Decir primero que, tras encuesta exhaustiva (tres personas, una de ellas interrogada en la calle), Tetro es una película que no convence plenamente, pero que se recuerda.
Hay películas aparentemente mejores, objetivamente mejores, en las que uno no se pone a pensar sin darse cuenta, sin hacerlo aposta, mientras se lava los dientes, hace la compra, se toma una caña…
Algo habrá.
Es una película incómoda. Como un mal sueño. No como una pesadilla, sino como un mal sueño, como soñar que has ido al colegio en pantuflas, o en calzoncillos.
Tetro es un caso singular en la producción de cine: es la película de un millonario, es la película de un hombre libre. Libre porque puede hacer lo que quiera, pero libre sobre todo porque no tiene que rendir cuentas a nadie.
Por ello parece una película escrita en contacto directo con el inconsciente, sin autocensuras. El desequilibrio es inevitable. Los momentos engorrosos también. Como si hubiese dejado esos momentos que uno, al releerse y pensar que alguien más va leerlo, quita, por vergüenza.
Los sueños desagradables, el de ir en pantuflas, por ejemplo, suelen ser realistas e incoherentes. De esa mezcla es de donde viene la incomodidad, y también la sensación de una realidad más real que la de la vigilia, por extraña.
Tetro es realista, es concreta. Nada más preciso que la dirección de los actores principales. Vean sino: en la secuencia del striptease en el teatro las miradas y sonrisas incómodas del hermano menor.
Y todo en ese hermano menor es preciso, Coppola filma de manera muy precisa emociones, incomprensiones, vergüenzas y felicidades en su rostro.
Si Tetro se recuerda (no olviden, hay una encuesta incuestionable) es quizás por esa dimensión concreta, por la realidad de los personajes principales, muy superior a la de la mayor parte del cine reciente. Realidad que viene también de sus comportamientos, del empecinamiento por ejemplo del hermano menor en desvelar los secretos de Angelo, sin que lleguemos a situar lo que tiene de razón y lo que tiene de traidor. Uno y otra vez ignora las prohibiciones de Angelo, una y otra vez le pillan, una y otra vez no sabemos si realmente está ayudando a Angelo o solo traicionándolo. La posibilidad misma de que el amor y el bien ajeno puedan pasar por la traición es ya una situación compleja, incómoda, real.
Al mismo tiempo Tetro es irreal, inverosímil. Y no solo el premio de los Parricidas, no sólo los requiebros de la intriga, también detalles de esos que no suelen darse en el cine. Dos veces Maribel Verdú diciendo de perfil, cada vez que descubre un nuevo parentesco: “Claro, cómo no me había dado cuenta”. Normalmente esa situación no se repetiría, al revisar el guión se quitaría, al igual que en el colegio nos enseñan a no repetir palabras en las redacciones.
Tengo la duda de si Tetro no se recuerda también por lo que en una primera visión molesta. Las incoherencias, lo inverosímil, lo propio del sueño con pantuflas.
Quizás consigue algo de lo que suelo aborrecer, los defectos aparentes como cualidad final del conjunto de la película, lo que parece malo finalmente tan pertinente como lo que parece bueno.
Un extraño novelón gótico, de ambición a un tiempo pequeña, cercana, y desmesurada. Una película que se puede juzgar, pero eso da igual. Una película que se recuerda, que acompaña. A los que quieren ser acompañados. A los que a veces andan solos y perdidos y les da por pensar en cualquier cosa. A los que andan tan despistados que todavía no se han dado cuenta de que han salido de casa en pantuflas.
miércoles, 20 de enero de 2010
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