, de hasta qué punto podemos llegar a ser otra cosa que aquello que nos hemos acostumbrado a ser, hasta qué punto podemos desear y obtener algo más en la vida que lo que ya tenemos) y este dejarse, este callarse y dejar que el rico y poderoso sea injusto, el injusto lo vive como una traición a la amistad, y al mismo tiempo lo que hace para acabar con esa situación, las bofetadas, sólo se lo puede permitir porque es el jefe, y la película va al final a concederle una pequeña victoria al que recibe el bofetón, al menos será el más afortunado en el amor, o en el matrimonio, y si no pasase eso, si el jefe no perdiese en algo, si el empleado no ganase en algo, la verdad es que todo sería insoportable, que lo es, esa ambigüedad del golpear para romper la situación misma que hace esos golpes posibles, como si el mundo fuese un mecanismo imparable, un mecanismo de romper y encasillar, como si sintiésemos todo ese peso del mundo como lo siente el hombre de las gafas, el de los hombros caídos, hombro caídos porque no hay quien pueda con todo ese peso que día a día se le viene encima, pero por una vez algo gana, gana el matrimonio con la chica a la que todos quieren, y aún así entra la duda, ella se casa con él porque no pensaba poder aspirar a más, no pensaba poder aspirar al jefe, que era a quién realmente quería, (no por jefe, sino por majo y de sonrisa luminosa y desenvuelto, y en realidad, claro, si él era así también era en parte porque era rico y no se pasaba las horas y los días sintiendo un peso sobre los hombros) y también porque cree que puede darle algo a ese hombre de hombros caídos, quizás algo de calma, algo de valor, algo de felicidad, pero al hacerlo renuncia a ese amor con el jefe, con el tipo brillante, el tipo al que le basta con aparecer para ser querido, porque a los que mucho tienen mucho les será dado, y no sabemos en realidad a qué se podrá parecer la vida de esa chica, si de veras va a ser feliz, quizás sí, pero sospechamos que a veces pensará en esa otra vida que habría podido vivir, esa felicidad diferente que habría sido la suya si hubiese vivido con el hombre de la alegre sonrisa y no con el hombre de los hombros caídos, y es que hay algo así en todo lo que pasa, todo es como ese momento de los bofetones, todo lleva por dentro, retorciendo las cosas, haciéndolas difíciles de aceptar y de vivir, algo así como un gusano que todo lo roe, el gusano de la injusticia, todo está rodeado de oscuridad y las formas de lo justo y de lo injusto se confunden, como si la injusticia fuese parte misma del aire que respiran, del aire en el que viven, porque esta es una historia desesperada, y en ese aire que les rodea, ese aire que está hecho también de injusticia, los personajes pueden ayudarse o golpearse, pueden amarse o resignarse, pero lo que nunca pueden es salir de él, uno no puede salir del aire, y quizás por eso ahí, en el momento de los bofetones, todo sea tan oscuro y la oscuridad sea como un peso, un peso que cae sobre los hombros, es el momento mismo en el que la vida para todos los personajes se vuelve peso, y aunque luego venga, quizás, la felicidad, no podrán, creo, olvidar que estuvieron ahí, olvidar ese momento, olvidar esa conciencia, aunque sólo sea a veces, cuando caiga la noche, cuando caiga la oscuridad.
(¿Dónde están los sueños de mi juventud?, Yasujiro Ozu)

lunes, 2 de diciembre de 2019

un uso de las barbas



La chica está ahí con un vasito de porcelana, no sé, quizás sea un vasito de té, y no está bebiendo, no, así no se bebe, de hecho ni siquiera había té en el vasito, ni agua, ni sake, ni nada, la chica lo estaba secando mientras escuchaba una conversación que tiene lugar a sus espaldas, si os fijáis veréis que ahí, en el hueco que deja ver el biombo, hay un hombre borroso, un hombre con traje, ha venido a hablar con la madre de la chica de una propuesta de matrimonio que la concierne a ella, a la chica, pero estas cosas, claro, se hablan con la madre, no son cosas del amor, son cosas serias, así que la chica escucha esas voces que hablan de lo que podría ser su futuro y dos veces se lleva ese vasito a la boca y lo sujeta entre el labio superior y la nariz, si os fijáis veréis que la mano no está sujetando el vasito, lo está dejando en el aire, la gracia está en que se sostenga así, apretándolo entre el labio y la nariz, es un gesto que no sirve para nada, que no cuenta nada, y sin embargo es bonito, si la chica no lo hiciese el personaje sería mucho menos bonito y quizás nos daría igual con quién se case, pero como hace eso, sujetar el vasito con el labio y la nariz, pues nos importa un poco lo que le pase, y además os he engañado un poco, tampoco es tan arbitrario ese gesto, ese vasito que tapa la cara, porque el chico al que la chica quiere tenía (y ella cree que sigue teniendo) una barba que es para verla, una barba que parece bastante de mentira, yo diría que era una barba de mentira, una barba entre realista y de risa, porque la película es de reírse, es de acabar de buen humor, que se agradece, pero en la película es una barba de verdad y al chico que la tiene le da una seguridad rara pero también le da muchos problemas, no consigue trabajo por culpa de esa barba y hay veces que las chicas le hacen burla, así que acabará por afeitársela, se lo ha recomendado esta chica del vasito, esta chica que ahora, en este instante, se está sujetando algo sobre la cara que es como una barba, una barba de porcelana, algo inútil, algo incómodo de llevar por la vida, una no puede ir por ahí sujetando un vasito con el labio y la nariz, hay que dejarlo caer, como hace el chico con la barba, y al chico nada más dejar la barba le dan trabajo y se le enamoran todas las chicas que importan un poco en la película, que son tres, la del vasito y otras dos, la cosa es así de sencilla, así de chistosa, de verdad, hay muchas otras cosas que tienen que ver con la apariencia, hay que verle disimular que todavía no se he podido comprar unos calcetines, hay que verle ponerse una barba que ahora sí que es falsa, falsa de verdad y falsa de película, para resolver un problema que tiene, un problema criminal, un problema con una chica, y en realidad hay en todo este ir y venir de las apariencias y de los amores y de las chicas algo un poco gratuito, como el gesto de sujetar el vasito entre el labio y la nariz, pero es bonito ver el gesto y es alegre ver todos esos trajines, y si el gesto es bonito y los trajines son alegres quizás no sean tan gratuitos, no es poca cosa la alegría, no es poca cosa el ver cómo se puede fabricar, cómo se puede compartir, no es poca cosa que al cabo los personajes acaben libres de todo peso, peso criminal, peso de una barba, peso de un destino decidido por otros, no es poca cosa aprender a llenar el tiempo así, de disfraces y de juegos y descubrir la complicidad que hace falta para que los juegos funcionen, para que las cosas se tomen con ligereza y las barbas caigan y vuelvan a crecer y vuelvan a caer y vuelvan a crecer y así vayan las cosas. 
(La bella y la barba, Yasujiro Ozu)

jueves, 28 de noviembre de 2019

natación sincronizada



Miradlos ahí, con el brazo derecho tendido con la gorra en la mano, el brazo izquierdo tendido con la palma abierta, uno con bigote y un poco bizco, el otro más guapillo, parece que acaban de terminar de hacer un número musical y que se quedan así, inmóviles, saludando al público, y no, no han terminado un número musical, pero sí algo más raro, una coreografía a dos, son dos mafiosos, dan ganas de decir mafiosetes, que han entrado en la habitación de otros dos mafiosos, o mafiosetes, al principio parecían oscuros y amenazantes, como si vinieran a ajustar cuentas, andaban lentos y a la par, y de pronto, zas, un pasito sincronizado a la derecha, otro pasito sincronizado a la izquierda, movimiento de caderas, paso adelante, palmadas, gorra tendida, tocarse la frente, saludar, tachán, se acabó la amenaza, qué maravilla, y los otros dos mafiosos, los que estaban en la habitación, a su vez sincronizados se pasan la mano por delante de la cara y saludan, todo esto era un saludo complejísimo, qué ganas de saber hacer esto, entrar así, tomarse tanta ceremonia y tanta gracia para decir aquí estamos y aquí estáis, como ir por la vida haciendo natación sincronizada pero en seco, y en realidad, bien visto, este mundo de los mafiosetes de la película es un mundo que está lleno de sincronías así, cada dos por tres se saludan, cuando caminan van todos al mismo paso, cuando observan una partida de billar se levantan y se sientan y se vuelven y se vacilan y, de nuevo, bailan, en sincronía, cinco tipos de traje y sombrero moviéndose a la par, como en un musical, parece todo muy loco y sin embargo no me extrañaría que de alguna manera fuese real, que esos saludos bailados hayan existido, y además hay otra cosa, da la sensación de que ese mundo, el mundo de los mafiosetes, es un mundo en el que se está, se quiere estar, precisamente por eso, por la sincronía, que quizás sea seguridad, saber estar en un mundo en el que todos saben el momento preciso en el que hay que girar la cabeza, levantarse, sentarse, bailar, dejar de bailar, sin duda pensar y dejar de pensar y qué pensar y qué no pensar, saber estar en un mundo es como saber estar en un musical, es entrar en su ritmo, es ser nada más parte del ritmo, y para ese ritmo hace falta ser, al menos, dos, hace falta ser grupo, hace falta no ser el único que baila ese ritmo, hay que aceptar ser pieza del ritmo, que importe más que el ritmo que uno, saber ser bailarín anónimo, y la película parece que trata de alguien que por amor quiere salirse de ese mundo y dejar de pensar y sentir a la par de los demás que le rodean, pero creo que eso no es del todo cierto, no es que por amor se quiera salir de ese mundo, es porque se quiere salir de ese mundo que encuentra un amor que está afuera, porque ya antes del amor intuyo que no está en el ritmo, que no está hecho para el ritmo a varios de ese mundo, ya desde el principio baila solo, o no baila, y si encuentra el amor fuera de su mundo es más bien porque ya estaba predispuesto, porque aquello que le llamase, aquello que le hiciese moverse, sólo podía estar fuera de ese mundo, su mundo de mafiosetes bailarines, él quiere salir de esa sincronía, quizás no soporta el tener que sentir y moverse a la par con los otros, aunque al salir de ese mundo entra en el del trabajo asalariado y de pronto vemos que ese mundo también tiene sus sincronías y sus coreografías, la sincronía de la llegada al trabajo, dejar los sombreros en el perchero todos a la par, destapar las máquinas de escribir todas a la par, y luego la sincronía del final de la jornada, tapar las máquinas de escribir todas a la par, coger los sombreros todos a la par, pero la verdad es que no es una coreografía muy graciosa, dan un poco ganas de echar de menos la otra, la de los mafiosetes, también es cierto que nuestro protagonista no entra del todo en ese juego, limpia cristales a su bola, parece que es el único limpia cristales del edificio, y quizás la película de lo que va es de otra sincronía que puede nacer, la sincronía del amor, y algo hay de eso, sí, pero tampoco mucho, porque poco a poco empieza a importar otra cosa, porque poco a poco detrás de esa sincronía hay otra más que aparece, la sincronía de la amistad, cuando el chico deja la vida de mafiosete, otro mafiosete bajito que siempre le llama jefe la deja con él, y puede parecer que en realidad sigue siendo cosa de la sincronía, el bajito no puede hacerse a la idea de dejar de sentir y vivir a la par que el otro, así que si el otro cambia de sentir y de vivir y de mundo pues él también cambiará de sentir y de vivir y de mundo, a la par, y podemos pensar que qué pesado, pero tampoco es del todo eso, porque el que mejor se desenvuelve en el mundo de la honestidad es el bajito, y es él el que ayuda a su "jefe", y cuando más tarde aparecen, caminando sincronizados, unos policías con cara de mafiosos, mafiosos que no supiesen bailar, pues el bajito se entregará junto con su "jefe", junto con su amigo, se irán los dos esposados, a la par, como si la lección de todo esto la tuviese que dar finalmente él, el bajito, el que parecía más perdido, no se trataba de deshacerse de todas las sincronías, se trataba de encontrar la sincronía propia, que solo puede encontrarse junto con otros, hay que ser al menos dos, no se trataba de dejar un mundo ajeno por otro mundo ajeno sino de empezar a construirse un mundo propio, pero un mundo que sea mundo, que no sea soledad, que tenga, pueda tener, su sincronía, su baile.
(Caminad con optimismo, Yasujiro Ozu)

miércoles, 27 de noviembre de 2019

del norte de África



Una jirafa, claro, tenía que salir una jirafa, aunque apenas la veamos, aunque esté tapada por un cartel con un número grandísimo y enigmático, a saber por qué el 29, y por otro cartel con su nombre en japonés, en latín y en inglés, y también su lugar de origen, el lugar donde debería de estar y no está, el norte de África, y quizás no sea tan inocente que se vea eso, el lugar en el que debería de estar y no está, porque esto no es África, es el Japón de la posguerra, es un país lleno de desplazados, de gente que perdió la casa, que perdió parte de la familia, que perdió la vida que tenían y que nunca volverán a tener, no, nunca volverán al lugar de antes, al lugar que era el suyo, como la jirafa tampoco creo que vuelva al norte de África, así que hay que aprender a vivir así, siempre desplazado, y la palabra en realidad no es "aprender", quizás "acostumbrarse", y la película va del encuentro entre un ser desplazado y un ser en su lugar, pero si decía que tenía que salir una jirafa, qué animal más raro, es porque esta historia parece que va de personas pero en realidad no, va de animales, de animalillos, de lo que de animalillos hay en nosotros, las personas, es el encuentro, por una mezcla de azar y egoísmo, entre un niño perdido y una mujer mayor y solitaria, un encuentro en el que durante mucho tiempo guardan sus distancias, él se mantiene a la distancia justa para que ella no le pueda atizar, ella lo mantiene a la distancia justa para que él no la pueda tocar ni emocionar, del niño se dice a veces que es como un gato, otras como una mula, otras como un perro, hay algo animal en el niño, sí, y está bien que así sea, está bien que haya esa cosa extraña, esa cosa ajena, esa cosa no del todo humana si por humano entendemos al humano adulto, está bien que el niño sea humano y sea otra cosa, algo que nos mira desde fuera de lo adulto, como si el niño tuviese que ser siempre una pregunta, un desconcierto, algo tan raro como una jirafa, cómo puede el mundo ser lo que es, cómo puede el mundo que vosotros, nosotros, los humanos adultos, habéis hecho, ser lo que es, el niño al principio apenas habla, simplemente sigue a la mujer y come la comida que le tiende y se mantiene a distancia prudente de las amenazas que le lanza, es un poco el niño salvaje, es un poco un animalillo que no se sabe bien si se está acostumbrando a ser domesticado o si está domesticándola a ella porque en realidad estas cosas de la domesticación pueden ser más raras, pueden no ir en un único sentido, en realidad lo que vemos es que la realmente salvaje es la mujer, que tiene cara de perro, cara de bulldog, se lo dice una amiga, es ella la que va a tener que abrirse, la que va a tener que hacerse también un poco animal, un poco perro, al final el niño y la mujer se encuentran en un gesto instintivo que él le pega a ella, un remover los hombros, al final no se sabe si los dos se han hecho más humanos o más animales, o si han recordado que antes que humanos eran animales, como el perro, como el gato, como la mula, como la jirafa, animales siempre desplazados pero capaces de darse un poco de calor, capaces de mirarse y reconocerse, y al final de la película veremos a otros niños, en torno a un monumento, un monumento que tiene algo que ver con un señor y un jabalí, y son los niños errantes de la posguerra japonesa, son los niños que viven en las calles, que parecen como gatos callejeros, sí, o perros, una jauría desplazada, algo de veras inquietante, algo de veras triste, desesperado, algo que debería de parar el mundo y no lo para y simplemente lo vemos y la historia, por ahora, se termina, aunque la película, quizás, quiere ser un poco mirada de jirafa, mirada de animal que interroga, que nos trae el recuerdo de nuestra condición animal, de nuestra necesidad de recibir calor y de dar calor, el recuerdo de que el mundo, en realidad, se debería de parar, la película, quizás, quiere ser pregunta que abre el corazón, y lo es, y no sé. 
(Historia de un vecindario, Yasujiro Ozu)

lunes, 18 de noviembre de 2019

veinte años


para Carla

Qué película esta ¿no? Se me ocurrió decir que era misteriosa y quizás no, no era esa la palabra, no hay nada oculto, todo está a la vista, y sin embargo no sabemos muy bien, o yo no sé muy bien, cual es el sentido de todo eso que está a la vista, y pensando me pregunté si no tendría que ver con esa frase que le dice la compañera de piso al personaje de Irene Dunne, "hablas como si hubieses estado fuera veinte años", e Irene Dunne responde "eso es lo que siento", me pregunté si la película no sería eso, esa sensación de que han pasado veinte años, algo que en una película quizás no se pueda sentir así sino de otra manera, digamos algo así como sentir que han pasado veinte películas, quizás veinte sean muchas, pero sí cuatro o cinco, en realidad podríamos contarlas, casi cada secuencia parece que abre hacia una película nueva, hay una secuencia lindísima de camareras decidiendo si van a la huelga y al poco estamos en un velero en Long Island y más tarde estaremos en coche en una tormenta tremenda, una tormenta de esas que ahora las llamaríamos tormenta del siglo, y luego estaremos en un melodrama con locura, y para ir dando saltos así no hay la excusa de que pase mucho tiempo, no, hay apenas 72 horas en esta historia, lo anuncian casi al principio, pero son unas 72 horas que suenan un poco arbitrarias, no es que se vaya a acabar el mundo en 72 horas, simplemente alguien tiene que tomar un barco a Europa, no sabemos qué pasaría si decidiese no tomarlo (bueno, llega un momento en el que sí empezamos a saber algo) y en realidad ese lado un poco arbitrario, casi un poco débil, de la imposición, ayuda a crear esa sensación de que pasan veinte años, veinte películas, ayuda a que las partes no se cierren bien las unas sobre las otras, que sean más bien como desvíos, y se podría pensar, por ahí lo he leído, que esa es una flaqueza de la película, que es una pena que no desarrolle  más alguna de esas películas que esboza, la película de catástrofes, la película de la locura, y quizás sea una flaqueza, pero me gustaría pensar que no, que no es una flaqueza, que es otra cosa, que podemos intentar adivinar lo que inventa esa forma que va de esbozo en esbozo, esa forma que va de película en película, admirar esa manera de quemar las naves, de recrear cada película en unos poco detalles bellos y memorables, los reflejos del agua en el muelle en la noche de Nueva York, el barro reseco de los coches y autobuses que han sobrevivido a la inundación, la victoria por indefensión de una mujer sobre otra, cosas así, y también darnos cuenta de la justo que es que de esas películas posibles sólo veamos las partes en las que el personaje de Irene Dunne juega un papel, sólo las partes de esas películas que son parte de su vida, de una inundación no dar más que la parte que ella atraviesa, de una huelga los momentos en los que ella está allí, dar así la sensación de esa cosas tan locas que le pasan al personaje en 72 horas, varias vidas en tres días, varias películas en tres días, si lo pensáis bien alguna vez os habrá pasado eso, y la sensación tan fuerte y un poco aterrada de qué será lo que podrá venir después de esa plenitud, el vacío que amenaza, toda una vida todavía por vivir, y es el que tiempo es así, a veces se nos llena, a veces se nos vacía, y también pasa que al personaje esos tres días se le han llenado sobre todo de un encuentro con un hombre, un hombre que de tan perfecto a veces no acaba de parecer del todo real, no podemos saberlo, todo va demasiado deprisa, como en el amor, de tanto que sentimos a alguien, de tan real que lo sentimos, se nos puede hacer irreal, aunque tampoco es cierto que las cosas vayan tan rápido, porque en esta película que tantas películas esbozadas contiene en realidad los momentos de presente duran y el más bonito quizás sea ese en el que él toca el piano y ella canta y afuera arrecia la tormenta, como si fuese el momento cumbre de los tres días, uno de esos momentos en los que una, uno, puede sentir que ahora sí, que ahora está viva, vivo, que ahora siempre podrá sentir que ha vivido, y para crear esa sensación de tres días en los que de pronto todo es posible quizás también hacía falta eso, atravesar todas las historias, no hilarlas, no justificar la relación entre ellas, dejar que fuesen surgiendo sin encerrarlas en un aparente sentido común, dejar que sorprendan, dejar sentir que durante un tiempo, unos días, todo es posible, toda situación se puede convertir en algo diferente, y que hay una verdad en eso, la verdad que intuimos a veces cuando el tiempo, como al personaje de Irene Dunne, se nos llena y al mismo tiempo sabemos que no siempre será así, que estamos viviendo en un momento excepcional y queremos que dure pero no alargándose sino más bien ensanchándose, no queremos que sean más de tres días, queremos que esos tres días no acaben nunca. 
(When Tomorrow Comes, John M. Stahl)

jueves, 7 de noviembre de 2019

Nota sobre "El síndrome asténico"














"El síndrome asténico", aun siendo desigual y deshilvanada por momentos, tiene una gran ambición, la de captar "en caliente", sin posterior reconstrucción, el estado de la Unión Soviética durante la Perestroika, en pleno periodo de incertidumbre y transición. 

Ficción y documental siempre han ido de la mano en el cine soviético, íntimamente unidos, y aunque la cineasta no tenga las ideas claras sobre lo que está pasando la película capta ese devenir, el rostro de un país entero. El color de las calles, de las casas, del colegio, de los mercadillos, las caras de las gentes, el metro (nadie ha filmado el metro como Muratova), entre suma pobreza y un amago de libertad y de aire fresco con el que no se sabe todavía qué hacer. 

Hay una película dentro de la película, en blanco y negro, rodada al estilo de finales de los sesenta y principios de los setenta. El entierro de un hombre parece evocar el entierro de todo un país, de todo un sistema que se derrumba. Su viuda no lo soporta, se vuelve agresiva, recorre una y otra vez los pasillos del hospital en el que trabaja y donde no va a tardar en presentar su dimisión. 

De pronto la película se corta. Estamos en una sala de cine. La segunda parte, en color, empieza. Seguiremos entonces la vida de un profesor de inglés que padece el síndrome asténico. Pero, ¿acaso no padecen el síndrome asténico, o al menos sus primeros síntomas, todos sus personajes? Esa fatiga, esa desidia que provoca la falta de sentido en la vida. Las dos chicas de "Breves encuentros", la madre y el hijo de "Los largos adioses", el viudo y el hijo de "Entre las piedras grises"... Solo que antes los personajes podían aspirar a superarlo. En esta película no. 

El cine de Muratova siempre ha combinado maravillosamente lo íntimo y lo colectivo y una de sus características es la atención que dedica a cada ser, cada objeto, cada animal (¿quién ha filmado, aparte de Bresson, a los animales, tan bien como ella?), cada personaje que recorre, aunque solo sea unos segundos, la película: sus monólogos, sus historias, sus tristes soledades. 

Cuando ya no quedan ilusiones queda la lucidez, el humor, la mirada inteligente, ácida o tierna, sobre el mundo.   

miércoles, 6 de noviembre de 2019

una avanzadilla del cansancio




Oh, please don't drop me home 
Because it's not my home, it's their
Home, and I'm welcome no more

Yo no sé, a lo mejor son cosas mías, a lo mejor no están ahí, pero el caso es que me gusta mucho algo que pasa por el rostro de esta actriz, Barbara Shelley, en esta película de demonios y extraterrestres, en esta película de obras en el metro y trayectos en taxi, me gusta mucho algo que no sabría si llamar cansancio, o tristeza, o las dos cosas al mismo tiempo, como si se le estuviesen viniendo encima el cansancio de días y días, o siglos y siglos, de trabajo, y al mismo tiempo la tristeza de sentir que todo ese trabajo ha sido en vano, que todo el trabajo es siempre en vano, y ese trabajo es el trabajo de ser humano, millones de años de humanidad que de pronto cansan, ella tiene ese cansancio de principio a fin de la película, lo cual no le quita que también sea valiente, y al terminar todavía lo tiene en el cuerpo, todavía sigue ahí, está entre agotada y sonada mientas pasan los créditos finales, tiene ese cansancio de principio a fin y es como si en realidad desde el principio supiera mucho más que los otros personajes, como si lo supiera todo por instinto, por memoria inconsciente, de eso va la película, de una memoria de cinco millones de años, una memoria marciana, una memoria de un mundo que murió y que sin embargo permanece, por razones que no diré, en cada uno de los humanos, o en muchos de ellos, y por eso ella dice que ahora somos los marcianos, sí, lo que somos tiene que ver con ese recuerdo de hace cinco millones de años, tiene que ver con un principio de la humanidad que era el final de otra cosa, como si siempre hubiese habido detrás un duelo, el instinto de que en el principio hubo una destrucción, y entonces el planeta este en el que vive y su condición de humana no son lo que pensaba, no se reconoce, no podrá ya nunca reconocerse del todo, pase lo que pase no podrá volver a habitar el mundo de la misma manera, y también pensé que estos personajes no tenían casa, que era una película que transcurría toda en calles, en obras en el metro, en oficinas, en museos, pero nunca en una casa, como si los personajes nunca hubiesen tenido eso, una casa a la que volver, algo a lo que volver (como no tienen tampoco un esbozo de amor), como si hubiesen estado siempre en el afuera, como si la ciencia fuera un lugar a la intemperie, en los bordes de lo humano, y como si ese afuera los hubiese hecho más sabios pero también los hubiese ido agotando, como si fuesen la avanzadilla de un mundo cansado, la avanzadilla en el cansancio, la avanzadilla en la tristeza por venir. 
(¿Qué sucedió entonces?, Roy Ward Baker)

martes, 5 de noviembre de 2019

cautivo del público cautivo



No sé qué podéis ver en la cara y en la pose de ese tipo que está ahí retorciendo el cuerpo, se supone que está poniendo cara de caracol, yo no sé si veo al caracol, pero la verdad es que tiene gracia, hay imitadores así, no se parecen en nada a lo que imitan pero tienen gracia, tanta gracia que se acaban pareciendo a lo que se proponen, este imitador quizás sea de esos, porque al niño que tiene delante le hace reír, y a la chica que tiene detrás también la hace reír, es un cómico de éxito, aunque si le preguntasen diría que no es un cómico, sin duda no diría nada, no sabría qué decir, porque se dedica a una de esas profesiones que no se pueden confesar, que no se pueden censar, resulta que es secuestrador y lo que está intentando es secuestrar a ese niño al que por el momento hace reír, ya es algo, es un primer paso, es como el flautista de Hamelin, lo mismo vale la música que la risa, el caso es ser seguido hasta el escondite, hasta la apertura secreta en la montaña, y el niño le sigue, el hombre triunfa en su oculto oficio de secuestrador, le lleva a la casa donde está su cómplice, pero por el camino se deja bastante dinero en juguetes para el niño, porque el oficio de secuestrador, como el de cómico, resulta que no puede permitirse ni un momento de reposo, hay que tener al niño atento y alegre en todo momento, la tensión del número no puede romperse ni un segundo, todo instante tiene que formar parte del tiempo de la diversión, es muy difícil, siempre tiene que haber algo nuevo, mueca o juguete, y se puede tensar la cuerda del buen humor pero no puede romperse, el niño no debe llorar, así que el secuestrador se deja bastante dinero y casi pierde su bigote de mentira, más que hacer de padre es como si el secuestrador hiciese de abuelo, abuelo de esos que permiten todos los caprichos porque, precisamente, no son el padre, y luego el cómplice del secuestrador se deja la paciencia, entra con el niño en la dinámica cómica de la destrucción, se atizan el uno al otro, se derrama agua o sake, así que al final el secuestrador tiene que llevar al niño de vuelta al lugar donde lo encontró, pero resulta que no es tan fácil deshacerse de un público cautivo, el niño le sigue y le sigue, el secuestrador intenta asustarle revelándole su oficio de secuestrador, pero el niño no se lo cree, no tiene cara de secuestrador, quizás de caracol sí, pero de secuestrador no, qué fracaso, ahora el pobre hombre es como un cómico que tuviese que ser cómico veinticuatro horas al día, eso no es vida, hace falta un respiro, al triunfar ha fracasado, al conseguir llevar al niño consigo no ha conseguido ser de veras un secuestrador, ha logrado ser otra cosa, quizás un artista, y ahora es un cómico atrapado en su personaje, es un cómico atrapado en la mirada de su público que huye cuando más niños empiezan a perseguirle, cuando más niños quieren a su vez ser público cautivo y que les compre juguetes, al final es como si el flautista de Hamelin se quedase con los niños tras él para siempre, como si se tuviese que dejar los pulmones y la vida soplando la flauta, como si tuviese que ser flautista veinticuatro horas al día, y quizás fuese así, quizás el flautista de Hamelin no fue más que víctima de su éxito, quizás todo empezó como una broma que se le fue de las manos, una broma que se le hizo pesadilla, una broma que se le hizo destino, qué gracia el destino. 
(Un muchacho honrado, Yasujiro Ozu)

lunes, 4 de noviembre de 2019

un crimen perfecto



Un zapato, un cigarrillo y un suelo de madera, no sé qué podéis adivinar con todo eso, con apenas eso, podríais jugar a adivinar la persona por el zapato, aunque en la película no es así, claro, sabemos de quién es ese zapato, pero hay veces que no lo sabemos, hay veces que vemos una mano que llama a una puerta, que vemos una pistola, que vemos una mancha en una puerta, y así de entrada no sabemos de quién son la mano, ni la pistola, ni la mancha, luego al poco lo sabemos, claro, pero durante un momento hemos tenido que imaginar, durante un momento no hemos tenido nada más que el pedazo, la parte por el todo, y en realidad el cine a menudo está hecho de eso, de pedazos del mundo, de pies sin persona, de pistolas sin mirada, de manchas sin causa, y veces esos pedazos son señales de algo, son indicios que hay que leer, son pistas que uno a pesar suyo deja, ese zapato, por ejemplo, es de un policía, y el cigarrillo en el suelo es el indicio de que se ha quedado dormido, por eso se le ha caído de las manos, y por lo tanto alguien, otra persona, el ladrón, puede, si quiere, escapar, y hay otra vez que un sombrero es una pista para el policía, otras que una mano nerviosa o un pie que tamborilea en el suelo lo dicen todo de un personaje, pero también hay veces que esos pedazos parecen no decir nada, una cafetera, una flor en una maceta, una botella caída y una mancha oscura en el suelo, no son pistas, no son indicios, son quizás recuerdos de que el mundo está ahí, de que el mundo siempre sigue ahí, material, constante, en esta película en la que el tiempo importa, el tiempo que parece demasiado corto y el tiempo que se alarga, son los objetos los que dicen el tiempo, son los objetos los que permanecen, a lo largo de la noche que cuenta la película, esto quizás lo podéis haber sentido a lo largo de vuestras noches en vela, los objetos que cada vez son más objetos, que cada vez están más ahí, existiendo todo el rato, a cada segundo, y quizás, bien pensado, esa cafetera y esa botella y esa flor que parecían no ser indicios de nada, no ser pistas que puedan torcer la evolución de la intriga criminal, quizás en realidad sí sean indicios, sí sean pistas, pistas de otro crimen que está teniendo lugar al mismo tiempo, pistas de otro crimen tan grande y tan permanente que no es visto, salvo en las noches en vela y en las noches de angustia, el crimen del tiempo pasando, el crimen del mundo existiendo, avanzando, devorando, el crimen del tiempo que quizás se le viene encima al policía que sujetaba el cigarrillo y que en realidad no dormía, o quizás sí, pero que en cualquier caso ha dejado de pensar que el crimen por el que iba a arrestar a un hombre fuese el crimen de verdad, le ha pasado algo, le ha pasado los objetos que ha visto, le ha pasado el sueño, le ha pasado el tiempo, le ha pasado la noche en vela, la noche sin más, algo ha comprendido, algo que ha sabido decir con un cigarrillo caído, con casi nada, con un pedacito del mundo. 
(La mujer de esa noche, Yasujiro Ozu)

domingo, 27 de octubre de 2019

Melodía para organillo (Kira Muratova, 2009)
















Esta, esta habría que elegir entre las mejores películas de lo que llevamos de siglo, este cuento de Navidad moderno que se remonta a la Biblia (la lámina que vemos al principio ilustrando la matanza de los inocentes), al siglo XIX (el organillo del título que da un tono dickensiano a la película y que vemos en una subasta), al siglo XX (las cosas vistas como a través de una ventana, la ventana que abrieron los hermanos Lumière) y que llega a la actualidad, al siglo XXI (el mundo convertido en un lugar absurdo, inhabitable, sin inocencia). 

Una niña y su hermano van en un tren. Van camino de la capital. En el tren aún es posible cierta humanidad: un hombre sintoniza una radio, unas personas cantan villancicos, una persona peina con delicadeza a otra. Detrás de mí, advierte un vendedor de Árboles de Navidad, vienen los revisores. A partir de ese momento y desde que llegan a la ciudad los niños no dejarán de cruzarse con adultos que viven en un mundo absurdo y egoísta. Ese mundo es Kiev después de la Perestroika pero es también cualquier gran ciudad contemporánea nuestra. Una estación de tren, un casino, una calle de casas burguesas, un supermercado.

Es un cuento de Navidad, pero es un cuento cruel. Lo que hace soportable la crueldad es la distancia que crea la cineasta al poblar su película de elementos de humor y fantasía: una sala de espera vip en una estación de tren, una compañía cuyos empleados, disfrazados de chino, proponen rickshaws a personas atrapadas en un atasco, un tipo que organiza un juego que consiste en hacer entrar a sus clientes en un supermercado para que, durante unos minutos y con toda impunidad, roben cuanto les dé la gana. A la pureza de la mirada de los niños (la comida, la nieve, unos perros, una familia que prepara la Navidad parecen filmados por primera vez) se une el grotesco de los adultos.

Los niños, huérfanos de madre, van a la ciudad para encontrar a sus respectivos padres y así evitar ser separados y enviados a distintos orfelinatos. Errarán por la ciudad durante todo un día, se perderán, volverán a encontrase, hablarán con muchas personas pero ninguna les escuchará, llegará la noche, aparecerá un hada madrina, pero llegará tarde. Es un cuento cruel. 

edades de un bigote


Es un señor con bigote, uno de esos bigotes con las puntas que caen hacia abajo, haciendo cuentas con su abanico, años antes las puntas no caían tan hacia abajo y era profesor de gimnasia en una universidad, era un bigote como de forzudo de Charlot, como de forzudo contra Charlot, y el señor entonces era tan tirillas como ahora, nunca fue un forzudo, pero aún así imponía, por las buenas o por las malas, era profesor y tenía el poder de apuntar nombres de alumnos díscolos en una libreta y ponerles faltas, había que verle con su lapicero, su bigote y su mirada esquinada apuntar los nombres de los alumnos que no obedecían, o que se burlaban, porque en aquel entonces, en aquellos años universitarios, parece que todo iba de eso, la autoridad y la burla, el profe que pretende imponerse y el alumno que no deja que le impongan, ese lugarcito de libertad que es el hacer burla del que puede más que tú, aunque siga pudiendo más, aunque la burla no cambie eso, era un tiempo de forzudos de Charlot y también de Charlots, uno puede ser su propio Charlot, y pasan los años y el personaje principal no es el profesor, es uno de los alumnos, uno de los más díscolos, ahora trabaja en una agencia de seguros y ya no hace muchas charlotadas pero sigue teniendo un cierto sentido de la libertad y de la justicia y por defender a un compañero más mayor al que han despedido injustamente se va a enfrentar con su jefe, se va a enfrentar en una escena de abanicos, de toques en los hombros y de empujones, una escena que también podría ser de Charlot, el jefe no es un forzudo pero puede mucho, puede despedir al empleado, y lo hace, es otra violencia, es esa otra violencia que parece que no tiene fin, y luego el empleado vuelve a casa y sus hijos le desafían, no ha comprado la bicicleta que le había prometido al hijo mayor, y también ese desafío podría tener gracia, al fin y al cabo una bicicleta no es para tanto, y sin embargo hay rabia, hay cada vez más rabia, el niño golpea el suelo con sus sandalias, hay ganas de romper el mundo a sandalazos, todo es decepción, nada es bici, y desde ahí la cosa se complica, se acabó la charlotada, pasan cosas de adultos y de dinero, enfermedades, paro, todo eso, y ahí reparece el profesor de gimnasia, que ahora tiene un restaurante casi sin clientes y con algo que parece un plato único, curry con arroz, y con él reaparece un poco de gracia y un poco de esperanza, pero una gracia y una esperanza que son como su bigote, son una esperanza y una gracia un poco de puntas caídas, son poco, pero son, y ya no se trata de enfrentarse al profesor, ya no se trata de enfrentarse a nadie, se trata de aliarse, se trata de confiar, se trata de hablar, aunque la película sea muda, poco a poco, a lo largo de la película, ha ido viniendo desde el fondo del plano la mujer del empleado en paro, hasta que los dos deciden algo juntos, algo que no es lo mejor que les podía pasar, pero que tampoco es lo peor, algo que es cotidiano, algo que quizás sea la vida pasando y no la vida repitiéndose de los forzudos y los vagabundos, algo que cambia, algo que, como el bigote, envejece, algo que cambia y sin embargo perdura, y entonces cantan sobre los tiempos pasados, cantan una canción de los tiempos de las charlotadas, una canción de los tiempos de la libertad y dan ganas de pensar que a pesar de todo sí siguen siendo un poco aquello, sí siguen siendo un poco Charlots, no olvidan lo que la gracia les enseñó, aunque haya, sí, días que más pero también días que menos. 
(El coro de Tokyo, Yasujiro Ozu)

viernes, 4 de octubre de 2019

aire que el aire les sobra



Son dos bobinas de madera abandonadas en un suelo mojado, dos bobinas de madera que quizás sirvieron para llevar cables a alguna de las fábricas que han crecido por ahí, entre plantas y descampados, dos bobinas que ahora ya no sirven para nada más que estar siempre ahí y que a veces los niños se suban a ellas, son viejos monumentos,  o un poco menos pero más emocionante, piedras miliares o piedras de esas de los jardines zen, dan ganas de caminar alrededor y ver las perspectivas que a cada rato se crean, el espacio vacío en ellas, el espacio vacío entre ellas, y esta perspectiva que vemos desde luego es linda, de una belleza de esas grises y gastadas, con esa diagonal entre una y otra, esa profundidad, y el reflejo del poste en el agua, y el cielo casi por completo tapado por el gran depósito al fondo, todo son grises en el plano, y a los personajes de la película a menudo los vemos así, un poco en diagonal, caminando, de pie o sentados por esos descampados, siempre un poco en profundidad de profundidad entre ellos, siempre una diagonal, están de a dos o de a tres, hay dos niños y un padre que van de fábrica en fábrica buscando trabajo y a falta de encontrar trabajo también buscan perros vagabundos que llevar a la campaña de prevención contra la rabia, para así ganar un poco de dinero con el que comer o con el que comprar, ay, una bonita gorra como de militar (y al momento de haberla comprado lamentar el haberlo hecho, porque una gorra nueva es una comida menos, y el hambre duele), y a menudo los niños y el padre están así en perspectiva, ellos dos muy juntos, él un poco separado de ellos, más adelantado, son como bobinas vacías en un paisaje de hierbajos, pero un cuerpo vacío no es como una bobina de madera, un cuerpo vacío no se tiene en pie, aunque a veces puedan jugar a que sí, a que del vacío y del aire también se vive, hay un momento en el que el niño más mayor, para animar al padre, juega como un mimo a servirle un sake inexistente, y el padre entra en el juego y bebe ese sake inexistente, y lo hace tan bien que con la mano indica que ya hay suficiente cantidad, como si fuese a desbordar, realmente nos hacen ver la botellita y el platillo de sake, y luego hacen entrar al segundo niño en el juego, le hacen comer arroz de aire con té de aire, y durante un rato parece que se puede vivir así, del aire y de la gracia, hay algo liberador en la comedia de la pobreza, ese sake y ese arroz hechos de aire, el lujo de comprarse esa gorra en vez de gastarse el dinero en comida, y además las cosas empiezan a ir bien, el padre consigue trabajo, y hay entonces como una calma, los niños juegan con otra niña y el padre habla con la madre de la niña, están los dos así, él sentado, ella en cuclillas, en diagonal, en perspectiva, son ellos también como dos monumentos, dos piedras en el jardín zen, dos piedras que respiran, que se pueden tomar un respiro, dos bobinas que sienten que sirven para algo, pero luego todo se tuerce porque, como nos recordaba la linda gorra, cada moneda cuenta, cada moneda cuesta, y la comedia de la pobreza, como la comida de aire, acaba por agotarse, hay cosas que la desbordan, hay cantidades de dinero que de pronto no se pueden pagar, que sólo de dos maneras se pueden ganar en una noche, y entonces el padre anda solo y frente a cámara, sin perspectiva, de todas maneras hace falta ser al menos dos para crear una perspectiva, un hombre que se aleja en el descampado es otra cosa, es quizás una pregunta, alguien que camina hacia el vacío, alguien que camina hacia el futuro, pero no es ya presente en calma, no es como estar allí, de cuclillas, sintiendo pasar el tiempo, como dos bobinas, sin moverse, sin preocuparse del antes, sin preocuparse del después.
(Un albergue de Tokyo, Yasujiro Ozu)

domingo, 22 de septiembre de 2019

secreto veloces, verdades lentas



Él le está diciendo un secreto a ella, ha mirado a un lado y a otro y luego se ha puesto la mano junto a la boca, como los futbolistas cuando una decena de cámaras los enfocan y no quieren que les lean en los labios las tácticas o los insultos, pero aquí no podría verles nadie, están solos en la habitación, aunque quizás puedan oírles, quizás esas paredes sean muy finas, quizás esas paredes sean de papel, y además pasa algo en la película, pasa que los secretos vuelan, los secretos se saben, circulan a la velocidad de la luz, el secreto es que la hermana del casi novio de la chica, para sobrevivir y para pagarle los estudios al chico, además de ser secretaria de día trabaja en un local de noche, y eso no es todo, además hace eso que se dice al oído y que no oímos, y si digo que no lo oímos es parte de la gracia, porque de todas maneras no lo habríamos oído, la película es muda, pero el gesto de taparse la boca hace al mismo tiempo el sonido y el sentido, el gesto se vuelve la palabra toda, significante y significado, y además podéis ver que se hace un poco de sombra ahí, en la zona misma del secreto, entre la boca, la mano y el oído, y casi todas las escenas de la película tratan de un secreto, un secreto que un personaje sabe y otro no, y del tiempo que tardará el secreto en ser sabido por los dos, hay un momento en el que un policía va a la oficina de la hermana a ver a su jefe, por los rumores que sobre ella hay, y en esa escena, con el policía hablando con el jefe en una despacho acristalado y ella trabajando en la sala entre otras secretarias, tecleando y tecleando veloz en la maquina de escribir, el policía lo sabe todo, el jefe sólo sabe que la policía se interesa por la chica y la chica sabe lo que hace con sus noches pero no sabe que la policía lo sabe y que pronto será un secreto a voces, más tarde, en otra escena, el hermano ya sabe lo que hace su hermana y su hermana todavía no lo sabe, y el suspense es cuanto tiempo tardará él en decirle a ella que ya sabe el secreto, aunque detrás de ese suspense hay otro, el de cómo reaccionará ella y sobre todo cómo reaccionará él una vez que ya todo se sepa o, dicho de otra manera, en qué momento él comprenderá o no la verdad de ella, una verdad que no es un secreto, una verdad que está a la vista, la verdad de su entrega, la verdad de su generosidad, el secreto sólo es parte de la verdad, el secreto es aquello que destruye a la verdad, su forma pobre, el secreto se puede saber, pero todavía falta el entender, la verdad además de saberla hay que entenderla, pero si los secretos vuelan, las verdades, en cambio, parece que van lentas, tan lentas que a veces no llegan a tiempo, y la película en realidad no tiene ninguna gracia, la película es la historia de un idiota, o de muchos idiotas, o de un mundo idiota, y de una persona justa entre idiotas, aunque al final hay al menos otra mujer que parece comprender, pero para eso ha hecho falta que la situación ya no tenga arreglo, ha hecho falta una muerte, y quien dice muerte puede querer decir noticia, al final andan por allí unos periodistas a la caza del suceso, preguntando motivos, preguntando secretos, cuando nosotros ya sabemos que la historia detrás de esa muerte no se puede contar así de deprisa, no se puede contar al oído, hace falta tiempo y ganas de entender, y a los periodistas se ve que no los pagan por ello, así que se van con sus cuadernitos a otra parte y por el camino se encuentran con otra noticia pegada en un poste, una noticia criminal, y comentan "se nos adelantaron", porque lo malo de esas verdades que son las noticias es que una vez dichas caducan, ya no sirven para nada, son papel en el viento, y en cambio esa cosa lenta que era la verdad de la hermana es algo que nunca se acaba, algo que una vez se sabe acompaña, aunque sea tarde. 
(Una mujer de Tokio, Yasujiro Ozu)

viernes, 20 de septiembre de 2019

dar la espalda



Es un hombre, un hombre que está hablando con su esposa en un parque, en una ciudad de montaña de la India, una ciudad a la que ir de vacaciones, y está teniendo una discusión que puede acabar en separación, que él quiere en ese momento que acabe en separación, una de esas escenas de matrimonio que tanto hemos visto en el cine y en el teatro, una escena de sacar cadáveres del armario, una escena de repartir culpas, que tú fuiste y que yo fui, una escena de él repartiendo culpas, y para repartirlas ahora mismo él le da la espalda a ella y nos la da a nosotros, sólo con eso ya sentimos que él sufre pero también que quiere ocultar algo y que si ni siquiera a nosotros nos lo deja ver entonces es que, de alguna manera, está equivocado, y ahora recuerdo la película así, muchas conversaciones y casi siempre esto, un personaje dándole la espalda a otro, negándole la cara, negándole el poder verle en la cara qué es lo que piensa, qué es lo que siente, protegiéndose, o también no dignándose a ver la cara del otro, como pensando que ni siquiera merece la pena, que no hay nada que no pueda ser previsto en esa otra cara, y nosotros a veces vemos la cara del que da la espalda y sentimos como amenaza a aquel que quiere ver la cara, y a veces estamos del lado del que no ve y nos enfrentamos a una espalda, a tener que leer algo en una espalda, y sólo muy de vez en cuando sucede el milagro de dos que se miran frente a frente, y entonces es bonito, hay veces que lo hacen de lejos, como lanzando palabras al aire para que el otro las recoja, no sé, como si estuviesen jugando a la pelota con las palabras, para que el juego de la pelota tenga gracia dos no pueden estar muy cerca, hace falta ese aire entre medias, hace falta ese riesgo de que la pelota o las palabras no lleguen, el juego es ese, y es alegre, jugar a la pelota dándose la espalda, en cambio, es muy difícil, hay que conocerse muy bien, hay que tenerse mucha confianza, y nadie aquí se tiene tanta confianza, lo cual es angustioso, porque el tema es el matrimonio y no hay en la película ningún matrimonio que pueda hacer eso, entenderse hasta cuando se dan la espalda, así que en el fondo quizás todo esto no sea más que un baile de espaldas con breves momentos de cara a cara, y en esta película parece como si el cine se hubiese inventado también para eso, una cámara, un encuadre, es un punto en el espacio, un punto al que poder darle la cara o poder darle la espalda, y cuando nos dan la espalda todo se carga de tensión, porque ese cuerpo está en el tiempo y puede moverse, puede alejarse o puede darse la vuelta hacia nosotros, acumula tensión para que de vez en cuando eso pueda pasar, darnos la cara, darse la cara los personajes, como recordando lo raro que es, en realidad, un cara a cara, un no sólo no tener nada que ocultar sino querer leer por completo el rostro del otro, un querer al mismo tiempo entender y ser entendido. 
(Kanchenjungha, Satyajit Ray)

lunes, 8 de julio de 2019

por empezar

Hola Paco,
Me preguntas qué tal está la película de Bodet y no sé muy bien por dónde empezar, podría decir simplemente que está bien, pero no se trata de eso, claro, para eso no merece la pena decirse nada, así que tengo que encontrar alguna manera de empezar a hablar de la película, supongo que ya habrás leído un poco de qué va, una mujer vive en un apartamento y deja que un par de personas, dos amigos, (o algo así como dos amigos, las palabras dejan de resultar evidentes en esta película, la palabra amigo también) vivan en él el tiempo que necesiten, aunque no les ha dado copia de la llave, como si eso de la llave fuese un limite, y poco a poco va habiendo más gente en la casa y la película, que tampoco es que fuese muy realista, lo es cada vez menos, aunque eso de no ser realista habría que revisarlo, claro, o discutirlo, porque la película es de lo más realista, o consigue hacer ver y sentir, o comprender, algo real y no tan evidente de hacer ver y sentir o de contar, la necesidad de tener un lugar al que llamar casa, un lugar en el que vivir, un lugar en el que caerse muerto, que diríamos aquí, así que aunque la forma no sea del todo realista la película trata de lo real, de aquello que te puede dar en las narices y dejarte por los suelos o matarte o volverte loco, me estoy yendo un poco del tema, aunque no tanto, a lo de volverse loco quiero volver, hace un rato pensé, por cierto, que la película me recordaba a Grass, que también va en parte de eso, no sé si te acuerdas, de tener un lugar en el que caerse muerto, y también de la desesperación y del miedo a la desesperación, hay un personaje de la película de Bodet que dice que al fin y al cabo todos acabaremos por volvernos locos, no dice que todos acabaremos por morirnos, que es lo que se suele decir, que es lo que suena más lógico o más inevitable o más normal, dice que acabaremos por volvernos locos, quizás sea cierto, todos perderemos la cabeza, sea lo que sea ese perder, y el personaje sigue diciendo algo así como: "quizás en dos días, quizás en dos semanas, o en veinte años, o en dos segundos", y eso nos pone de los nervios y sobre todo pone de los nervios al personaje de Pascale, eso de no parar de repetir, es un personaje que se repite mucho, pero la película no dice que no tenga razón, ni lo contrario, la película no da razones ni las quita, más bien desconcierta, no es tan fácil desconcertar, la película es tan extraña como Bodet, bueno, no sé si ella es extraña, a mí me ha parecido extraña las pocas veces que la he visto y oído de lejos, extraña y adictiva, interrogante, como si viniese de un mundo o de un tiempo de antes de las evidencias, de antes de las normas, si es que las normas para lo que sirven es para no tener que hacerse preguntas por todo, para no poner caras interrogantes, si es que las normas son más que nada respuestas de antemano, normas que ya no nos damos cuenta de que son normas, no sé, pero en ese mundo de antes todo se volvería extraño, hasta la manera de mirar y de moverse, todo extraño y extrañamente gracioso, en realidad todo tiene gracia en esta película de la que hace un momento escribía que me parece que va de lo real y de la desesperación, del encuentro con lo real, pero es que para llegar a ese encuentro la película se inventa cosas todo el rato, cosas de esas que uno no sabe si decir que qué locas o que qué geniales, pero lo más extraño es la manera de organizarlas, una manera que de entrada parece rara y luego te da la sensación de que si le dijeses: “es rara”, te miraría sorprendida y diría que porqué, y tendrías que admitir que no, que rara no es, que es extremadamente lógica y razonable, pero es que con la razón se puede llegar a tener mucho vértigo, con la razón y con palabras bien razonadas uno puede perderse mucho, y ahora sí que me estoy yendo lejos de lo que quería decir, aunque tampoco es que quisiese decir nada en particular, más bien es que me estoy alejando de la película, que hace cosas locas, por ejemplo cosas con un teléfono, qué juego le da a un teléfono, ya verás, y que nos recuerda qué es una casa, un techo y una puerta y ventanas, con la puerta hace muchas cosas, con las ventanas una sola, pero con variantes, y también me habría gustado encontrar la manera de hilar que los actores son por momentos geniales y raros, aunque luego uno anda por París y tan raros no son, será simplemente que son de una forma de normalidad que no se ve tan a menudo en el cine, y si tuviese que definir ese algo de cierta gente de París y de la sensación que consiguen dar los actores en sus personajes diría que es la sensación de gente que un día se va a volver loca, quizás en los próximos dos segundos, y de hecho hay algún ataque de locura que sorprende por lo rápido que llega y por lo rápido que se va, hay muchas brusquedades en la película, quizás tenía que haberlo dicho antes, hay un humor hecho de brusquedad, y quizás eso también sea realista, tener a tanta gente alrededor se debe de prestar a eso, a la brusquedad propia y a la brusquedad ajena, y me gustaría ir terminando un poco por no dar la impresión de que pretendo abarcar la película, nunca se abarca una película, o una película de verdad nunca se deja abarcar, no es igual más que a sí misma y hay que escribir de ella dejando claro que se nos escapa, que se nos sale de página, que se nos sale del papel y de las palabras, pero aún así quería decir algo más, quería decir que pensé también en la película de Bodet con Delahaye, porque también en esta película de ahora ella va a ver a un hombre muy mayor y habla con él y no se trata exactamente de un diálogo, aquí ese personaje lo hace el extraño Jean Abeillé, recostado en una cama, me parece que para Bodet esto es importante, ella junto a Delahaye o Abeillé, al mismo tiempo admirables y mayores, o viejos, o en otra dimensión del tiempo y de la experiencia, ver eso es importante pero al mismo tiempo no consigo encontrar ninguna manera de decirlo que no me parezca reductora o vulgar, no sé, hay algo en los planos de ella junto a Abeillé y también en el hecho de que el personaje de Abeillé muera (te destripé parte del final, pero me costaba no hacerlo, me costaba no decir que es también una película de muerte), y ella más tarde dice, si no lo recuerdo mal,  algo así como: “esto también es una ceremonia de duelo” y luego vemos el barrio de Stalingrad en el que estuvieron los refugiados que antes vimos de lejos y por la ventana, uno siente que el duelo también es por su ausencia y me da por recordar que en la película también se habla de que no se puede contar con que nada siga siendo igual para siempre y quizás la película también va de eso, impermanencia, duelo y vida, el lugar del duelo en la vida, a veces con gracia, a veces con tristeza, a veces con una rabia extraña, a veces todo junto, y no estoy muy seguro de que quisiese hablar de todo esto al empezar, pero por otra parte en algún momento hay que parar, o parar de empezar y esperar que la veas y que entonces podamos hablar, podamos seguir.
Un abrazo
(Porte sans clef, Pascale Bodet)
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