martes, 11 de octubre de 2011

¿Para qué el martillo?




¿Para qué poner música en una película? La respuesta de Mike Leigh podría ser: para poder quitarla.

Pienso esto al terminar de ver All or nothing, donde la música baña toda la película. ¿Toda? No. Quince o veinte minutos que no son los minutos finales, pero casi, transcurren de pronto sin música.

No es que me diese cuenta al instante, y sin duda no me habría dado cuenta si en vez de en casa la hubiese visto en el cine. Porque son los quince minutos más fuertes de la película. Los quince minutos que la justifican, aquellos en los que se produce un vuelco en los personajes, un vuelco para bien, pasando por la palabra y el dolor.

Y son sin música. Me doy cuenta no en el momento mismo, un poco más tarde, porque antes me estaba molestando la omnipresencia de esa música que parecía repetir una y otra vez algo así como: “así es la vida”. Me daba por preguntarme si de entre las cosas que Leigh ha aprendido de Ozu no está también la única no recomendable. (¿No recomendable? Por favor, que alguien con oído o con criterio me hable de la música en Ozu.)

Pero entonces desaparece, y el tiempo de la película cambia. Porque ahora los personajes están en un momento que puede ser decisivo, uno de esos escasos momentos en los que una vida puede cambiar su curso, en que lo torcido por la costumbre puede enderezarse de golpe. Un momento que ninguna música puede ahogar.

La música desaparece y es como el chiste aquel del tipo que se pegaba en la cabeza con un martillo y alguien le pregunta ¿Pero eso no duele?- Mucho- ¿Y entonces por qué lo haces?- Porque no veas qué gusto cuando paro.

Quince minutos sin música. Quince minutos en los que el tiempo por fin se detiene, el curso incesante de la vida. De las dos películas de Mike Leigh que he visto en los últimos meses, primero Another Year y ahora All or nothing las dos parecen construidas apostándolo todo a su último tercio. . Inquietante obra consciente de adonde va y por qué caminos nos lleva. Porque lo innegable es el alto nivel de dominio de su arte, sea este el que sea, que hace falta para llegar aquí.

No recuerdo si en Another Year cesaba la música, quizás sí. La vi en pantalla grande y estaba demasiado atento a Lesley Manville para darme cuenta. Pero sí recuerdo la sensación de vago interés por todo lo que iba sucediendo hasta que de pronto y por sorpresa la película subía a otro nivel en sus últimos veinte minutos, y parecía no haber hecho hasta entonces nada más que preparar ese momento decisivo.

Aunque en Another Year el cambio de registro era menos brutal, la película era más regularmente interesante. En All or nothing el contraste es más marcado. De escenas breves alternando personajes pasamos de golpe a una larga escena entre dos personajes, uno de ellos que por fin dice lo que siente, y que por fin es escuchado La primera vez en toda la película que alguien es escuchado. Todo para poder llegar a esa ecuación. Sólo nos tenemos el uno al otro. Si no me quieres no tenemos nada. Todo o nada. Lágrimas.

(Si no tenemos amor, no tenemos nada, esas palabras aparecen como conciencia del presente y umbral entre una pareja de la que antes la mujer ha dicho que no estaban casados, porque él nunca se lo ha pedido. Y sin embargo esas palabras vienen de ese hombre, el padre de sus hijos, ell hombre con el que vive, que no la ha pedido en matrimonio, quizás para no tentar a la suerte o al destino, pero en cuya boca oímos el eco de esas palabras de San Pablo que tan a menudo se leen en la bodas: si no tengo amor no tengo nada.)

No recuerdo muy bien, pero ¿no era esto el famoso cine trascendental? Ni para bien ni para mal, ¿no era esto? Música de lo cotidiano. Así es la vida. Lágrimas al fin. El martillo que cesa. Ahora es la vida. Todo o nada. Mañana será un largo día.

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