jueves, 4 de diciembre de 2014

el único único

... y al terminar Sogni d'oro dijimos que qué solo estaba Moretti/Apicella en esa película, que no hablaba con nadie ni nadie de veras le hablaba, qué desesperación había allí, aunque era una desesperación muy divertida, o con mucha gracia, o que a ratos daba mucha risa, una risa de cómico violento, Moretti se liaba a golpes con todo lo que podía, como Chaplin/Charlot en sus primeros cortos, la risa de las patadas en el culo, en guerra con el mundo, a puñetazos y a gritos, Apicella cineasta, Apicella boxeador, te zarandeo antes de que tú me zarandees, por si acaso, y a veces ya ni daba risa, como la secuencia con la madre, que empezaba con risa de bofetadas y acababa con malestar de bofetadas, con risa helada, así no hay manera, claro, de no estar solo, solo y único, ¿único porque solo?, eso dice Apicella, sí, dice que él es entonces el único cineasta de Italia, ni más ni menos, y ahora pienso que no es extraño que Moretti acabase haciendo una película sobre el Papa, nadie debe de haber en Italia más único, y más solo porque único, que un Papa, solo y en el centro del mundo, como se sueña Apicella en Sogni d'oro, solo en su coche rodeado de coches que pitan y pitan, como está solo ante el penalty Apicella en Palombella Rossa, si hasta cuando Moretti hizo una película sobre una familia, La habitación del hijo, la hizo sobre un padre que no sabía ser padre, que se comía todo el espacio a su alrededor, que necesitaba ni más ni menos que la muerte de su hijo para empezar a darse cuenta de que este de veras había existido, para empezar a vivir un poco con los demás, sí, son películas de gente sola, muy sola, y que se lía a golpes con el mundo, y a su lado están los que ya ni siquiera se lían a golpes, está el cineasta que lleva seis años sin rodar, que va de despacho en despacho intentando vender sus guiones, que tiene en mente el cartel tan bonito que hará si por fin vuelve a rodar, y que ya no golpea a nadie, ya solo pide un poco de afecto, que le hablen de otra manera, y ahí también se le hiela a uno la risa, no porque las escenas no tengan gracia, que la tienen, pero tienen aún más tristeza, y entonces uno quiere también liarse a patadas con el mundo, uno quiere al menos tener gracia, sí, a falta de tener esperanza, tener gracia, Apicella sobrevive porque tiene gracia, sobrevive al borde del precipicio donde se acaba la risa, donde el cineasta pingüino se transformaría en el profesor lobo...

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