domingo, 24 de febrero de 2019

de las cerezas

Ahí hay un oficial comiendo cerezas, no lo podéis saber pero es un oficial ruso, aunque luego en la película él y todos los demás hablan italiano, porque es una película italiana de los cuarenta. No podéis adivinar mucho, imagino. No podéis adivinar que la escena es al amanecer y que el oficial está en pleno duelo. Ha hecho ya su disparo, le tocó el primero, y ha disparado al aire, sin intención de herir a su adversario. Y ahora come cerezas, como despreocupado, quizás arrogante, como siempre ha sido hasta ahora. Come cerezas mientras el adversario, que hasta el día anterior era su amigo, y que es un tirador infalible, le apunta. Y al tirador infalible, claro, le va a costar disparar contra un hombre que en el momento de morir come cerezas. Y todo esto primero fue un cuento de Pushkin, y en el cuento de Pushkin la escena era, en parte, así: 

Decidimos echarlo a suertes: el primer número le tocó al eterno favorito de la fortuna. Apuntó y me atravesó la gorra. Me tocaba a mí. Por fin su vida estaba entre mis manos; yo lo miraba con avidez esforzándome por captar siquiera una sombra de inquietud... Él estaba delante de mi pistola eligiendo en la gorra las cerezas maduras y escupiendo los huesos que volaban hasta mí. Su impasibilidad me enloqueció. "¿Qué gano yo, pensé, con quitarle la vida, si a él no le importa nada perderla?" Una idea maléfica cruzó mi mente. Bajé el arma. 

Y lo que quería decir es que esta imagen, un hombre comiendo cerezas en el momento en el que alguien va a disparar contra él, es tan perfecta que casi no hace falta ni cuento ni película, y sin embargo sí, hace falta, cuanto más cuento, cuanta más película, mejor. La película, en realidad, desenrolla el texto, lo enriquece, transforma las relaciones entre los personajes y también las relaciones entre el personaje que cuenta la historia y el narrador del cuento mismo, y todo se vuelve, creo, bastante más interesante. En común entre el cuento y la película está la imagen de las cerezas y también lo que va a pasar justo después, el tirador que baja la pistola y que le dice al hombre que come cerezas que no le puede matar en ese momento, que se reserva el disparo para el día en que el otro sea tan feliz que le tema a la muerte. Pero con lo que cuenta el cuento no habría dado para una hora y media de historia, así que había que desarrollarlo, y en este caso es una suerte que las películas tengan que ser así de largas, que haya que inventar alrededor de una idea, que no se puedan quedar en anécdota, que haya que inventarles amistades y amores a los personajes, entrelazarlos lo más posible. 

Aunque también es cierto que si leí el cuento de Pushkin fue porque la película me gustó y no me gustó (si me permitís hablar de gustos, no tengo ganas de ponerme complicado, esto es como si estuviese hablando con una mezcla de ganas y de desgana, esperando que luego me dijeseis algo mucho más interesante de lo que yo digo) y sobre todo el final, así que busqué el cuento para ver si es que se habían inventado una felicidad no muy interesante (hay felicidades interesantes, eh) y en cierto modo sí pero no, lo que pasaba es que el cuento era tan breve que no daba tiempo para desarrollar nada, así que la película se había inventado a un tercer personaje, una mujer, y todo giraba alrededor de ella, como si la historia pasase de anécdota tejida alrededor de la imagen de las cerezas a historia tejida alrededor de eso mismo en el momento en el que los personajes pasaban de ser dos a ser tres y pasaban de simplemente irritarse a irritarse pero también quererse. Lo que quiero decir es que tiene su aquel el ver esa imagen desplegarse como una flor de esas de papel en el agua, pasar de la imagen al cuento, que es apenas anécdota, y luego de la anécdota a la película, que es ya una historia, y que ese desplegarse es la ocasión de ver hacerse eso que no tantas veces se ve, cómo una imagen o una idea primera se acaban desplegando y complicando hasta ser historia, hasta ser sensación de estar entre medias de un mundo o entre medias de la tela que tejen y destejen entre ellos unos personajes. No sé si se me entiende. No sé si puede importarle a alguien, pero tengo la sensación de asistir a eso, a los "y si", ("y si el otro no dispara", "y si eran amigos", "y si la felicidad la encuentran los dos con la misma mujer", "y si esa mujer provoca el duelo pretendiendo provocar lo contrario", "y si llegado el momento él no dispara"...), que Pushkin y luego los guionistas han ido añadiendo, ampliando alrededor del instante. 

También es cierto, por seguir hablando de gustos, qué más da, que la película tiene algo tan bien escrito y entretejido (salvo el final, ay, el final) y tan bien puesto en imágenes (¡qué bosques! ¡qué billares! ¡y también el principio!) que es extraño que al mismo tiempo todo dé un poco igual, o quizás no sea extraño, quizás sea de lo más sencillo. Sucede, creo, que de los tres personajes hay al menos dos interpretados por una actriz y un actor que actúan como figurillas de reloj, como autómatas de la arrogancia despreocupada y de la coquetería también despreocupada, y es extraño, es casi como estar viendo una película hecha con marionetas, no con seres de carne y hueso, pero al mismo tiempo son seres de carne y hueso, aunque se puede tener la tentación de buscar en la espalda si se encuentra la llave con la que darles cuerda. Por momentos uno tiene la sensación de estar viendo una adaptación del cuento aquel de Hoffman con la chica autómata. Sucede que el guión hábilmente pasó de la historia de un ser a la historia de tres seres y luego la dirección de actores fue reduciéndola a algo así como la historia de un ser y medio. Y quizás el placer extraño sea ese, el poder ver una película como en piezas separadas, aquí la historia, aquí las imágenes, aquí los actores, y como dando ganas de reordenar esas piezas, de combinarlas de otra manera, de modificar esto de aquí pero no lo de allá, y si he escrito tanto teniendo tan poco que decir quizás sea porque me quedan las ganas de ver esa otra película que imagino, una película interpretada de otra manera, pero filmada y contada como esta, aunque con un final en parte diferente (oh, si se hizo tarde se hizo tarde, no demos vuelta atrás, encontremos la felicidad de otra manera, en no vivir ya con ese disparo pendiente, pero sin pedir que lo que ha sido ya no sea), un remake que me hago en mi cabeza y que sería imposible sacar de veras de ahí, una película que fuese al mismo tiempo la misma y otra, ya ven que todo esto soy yo que hablo un poco solo en vuestra presencia (y en realidad habría más cosas que decir de la película, más hallazgos,) pero no sé, quería decirlo un poco, a alguien, a cualquiera, a veces imaginamos pelis y las hacemos, a veces simplemente contamos que las hemos imaginado. 

(Un colpo di pistola, Renato Castellani)

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