lunes, 2 de diciembre de 2013

amor ajeno

 

Les belles manières es la película más violenta de la historia del cine. De una violencia, claro está, ya no latente sino en fuga, en fuga irreversible hacia el pasado y hacia el futuro. Violencia insoportable de todo lo que no vemos, violencia detrás de los gestos aparentemente más dulces de la parte de Hélène. Y es que, como decía un poema de César Vallejo,  el yantar de estas mesas así, en que se prueba / amor ajeno en vez del propio amor, / torna tierra el bocado.  No se puede ser más lúcido, más implacable con menos elementos, apenas dos personajes, dos cuerpos: Hélène y Camille. No hace falta que suceda nada, nada en concreto que desencadene el final. Guiguet será mejor cineasta, tendrá una mirada más amplia, en Le mirage o en Les passagers, pero de Les belles manières uno no sale, no puede salir, indemne. Y las lágrimas de Camille en la noche y unos bombones tirados al wáter y el rostro del plano final de Hélène Surgère se quedan grabados para siempre en la memoria, como la cicatriz en el rostro de Camille, como las heridas incurables de la infancia, como las duras reglas de la sociedad.

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