domingo, 21 de mayo de 2017

dos con tres




para C.M.

Dices que Grischa es para ti una Gertrud y pienso que quizás tienes razón, pero una Gertrud que se queda cuando le dicen que se vaya, en vez de ser aquella Gertrud que se alejaba cuando le pedían que se quedase, y aún así, aunque sea quedándose, es cierto que Grischa tiene una fuerza Gertrud, que es quizás una fuerza de la actriz, una fuerza de Grischa Huber, que todo lo vuelve fuerte, que todo lo vuelve vida y afirmación, y es extraño pensar que si hubiese sido otra la actriz el sentido de la última escena, con las mismas palabras, con los mismos gestos, podría haber sido una derrota, pero con ella no, con Grischa Huber que se queda ovillada ese gesto es una afirmación, es una resistencia al adoquinado que se va endureciendo en el pecho de Heini, que es ese hombre inclinado de camisa blanca, ese hombre de palabras duras como adoquines, que rehuye el contacto como un animal desconfiado, construyéndose su soledad piedra a piedra, mientras ella se niega a abandonarle a ese juego, y es que el título de la película aparece dos veces, negro sobre blanco al principio, blanco sobre negro al final, pero aunque son las mismas palabras media toda la película entre ellas y ya no significan lo mismo, los adoquines y la playa del principio eran, pensábamos,  los del 68, los del 69, los del pasado cada vez menos reciente de los personajes, y al final los adoquines son los del pecho de Heini, la playa es la resistencia de Grischa, y la película es quizás el lento reducirse del mundo a esos dos cuerpos en esa habitación, o quizás la película sea un triángulo, un dos que quiere ser dos con tres, un dos que sería Grischa y Heini que estando juntos quieren ser dos hacia el mundo, hacia comprenderlo, hacia hacerlo, hacia cambiarlo, un mundo que es el tercer personaje y cuya encarnación va cambiando, se va deslizando, del teatro a la política, de la política al feminismo, del feminismo a, quizás, la posibilidad de un niño, nos vamos deslizando sin darnos cuenta de una idea a otra, de una encarnación a otra de lo exterior a ellos, ese afuera que ella trabaja, que ella busca, yendo a la salida de las fábricas, yendo a la casa de otras mujeres, preguntando, escuchando, ese afuera que él va queriendo dejar afuera, no dejar que entre en la casa, no dejar que esté con ellos, cubriendo el sonido de las mujeres que ella entrevista con el ruido de la vajilla manejada sin cuidado, queriendo obligarla a ella a elegir entre él y el mundo, y ella resistiendo, ella insistiendo en no dejar que él se acomode en la dureza y en la derrota, ella afirmando ovillada, ella transformando el sentido de un cuerpo replegado, ella deshaciendo desde dentro el sentido de las escenas tantas veces vistas, tantas veces vividas, deshaciendo desde dentro su sentido acostumbrado, mientras el mar va sonando, mientras el afuera va entrando en la habitación.
(Bajo los adoquines está la playa, Helma Sanders-Brahms)

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