En El zoo de cristal, como en Los rayos gamma, una familia-casa-barco se hunde, una embarcación rumbo a ninguna parte, y una madre capitán se agita, recuerda y habla, habla sin parar, como si eso pudiese evitar que el barco se hundiese, habla a sus hijas e hijo, vende por teléfono abonos a revistas que a saber si existen y sobre todo pide a sus hijas e hijo que guarden las formas, que no se pongan nerviosos, para que los pasajeros no se den cuenta de nada, para que no cunda el pánico, y los hijos e hijas saben que los pasajeros abandonaron el puerto hace ya tiempo, en un puerto lejano, porque el barco no prometía nada bueno, se caía a trozos, hasta las ratas abandonaron el barco, les parecía demasiado cochambroso, pero las hijas e hijos hace tiempo que han renunciado a decirle nada al capitán madre, que no se entera de nada, que sigue hacia delante, procurando negar la evidencia de que como mucho al barco le quedan unas horas.
(Podríamos hacer por fin un especial, escribir largo y tendido sobre este fabricante de salsas, actor y gran cineasta, intentar de alguna manera describir lo que en él nos emociona, la forma tan atenta de mirar a sus personajes, de hacernos comprenderlos, y sobre todo de hacernos sentir los rayos gamma que circulan entre ellos.)
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