miércoles, 11 de mayo de 2016

qué hay en una cara

El de la izquierda, con su bigote, su voz suave, su aire cortés, es un teniente de la caballería, lo dice su uniforme, lo dice la película, aunque cuesta creerlo, de tan suave que habla, de tan cortés que actúa, es una maravilla cada vez que aparece, al principio tiene una sonrisa lunar y el uniforme le va un poco grande, dan ganas de abrazarlo y al mismo tiempo no, da un poco de corte, no parece del todo real, no parece del todo de carne y hueso, parece todo idea y pudor, luego la sonrisa se le va quitando, porque las cosas se complican, pero sigue igual de cortés, igual de inteligente y cada vez más flotante, porque le hieren y parece que más que perder sangre va perdiendo la poca realidad que tenía, y hay algo muy bonito en ver esto, bonito por inesperado, un uniforme de soldado que se mantiene en pie por un cuerpo irreal, un cuerpo flotante y amable. 

El del centro, con su cara que se pliega, con su cara que a ratos parece cóncava cuando le puede la maldad, cuando suelta veneno, es un reverendo, y es ese actor de algunas pelis de Ford que lo mismo podía hacer de cura encantador que de cura venenoso,  según la película, aquí empieza de reverendo tóxico y luego cambia, o cambia nuestra mirada sobre él, porque le vemos en nuevas situaciones, le vemos otras caras posibles, no solo la cóncava malvada, también otra un poco más convexa y justa, pero también con él la película hace algo inesperado, porque una vez  que le hemos visto la cara "buena" no se vuelve "bueno" hasta el final, o no completamente, cuando ya nos había ganado va y vuelve a ser el antiguo racista envenenando la situación, y hasta el final de la película, cuando la muerte parece inminente, no caerá ese último prejuicio, no reconocerá en la plegaria del otro su propia plegaria. 

El de la derecha es un jugador, pistolero, y lo que se tercie, y tiene un problema con su cara, no hay quién se crea lo que dice, parece siempre que está evaluando ganancias y pérdidas, diga lo que diga, haga lo que haga, siempre parece que está calculando, que actúa con segundas, de tantos años engañando se le ha quedado una cara deshonesta, y cuando le da por ser sincero no se lo cree ni él, los demás no le creen y él se para a pensar y acaba también por dudar de sí mismo, por no creerse tampoco su sinceridad, a veces se juega la vida por los otros y tampoco eso le sirve de prueba de la verdad, uno hasta acaba por dudar de si no es la cara, con su aire deshonesto, la que manda sobre su voluntad, la que impone forma a sus actos, acaba por ser angustioso, sí, la pregunta ya no es si él conseguirá convencer a los demás de que es honesto, sino más bien si conseguirá convencerse a sí mismo de que puede ser honesto, de que puede actuar, pensar y sentir a la contra de su cara de eterno cinismo, si puede llegar a vencer a la cara que hasta entonces se ha merecido, sorprendernos y sorprenderse a sí mismo, ser tan inesperado como el teniente amable, como el reverendo cambiante. 

(Tambores apaches, Hugo Fregonese)

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