lunes, 6 de junio de 2022

un ramo

Es en Madrid. En el cielo hay unas nubes ligeras, a punto de desvanecerse en el azul. O a punto de cubrirlo. Es delante del Jardín Botánico. Hay carruajes. Hay una mujer que baja de uno de ellos. Uno de sus pies está en el aire, creo. Acaba de separarse del estribo y en un momento estará en el suelo. De no ser por esa mujer se podría dudar de si la gente acaba de llegar o está a punto de irse. Otra mujer se prepara para salir del mismo carruaje. Las ventanas del carruaje, que dan a la rueda de otro, al verde del jardín y al gris de la puerta, hacen que el carruaje parezca ligero, atravesado por la luz y el aire. Además de la mujer que baja y de la mujer que se prepara para salir hay otros gestos que parecen capturados en pleno movimiento. Hay un hombre, quizás un criado o un paje, abriendo un parasol. Hay también, creo, muchas miradas destinadas a ser fugaces. Hay muchas figuras, diría, que no miran hacia delante, que de una u otra manera giran el cuello, vuelven la cabeza y la mirada hacia algo que no tienen delante. Hay, eso sí, una mujer que mira hacia delante. Está ahí, a la derecha del cuadro. Es la última figura humana. Ante ella empieza un extraño vacío. ¿Un vacío al que ir? ¿Un vacío en el que algo va a llegar? No sabemos. En realidad el cuadro está inacabado. Tendría que haber habido una presencia humana allí a la derecha. Y se siente eso, que lo que hay ahí no es normal, que es un vacío. Un vacío a punto de ser llenado pero también un vacío que parece ir en el otro sentido, como si en vez de ser un cuadro que no ha sido acabado de llenar fuese un cuadro que apenas se empezó a vaciar. En realidad, aunque la mujer está mirando hacia el vacío que tiene delante, el vacío ya está empezando a avanzar detrás de ella, sin que ella se dé cuenta. Ahí, al fondo, hay un carruaje que no ha acabado de ser pintado o que ya se está desvaneciendo. Faltan los caballos. El conductor, puro aire, está sentado en el vacío. Las figuras dentro del carruaje se confunden con este y con el fondo. Y esto pasa en otros lugares del cuadro: figuras humanas que se están volviendo fondo, que se están volviendo pintura sin forma. Las figuras del cuadro son en realidad como las nubes. No sabemos si se están formando o si se están desvaneciendo pero sabemos que, en cualquier caso, no durarán. Y que su forma, en un momento, habrá cambiado. O quizás no sean como nubes. Quizás sean como flores. En otra sala de la exposición vemos dos ramos de flores del mismo pintor. Son sólo dos ramos pero tienen un efecto particular. De pronto, en los otros cuadros, empezamos a ver a las figuras humanas, a las telas de sus ropas, a los suelos, a los cielos, como si también fuesen flores. Pétalos de colores más o menos aterciopelados, cambiantes según la luz, llenos de pliegues, un poco como llamas, frágiles, anunciando ya, en su belleza presente, que pasarán y caerán. Como si el pintor viese lo que hay de flor en todas las cosas. O como si con las flores, con la dificultad de las flores, hubiese aprendido a mirar y a pintar el resto de la realidad, a pintar cuadros en los que avanzan a la par la vida y el vacío, a pintar cuadros que parezcan detenidos en el instante mismo en el que van a empezar a despintarse, a desvanecerse, para dejar nada más un cielo azul, un lugar vacío, nada. 

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