martes, 11 de octubre de 2016

el cielo visto desde la tierra


Es una película de aviones, pero la cámara no se sube nunca a un avión. Vemos aviones que van y vienen, que suben y bajan en picado, sí, pero siempre desde abajo, siempre vistos desde tierra por alguien que sufre o que admira, siempre vistos por aquel que, si el avión se estrella, seguirá vivo. No importa el riesgo de perder la vida, sino el riesgo de, habiéndolo perdido todo, seguir vivo. Entre las dificultades del aire y las dificultades del suelo, la película elige las del suelo.
Hay en el corazón de la película un largo vuelo solitario, pero de él no veremos ninguna imagen, es apenas un avión que se aleja, lo que importa es la angustia en tierra de no tener noticias, de no poder saber lo que está sucediendo allí arriba. Hay un vuelo solitario y no lo vemos y yo diría incluso, quizás me equivoco, que nunca vemos a un personaje en solitario, como mucho vemos a un personaje justo antes de encontrarse con otro personaje. Nunca hay tiempo ni lugar para la soledad, ni siquiera cuando los personajes desean, más que nada, que los dejen solos.
No hay soledad más que en el aire, pero para llegar al aire hay que hacer camino en la tierra, y el camino no es solitario, es un camino de encuentros, de solidaridades, de egoísmos, de injusticias. Los personajes no existen en el vacío, sino en círculos cada vez más amplios, cada vez más complicados, está Pierre, está Thérèse, está el matrimonio de Pierre y Thérèse, y luego la familia de los dos, y luego el pueblo en el que viven, y cada una de las decisiones que se toman se expanden en círculos y chocan con el mundo, y a veces se dan por vencidas, a veces barren con todo.
Pierre y Thérèse alcanzan la armonía a dos en algo que los supera, en algo que los saca de la tierra, la posibilidad del cielo, la posibilidad del vuelo solitario de ella, se quieren aún más de lo que se querían en ese afuera, en ese ahí arriba hecho, no lo olvidemos, de privaciones e injusticias aquí abajo.
Y es cierto que hay una felicidad en esto, en ver a Pierre preguntarse ¿qué es mayor prueba de amor, decirte que sí o que no?, sí, esas preguntas que hacen, todos esos razonamientos de Pierre, hay generosidad en ellos, pero la película nos hace ver lo que esa generosidad puede tener de egoísmo a dos, cómo la música del motor de un avión acalla la música de un piano que es la alegría, la soledad alegre, de Jacqueline, la hija de los dos.
Es una película de aviones pero es una película sobre el suelo, un suelo de provincias, sobre la gravedad y el deseo de escapar de ella, es una película de aviones pero es una película sobre la tierra vista desde la tierra, la alegría vista desde la tristeza, la soledad vista desde el pueblo.
Y, al principio y al final, un cura y unos huérfanos de negro.
Unos huérfanos que al principio cantaban: no, mi hija, no irás al baile... 
Y, bueno, algunas fueron al baile, algunas fueron al aire.
(Le ciel est à vous, Jean Grémillon)

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