viernes, 20 de diciembre de 2019

un uso del vacío



Allí arriba, veis, hay dos filas de personas sentadas y vestidas de negro y blanco, quizás no lo podáis ver pero son músicos y cantantes, y allí abajo hay dos, quizás tres, filas de espectadores, pero se puede adivinar que hay más, todo un teatro lleno, los músicos ya están tocando, los cantantes ya están cantando, pero el escenario, ahí, entre los músicos y el público, sigue vacío, la música dura y el escenario sigue vacío, la música alarga ese tiempo de vacío y el tiempo al alargarse va cargando de tensión ese espacio entre los músicos y el público, ese espacio que es el escenario, ese espacio vacío, parece que hace falta eso, el tiempo de vacío, para que algo pueda suceder allí encima, para que un poco de tiempo y espacio se separe del resto del mundo, y sucede además que ya una voz nos ha hablado de aquello que vamos a ver, nos ha hablado de un gran actor de kabuki y de la más famosa de sus danzas, una danza en la que primero es muchacha y después es león, y puede pasar que no sepamos nada de esas danzas y que cuando nos digan eso, danza de la muchacha y danza del león, no sepamos ni siquiera qué podemos imaginar, y por eso es bonito que nos lo digan antes, que nos hagan esperar, que nos anuncien que lo que vamos a ver es excepcional y nosotros lo carguemos de espera, así lo que aparezca nos lo vamos a comer con los ojos, intentando ver, intentando entender, aunque cuando uno desea tanto ver a veces no ve nada, o nunca ve tanto como esperaba ver, pero no importa, aún así es buena esa espera que carga el escenario y que carga también de tensión el cuerpo del aquel que mira, alguien que nos gusta mucho hablaba de esa sensación que tenía desde pequeño antes de los guiñoles y más tarde antes de toda obra realmente bella, una sensación de espera y de excitación y de ganas de hacer pis, el rectángulo del escenario, el rectángulo de la pantalla, se carga a veces de todo eso, espera, deseo, imaginación, ganas de hacer pis, pero para eso hay que saber algo y al mismo tiempo no saberlo todo, aunque ahora que lo pienso quizás también se pueda saber todo, quizás sea aún mejor si se sabe todo, porque esa danza que vamos a ver es en realidad un clásico del teatro japonés, vamos a ver algo que ha sido actuado y danzado muchas veces y que sin embargo cada vez aspira a ser único, algo que está cargado de sentido y que al mismo tiempo es como una dificultad, algo que está puesto ahí para que el actor lo afronte, lo haga suyo, para que sea lo mismo de siempre y al mismo tiempo sea único, de todas maneras no puede ser siempre igual, porque no es simplemente algo que hacer, es más bien como un salto mortal que una vez más tiene que darse, es ser o no ser, siempre está el riesgo, siempre hay que volver a hacer presente la dificultad y hacer algo con ella, hacerla ligera, hacer que se desvanezca, que olvidemos que era una dificultad, y ahora, en un momento, saldrá a escena el actor y empezará a hacer la muchacha, al principio pensaremos que vaya, que si de veras es eso lo que había que ver, eso tan excepcional, entonces quizás la espera ha sido en vano, y uno piensa que le falta la cultura para entender lo que está pasando, pero al rato empiezan a pasar cosas con la manera mover los abanicos, y quizás no sea eso lo que es de veras importante, pero ahí pasa algo, esos movimientos no son cualquier cosa, uno empieza a sentir que algo de la espera encuentra algo en el presente, algo que mirar, algo que comerse con los ojos, y entonces, al cabo de otro rato, el actor, que no era muchacha y que no es león, se viste de león, que es más bien como un señor medieval con una melena blanca impresionante, y empieza a moverse imperioso, primero el cuerpo, luego la melena, y entonces sí pasa que uno se queda maravillado, será o no será eso lo importante de ver según la tradición, no lo sé, pero el caso es que hay algo ahí que es admirable, y viene entonces esa sensación y esa idea de que admirar es algo feliz, reconocer una potencia sucediendo, reconocer que eso es posible, una potencia sucediendo, y quizás por eso hacía falta ese tiempo de la espera, ese rectángulo cargándose de intensidad, cargándose de vacío, cargándose de nuestras miradas que esperan, que anhelan, que sienten quizás unas ligeras ganas de hacer pis, hacía falta ese tiempo y esas miradas par algo sucediese, tenía que hacerse el vacío para que apareciese el riesgo y que el riesgo a su vez se hiciese ligero, se hiciese aliado de aquel que actúa, quizás se tratase de eso, la transfiguración del riesgo, su paso de enemigo a aliado, la danza del león de nuevo, por única vez, sucediendo.
(La danza del león, Yasujiro Ozu)

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