Lo primero un hecho, una emoción que no sé si alguien comparte. En la parte final de The time that remains, de Elia Suleiman, ver al personaje de su madre me conmueve.
Ahora intentar comprender por qué.
La película está dividida en cuatro tiempos, desde 1948 hasta nuestros días. Está el tiempo de la guerra y lo que hizo el padre de Elia, luego dos tiempos de paz, con Elia de niño, y luego con Elia de adolescente, la repeticiones de la vida cotidiana de Elia, de su padre y de su madre. Y el presente, el padre de Elia ya ha muerto y su madre está enferma.
La actriz que interpreta a la madre al final no es la misma que en los otros episodios. Es una mujer mayor en cuyo rostro no se puede adivinar cómo fue de joven, un cabo que no podemos lanzar para unirlo al personaje más joven.
Y por otra parte la madre en ese segmento no habla, casi no sabemos en qué mundo vive. Es de otro planeta.
Esta mujer mayor y silenciosa me recuerda otra película en la que una anciana parecía un ser de otro planeta, El efecto de los rayos gamma sobre el comportamiento de las margaritas, de Paul Newman. En aquella película la anciana era un enigma, completamente extraña, y uno se pregunta qué es lo que puede pasar en su cabeza. Por otra parte no hay ninguna pista sobre quien fue esa mujer antes de ser lo que ahora es, una anciana.
En The time that remains sí sabemos quién ha sido esa mujer. Pero la emoción viene quizás de que las dos imágenes, la del pasado y la de ahora, no llegan del todo a coincidir, hay algo así como un cortocircuito entre las dos imágenes. Tenemos la sensación que podemos tener viendo a un anciano: ha tenido una vida, ha vivido, tiene una historia, ha sido joven, ha hecho cosas… y tenemos la imagen de lo que ese pasado ha sido, pero sin continuidad, sin que la sensación de que es un ser de otro planeta desaparezca por completo.
Quizás esa coexistencia de dos imágenes venga del hecho de que el tiempo no se muestra como una continuidad, como una historia con una serie de causas y efectos, sino como una serie de momentos que fueron, que crean rimas entre ellos, que se repitan con diferencias, o que nunca volverán a suceder, pero sin línea que los una, sin hilo que nos lleve desde el principio hasta el final. En cierto modo el pasado es otro planeta, un planeta extraño porque se parece mucho, muchísimo, a este en el que vivimos, y sin embargo no es el mismo.
Dicho esto habría que decir que la primera secuencia de la película es casi una secuencia de cine fantástico que sugiere la apertura de una brecha espaciotemporal, casi Regreso al futuro.
Por ello también cuando come helados y cuando después le preguntan si ha comido helados, como una niña, nosotros sabemos, tenemos fresca la memoria, porque como espectadores hemos estado hace un momento en el pasado de esta mujer, sabemos que es ha sido adulta, sabemos que no es una niña pequeña.
La emoción viene quizás de saber dar una imagen del tiempo, aprovechando los medios del cine, y con una serie de decisiones, la elección de la actriz y de su silencio que de pronto nos dan una imagen nueva y más compleja de nuestro presente, de los rostros que hemos conocido.
Postdata:
Como siempre, precisar un par de cosas sobre la película: que es divertida, que cuenta una historia de palestinos en Israel desde 1948 hasta nuestros días.
Y señalar que quizás nada de lo que digo exista realmente en la película, porque desde entonces me parece ver variaciones de esta idea en otros sitios: en Up, donde además el rostro del anciano me recuerda al de la madre en la película de Suleiman, y en un episodio de la primera temporada de Los Soprano, donde hay una serie de flash-backs a la infancia de Tony Soprano y se ve a su madre de joven. Solo que de nuevo la suerte es que la actriz que interpreta a la madre de Tony anciana no tiene en su rostro nada que permita adivinar cómo fue de joven. Es una mujer más bien atractiva, sin embargo es el carácter donde se rasgos comunes entre el pasado y el presente.
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