jueves, 22 de marzo de 2018

la sonrisa ventrílocua


para la reina de la fiesta fría

¿De dónde sale la voz de Irene Dunne? ¿De dónde sale si casi no se le mueve la boca, si casi no se le mueven los dientes, tensos en una enorme sonrisa, una sonrisa que no es de felicidad, ni de que algo le haga gracia? Es extraño eso que logra Irene Dunne con su sonrisa, ella sonríe y sonríe, en Love Affair y sobre todo en The Awful Truth, sí, The Awful Truth la recuerdo, quizás me equivoco, como si se la pasase sonriendo, o como si la sonrisa fuese el estado natural de su boca y desde allí se aventurase hacia otras cosas, la seriedad o la risa. Es extraño esto de sonreír tanto y que sin embargo no dejen de pasar emociones diferentes por el rostro, que al mismo tiempo que se sonríe los ojos vayan cambiando, que al mismo tiempo que se sonríe la voz llore o latiguee, que la sonrisa pueda ser tantas cosas a la vez, que pueda ser felicidad pero también lo contrario, el esfuerzo por no dejarse llevar por la tristeza, que pueda ser sonrisa amable o sonrisa incontrolable, que se separe así del resto del rostro, que se separe de la voz, que se separe del ánimo, como si la sonrisa fuese el lado muñeco de su ser, como si ella fuese un poco ventrílocua de sí misma y separase así cuerpo y alma, sonrisa y voz, y nos convirtiese a nosotros un poco en detectives, obligados a mirar atentamente, a leer una emoción disfrazada de otra, a reconocer lo que dicen los ojos a pesar de lo que dice la sonrisa, a ver ese esfuerzo por ser al menos dos al mismo tiempo, el vértigo de una interpretación que hace reconocer una emoción dando los signos de la emoción opuesta y que así hace sentir el esfuerzo de estar presente ante los otros, de verlos y de ser vista por ellos y por sí misma, de que nunca se actúa del todo inconsciente y nunca se actúa del todo consciente, que en el rostro se mezcla lo que que se quiere dar a ver con lo que se da a ver a pesar de una misma y que la gracia está en ese estar todo eso a la vista al mismo tiempo, la fachada y el interior, y siempre móvil, siempre cambiante, aunque quizás esto no fuese solo cosa de Irene Dunne, quizás fuese también cosa de McCarey, capaz de inventarse un cine donde la sonrisa es el estado natural de los rostros, donde se viaja de emoción en emoción desde el inesperado suelo firme que es la sonrisa.
(The Awful Truth y Love Affair, Leo McCarey)

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