lunes, 3 de septiembre de 2018

a golpes de lenguaje


Esto es un golpe a punto de suceder, un buen golpe en la espinilla, un golpe de esos que duelen y enfadan, se lo está dando un niño a su padre, si ahora nos ponemos a imaginar se nos pueden ocurrir muchas razones para ese golpe y muchas de ellas serían, de alguna manera, venganzas, serían enfados, serían golpes dados con mala intención, con intención de hacer daño, pero en realidad no, en realidad lo que el niño pretende con ese golpe es despertar a su padre, despertarlo para que vaya a trabajar, que podría ser cosa de mala leche pero en realidad es cosa de sentido común, porque son pobres y si no trabaja el padre no comen ni el uno ni el otro, y al padre le gusta comer y le gusta beber y a los dos les gusta más o menos estar vivos, o al menos están acostumbrados a ello, tienen sus maneras de pasarlo bien, así que ese golpe, en realidad, no lleva mala intención, es todo cuidados, es puro pragmatismo, después de un buen golpe en la espinilla ya no hay manera de que el padre se quede dormido, aunque está el riesgo, claro, de que pase lo que pasa, que el padre se despierte atizándole al hijo, golpe por golpe, hay una extraña igualdad en los golpes entre el padre y el hijo, tú me pegas, yo te pego, yo te pego, tú me pegas, hay una igualdad y como una costumbre, cada dos por tres se están dando golpes, casi pasan más rato dándose golpes que hablando, aunque quizás la gracia esté en que la película es muda y entonces esos golpes son como un lenguaje, comunican a golpes, y si es un lenguaje puede resultar que suceda con ellos como con las palabras, que sirven para decir muchas cosas, que no siempre significan lo mismo, hay golpes que son enfado y hay golpes que son cariño, hay todo un mundo de golpes, hay palmadas sobre el pecho del niño enfermo que son para matar a un bicho, hay veces que no se le pega a una persona sino que se deshoja una planta, hay veces que el padre puede abofetear al hijo y luego el hijo abofetear una y otra vez al padre y sólo cuando ha acabado de abofetear al padre se echa a llorar el niño, no se le ocurre ni por asomo llorar por los golpes que le da el padre, sino por los golpes que él le da al padre, que quizás son algo mucho más desesperado, algo que deja sin aliento y sin fuerzas,  es agotador vivir en un mundo hecho de golpes, un mundo que siempre está así como cortando el rollo, cortando el impulso, hay cosas así, cosas incómodas, cosas molestas, algunas aparecen y luego desaparecen, como el parche que lleva el niño en el ojo, hay otras que siempre están ahí, por ejemplo los picores, parece que cuando no se están pegando se están siempre rascando, quizás sea la pobreza, quizás sea la suciedad, hay que decir que las casas además son un caos, que todo anda por los suelos, que los pantalones se los quitan y los dejan donde caen, así que quizás sea eso lo que pica, eso y el calor y los bichos, al principio de la película están en un teatro y hay un bicho así que va pasando de espectador en espectador y los va haciendo saltar y rascarse, aunque también hay veces que uno no sabe si de verdad se rascan porque pica o si es otra cosa, un truco, sucede que se rascan cuando les hacen una pregunta incómoda, una pregunta difícil de responder, como si rascarse fuese una manera de pensar o una manera de excusarse, una manera de rascarse en el cuerpo lo que no se puede desarmar con la palabra, rascarse es también un lenguaje, se puede leer, quizás se trate de eso, de aprender a leer más allá de las palabras y también en las palabras, aprender a leer a los otros y también aprender a leerse a uno mismo, puede ser que uno ni sepa ya por qué golpea, por qué se rasca, dónde de veras le pica, puede ser que uno se tenga que ir lejos para empezar a comprender, para tomar distancia y verlo todo más claro, aprender a leer aún siendo analfabeto, conseguir ver de pronto el texto completo que escribían los golpes y los picores, el desorden y también las palabras, entender de pronto de qué iba ese texto y entonces desvestirse y dejar los pantalones caídos por el suelo y saltar al agua, y entonces los pantalones por los suelos ya no dicen descuido, dicen comprensión, dicen iluminación.
(Corazón vagabundo, Yasujiro Ozu)

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