viernes, 4 de octubre de 2019

aire que el aire les sobra



Son dos bobinas de madera abandonadas en un suelo mojado, dos bobinas de madera que quizás sirvieron para llevar cables a alguna de las fábricas que han crecido por ahí, entre plantas y descampados, dos bobinas que ahora ya no sirven para nada más que estar siempre ahí y que a veces los niños se suban a ellas, son viejos monumentos,  o un poco menos pero más emocionante, piedras miliares o piedras de esas de los jardines zen, dan ganas de caminar alrededor y ver las perspectivas que a cada rato se crean, el espacio vacío en ellas, el espacio vacío entre ellas, y esta perspectiva que vemos desde luego es linda, de una belleza de esas grises y gastadas, con esa diagonal entre una y otra, esa profundidad, y el reflejo del poste en el agua, y el cielo casi por completo tapado por el gran depósito al fondo, todo son grises en el plano, y a los personajes de la película a menudo los vemos así, un poco en diagonal, caminando, de pie o sentados por esos descampados, siempre un poco en profundidad de profundidad entre ellos, siempre una diagonal, están de a dos o de a tres, hay dos niños y un padre que van de fábrica en fábrica buscando trabajo y a falta de encontrar trabajo también buscan perros vagabundos que llevar a la campaña de prevención contra la rabia, para así ganar un poco de dinero con el que comer o con el que comprar, ay, una bonita gorra como de militar (y al momento de haberla comprado lamentar el haberlo hecho, porque una gorra nueva es una comida menos, y el hambre duele), y a menudo los niños y el padre están así en perspectiva, ellos dos muy juntos, él un poco separado de ellos, más adelantado, son como bobinas vacías en un paisaje de hierbajos, pero un cuerpo vacío no es como una bobina de madera, un cuerpo vacío no se tiene en pie, aunque a veces puedan jugar a que sí, a que del vacío y del aire también se vive, hay un momento en el que el niño más mayor, para animar al padre, juega como un mimo a servirle un sake inexistente, y el padre entra en el juego y bebe ese sake inexistente, y lo hace tan bien que con la mano indica que ya hay suficiente cantidad, como si fuese a desbordar, realmente nos hacen ver la botellita y el platillo de sake, y luego hacen entrar al segundo niño en el juego, le hacen comer arroz de aire con té de aire, y durante un rato parece que se puede vivir así, del aire y de la gracia, hay algo liberador en la comedia de la pobreza, ese sake y ese arroz hechos de aire, el lujo de comprarse esa gorra en vez de gastarse el dinero en comida, y además las cosas empiezan a ir bien, el padre consigue trabajo, y hay entonces como una calma, los niños juegan con otra niña y el padre habla con la madre de la niña, están los dos así, él sentado, ella en cuclillas, en diagonal, en perspectiva, son ellos también como dos monumentos, dos piedras en el jardín zen, dos piedras que respiran, que se pueden tomar un respiro, dos bobinas que sienten que sirven para algo, pero luego todo se tuerce porque, como nos recordaba la linda gorra, cada moneda cuenta, cada moneda cuesta, y la comedia de la pobreza, como la comida de aire, acaba por agotarse, hay cosas que la desbordan, hay cantidades de dinero que de pronto no se pueden pagar, que sólo de dos maneras se pueden ganar en una noche, y entonces el padre anda solo y frente a cámara, sin perspectiva, de todas maneras hace falta ser al menos dos para crear una perspectiva, un hombre que se aleja en el descampado es otra cosa, es quizás una pregunta, alguien que camina hacia el vacío, alguien que camina hacia el futuro, pero no es ya presente en calma, no es como estar allí, de cuclillas, sintiendo pasar el tiempo, como dos bobinas, sin moverse, sin preocuparse del antes, sin preocuparse del después.
(Un albergue de Tokyo, Yasujiro Ozu)

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