lunes, 30 de noviembre de 2015

Léeme tu lista y te diré quién eres





Si hay una tentación a la que ningún cinéfilo resiste es la de las listas. Es el nombre de su enfermedad. La lista de diez, veinte, cien mejores películas. La lista que no hacemos sino para confrontarla con otras.

La lista isla desierta y la lista corazón al desnudo. Pero apenas la hemos terminado algo nos perturba: ¿Se trata de las más grandes películas o, de manera más modesta, de mis más grandes películas? Y además, entre las últimas, ¿no están aquellas que he visto de niño y adolescente y que, por esa razón, tienen un eterno "derecho de tanteo" sobre mí y sobre las otras películas? ¿Y no están también esas obras maestras, ciertamente incuestionables, pero que hay que tener el valor de descartar porque, en el fondo, podríamos haber vivido sin ellas? Y luego están los avatares de la distribución: Ni siquiera pregunto si ciertas películas (que sé que he visto y me han gustado) se pueden mostrar hoy en día: Rain shine de Capra o Le voleur de femmes de Gance son sueños de una sola noche. (...)

Al responder a la invitación de carta blanca de la Maison de l'image tenía todo esto en mente. El cinéfilo, en efecto, crece, madura, envejece con su lista, su list in progress. Es como el número de su biografía íntima. Acaso sueña que existe alguien, a lo largo del ancho mundo, que al oír los diez títulos fatídicos asiente gravemente con la cabeza, diciendo: ahora ya sé quién eres. Porque, y ahí reside la locura de esta historia que termina quizás bajo nuestros ojos, el cine ha enseñado a los habitantes del siglo XX a buscarse y encontrarse uno por uno en una pantalla tendida para todos. 

Serge Daney, 1991

3 comentarios:

  1. El Diablo somos legión. O al menos tres. Y el que puso esta cita no soy yo, sino un poeta aragonés en París. Le transmito la pregunta.

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  2. Una de las cosas buenas de vivir en París ˗˗otra es el Louvre, otra (no menos buena) son esas personas con las que uno puede toparse en el rincón menos pensado, apasionados desinteresados, entendidos de los temas más variopintos... Una de las cosas buenas de vivir en París es poder ir al cine, ver una y otra vez tanto películas antiguas como estrenos. En París no existe la historia del cine. La historia del cine es algo abierto, cambiante; un estreno de pronto puede ser tan grande como la película más clásica e incuestionable. Inversamente, una película clásica e incuestionable puede convertirse en una película del montón. En 2015 hemos podido ver algunas películas de Vecchiali. Y podemos decir ahora que Vecchiali es casi tan grande como Godard.
    Al Diablo, en el fondo, no le gustan las listas. La lista que yo imagino es una lista en la que las películas forman una constelación, como si la historia no existiera, como si no hubiera antes ni después; las películas dialogan unas con otras, se mantienen unas a otras como astros, como planetas, en torno a un centro invisible que sería el cine. En esa constelación y para centrarnos en el cine francés, encontraríamos algunas de esas obras que nacieron no para quejarse, no para exhibirse, no para imponerse sino para estarse ahí, como puras obras de creación, frágil y bella, como piedras blancas que en la noche pueden indicarnos el camino. En esa constelación y para centrarnos en el cine francés encontraríamos la petite lise, au hasard balthasar, le rayon vert, les belles manières, playtime, le trou, la pyramide humaine, vivre sa vie, la belle et la bête, maine océan...


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