Hola Fernando,
Me siento por fin a escribirte lo que he pensado de L'Apollonide. O mejor dicho de un plano de L'Apollonide. Uno solo. Pero un plano que para mí cristaliza todas mis dudas sobre la película, por no decir sobre casi todo el cine de autor francés contemporáneo. (Hay días así, en lo que mi duda alcanza dimensiones megalómanas.)
Ese plano que no aguanto está en la secuencia en la que las chicas van al campo, al borde del agua, todo tan renoiriano y al mismo tiempo, parece ser, históricamente exacto. (Esto, aunque no lo parezca, viene a cuento, puedes añadirlo a la paranoia posterior de los ingredientes, que podría llamarse también "la paranoia de los tambienes".)
Es aquel plano en el que una chica juega con un tatuaje que tiene en el muslo, una cara de monigote a la que hace dialogar, fumar y beber. Ese plano, supuestamente un pequeño momento de vida, una pequeña anotación, o digresión, o lo que sea, me parece, en realidad, insoportablemente teórico.
Me recuerda a otra película tristemente inteligente y teórica, Les bureaux de dieu, de Claire Simon. En aquella película los momentos de trabajo, de encuentro entre las consejeras y las mujeres, estaban entrecortados de momentos de vida, o de vidilla, en los que un personaje medio bailaba en un pasillo, otro aprendía una obra de teatro y no recuerdo qué más. Plano hechos para darle una faceta suplementaria a la película, "también" hay momentos de vida, las consejeras son algo más que su trabajo. Reflejo defensivo. La película "también" es esto. La película es inatacable, porque contiene todos los ingredientes para ser algo más que su discurso principal.
Maquillaje. La película no es eso. Las secuencias de vidilla son pegotes. Renoir de andar por casa, no algo orgánico, que hace cuerpo con la película, que es la película misma, sino bisutería que intenta hacerla pasar por otra cosa. O mejor dicho, que intenta que la película sea "todo". Pero no es "todo", es "de todo un poco". Digamos que en estas películas la "vida" suma, cada elemento suma, mientras que en una película construida desde dentro los elementos no suman, sino que multiplican. Multiplican y son múltiples. Un momento de vida en Renoir, en Ford, o en Hong Sangsoo, o en el primer Jia Zangke, por citar sólo unos pocos, es múltiple, no una señal añadida.
Creo que no me explico bien. Mi teoría paranoica de los días tristes es que el cine de autor francés se hace hoy en día en función de las entrevistas. De lo que uno va a decir en la entrevista. Las películas son notas de intención. O dicho de otra manera, se filma pensando en lo que van a pensar del director los críticos que la vean (los críticos que es medio público parisino, no sólo los que escriben).
Y para ello hace falta que una película tenga todos los ingredientes indispensables. Un poco de relato, un poco de teoría, un poco de política, un poco de vidilla (herencia Renoir/Pialat), un poco de carne, un poco de alteridad. No se construye la película desde dentro, sino desde fuera, añadiendo elementos, poniendo todo lo que se juzga indispensable, creando una bonita fachada bien completa para que el espectador reconozca la inteligencia y se sienta inteligente al reconocerla.
Esa es mi teoría paranoica. Que sin duda no se sostiene. Es cosa del mal humor. Ya habrás notado que estoy de mal humor.
Pero es que lo que nos gusta en el cine no es esto. No creo. Lo hermoso en el cine clásico es que la vida hacía cuerpo con el relato y con los personajes, no era un añadido posterior, no era un ingrediente suplementario, era la materia misma.
Y lo bello del cine de Rozier o de Biette, por citar dos de los modernos más vivos, cada uno a su manera, es que la vida es el cuerpo mismo de la película, no un elemento de calidad suplementario.
Pero es como si ahora que sabemos que el cine bueno tiene que tener vidilla (insisto, Pialat mal digerido) le añadiésemos a cada película los indispensables toques de vidilla para que quede claro que nuestra película tiene todos los rasgos de calidad necesarios. No hacemos cine. Jugamos a hacer cine. (Me incluyo, yo he pasado por la escuela, yo me hago preguntas equivocadas también, es difícil no hacérselas hoy en día.)
¿Para cuando una película inevitable, que crezca desde dentro, que recurra sólo a lo que necesita, que corra el riesgo de ser tremendamente reducida, de ser apenas una línea, un único trazo de pincel?
En Hong Sangsoo todo momento pertenece a la película, parece intuido, hace cuerpo con ella. En L'Apollonide la película no para de descomponerse, pero no porque ese sea su tema, sino porque parece construida con la inteligencia de quien teoriza al instante sus ideas, nada hace cuerpo, nada es inevitable. Quitas una secuencia y no pasa nada, añades diez y tampoco pasaría nada. No una película viva, sino una película sobre la que se pegan momentos de vida. Pieles de animales vivos.
Se me va esto de las manos. Me voy a ver Un été brulant, vuelvo, no voy a decir lo que pienso de la película, qué mas da lo que pensemos de las películas, pero es una película que no hace trampas, que no se disfraza con pieles de animales vivos y coleantes y atrapados.
Garrel, como antes otros cineastas, del que se ha extraído en los últimos tiempos un rasgo, una manera de dirigir a los actores, de instalarlos en el plano y de hacerlos hablar, que se ha convertido en rasgo de calidad. Como los momentos naturales de Pialat. Los cineastas reducidos a creadores de rasgos de calidad, lo vivo reducido a idea.
"Las ideas matan a la pintura." ¿Quién dijo eso? Las ideas matan a la pintura. Y a la poesía. Degas, pintor, pintor de verdad, le decía a Mallarmé que quería escribir poemas, que tenía muy buenas ideas para poemas, pero que no le salían, y Mallarmé le respondía que los poemas no se escribían con ideas, sino con palabras.
Y ya de perdidos al río, como sé que desvarío, no dejaré de asegurarte que L'Apollonide me interesa, me interesa mucho, y que eso me decepciona. No quiero ni preguntarme si una película me interesa. Y tampoco negaré que Bonello busca cosas, intenta cosas, pero ahora mismo dudo de que el cine se haga así, de que el cine consista en buscar y en mostrarse buscando, en la exhibición de esa búsqueda. Dudo. Lo dudo. Sigo dudando. Ay.
Hasta pronto.
Pablo García Canga
(Leido y aprobado por un Manuel.)
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