sábado, 7 de mayo de 2011

Todo Newman: Notas sobre Sometimes a great notion (1971)


A veces vivo en el campo

A veces vivo en la ciudad

A veces siento un gran impulso

de arrojarme al río y ahogarme.


La primera novela de Ken Kesey que fue llevada al cine no fue la famosa Alguien voló sobre el nido del cuco sino A veces un gran impulso, escrita en 1964. El título viene de un verso de una canción de los años treinta, Buenas noches Irene. Una canción de desamor. Adiós. Te veré en mis sueños. Buenas noches. Entonces mejor olvidar el título español Casta invencible o El clan de los irreductibles, que viene a ser lo mismo, y quedarse con el original, A veces un gran impulso. ¿Un gran impulso de qué? De arrojarse al río, de terminar con todo.

¿Y si fuese la mejor? ¿La más amplia? La mejor, porque de algún modo la dirigió porque no le quedaba más remedio que dirigirla, porque no encontró a nadie que la dirigiera en su lugar. Y aun así, o gracias a ello precisamente, encontramos en ella todas las cualidades de su cine, todas sus características. La importancia de lo invisible. La influencia de unos personajes sobre otros. La mejor, por ejemplo, porque dirige a Henry Fonda. A Richard Jaeckel. A Lee Remick. A sí mismo. ¿No es una de las mejores interpretaciones de Paul Newman? Porque se trata, en definitiva, de su película más anclada en la industria.

Y sin embargo hay en esta historia mucho de Paul Newman. ¿Os habéis fijado en la coincidencia de los títulos, caja de sombras, zoo de cristal? Como si todas esas historias, salidas de sitios diferentes, confluyeran en él. Máxima prueba, quizás, de su talento como cineasta. Así, en esta película podrá rodar cosas inusuales en su cine como un partido de rugby en la playa que desemboca en pelea y borrachera. ¿Hace falta recordar a Ford? Justo antes de marcar el tanto, Hank Stamper (Paul Newman) pasa el balón a Lee Stamper (Michael Sarrazin), y hay un inserto en primer plano de Henry Stamper (Henry Fonda), padre de ambos. O filmar el trabajo. Planos casi documentales de la tala de árboles, de los obreros. O una carrera de motos, durante el día del leñador. Como si los momentos más líricos e íntimos de la película estuvieran compaginados con otros menos intensos, como si pudiera permitirse el lujo de perder el hilo, de perderse.

Como esa historia paralela del propietario de un cine que insiste a Hank Stamper (Paul Newman) para que él y los suyos cedan a la huelga para salir de la crisis. En una escena en el bar del pueblo le confesará que ya nadie va al cine, que incluso le han recomendado que ponga películas eróticas, pero que no está por la labor, que no pretende caer tan bajo. La película sigue y en otro momento le amenaza con suicidarse (podemos suponer que eran amigos o que habían sido amigos). La película sigue. Y llega esa escena en la que está colocando las letras en la fachada de su cine del título de su nuevo estreno: “Cerrado gracias a Hank Stamper”. Y entonces se electrocuta. Y no sabremos nunca, tal como está rodada la escena, si se trata de un accidente o de un suicidio.

Se ha dicho que Sometimes a great notion es una película de hombres. ¿Y si no lo fuera? ¿O no solamente? ¿Y si la protagonista de la película fuera la madre de Lee Stamper, la que no se ve, la que tuvo relaciones sexuales con su hijastro Hank Stamper (Paul Newman), la que se suicida? Ya van dos suicidios. Y un tercero, más bien un intento de suicidio, el de Lee Stamper, el hijo universitario que vuelve, pelo largo, con manos demasiado finas para andar cortando árboles, dispuesto a trabajar y quedarse con los suyos. Pero, ¿por qué vuelve? Es un huérfano en busca de hogar, como si se dijera: Soy esto, al fin y al cabo. Para bien o para mal soy esto. La escena en la que cuenta su intento de suicidio es una de las más bellas de la película. Es el momento en que los dos personajes más frágiles, más sensibles, se encuentran. Es el momento en que aparece Lee Remick. Sí, la gran Lee Remick (¿es este su último gran papel?), que interpreta a la mujer de Hank Stamper (Paul Newman). No es que no la hayamos visto antes, pero es en ese momento cuando se convierte en personaje. Mientras está colgando la ropa o mirando hacia el río (a veces siento un gran impulso…), dándole la espalda a Lee, cuenta su historia, cómo llegó hasta allí, cómo perdió a su hijo, sus miedos, sus frustraciones.

¿Y si la protagonista fuera ella, Viv Stamper? Una relación de complicidad va a crearse entre ambos (entre ella y Lee Stamper, el hijo pródigo). Cuando vuelven los tres hombres de la fiesta del leñador, una luz se enciende en el piso de arriba de la casa, ella baja a recibirlos, y su marido, completamente borracho, la empuja, y en un plano muy bello, ligeramente contrapicado, Lee Stamper a la izquierda del encuadre, Viv Stamper a la derecha, Hank y su primo Jobi (excelente Richard Jaeckel), también completamente borracho, pasan uno detrás del otro entre los dos, suben a duras penas las escaleras del porche, y cuando ya han entrado en la casa, Lee Stamper, sin apenas mirarla, dice: Ya me dirás. ¿El qué?, dice ella. Cuando quieras irte. Cuando, un poco después, escucha por la radio la noticia de la muerte del propietario del cine, todo se precipitará, y acabará dejando a su marido y a toda la familia Stamper.

No he dicho nada de Jobi, interpretado por Richard Jaeckel, quien protagoniza la escena más emblemática de la película, la de que todo el mundo habla (y con razón), aunque no se hable de otras igual de buenas, y que no contaré (hay que verla). No sé qué hubiera hecho Peckinpah (por lo visto quiso también adaptar la novela), pero no sé si hubiera mirado a estos personajes a priori rudos, antipáticos, de derechas, con tanta justeza y ternura. Encarnados para siempre en el personaje de Jobi Stamper, heterosexual, creyente, trabajador, americano. Como dijo otro personaje memorable, Lo terrible en esta vida es que cada cual tiene sus razones.


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