sábado, 23 de enero de 2021

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Y pasa que durante los últimos días he visto esta secuencia tantas veces que ya he perdido la cuenta. No me canso de ella y al mismo tiempo, por más veces que la vea, tengo la sensación de no llegar a saber de ella más que la primera vez. Quizás por eso no me canso de verla. Hay primero ese plano increíble que dura hasta el recuerdo de la bolera. Es de esos momentos en los que el movimiento del mundo, el movimiento de la cámara, la música y el movimiento de la actriz van tan juntos que es como uno de esos bailes que tanto le gustan a Adriana, la protagonista. Un movimiento muy difícil que de pronto parece muy fácil, inventado sobre la marcha. Pero es que ese movimiento empieza además sobre el río, un río gris en el que flota la  basura. La suavidad del movimiento y de la canción van emparejados con eso, con la presencia de la basura, porque en esta película las sensaciones siempre van, al menos, de a dos. Y cuando llegamos a Adriana el plano es de nuevo perfecto, linda ella tras la ventana, con el reflejo de los edificios de enfrente. Al poco ella  gira la cabeza y es de nuevo otra pose linda. Pero entonces se levanta y pasa del otro lado. Cada pose linda dura apenas un momento y al poco se deshace. Ella va hasta la otra ventana y de pronto nota la suciedad del pomo. Va a buscar un trapo con el que frotarlo. Al ir a buscar ese trapo vemos un poco más de la habitación, con esos carteles de corridas de toros que no sabemos de dónde vienen, que nos indican quizás otras aventuras de Adriana de las que nunca sabremos nada. Quizás las flores o el adorno con cabeza de gato del fondo tengan también su historia. De todas maneras no nos da mucho tiempo para pensarlo. Adriana vuelve hacia el pomo con el trapo y se pone a frotarlo. El ritmo de ella ya no va con el ritmo de la canción, es más rápido. Es ahí cuando el plano pasa de ser lindo a ser otra cosa. Me daría ganas de decir maravilloso. Qué cosas me entran ganas de decir... Porque al salirse ella del ritmo de la música y del ritmo de la cámara, al crear otro ritmo sobre la base de ese ritmo suave, pasa lo mismo que con la basura del principio pero de tal manera que no podemos ni siquiera ponerle encima un discurso sobre lo bello y la basura o algo así. Lo que importa, o al menos lo que a mí me importa, es que de pronto sentimos dos emociones al mismo tiempo, la emoción suave que crean la música y la cámara y la emoción un poco acelerada y un poco cómica que crea ella frotando con la boca abierta. Lo realmente emocionante es eso, el sentir las dos emociones al mismo tiempo, el confundirlas un poco pero no del todo, el sentirnos un poco divididos entre las dos. Me dio incluso por preguntarme si cuando estamos enamorados no nos pasará un poco esto, si no nos provoca la persona a la que amamos dos emociones al mismo tiempo, dos emociones que son un poco contradictorias, que pueden ser, por ejemplo, admiración y ternura, pero podrían ser otras.  Me pregunté si el amor no está en esa emoción doble. Como si con una emoción no bastara e hicieran falta dos para que la sensación se volviese indecible y entonces quedásemos atrapados, deseosos de ver a esa persona una y otra vez. Pero quizás no sea así, claro, quizás sea nada más una idea que se me pasó por la cabeza. Lo que creo que sí es verdad es que en esta película casi siempre hay dos emociones o dos tonos al mismo tiempo y que su belleza tan extraña, que se sube a la cabeza, quizás venga de eso, de tenernos siempre el corazón entre dos sentimientos, muchos de ellos duros, muchos de ellos ligeros, y estar ahí la película y nosotros, siempre inestables, como si estuviésemos manteniéndonos en equilibrio sobre un único pie, sonriendo al mismo tiempo que sentimos que en cualquier momento podríamos caer y que en realidad ya varias veces hemos caído pero hemos hecho como si nada. 
Y luego está el recuerdo de la bolera, y eso que dice ella, que fue algo que sucedió hace mucho tiempo. Nos da un vértigo que también es extraño. Nos cuesta creer que ella tenga un pasado muy lejano y al mismo tiempo sentimos que sí, que es cierto. O, más bien, adivinamos que la medida de su tiempo es singular y que ese pasado lejano, esa aventura de la bolera, es posible. Eso es algo que tiene que ver con la forma misma de la película, que crea un tiempo con historias pero sin historia, un tiempo que una y otra vez vuelve a empezar.  Quizás pasaba algo en aquellos años y en aquel país, Italia, para que de película en película se inventasen historias que una y otra vez vuelven a empezar, como pasaba también en Due soldi di speranza, entre otras. No sé. Son historias que siempre están por empezar y no empiezan y así va pasando la vida, hecha como de historietas, hasta que algo viene a interrumpir ese volver a empezar una y otra vez. En esta película, además, están todas esas historias que apenas vemos o que nunca veremos, como ese breve recuerdo de la bolera, o las que pueden sugerirnos los carteles de las corridas de toros. Es un poco como esas canciones que no paran de sonar, que son las acompañantes más fieles de la vida de Adriana, canciones que escucha o canciones con las que bailar, canciones que son como historias que apenas duran dos o tres minutos y tras una viene otra y luego otra y lo que importa es el placer presente que da cada una y también la posibilidad de volver a escucharlas una y otra vez. Esta es una de esas películas en las que se escuchan canciones enteras y hay secuencias que duran, al menos, lo que decide la canción. Las secuencias son como una sucesión de sencillos, discos de una sola canción uno tras otro. Podría parecer que la película, secuencia tras secuencia, va trazando un retrato de Adriana, pero creo que no, que más bien es como si viésemos una sucesión de esbozos trazados en vista de un retrato futuro pero sin que nunca lleguemos a ver ese retrato final. Como si lo que los esbozos acabasen revelando que nunca puede haber un retrato final, un retrato que lo diga todo. El placer está en cada esbozo, en ir de uno a otro y descubrir matices diferentes. Y nos podemos apasionar por un trazo o una pincelada de uno de los esbozos, por un trazo o una pincelada que en un retrato terminado quizás no veríamos pero que así, gracias a la forma de la película, se vuelve fugazmente importantísimo. Y ahora que lo pienso esa sensación de importancia fugaz que sentimos rima en el fondo con los enamoramientos breves y sucesivos de Adriana. A veces son trazos serios pero a veces son trazos un poco cómicos, graciosos, como ella frotando el pomo de la puerta o ella diciéndole al chico que la llama que tiene que pensar si está libre, qué maravilla esos segundos en los que no sabemos si ella piensa o hace para sí misma como que piensa (y quizás haga falta decir, para que se entiende mejor qué es lo que pasa con las historietas en esta película, que ella no irá a esa cita que encima podría haberla ayudado en su supuesto propósito, trabajar en el cine, porque prefiere quedarse cuidando al bebé de la vecina). Esos son algunos de los trazos graciosos pero hay por ejemplo otro momento, en otra escena de la película, en el que a ella de pronto le viene una idea que la perturba, la idea de que no sabe desde hace años qué es de su hermana, como si de pronto en ese momento tomase conciencia del tiempo que ha pasado. Es otro momento muy breve, otro trazo maravilloso, pero es un trazo muy grave en una secuencia más bien tierna, porque en esta película, ya lo dije pero vuelvo a decirlo de otra manera, como pasa en Bonnard y en tantos otros pintores cuando se pinta un color siempre se dan dentro pinceladas de otro color.
Y además quería decir algo de ese tocadiscos automático junto a ella. En algún momento de la película deja de funcionar bien y entonces ella le da toques con el pie para que cambie de disco. Que yo recuerde no vemos el momento en el que lo hace por primera vez, el momento en el que se da cuenta de que el tocadiscos no funciona pero que lo puede resolver con un golpecito. Es otra de esas cosas que quedan fuera de la película. Otra de esas cosas que nos dan la sensación de que estamos viendo sólo un poquito de todo lo que podríamos ver. El caso es que ella pasa a cambiar lo discos con un toquecito del pie. Es un gesto que hace varias veces, como de pasada. Es de esos gestos fugaces que de pronto uno quiere volver a ver, una alegría casi imperceptible pero que acabará siendo, en la última secuencia, importante. Es curioso cómo nos vamos encariñando con ese gesto y cómo importa que nos encariñemos con él y que al mismo tiempo nada lo subraye, que creamos descubrirlo nosotros mismos, como si el cariño que le cogemos estuviese también en eso, en esa sensación de tesoro mínimo y privado, hasta que en la secuencia final comprendemos que ese tesoro quizás era privado pero que al mismo tiempo era, sin duda, compartido, como si la película nos diese la sensación de ser algo íntimo, sólo para nosotros, y al mismo tiempo algo para todos, una experiencia íntima y compartida, como si fuese eso lo importante, poder hacer común, durante un tiempo, el detalle y lo íntimo, y quizás también sea eso lo que Adriana encuentra en esas canciones que siempre la acompañan, canciones que son para ella y son para todos, una promesa nunca del todo cumplida de que la alegría y lo íntimo pueden ser compartido, una promesa nunca del todo cumplida y que incita, una y otra vez, a volver a empezar.
(Io la conoscevo bene, Antonio Pietrangeli)

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