jueves, 22 de marzo de 2018

el arte del desorden


Cuando crees que tienes una escena controlada, 
que es tuya, Irene puede mover apenas un dedo, 
o un ojo, o inclinar la cabeza, y te la roba. 
Cary Grant

Es la primera noche que ella canta en ese club, la primera noche que canta en cualquier club desde hace años, y necesita que le salga bien, porque necesita que la contraten, y canta bien, muy bien, se ve en la atención del público y en la mirada del dueño del club y del director de la orquesta, pero sobre todo se ve en ella, que se va convenciendo a sí misma según canta, que nota que tiene el dominio de la escena, en ningún momento parece que pudiera no tenerlo, y además brilla la chaquetilla que lleva sobre los hombros, con brillos de esos que centellean a nada que mueve los hombros, y la luz que llega desde detrás le hace un halo en el pelo, todo está controlado, muy controlado, por un momento importa más la canción que el personaje, o importa más la estrella que el personaje, y sin embargo, en el último momento, según termina, según llegan los aplausos, primero va el cuerpo hacia abajo, como relajando el esfuerzo de cantar, el esfuerzo de estar en escena, y luego está ese gesto de la cabeza que se inclina a su derecha, guiñando un poco el ojo, como diciéndose a sí misma "lo he logrado" y es un gesto que parece mucho menos controlado que los de la canción, como si de veras ella hubiese cantado esa noche ante un público que se tuviese que ganar y lo que estuviésemos viendo fuese el documento de esa actuación, como si no hubiese habido la ocasión de rehacer la toma hasta que saliese perfecta, le basta con un simple gesto para ir más allá de la perfección construida y que de pronto tengamos la sensación de un aquí y ahora, le basta con un quiebro en el registro, como si ese gesto estuviese fuera de la interpretación, y quizás lo estuviese, quizás hubiese ahí improvisación, pero al mismo tiempo hay algo en la interpretación de Irene Dunne que parece siempre así, como recién inventado, como hecho un poco sin querer, y sin embargo hay un control en esa apariencia de sin querer, tiene el arte de desordenar el arte y que al mismo tiempo tenga sentido para el personaje, aquí es algo así como el personaje reconociéndose a sí misma, reconociendo que con su cantar puede, que todavía puede, que quizás ahora que está enamorada puede más que nunca, que eso que ella hace ahí en el escenario, eso que ella canta, es real para sí misma y para aquellos que la escuchan, y lo que es real pasa, lo que es real es fugaz, está en el tiempo, ese tiempo fugaz que Irene Dunne de pronto hace sentir en tres gestos, abajo, a un lado y guiño. 
(Love Affair, Leo McCarey)

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