sábado, 30 de enero de 2016

¡Ah!



...ya lo dije una vez y quizás no debería de volver a decirlo, pero quizás sí, qué más da, como treinta, cuarenta, sesenta cartas enviadas a una misma persona y que no serán abiertas, volver a decir que Ne touchez pas la hache es una película que se escucha tanto como se ve, un mundo de suelos de madera y de fuegos de chimenea, y sobre ese mundo dos cuerpos, dos voces como dos instrumentos que nunca llegan a tocar la misma melodía al mismo tiempo, la voz pesada y cargada de respiración de él, la voz grácil y cambiante de ella, de pronto suave, de pronto dura, puntuada por algún que otro ah que a cada vez tiene un sentido nuevo, dos voces que se enfrentan, acero contra acero, a ver cual es la más cortante, y ninguna de las dos gana, creo, una película que es ante todo eso, dos actores como dos espadas que se encuentran, dos espadas lanzadas la una contra la otra por el placer de oírlas medirse y entrechocarse, dos personajes espada buscando el punto débil del otro...
... y de pronto hay un momento maravilloso, están atravesando un pasillo irreal, la voz de ella es suave y no sale de sus labios, es una voz que flota en el aire y que habla de renacer y de edén, de fondo suenan, en lo que se supone que es la noche de París, el mar y las gaviotas, este flotar apenas dura unos segundos, rotos por la voz dura de él y la vuelta para la duquesa de Langeais a la realidad de los salones, realidad de suelos de madera y conversaciones mundanas que ahora se le va a volver insoportable...
... cuando vuelve a sonar el mar (treinta minutos más tarde, cinco años más tarde), ella ya no es más que poema...
(Ne touchez pas la hache, Jacques Rivette)

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