lunes, 9 de diciembre de 2013

Vamos a ver cómo es...



Costa de Marfil, principios de los sesenta, Jean Rouch habla con estudiantes del Lycée d'Abidjan. Van a rodar una película. La pirámide humana. Será un experimento. Nunca antes se han mezclado fuera del aula estudiantes negros y blancos. Ahora, para la película, lo van a hacer. Van a hacer como que se hacen amigos.

Había en Ice, que vimos la semana pasada, una escena en la que varios miembros de la banda armada montaban un teatrillo. Vamos a jugar a hacer un discurso, vamos a jugar a ser aquellos que lo escuchan. Una de ellas hacía de entusiasta, otro de policía de paisano, otra de dubitativa. La escena era como una imagen condensada de la película. La ficción como forma de conocimiento. Imaginar cómo es, cómo podría ser, cómo funcionaría, para bien y para mal, una banda armada o un discurso escuchado.

También aquí, en La pirámide humana, los estudiantes van a imaginar, ¿cómo sería si fuese lo que finalmente será? De mentira improvisarán una amistad que se volverá real. Una amistad que surge porque la cámara está ahí, no sólo para reflejar o capturar la realidad, sino también para crearla. No sólo para mostrar su belleza, sino para hacerla más bella.

Y como el experimento funciona, como se vuelve algo más, se vuelve cine, acabamos queriendo a esos personajes, nos interesamos por sus historias, que no son sino historias de amor y de amistad adolescentes, en el centro de ellas Nadine, la recién llegada, (ella y el cine son los recién llegados, los que cambian la realidad). Nadine que donde pretende dar amistad hace nacer amor, que cuando quiere que todo sea simple todo se complica. 
Y por debajo de eso, del experimento y de las historias de amor, el descubrimiento de la poesía, que vamos oyendo,  a veces en off, a veces leída en clase, esos poemas que vienen en los manuales franceses, Eluard, Hugo (¿quién te ha dicho que Hugo no sea africano?), Rimbaud... 

Y también una fiesta, un barco encallado, una vieja canción castellana cantada en la noche africana, un piano en una casa en ruinas, en fin, muchas cosas, mucha vida que va acompañando al experimento, y hay incluso una resurrección, una resurrección muy simple, tan simple que casi ni nos damos cuenta, una de esas resurrecciones que sólo en la ficción son posibles. 

Una película que es bueno ver así, todos juntos, compartida, este martes, a las ocho en el cine-club de La Morada. 



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