viernes, 29 de junio de 2012

Veo veo 2: berenjenal moral


Veo, decía, la tele. Y a veces me hago preguntas. Preguntas tontas. ¿Qué hace falta para que una película sea buena? O aún más tontamente: ¿Qué es una buena película? O mejor: ¿Qué espero de una película?

Pensaba esto a cuento de una película vista el otro día en la tele, vista hasta que la señal se estropeó y me quedé sin ver el final. Una película que no tenía la más mínima intención de ver y eso que, bien lo sabéis, el género me interesa. Jacuzzi al pasado se titulaba.

Me sonaba el argumento. Resumiendo: tres amigos de cuarenta años que ya apenas se ven. Vidas tristes. Vidas fracasadas. A distintos niveles. Uno de ellos hace una tentativa de suicidio. (O eso parece, la pillé empezada.) Los otros dos, por apoyarle, por los viejos tiempos, deciden llevárselo a pasar un fin de semana a la estación de esquí donde pasaron en su juventud sus días más locos y, creen recordar, más felices. Un paraíso donde todo el mundo liga. O donde todo el mundo ligaba, porque llegan y aquello está muerto. Aquello se cae a trozos y parece un asilo.

Aún así se quedan. Y entonces, en la habitación, un jacuzzi putrefacto milagrosamente se pone en marcha y los llama. Se bañan. Beben. Beben mucho. Una bebida energética rusa cae sobre el circuito electrónico que regula el jacuzzi. Algo pasa. Algo raro. A la mañana siguiente la estación de esquí parece haber resucitado y la gente viste y actúa de manera extrañamente familiar. Raro. Muy raro. Hasta que comprenden. La única explicación racional: el jacuzzi les ha devuelto al pasado. Están en los ochenta. Por eso la gente viste tan raro. El espejo añade: en los ochenta y en sus cuerpos jóvenes de entonces. Vuelta al fin de semana que, ahora lo van recordando, cambió sus vidas para mal. Todo podía haber ido a mejor. Todo fue a peor.

Hasta aquí, completado, lo que yo había oído de la película, lo que no tenía ganas de ver porque intuía que escena a escena no merecería la pena, que no sería más que una enésima variación perezosa de Regreso al futuro, Peggy Sue y tantas otras. Nostálgica por partida doble o triple. Nostálgica disfrazada de cínica.

Lo que sucede es que  ignoraba un detalle. Una invención de guión que desde entonces me tiene fascinado. Una gran situación dramática. Sí, la película inventa una situación dramática. Y esto, desde luego, no es frecuente.

Explico: uno de los tres amigos ha viajado con su hijo. Gordito, gafas, repelente, geek sin gracia, unos diecisiete años. Él también se ha metido en el jacuzzi. Él también ha amanecido en los ochenta. (Aunque él conserva, claro, su aspecto adolescente.)

Aquí viene, inevitablemente, el efecto mariposa: si el más mínimo detalle de su conducta en el pasado cambia, cambiará el futuro. Los tres adultos tienen la ocasión de repetir fracasos pasados, para que nada cambie, o de enmendar sus vidas.

¿Y el adolescente? Para el adolescente si las cosas no se repiten tal cual corre el riesgo de no llegar a existir. Su existencia depende del fracaso vital de los otros tres. 

Ahí la situación dramática. Invención vertiginosa, por lo que vi poco asumida. Y secuencia a secuencia perezosa.

El chaval va a hacer todo lo posible por obligar a los otros tres a repetir su fracaso. Es como si una fisura partiese por la mitad la ideal película ochenta de paradojas temporales, Regreso al futuro. En aquella Michael J. Fox ayudaba a su padre a conseguir a la chica de sus sueños, que resultaba ser su madre. Su existencia y la felicidad de su padre iban en el mismo sentido. Había un ideal común para todos y al que había que regresar. Ese ideal era la realidad. Era la vida tal y como había sido, finalmente, pensaban, para bien.

Aquí no, aquí sucede todo lo contrario. La motivación del chaval y la del padre bifurcan. Invención, ya lo he dicho, vertiginosa. Fruto del azar sin duda, de ese azar de la escritura que hace aparecer de pronto una idea que antes no existía y que desde el momento en que aparece se antoja inevitable. Y aunque alrededor la película parezca hecha sin ganas, aunque pobremente se caiga a cachos, mal remendada, la idea está ahí, luce en su interior, inquietante.

Me quedé sin ver el final. Se perdió la señal.  Me quedé con ganas de saber cómo, en una película de Hollywood, saldrían de semejante berenjenal.

La historia, claro, hubiese podido encontrar una forma más perfecta. Podría haber sido, imaginemos, un relato de Foster Wallace. Pero imagino que él lo habría tratado como un acertijo, un acertijo pop. Nos habría dejado solos ante el dilema. Y habría estado muy bien. Pero yo quería saber cómo un estudio de Hollywood salía del paso, aunque fuese de la manera mas decepcionante. (¿Que por qué no la busco y veo el final? Algún día, quiero saber la respuesta, pero también quiero quedarme un ratito sin ella, no transformar todavía el relato abierto que soñé en un final cerrado. Todavía un ratito de Foster Wallace, por favor.)

Por qué la idea es buena pero no parece ir a ninguna parte. Por la razón más tonta. El personaje del hijo es flojo. El personaje del hijo es, como mucho, molesto. Quizás si la película repentinamente hubiese adoptado su punto de vista… Y quizás si los adultos, al rejuvenecer, hubiesen recuperado, más allá del espejo, su aspecto joven, si constantemente hubiésemos visto que el chico y ellos son ahora lo mismo, quizás entonces se hubiese podido deslizar una incómoda solidaridad adolescente, al fin y al cabo el hijo y los otros aspiran a lo mismo, pasárselo bien, soñar con un futuro potable. Pero esto era imposible, exigencias comerciales, conservar a las estrellas adultas a lo largo de toda la película.

Tentación, claro de hacer un remake underground, un remake que, no necesitando ganar millones, siguiese la lógica implacable de la idea. Un remake que diese vértigo, que diese miedo.

En fin, que veo la tele y me hago preguntas tontas, por ejemplo qué esperar de una película, quizás con una idea baste, una situación dramática, una pregunta inquietante. La película quizás no sea memorable pero resumida y glosada por un Borges por venir podría resistir al paso del tiempo. Una gran idea, una idea inquietante, sobrevive a muchas cosas, hasta a una mala ejecución. Y quién sabe, la idea ya está ahí, podrán llegar otras puestas en práctica, podrá llegar la película a la altura de la alucinación.

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