domingo, 19 de febrero de 2017

diez años


Ay, ay, ay, ¿qué hay?

Hay lluvia y hay viento, al principio de la secuencia la tormenta de afuera entra en la casa, una ventana que se dejó abierta. El viento ha hecho caer los jarrones y romperse el marco de un diploma. Las puertas baten y la voz de Yvonne tiene que alzarse por encima del ruido del viento y de la lluvia.
Al final de la secuencia sigue lloviendo, pero ya no hay ruido en la casa, la tormenta está afuera, se oye caer el agua pero no soplar el viento, la voz puede hablar suave y suena una música que no sé si llamar triste.

Hay el marco roto de un diploma de salvamento marítimo y el marco intacto de una foto de boda de esas con el novio de pie y la novia sentada y un montón de flores.

Hay cortinas que se agitan con el viento y cortinas inmóviles sobre las que se dibujan las rayas de luz y oscuridad, blanco y negro, de las contraventanas.

Hay una lámpara de mesa con esa luz que sale de las lámparas de mesa, hacia arriba y hacia abajo, casi oscura en el centro. Y sobre la lámpara, aunque solo la vemos al final, y en realidad apenas la vemos porque hay muchas otras cosas que ver, una cruz que se recorta oscura sobre la pared blanca.

Hay, al final, junto a la ventana, una máquina de coser.

Hay un espejo y una ventana y ya vimos en otra película de Grémillon que mirarse en un espejo era como verse de lejos, como verse a través de un velo de lágrimas o a través de una ventana en un día de lluvia.

Hay dos mujeres.
Una más joven y vestida de novia, Marie, que mira la foto de boda de la más mayor y se recuerda imaginándose de novia, imaginando que se casaría, y ahora, en esta noche precisa, mirando la foto es como si se mirase en un espejo.
Una mujer más mayor, tampoco tan mayor, diez años más, Yvonne, que si mirase la foto de boda no vería un espejo, vería nada más un recuerdo, por mucho que la chica más joven le diga que no ha cambiado nada.

Hay un velo, el velo blanco de la novia, que pasa de Marie a Yvonne, con el velo basta para imaginarse novia, para recordarse novia, del vestido apenas el velo, y luego se quedará sobre los hombros de Yvonne, roto el recuerdo, rota la imaginación por el presente, por la realidad del cuerpo, la realidad de un corazón débil, una de esas enfermedades de las que se dice que son imaginaciones y son reales.

Hay palabras, hay frases que podrían sonar todas a verdad pero que al mismo tiempo se contradicen, cuando se ama diez años pasan tan rápido, no se tiene tiempo de cambiar, dice Yvonne, pero luego cuenta años sin nada más que hacer que esperar, acumular recuerdos en las paredes, cartas en los cajones, diplomas, no se debería guardar nada, no colgar nada en las paredes, se debería de vivir, amarse, estar juntos...

Hay una sonrisa en el rostro de Yvonne, una sonrisa que casi brilla, que se parece a la sonrisa de Marie, a la sonrisa de la novia, y que de pronto desaparece con la punzada en el corazón, como si esa sonrisa y esa felicidad fuesen reales pero a costa de un esfuerzo enorme, un esfuerzo de imaginación que sería también un esfuerzo físico, un esfuerzo frágil, sonreír cansa, imaginar cansa y entonces es como si faltase el suelo bajo los pies.

Hay una música que llega con la punzada del corazón y que le cambia el tono a la secuencia, la vuelve más triste, pero también más suave, como algo que se aleja, que poco a poco se aleja sin que nos demos cuenta, como esos recuerdos de momentos felices de los que habla Yvonne, como esa cámara que se aleja hasta quedar fuera de la casa, viendo a Yvonne y a Marie a través de la lluvia y la ventana, viendo a Yvonne como Yvonne se ve a sí misma, alejándose, más recuerdo que realidad, imaginando de nuevo, pero imaginándose sola en el momento de su muerte y casi casi teniendo razón.

...

(Remorques, Jean Grémillon)

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