lunes, 13 de septiembre de 2010

Crónica de Venecia


Anoche [hace casi seis años] vi una película. Era la tercera o la cuarta vez que la veía en un mes. Ahora creo que sería capaz de resumir su argumento así:

La preparación del rodaje de una película (El bolero fatal) tiene lugar en una tierra habitada por dos familias: la familia del productor y la familia del director. Dentro de esta última, el director (Jerónimo; ¿o quizá mejor, como no hacían los subtítulos, Gerónimo?) su sobrino (sin nombre), su sobrina (Camila, hermana del sin nombre), su hermana (la madre), y la criada palestina de los tres (Djemila).

Camila, profesora de filosofía en paro, planea viajar a Sarajevo para montar una obra de teatro, una comedia de Alfred de Musset. La madre se opone. El hermano se une. La madre pide a Gerónimo que se oponga. Los hermanos piden al tío, director de prestigio, que se una. Le afean que no se una a ellos porque va a cobrar un millón de dólares por rodar El bolero fatal. El tío pregunta porqué no se le pide a Djemila su opinión.

Djemila se une a ellos. El tío muestra un cuadro, rococó, yo creo que de Watteau, en el que se ve a un grupo de actores jóvenes, maquillados y deformados por la luz de los palcos. Luego dice: “son la imagen misma de lo que hay de más inteligente en la joven generación, en esta Europa no purificada sino corrompida por el sufrimiento, no exaltada sino humillada por la libertad reconquistada”. Camila suplica a Gerónimo que se una a ellos.

Atraviesan Austria. Llegan a la frontera. Camila abraza a Gerónimo, le suplica que se una a ellos. Gerónimo aprovecha un despiste para huir en un camión. Los tres personajes caminan por bosques, bordean alambradas. Una mañana, mientras se lavan en un arroyo, aparecen entre los árboles tres tanques. La madre, al no recibir noticias, recurre al Ministro de su país. Un mercedes con una cruz roja pintada en el capó llega a donde están Camila, su hermano y Djemila. En tanto, un grupo de soldados trata de violar a Djemila pero uno se opone, llevándosela de la mano a otro lugar. Camila y su hermano bromean cerca de sus dos vigilantes (que están jugando al ajedrez sin tablero), y uno se da cuenta. Pregunta de qué se ríen. Camila dice que se parece mucho a Danton. El soldado, actor, con apariencia de fantoche, disfrazado a la Brecht, pregunta a Camila si es profesora de Historia. Le pregunta si ha leído a Michelet. Dice que entonces recordará la descripción que hace Michelet de las noches del Comité de Salud Pública. Hay un silencio, y con un hilo de voz Camila dice que en ese momento no se acuerda. Entonces dice el soldado: “Eran actores de tercera categoría, actores silbados. Ninguno dormía desde hacía tres semanas. Todos lloraban: Panis lloraba. Pache lloraba. Herber lloraba. Callot d’Herbois lloraba. Danton lloraba”. Vuelve a haber un silencio, y su hermano le dice a Camille, casi al oído: “Danton no formaba parte del Comité de Salud Pública. Era Ministro de Justicia”. Entonces Camille grita algo que ha aprendido de su tío, y que yo tantas veces escuché decir a L. A. P.: “¡Vo-ca-li-za!”. Su hermano levanta ligeramente la cabeza: “DANTON NO FORMABA PARTE DEL COMITÉ DE SALUD PÚBLICA. ERA MINISTRO DE JUSTICIA”. Los soldados violan a los hermanos, les dejan cavar su propia fosa y les ejecutan de urgencia, porque están siendo atacados.


Una detonación de mortero, esa parábola difícil de imaginar que empieza en el detalle tantas veces visto en televisión (la granada al pequeño cañón, el artillero que se tapa los oídos, una turbulencia de humo y el encuadre que apenas tiembla, lo que tiembla es el suelo) nos lleva a un hermoso plano de Gerónimo, de perfil, acabando una copa de cerveza en un bar a punto de cerrar (luego sabremos que es el bar del casino del productor), a través de cuyo ventanal se ven las luces de la ciudad. El rodaje de El bolero fatal está a punto de empezar a orillas del mar, y van llegando los miembros del equipo: Boka, el crupier jefe del casino, a quien le parece que ese mar es poco natural, que "tiene poca agua"; su ayudante, que va con un perro atado con correa; el director de fotografía, cuya ayudante llama “papá”; el encargado de ensayar los diálogos con la actriz, permanentemente afónico; la actriz, que han recogido medio muerta del campamento bosnio -en la que es la escena más hermética de la película- donde murieron Camila y su hermano y ha revivido al cubrir su cuerpo desnudo con el traje rojo del vestuario; Gerónimo, que lleva un libro de Goya bajo el brazo; y la ayudante de Gerónimo, Sabina.

La actriz, vestida de rojo, azotada por un viento que no parece ser sólo el de orillas del mar, es incapaz de decir su frase, que empieza: “El hecho de que yo sea...” Esta frase es la misma que, al principio de la película, se escucha decir a Camila para describir cómo es su vida en el paro. Gerónimo decide simplificar. Dice que sustituirán esa frase por un simple “sí”. Pero a cada sí de la actriz Gerónimo responde, en no sé qué tipo de estrofa, con un no, hasta que agotadas las tomas, la actriz da un último sí que queda sin respuesta, sale corriendo y cae sin peso a orillas del mar. Sabina, la ayudante, le dice a Gerónimo: “Eres horrible”, y sale corriendo hacia la actriz. Gerónimo, solo, repite: “No”. Sabina se inclina tras ella, y toca la cara de la actriz, que tiene los ojos cerrados. Al contacto de las pieles suena una música, la actriz abre los ojos y ríe con los ojos bizcos de quien tumbado mira hacia atrás, en lo que sin duda es la continuación visible de la toma más allá de un “¡corten!” que no oímos.

La película no se puede acabar en condiciones porque Boka y Sabina huyen con la caja. El dueño del casino está tranquilo porque es dueño del negativo, dice que la película se estrenará de todos modos, en cualquier sitio, en Angulema. El día del estreno hay una especie de revuelta popular en la cola del cine de Angulema y -para desesperación del dueño de la sala, que trata de cambiar el programa sobre la marcha, pegando de urgencia los carteles de la nueva película sobre los de la vieja- todo el mundo se dispersa a la busca de nuevos espectáculos. Así se pasa  a una sala de conciertos a la que van entrando los personajes, pero no todos. Vemos primero al dueño del Casino y a su mujer; al escritor (que es un personaje del que no he hablado, pienso que basado en Philippe Sollers pues se llama Philippe Sollers en la película: le vemos dando la entrevista que inspirará a Camila al principio de la película; le vemos guiando a Gerónimo en una conversación telefónica nocturna, en la que sólo habla y sólo se le ve a él; le vemos sentado junto al Ministro de Exteriores cuando la madre acude a pedir ayuda); la encargada del guardarropas, que es un personaje nuevo pero se llama Camila; Gerónimo, que llega cuando el concierto –música de Mozart- ya ha empezado, y se queda fuera de la sala, sentado en la escalera enmoquetada; un chico con gafas, de unos 18 años, alto, vestido con gorro de lana y ropa escolar, que es un nuevo personaje pero quien, al entrar en la sala de conciertos y quedar boquiabierto, es llamado por el joven pianista para que, a su lado, vaya pasando las páginas de la partitura.

^ . ^ . ^

Esta película, que no se vio en España en su momento, en 1996, (¿o quizá su momento fuera antes de estar acabada, como ocurre en el argumento, quizá lo que hay que pensar no es que no se puso después del 96, sino antes?) está dirigida a nosotros, o más exactamente estaba dirigida a nosotros, borriquitos de 18 años en chándal que veíamos en televisión las noticias de la guerra de Bosnia, en la media hora entre la comida y las clases de la tarde. Yo no atendía en absoluto a las noticias, las miraba absorto sin comprender, incómodo por el ritmo de las estaciones y mis costumbres (por las dos a la vez, no por las unas en relación a las otras, sino por las dos en la misma palangana, no sé si mezcladas como agua y jabón o como ropa y pinzas). Desde que cogía el autobús hasta que empezaban las clases de la tarde pasaba más de hora y media. Era el momento de las lecturas. No estaba pendiente de las noticias pero estaba pendiente de un libro de Pavese o Baudelaire. El ritmo de las estaciones y mis costumbres hacían estos libros tan oscuros, tan incomprensibles como las noticias. Al principio de la película la madre de los chicos le recuerda a Gerónimo que el coche en el que se estrelló Albert Camus iba hacia Sarajevo. No he visto ningún comentarista que dijera que esta película estaba dirigida a nosotros, nietos de Albert Camus. Recuerdo haber leído una reseña de la película, enviada desde Venecia, desde el Festival donde se presentaba, en la que el comentarista español declaraba haberse salido de la sala al detectar la enésima cita literaria y ser ésta una de Bergamín. Las palabras de Bergamín las dice Gerónimo, justo después de las de la madre, en el primer cuarto de hora de la película. Dice que conoce bien a Camila, que ayer quería liberar Jerusalén y hoy Sarajevo. Luego, justo antes de un plano, de un bodegón de La invención del Quijote sobre el capó del coche, viene la cita de Bergamín: “Con los comunistas iré hasta la muerte, pero no daré un paso más”. Y sigue este diálogo:

GERÓNIMO: ¿Sabes que en todo Madrid no hay una iglesia en la que se pueda encender hoy una vela?

MADRE: ¿Cómo es eso?

GERÓNIMO: Electricidad

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los chasis sucios de polvo

los objetivos mal enroscados

los trípodes llenos de tierra

el negativo subexpuesto a plena abertura

el cambio de bobina impreciso

el presupuesto falso

la hora extra sobrepagada

la empalmadora sin limpiar

la velocidad de chorreo americanizada

el ego de los actores que oprime el juego

el foco regularmente ausente

el me gusta o no me gusta en lugar del esto está bien o mal

la sincronización asesinada por el código

el documental divorciado de la ficción

los mil que faltan al final del recorrido

el montaje lejos del guión

los subtítulos que oscurecen la luz

el lápiz graso del montador obsceno

la música como una mujer de la limpieza desdeñada

el etalonaje dominado por el cine porno

los ensayos convertidos en teatro

el arte en el contestador automático de la cultura

el cambio asesinado por el fax

los exteriores ocupados por el equipo de paracaidistas

los derechos del autor que se olvida del deber

el empalme doble hecho sin amor

los títulos de crédito interminables

el entierro de la 47 treinta años después del de la Doble X

la revista de cine-casino en lugar de un sentido crítico

los travellings gimientes

los fusilamientos de la iluminación

la gloria de los personajes más que la felicidad de las personas

la falta de estudio

Georges de la Tour y Bonnard martirizados por el HMI

el copión de trabajo degradado


("La parroquia muerta", J.-L. Godard, Trafic nº 1, 1991)  

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