Cabalgaron tres días, y le dijo: "Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso." Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed.
Borges, Los dos reyes y los dos laberintos
Hace años, yo vivía en otra ciudad y tenía otros amigos, entré en un plano del que creí que nunca saldría.
Era en Millenium Mambo, la primera de Hou Hsiao Hsien que veíamos en aquella ciudad, aunque habíamos leído mucho sobre sus películas y mirado durante horas las fotos que aparecían en las revistas (quizás no durante horas, solo minutos, o segundos, pero repetidas veces, como para asegurarnos de que todavía estaban allí, de que no habían desaparecido, de que no las habíamos soñado).
Quizás no fue la primera vez que vi la película, distraído por el tan seductor travelling inicial, sino la segunda o la tercera vez, en casa de un amigo, yo tenía otros amigos, al volver de fiesta. Cansado, bebido, vi ese plano en el que Shu Qi vuelve a casa y se sienta en la cocina. Su novio viene a ella, se echa al suelo y le mete la cabeza entre las piernas, mientras ella se deja hacer, o pasa del tema. Entonces llegaba la voz en off, esa voz de mujer que nos hablaba desde un año que tardaría mucho en llegar, el 2010, esa voz de mujer que decía era hace diez años, era el año 2000. Esa voz en off nos contaba cómo se habían conocido los dos y cómo un tiempo más tarde, la mañana en que ella tenía que ir a un examen que parecía la selectividad, él no la despertó, porque temía que si ella aprobaba ese examen descubriese otros mundos y se alejase de él.
Durante mucho tiempo creí que lo que realmente me fascinaba era la manera en que un plano secuencia se deslizaba, gracias a la voz en off, del tiempo presente al tiempo pasado, o mejor dicho, nos hacía sentir el tiempo presente como ya irremediablemente pasado. Creía que era ese convertir el presente en pasado, eso y la belleza formal del plano, lo que no me dejaba salir.
Hoy en día me pregunto si no era también la brutal soledad y resignación del personaje. Una soledad y resignación de la que el personaje quizás no era consciente. Una fatiga, el vivir como fatiga.
Quizás era fascinación ante un abismo en el cual la vida estaba hecha de errores y el amor de traiciones y una vida podía cambiar y estancarse en una sola mañana, por la voluntad de otra persona. Quizás sin yo saberlo me empezaban a interesar las historias tanto como la forma.
(No sé si es por aquel entonces cuando descubrí esas escenas terribles de Les amants du Pont-Neuf en las que Alex arranca los carteles que piden ayuda para encontrar a Michele, y hace todo lo posible para que no la encuentren, porque si la encuentran ella volverá a ver y quizás será mucho más feliz, pero él la perderá.)
Durante años creí que no saldría de aquel plano de Millenium Mambo, que perversamente me atrapaba y se mantenía a distancia por su inalcanzable perfección. No sabía cómo salir de ese laberinto temporal en el cual nunca estaba en lo que creía el presente, en el cual el pasillo que recorría lo recorría ya en el pasado.
Quizás al filmar buscaba a tientas la salida del laberinto, probando cada vez caminos que no llevaban a ninguna parte.
2
Ayer encontré una salida. Una salida con trampa, pues he salido de un plano para caer en otro, he salido de Hou para caer en Hong.
Fue en Lost in the mountains, un cortometraje de Hong Sangsoo visto en Internet, ya no esperamos películas que nunca llegarán mirando fotos en las revistas.
La protagonista habla por el móvil con un antiguo novio. Se ha enterado de que su mejor amiga y él han estado acostándose. La protagonista está rota porque siente no solo que ha perdido al exnovio definitivamente, sino sobre todo porque siente que ha perdido a su amiga. Lo que de verdad le duele es que se ha quedado "sin nadie con quien hablar". Imaginaros: nadie con quien hablar realmente.
Esto sucede en un único plano. La protagonista camina junto a un bosque en plano general, y luego con un zoom brusco nos acercamos a ella, en plano americano. (A golpe de zooms Hong Sangsoo está abriendo un camino áspero en el cine moderno, una forma de después de la forma.) En la conversación se insultan violentamente. Se llaman mierdas. Ella grita y luego cae al suelo. La cámara la reencuadra con retraso. (Algo fascinante de filmar en plano americano a alguien que se derrumba, que cae verticalmente y queda recogido, es que pasa a ser visto entero, como si pasase del plano americano al plano general, vemos todo su cuerpo con aire alrededor.)
Entonces llega la voz en off, la voz de la chica, distante, casi bressoniana, añadiendo algunos detalles de la conversación, y terminando, en eco a una frase que ella le dice por teléfono: "¿Cómo puede no pedir perdón?".
Me cuesta describir cómo el plano de Hong Sangsoo sustituye al plano de Hou Hsiao Hsien, un laberinto similar, pero ahora construido en mi propio planeta, un laberinto en el que esta vez sí estoy plenamente. Un laberinto que quizás sea un desierto. La conciencia del desierto.
Hong Sangsoo desciende el laberinto a mi mundo, como a veces pienso que en La carrière de Suzanne Rohmer trajo El río de Renoir a nuestras calles y a nuestras miserias urbanas. En la carriére de Suzanne, como en las últimas películas de Hong Sangsoo, aparece la belleza que queda cuando la belleza ha desaparecido. Ya no hace falta Shu Qi y se puede rodar en vídeo. Nada nos ditraerá del presente.
Salir del laberinto y descubrir que el laberinto estaba en medio del desierto.
3
Pero recuerdo ahora otro laberinto que quizás ya había sustituido al de Millenium Mambo. Era el laberinto de las calles de Nara, era en Shara, de Naomi Kawase. Una ciudad laberinto en la que se podía desaparecer sin dejar rastro. Un laberinto en el que uno no estaba ya muy seguro de quién era, salvo quizás cuando bailaba.
En ese laberinto una mujer y la que creíamos su hija volvían de la compra, llevaban bolsas en las manos y avanzaban, también en plano secuencia, la cámara precediéndolas. La madre contaba a su hija que en realidad no era su madre, pero lo hacía como si contase un cuento, algo que no las concernía a ellas sino a personajes de ficción, o quizás a personajes de leyenda. Así, mientras caminaban por esas calles laberínticas, el relato de la más mayor hacía que al salir del laberinto ellas ya no eran, literalmente, las que habían entrado.
De nuevo pasado y presente se confundían y se transformaban en un plano secuencia, dejándonos frente a un mundo nuevo, desconcertante.
Quizás sea ese el laberinto del que todavía no he salido, aquel en el que mientras se anda se va contando una historia que nos va cambiando. Ese retorno del pasado por la palabra para transformaar el presente. Quizás era de ese laberinto del que buscaba una salida cada vez que filmaba.
Y un laberinto del que me sería muy difícil salir, pues en cierto modo ya estaba dentro antes de haber entrado. Antes de saber que había entrado. Antes de saber que el laberinto existía. Contarse y al contarse transformarse. Fantasmas hechos de palabras. Un laberinto del que busco la salida. Y para ello no me sirven la huellas de los que me han precedido.
No sigas las huellas de los antiguos, busca lo que ellos buscaron.
Bashoo
Buff... Magnífica reflexión. Creo que buena parte del cine asiático contemporáneo se basa en esa idea del laberinto, del laberinto íntimo (con aspecto de ciudad... en Tren de sombras escribí a propósito de esto con respecto a Vive l'amour, de Tsai Ming-Liang, película emblemática y laberíntica de un constructor de laberintos). Me gusta mucho la "imagen" del laberinto en el desierto. Muy justa.
ResponderEliminarEn Millenium Mambo hay una escena que siempre me fascinó y que igual sólo está en mi cabeza. Shu Qi está en casa y alrededor suyo todo está desenfocado (Hou Hsiao-hsien tiene la suerte de pintar con lápices de colores marca "Mark Lee"): detrás, a los lados, delante... todo.