viernes, 19 de marzo de 2010

Plato combinado




Hablando de puertas, no olvidar tampoco la penúltima secuencia de Los amores de una rubia, de Milos Forman

La rubia en cuestión, chica de provincias seducida una noche por un joven pianista, que le ha dicho que pase cuando quiera a verla a la gran ciudad, se va de buenas a primeras y aparece en casa de los padres del chico. Él todavía no ha vuelto y los padres la reciben de mala manera, pero por una historia de puertas y por la hora tardía acaban aceptando que se quede a dormir en la casa, aunque el chico nunca les ha hablado de ella.

El chico llega muy tarde, todo el mundo está ya durmiendo, ella en la cama del chico en el salón, los padres en su habitación. Cuando el chico descubre a la chica se queda sorprendido, sin saber qué hacer, él la había invitado por invitarla, no lo pensaba en serio, era solo un ligue de una noche. Los padres acaban obligando al chico a dormir con ellos. Y entonces empieza una larga secuencia burlesca en la cual los tres en la misma cama, por problemas de posición y de manta, no consiguen dormir, y se van haciendo reproches los unos a los otros.

Pero hablan de tal manera que la chica los oye desde el otro lado, y viene a pegarse a la puerta, y comprende que ha metido la pata, que ese chico no quiere saber nada de ella, que está de más y que no puede aspirar a nada más que su vida en la ciudad de provincias. Comprende, imagino, muchas cosas, y también hasta qué punto está sola, hasta qué punto su único hogar es la habitación que comparte con las otras chicas de la fábrica.

El caso es que de un lado de la puerta está la familia en plena escena cómica. Y del otro lado está la chica en pleno drama, y ese drama se va haciendo más triste y más cruel por la presencia de la comedia del otro lado.

Sólo eso, esa idea genial, cómo hacer coexistir dos registros, dos géneros: cada uno a un lado de la puerta.



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