domingo, 2 de mayo de 2010

dos veces un gesto uno


Dos veces un vaso lleno y una botella, Lubitsch y Hawks, sobre un arte menor.

Primera entrega: una secuencia de That Uncertain Feeling, película « menor » de Lubitsch (en los resúmenes biográficos a menudo olvidan que la hizo).

Si echan un ojo aquí: http://www.youtube.com/watch?v=koIMyetBXFA&feature=related, pueden prescindir del texto que sigue.

Alexander Sebastian, pianista egocéntrico e inestable, quiere seducir a Jill Baker, esposa de un vendedor de seguros de alto nivel. Están en el apartamento de Alexander. Primer plano: en una mesa una botella de licor y dos copitas, una vacía y la otra todavía llena (y un cigarrillo que se consume). Se oye tocar el piano, música romántica. Movimiento de cámara. Primero vemos un bolso en el canapé, el movimiento sigue y vemos a Alexander Sebastian tocando y, apoyada en el piano de cola, escuchándole, a Jill. Detrás de ellos una ventana, la ciudad, rascacielos al fondo, árboles que sugieren un parque a la puerta del edificio, algo así como Nueva York, apartamento con vistas a Central Park. Plano, contraplano (aprovechando para la composición la diferencia de altura entre un personaje sentado y otro de pie). Alexander ve que su música la hace efecto a Jill. Se levanta hacia ella. Plano de los dos, ligero travelling hacia delante para subrayar el momento de tensión amorosa. Se acerca a ella para besarla. Ella resiste, pasamos a un plano más amplio. Ella se aleja de Alexander, huye del plano. Él corre tras ella. La cámara no lo acompaña. Piano de cola, ventana, arboles, rascacielos. (¿Aguantaría el plano sin esa ventana? ¿Se ve algo por las ventas de la casa de Jill y su marido?) Algo sucede fuera de campo. Y Alexander vuelve al plano, entusiasmado, se pone a tocar el piano con intensidad. Jill entra en plano, de espaldas a nosotros va hacia la ventana, no sabemos si luchando por ceder o por resistir al beso y a la música. Le pide a Alexander que pare. (Que pare de “tocar”, se sobreentiende.) Él se interrumpe un instante, pero para pasar a tocar de manera menos intensa, más juguetona. Plano contraplano de él al piano, tocando, y de ella “no, no.” Y resulta que no, que al fin Jill se da la vuelta, pasamos a un plano general del salón, con la cámara que retrocede, Jill coge el bolso del canapé y sale del plano, hacia donde suponemos que esta la puerta. Alexander deja de tocar el piano y corre tras ella, saliendo también del plano. Se oye un portazo. Alexander vuelve al plano, se sienta en el canapé. Desilusión evidente. Delante de él la mesita con la botella y los dos vasos, uno vacío y el otro lleno. Ahora nos queda claro que él ha servido el licor para .seducirla. Que él ha bebido y ella no, quizás el detalle que ha fallado en la estrategia de Alexander. (Comprendemos que en realidad toda la secuencia estaba ya contenida en el inicio del primer plano: ella no ha bebido, ella no va a ceder.) Alexander ve la botella. Imaginamos que va a beber un trago. Para olvidar. Para darse ánimos. Coge el vaso lleno. La idea no es mala. Despechado se va a beber el vaso que ella no ha querido beber, el detalle que faltaba para su triunfo. La idea no es mala, pero puede ser mejor. Porque Alexander coge el vaso lleno, pero no se lo bebe. Coge la botella y vierte el licor de nuevo en la botella. Ya que no ha servido, mejor guardarlo para otra vez.

Ahí quería yo ir a parar, a ese gesto. Al mismo tiempo vuelta de tuerca de la situación, cierre en bucle de la secuencia, superación del cliché, detalle del carácter insoportable del personaje y, simplemente, idea divertida, muy divertida.

Imagino a Lubitsch y a su guionista yendo y viniendo mientras piensan en la secuencia, ya la tienen casi completa, todos los detalles, todas las ideas, al final Alxander se bebe el vaso que no ha servido a sus fines. La secuencia es bastante buena y están cansados, el día ha sido largo y se van a volver a casa. Y de repente uno de los dos, quizás Lubitsch, pero pongamos que es el guionista, dice, medio en serio, medio en broma: “¿Y si Alexander en vez de beberse el vaso vuelve a verter el licor en la botella?” Dice eso porque se le ha pasado por la cabeza, casi por decir algo, pero de repente ve que Lubitsch, que se estaba poniendo el abrigo, se queda quieto, un brazo en una manga, el otro todavía fuera, y sonríe. Y el guionista sabe que lo acaba de decir por decir estará en la película, que Lubitsch sonríe como solo una idea puede hacerle sonreír.

Un momento clave en la escritura a dos, el momento en el que uno dice “Y si…” por decir algo, sin darse cuenta, y el otro lo oye, y el otro reconoce la idea como inevitable. Escritura a dos. ¿De quién es la idea? ¿Del que la ha tenido o del que ha reconocido en ella una idea?

Por penúltimo: hay que leer ahora mismo el libro (librito) de Samuel Raphelson, guionista de varias películas de Lubitsch, donde cuenta su relación con él, ese hombre con el que escribió siete películas, sin llegar a saber si eran amigos, hasta que un día se dio cuenta de cuánto lo apreciaba. En francés se titula Amitié. Y Raphelson habla del amor de Lubitsch por las ideas, y lo hace en una situación inolvidable. Dejen lo que estén haciendo y busquen ese libro. (La singular historia del vaso lleno y la botella continúa en “dos veces un gesto dos”.)

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