viernes, 17 de agosto de 2018

la ley de la gravedad



Es una escalera de noche, no es la primera vez que la vemos, con la luz que entra, con los paneles en varios tonos de gris a la izquierda, con la escoba colgada, ya la habíamos visto antes y a pesar de lo triste de la historia tranquilizaba un poco el ver esa escalera vacía, quizás porque estaba vacía, en lo vacío nada puede suceder, quizás nada bueno, pero tampoco nada malo, el vacío tiene esa tranquilidad, pero ahora la escalera ya no está vacía porque algo está cayendo, mirad ahí arriba, esa forma que coge un poco la luz, es una lata, una lata que un hombre acaba de tirarle a una mujer y que de rebote en rebote cae por las escaleras, esa lata podría ser una lata cualquiera pero creo que no, es una lata en particular, una lata que debía ser un signo de alegría, una lata que una mujer le había traído a otra mujer para que esta celebrase que su marido, al cabo de cuatro años, había vuelto por fin de la guerra, una lata de comida que debía ser una fiesta, porque es la posguerra y la comida está carísima, pero sucede que lo que debía ser una alegría ya se ha torcido, ya ha empezado a caer por su propio peso, porque la alegría y las buenas noticias en esta película no duran, a poco que alzan el vuelo ya hay algo que les recuerda la ley de la gravedad, parece que estén en un planeta de esos donde la masa es enorme y todo cuerpo se aplasta, hay que ver cómo están por los tatamis, hay veces que hasta se arrastran pero incluso cuando están sentados o arrodillados, como en tantas otras películas, esas mismas posturas parecen diferentes, los cuerpos se inclinan un poco hacia un lado, están en diagonal, se doblan en exceso, encorvándose, o se apoyan contra una pared, si están sentados o arrodillados es porque les pesa el cuerpo, es porque les puede el cansancio, hay momentos en los que la pena o la vergüenza los hace doblarse sobre sí mismos y entonces parece que quieran fundirse con el suelo, que quieran ser ya solo suelo, desaparecer, hacerse vacío, en el vacío nada malo puede suceder, pero no pueden hacerse vacío, siempre está ahí ese cuerpo que son, ese cuerpo bulto con el que tienen que vivir, y se podría decir que es una historia de mujer caída, ya sabéis, pero también de hombre caído, de hombre caído en su mundo de hombre, en sus ideas de hombre, de hombre que tiene la comprensión ligera pero la rabia pesada y que tarda y tarda en deshacerse de ese peso, que tarda tanto que casi es demasiado tarde, porque por esa escalera ya no cae la lata, cae la mujer, una caída como para matarse, durante un momento no sabemos si ella no se ha matado, dura el tiempo y quizás haya que pensar que sí, que se ha matado, quizás haya que pensar que en la vida también está lo irremediable y quizás lo que pasa después sea como un final alternativo, quizás cuando ella se mueva y se levante sea como si fuese en otra película, en una película que después de lo irreparable cuenta lo que podría haber sido, o quizás no, quizás de veras ella se levanta, quizás de veras sube la escaleras con su pierna herida, quizás de veras camina y se arrodilla y se vuelve a tener en pie abrazándose al hombre, y quizás sea porque el tenerse en pie no sea cosa de no caer nunca, sino de caer y poder levantarse, quizás el tenerse en pie no sea algo que se aprende para siempre, quizás sea algo que haya que volver a aprender, como recordando de cuentas caídas estuvo hecho el aprendizaje, de cuantas caídas puede volver a estar hecho, tenerse en pie no es algo que se tenga ya para siempre, es algo que cada día se hace o se deja de hacer, es algo difícil, parece que no pero es difícil, y en realidad es algo que necesita también a la ley de la gravedad, sin ley de la gravedad no nos tendríamos en pie, nos tenemos en pie contra ella, nos tenemos en pie con ella.
(Una gallina en el viento, Yasujiro Ozu)

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