miércoles, 23 de abril de 2025

volvemos a primera

Una mujer llega a una casa. Trae una maleta. ¿Estaba vacía? Ya no lo recuerdo. Si estaba vacía, entonces la llena Luego se para. Como ausente. Como si de pronto se olvidase de todo. De lo que está haciendo pero quizás también de su propia identidad. Se queda plantada, inmóvil. Al mismo tiempo presente y ausente. ¿No os pasa a veces? Nos os quedéis así, como en un intervalo, y luego pensáis: ¿qué estaba haciendo yo? La mujer está así, parada, y mira a cámara. Y entra la música. Sentí que algo iba a empezar. Luego pensé: es como en un melodrama. Un melodrama perdido de Cottafavi. Una película en la cual al principio una mujer llegase a una casa. Todavía no sabríamos nada de ella. Se pondría a hacer la maleta para irse y, de pronto, se pararía y miraría a cámara. Pensaría: ¿cómo he llegado hasta aquí? Entonces empezaría un flashback que nos daría la respuesta, que nos contaría todo lo sucedido hasta llegar a esa decisión: hacer la maleta, irse. Pero no es un melodrama perdido de Cottafavi y no empieza ningún flashback. Nos quedamos ahí, en esa mirada sostenida de ella, al son de la música. Nos quedamos en ese momento de intervalo que parece prometernos otra cosa, que  podría llevarnos al inicio de una historia, y que, sin embargo, se prolonga. 

En esta película, hay apenas una casa, una mujer, un hombre, unas maletas y el campo.   Podemos imaginar que el campo está alrededor de la casa, aunque en realidad nunca se conectan realmente. (Y el último plano de la película es, inesperadamente, la puerta de una casa urbana.) A veces la mujer llega. A veces se va. A veces el hombre llega. A veces se va. Hacen maletas. Las deshacen. Una y otra vez se repiten esas situaciones. Las escenas, a veces, parecen el final de una historia. Pensé en una de esas películas y novelas en las que un personaje deja su casa, vive durante un tiempo una vida diferente, y finalmente regresa al hogar, regresa a su vida anterior, como si la historia hubiese apenas un intervalo en la realidad inmutable. Algo así como La fuga de Mr. Monde, por ejemplo. Otras veces, parece  las escenas parecen el inicio de una película. Pero uno de esos inicios en los que se siente que la historia ya empezó antes y que la película nos va a tener que desvelar un pasado.Ya lo dije antes: como si fuese a empezar un flashback. Están esos momentos en los que la cámara se detiene en un rostro, pero también esos otros momentos en los que la cámara se aleja del actor o de la actriz para encuadrar una ventana a través de la cual se ven los árboles. Es hermosa la precisión con la cual la cámara acompaña las acciones de la mujer o del hombre pero también sabe apartarse de ellos. Una cámara que sabe que hay algo más que los actores. O que sabe que, para sentir de veras lo que les sucede, hay que saber también alejarse ellos, ver lo que no ven. Quizás sea un movimiento entre lo cambiante (el hombre, la mujer) y lo que permanece (la casa, el campo). Una precisión, por otra parte, como de otro tiempo, de aquellos melodramas que sí tenían flashbacks, que nos enseñaban que todo presente estaba cargado de pasado. 

Digo que los actores llegan o se van pero eso no es del todo cierto. A veces es más complejo. A veces llegan para poder irse. Llegan para poder hacer la maleta que necesitan llevarse. Y, otras veces, parecen llegar pero inesperadamente se van. Una escena que nos parecía una llegada se convierte en una partida. Sucede, por ejemplo, con un coche que llega, aparca y, al cabo de un tiempo, se vuelve a ir. O, en otro momento, con el hombre que llega, abraza a la mujer y, a continuación, se va de casa con su maleta. Lo que parecía un abrazo de reconciliación era, en realidad, un abrazo de despedida. O quizás, en las dos situaciones, sea como en los rodajes, cuando un actor tiene que entrar en el plano como actor para poder irse de él como personaje. O tiene que irse de plano para poder entrar en él. Esa indicación que se oye a veces, justo antes de empezar una nueva toma: volvemos a primera. En el cine, los actores y actrices se pasan el tiempo volviendo a primera. Volviendo a empezar. Luego, al montar la película, eso desaparece. Y, así vista, la película podría ser, también, como la extraña proyección de los brutos de una escena, toma tras toma, vista en todas su variantes. Una escena de una película que nunca llegase a empezar o que siempre estuviese acabando, sin haber empezado nunca. 

Hay, entre los planos del campo (los planos de, por así decir, la “otra película”, la que sucede afuera), un plano de un campo que ha sido cosechado. Al cabo de un momento, la cámara se mueve y nos descubre que, justo al lado de ese campo terroso, hay todavía mies verde que se agita bellamente con el viento. En apenas un movimiento, se nos hace ver que dos tiempos, dos estados, coexisten. Luego, la cámara vuelve a moverse y vuelve a encuadrar el terreno ya cosechado. Ahora queda el recuerdo del verde y del viento y ya no lo vemos de la misma manera. Vemos la ausencia del verde que allí estuvo y que allí volverá a estar, cuando llegue de nuevo la primavera. Ese campo terroso, ¿es un principio o es un final? ¿Es una llegada o es una partida? ¿No son acaso las partidas el germen de una llegada y las llegadas el germen de una partida? ¿No son siempre, al mismo tiempo, un principio y un final? ¿No podría ser esta una película del “al mismo tiempo”? ¿Qué tiempo sería ese? 

En la película escuchamos, en off, repetidas veces, dos poemas en francés. La actriz y el actor, a veces, dicen una frase de esos poemas, como si de pronto apareciese en ellos, como una pregunta. Uno de los poemas habla, creo, de cómo uno siente que es otro al regresar a casa tras un viaje y cómo, al mismo tiempo, nada en la casa ha cambiado. Hay un verso hermoso e inquietante en el que se dice, más o menos, que el perro retoma su morir. Como si durante la ausencia del que ahora regresa el tiempo se hubiese detenido realmente, se hubiese colado en un intervalo. En otro momento, se habla del presente. Ya no lo recuerdo bien pero sé que pensé: ah, los personajes, en ese momento del regreso o del estar a punto de partir, están viviendo en el presente. Pero ese presente está siempre cargado de pasado o de futuro, está cargado del viaje realizado o del viaje por realizar. Aunque quizás sea en ese tiempo durante el cual se está todavía ahí, o de nuevo ahí, ese tiempo del intervalo, cuando llegamos a sentir un poquito de puro presente. Quizás el presente sea, bien mirado, algo más bien escaso. Algo que, de pronto, está ahí, justo antes de que empiece la historia, o cuando ya terminó.

(Sombra de viento, Frans van de Staak, 1986)

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