Podría ser entonces una película hecha de películas contadas. No filmar la película sino el deseo de contarla, de compartirla por la palabra.
Fragmentos lanzados a la noche. Media trama, un diálogo, un gesto, una manera de vestir, de mover la cadera, un gag, una voz... (O quizás una sola película desmenuzada, contada por voces diferentes, una única película convertida en fragmentos lanzados a la noche, disuelta, que se iría recomponiendo como un puzzle sin que las piezas llegasen a encajar del todo, o que acabasen dibujando una figura verosímil pero diferente de la foto en la caja.)
Recuerdo ahora un cuento de Bolaño, Días de 1978, creo que se titulaba. La larga y extraña enemistad entre dos chilenos en Barcelona. Una historia que no acaba de parecer una historia. Recuerdo que al final hay una fiesta, uno de los chilenos está deprimido, deprimido de verdad, enfermo, y también hay una chica que pregunta si alguien ha visto una buena película últimamente. Y el otro chileno, el que quizás no está enfermo, cuenta una película de bufones, monjes y pintores en la Rusia medieval, y también la historia de un joven que fabrica una campana sin conocer el secreto de su fabricación. La película, que es, claro, Andrei Rubliev, se transforma, sin dejar de ser ella misma, en una historia a la Bolaño. Y también en un espejo o un tapiz, que cuenta, a su manera, y quizás sin que ellos lo sepan, sin que ellos lleguen a ser conscientes, la historia de los dos chilenos. Un relato que es y no es la vida de quienes lo cuentan y lo escuchan. Quizás en ese espacio se encuentra el enigma del relato. Un relato que leo y olvido y releo con la sensación de que algo, siempre, se me escapará.
El relato de un relato. Siempre la tentación de una película cuyo secreto estuviese en ese espacio que queda entre lo que alguien cuenta y su vida, o la vida del que le escucha. Por ahí quedan filmados y escritos fragmentos de una respuesta.
Pero haría falta más, una película tranquila, hecha de fragmentos contados, de películas contadas, de películas que quizás sean una única película estallada, disuelta. Una película real o imaginada. Una película donde árboles y relatos, noche y palabra, vivan cada cual su vida y la película sea el aire entre los dos.
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