martes, 7 de agosto de 2018

un uso del té


Este señor se llama Shuhei Hirayama y trabaja de jefe en una oficina de una fábrica, una fábrica que no se sabe qué fabrica aparte de humo, se ve mucho humo por la ventana de la oficina, y esta noche, de casualidad en casualidad, ha acabado en un bar con un mecánico que en otro tiempo fue soldado suyo, porque este señor sonriente y con bigote resulta que en otro tiempo, durante la guerra, fue capitán de un barco. 
Es extraño verle así, sonriente y un poco despistado, y pensar que alguna vez estuvo al mando de un barco hecho para matar, es extraño en esta película ver a los personajes y pensar que ahí, hace no tanto, estuvo la guerra, que esas calles, quizás, fueron ruinas de los bombardeos, los vemos en este presente de problemas para casar a una hija o comprar una nevera y de vez en cuando alguna palabra nos recuerda los bombardeos, nos recuerda las evacuaciones, el tiempo en el que una mujer que siempre vestía kimono se acababa poniendo los pantalones de su marido para huir mejor.
Es extraño y sin embargo ese pasado que casi no se puede adivinar está ahí, como está ahí la juventud de los tres amigos ya mayores que se reencuentran para comer, beber y hacer chistes más o menos malos, en realidad la película cuenta cuarenta años de vida, en unos días de principios de los sesenta nos da la profundidad del tiempo que ha pasado, y que se nota que ha pasado porque ahora los vemos ahí y pensamos que vieron la guerra y con sus movimientos un poco ridículos es difícil pensarlo, es difícil adivinar en sus ojos lo que esos ojos han visto, y también porque los movimientos de este señor son un poco lentos, porque su esposa ya murió, porque hay un viejo profesor en el que se puede ver que el tiempo que pasa son días y días que se pueden vivir bien pero también se pueden vivir mal, una vida marcada por algo que podría haber sido y no fue, debió dejar que su hija se casase y no lo hizo.
Si no fuese porque el señor Hirayama se encuentra con su antiguo soldado, un hombre un poco redondo que no es tan gordo como parece, quizás nunca habríamos sabido que fue capitán de un barco, y es que él no habla nunca de eso, no es como el soldado que recuerda y recuerda ese tiempo de guerra y que en ese bar a menudo escucha un viejo disco, una marcha militar imperial, la música que imaginamos escuchaban en tiempos de guerra por la radio, antes de los partes, y que ahora la dueña del bar ha vuelto a poner, por eso están todos con la mano delante de la cara, que así sin gorra ni contexto quizás no lo podíais adivinar, pero es un saludo militar, un saludo que le quitas la gorra y no se entiende y más bien resulta un poco ridículo, como si hiciesen burla.
La dueña del bar, por cierto, parece ser que se podría parecer a la esposa del señor Hirayama, al menos si la ves de lejos y ella está mirando hacia abajo y solo te fijas en una parte indeterminada de de su cuello, lo dice él, y es una manera graciosa de pedirnos que imaginemos el pasado, que imaginemos lo que nunca vemos ni veremos ya, de tal manera que en realidad nos resulta imposible imaginar, además la mujer tiene una cara un poco graciosa, una cara que nos cuesta pegar con lo que creíamos adivinar de ese pasado, así que más bien es como decirnos que podemos intentarlo pero que, la verdad, no lo conseguiremos, el pasado está allí y podemos sentir su espesor, pero no podemos revivirlo. 
Antes de poner la canción y de ponerse la mano delante de la cara y hasta de desfilar un poco, desfilar de broma, el antiguo soldado del señor Hirayama se había preguntado cómo es que perdieron la guerra, cosa a la que ninguno de los dos pueden responder, y también cómo habría sido si la hubiesen ganado, en vez de jóvenes japoneses bailando rock habría habido jóvenes americanos tocando el shamisen, y piensan que quizás estuviese bien que no ganasen la guerra, y la verdad es que es gracioso oír todo eso y también un poco triste, porque es como si la guerra no hubiese tenido lugar y sin embargo tuvo lugar, y dan ganas de preguntarse no qué habría pasado si Japón hubiese ganado la guerra sino simplemente qué habría pasado si no hubiese habido guerra.
En realidad esto de preguntarse por lo que podría haber sido, por los momentos en los que algo podría haber bifurcado y el mundo, o al menos una vida, unas pocas vidas, podría haber sido diferente, no es algo en lo que piensen solo cuando han bebido y recuerdan la guerra, también el viejo profesor lamenta el momento en el que pudo haber casado a su hija y no lo hizo, y al final la hija del señor Hirayama se casa con quién se casa, y no con otro hombre, porque alguna pregunta se hizo demasiado tarde y otras se dejaron sin responder.
No sólo cuando han bebido piensan en lo que pudo haber sido y no fue, pero en realidad casi siempre están bebiendo, antes y después de pensarlo, una vez pensado sólo queda beber y quizás llorar, y sobre todo bebe el señor Hirayama, casi todas las noches le vemos volver a casa borracho, hay que ver lo que aguanta, aunque bien visto se le acaba por doblar un poco la espalda y el alcohol le da sed, al final de la película se hace té y no sabemos si es por hacer algo, para no llorar, para dejar de llorar, o si es para hacer pasar un poco el alcohol, un acto reflejo en un momento de tristeza, un acto reflejo que quizás sirva para que a la mañana siguiente le duela un poco menos la cabeza, le pese un poco menos la resaca, y no tenga que hacerse preguntas sobre la noche anterior, como si el alcohol pudiese borrar los días pasados y el té pudiese borrar el alcohol bebido y así no tenga que preguntarse al día siguiente, una vez más, qué sería esta mañana si ayer hubiese bebido un trago menos, qué habría sido si las cosas, ayer, siempre, hubiesen sido, de alguna manera, diferentes. 
(El sabor del sake, Yasujiro Ozu)

1 comentario:

  1. Parece ser que no sería el sabor del sake, sino de este pez: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/ee/Sanma%2C_miso_soup_and_rice_by_jetalone.jpg
    El diablo, quizás

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