jueves, 23 de julio de 2020

fantasmas


Creo que esto no os parecerá nada, cosas de esas que pasan cada dos por tres en las películas, pero a veces pasa que uno, por lo que sea, se sorprende o se emociona al ver lo que siempre había visto, lo que hasta entonces no había sabido ver. A lo que me refiero es a algo que en este fragmento pasa dos veces, y sobre todo a la primera vez que pasa, cuando ella se asoma de pronto a una habitación y se queda parada en el umbral y nosotros no vemos lo que ella ve, sólo vemos que ve, que con particular intensidad ve. Es como si tampoco ella hubiese visto antes ese lugar, no de esa manera, no con esa fuerza. Puede que no reconozcamos al momento qué habitación es esa que ella está viendo, aunque nosotros ya la hemos visto y además ha sido importante para ella y para la historia y para nosotros. Creo que lo adivinamos, pero en esa ligera incertidumbre, en ese creer saber pero no acabar de estar seguro, quizás esté parte de la emoción, en el tiempo que se tarda en que algo vuelva del pasado, el pasado de años atrás en la vida, el pasado de minutos atrás en la película. En realidad nunca veremos lo que ella ve, no tal y como ella lo ha visto, sino que la vemos avanzar, la vemos entrar en aquello que estaba viendo y sólo entonces vemos nosotros toda la habitación y la acabamos de reconocer, es la habitación de la danza y del primer amor. Eso que decía que os parecerá de lo más normal pero que de pronto a mí me ha emocionado es ese movimiento en un sólo plano, ella mirando y luego ella entrando en aquello que miraba. Es ese tiempo durante el cual la vemos mirar sin saber del todo lo que mira, como si ella misma para ver del todo necesitase hacer algo más que mirar, necesitase entrar allí. Como si el espacio no fuese algo que se puede ver desde afuera. Como si tuviese que ser algo en lo que se entra. O quizás como si no nos pudiésemos poner en el lugar de ella, como si la pudiésemos acompañar, movernos a su ritmo, pero no confundirnos con ella. O quizás simplemente sea algo sobre el arte de demorar la visión, hacer que nuestra imaginación vaya un poco más rápido que la imagen, marcarle a nuestra mirada otro ritmo, como en el amor, como en el baile, no poder avanzar sin el ritmo del otro, sin entrar en el ritmo del otro o de la música, un ritmo que está hecho también de momentos de incertidumbres, de breves o largos secretos, de anticipar y al mismo tiempo dejar llegar las cosas sin apresurarlas. Algo así sucede también cuando ella tiene una mano en la barra de baile y el cuerpo recto y parece que los pies se van a poner de puntillas, se van a mover, y sin embargo no, ahí nuestra imaginación ha ido a buscar lo que la imagen no dará, y eso también forma parte del juego.O no sé, quizás no estoy acertando a decir nada de lo que siento, quizás sea otra cosa, quizás tenga que ver con ese ligero movimiento de la cámara hacia detrás, esa manera de dejarla entrar en las habitaciones, de verla mirar y luego apartarse para dejarla entrar y estar y ser de cuerpo entero, ahí, al mismo tiempo cercana y lejana, ahí toda ella entrando en un mismo movimiento en el presente y en el pasado y nosotros acompañándola sin poder alcanzarla, como si nuestra mirada fuese la mirada suave y distante de un fantasma enamorado, como si, por un tiempo, la mirada del cine fuese eso, la mirada de un fantasma sintiendo la realidad al mismo tiempo presente y lejana, la mira que ve pero no toca, la mirada que ve pero no es, como si toda la gracia y el placer y la tristeza estuviesen en esa lejanía cercana.
(Juegos de verano, Ingmar Bergman)

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