Veo, decía, la tele. Y a veces me hago preguntas. Preguntas tontas. ¿Qué
hace falta para que una película sea buena? O aún más tontamente: ¿Qué es una
buena película? O mejor: ¿Qué espero de una película?
Pensaba esto a cuento de una película vista el otro día en la tele, vista
hasta que la señal se estropeó y me quedé sin ver el final. Una película que no
tenía la más mínima intención de ver y eso que, bien lo sabéis, el género me
interesa. Jacuzzi al pasado se titulaba.
Me sonaba el argumento. Resumiendo: tres amigos de cuarenta años que ya
apenas se ven. Vidas tristes. Vidas fracasadas. A distintos niveles. Uno de
ellos hace una tentativa de suicidio. (O eso parece, la pillé empezada.) Los
otros dos, por apoyarle, por los viejos tiempos, deciden llevárselo a pasar un
fin de semana a la estación de esquí donde pasaron en su juventud sus días más
locos y, creen recordar, más felices. Un paraíso donde todo el mundo liga. O
donde todo el mundo ligaba, porque llegan y aquello está muerto. Aquello se cae
a trozos y parece un asilo.
Aún así se quedan. Y entonces, en la habitación, un jacuzzi putrefacto
milagrosamente se pone en marcha y los llama. Se bañan. Beben. Beben mucho. Una
bebida energética rusa cae sobre el circuito electrónico que regula el jacuzzi.
Algo pasa. Algo raro. A la mañana siguiente la estación de esquí parece haber
resucitado y la gente viste y actúa de manera extrañamente familiar. Raro. Muy
raro. Hasta que comprenden. La única explicación racional: el jacuzzi les ha
devuelto al pasado. Están en los ochenta. Por eso la gente viste tan raro. El
espejo añade: en los ochenta y en sus cuerpos jóvenes de entonces. Vuelta al
fin de semana que, ahora lo van recordando, cambió sus vidas para mal. Todo podía
haber ido a mejor. Todo fue a peor.
Hasta aquí, completado, lo que yo había oído de la película, lo que no tenía
ganas de ver porque intuía que escena a escena no merecería la pena, que no
sería más que una enésima variación perezosa de Regreso al futuro, Peggy Sue y
tantas otras. Nostálgica por partida doble o triple. Nostálgica disfrazada de cínica.
Lo que sucede es que ignoraba un detalle. Una invención de guión que
desde entonces me tiene fascinado. Una gran situación dramática. Sí, la
película inventa una situación dramática. Y esto, desde luego, no es frecuente.
Explico: uno de los tres amigos ha viajado con su hijo. Gordito, gafas,
repelente, geek sin gracia, unos diecisiete años. Él también se ha metido en el
jacuzzi. Él también ha amanecido en los ochenta. (Aunque él conserva, claro, su
aspecto adolescente.)
Aquí viene, inevitablemente, el efecto mariposa: si el más mínimo detalle de
su conducta en el pasado cambia, cambiará el futuro. Los tres adultos tienen la
ocasión de repetir fracasos pasados, para que nada cambie, o de enmendar sus
vidas.
¿Y el adolescente? Para el adolescente si las cosas no se repiten tal cual
corre el riesgo de no llegar a existir. Su existencia depende del fracaso vital
de los otros tres.
Ahí la situación dramática. Invención vertiginosa, por lo que vi poco
asumida. Y secuencia a secuencia perezosa.
El chaval va a hacer todo lo posible por obligar a los otros tres a repetir
su fracaso. Es como si una fisura partiese por la mitad la ideal película ochenta
de paradojas temporales, Regreso al futuro. En aquella Michael J. Fox ayudaba a
su padre a conseguir a la chica de sus sueños, que resultaba ser su madre. Su
existencia y la felicidad de su padre iban en el mismo sentido. Había un ideal
común para todos y al que había que regresar. Ese ideal era la realidad. Era la
vida tal y como había sido, finalmente, pensaban, para bien.
Aquí no, aquí sucede todo lo contrario. La motivación del chaval y la del
padre bifurcan. Invención, ya lo he dicho, vertiginosa. Fruto del azar sin
duda, de ese azar de la escritura que hace aparecer de pronto una idea que
antes no existía y que desde el momento en que aparece se antoja inevitable. Y
aunque alrededor la película parezca hecha sin ganas, aunque pobremente se
caiga a cachos, mal remendada, la idea está ahí, luce en su interior,
inquietante.
Me quedé sin ver el final. Se perdió la señal. Me quedé con ganas de
saber cómo, en una película de Hollywood, saldrían de semejante
berenjenal.
La historia, claro, hubiese podido encontrar una forma más perfecta. Podría
haber sido, imaginemos, un relato de Foster Wallace. Pero imagino que él lo
habría tratado como un acertijo, un acertijo pop. Nos habría dejado solos ante
el dilema. Y habría estado muy bien. Pero yo quería saber cómo un estudio de
Hollywood salía del paso, aunque fuese de la manera mas decepcionante. (¿Que
por qué no la busco y veo el final? Algún día, quiero saber la respuesta, pero
también quiero quedarme un ratito sin ella, no transformar todavía el relato
abierto que soñé en un final cerrado. Todavía un ratito de Foster Wallace, por
favor.)
Por qué la idea es buena pero no parece ir a ninguna parte. Por la razón más
tonta. El personaje del hijo es flojo. El personaje del hijo es, como mucho,
molesto. Quizás si la película repentinamente hubiese adoptado su punto de
vista… Y quizás si los adultos, al rejuvenecer, hubiesen recuperado, más allá
del espejo, su aspecto joven, si constantemente hubiésemos visto que el chico y
ellos son ahora lo mismo, quizás entonces se hubiese podido deslizar una incómoda
solidaridad adolescente, al fin y al cabo el hijo y los otros aspiran a lo
mismo, pasárselo bien, soñar con un futuro potable. Pero esto era imposible,
exigencias comerciales, conservar a las estrellas adultas a lo largo de toda la
película.
Tentación, claro de hacer un remake underground, un remake que, no
necesitando ganar millones, siguiese la lógica implacable de la idea. Un remake
que diese vértigo, que diese miedo.
En fin, que veo la tele y me hago preguntas tontas, por ejemplo qué esperar
de una película, quizás con una idea baste, una situación dramática, una
pregunta inquietante. La película quizás no sea memorable pero resumida y
glosada por un Borges por venir podría resistir al paso del tiempo. Una gran
idea, una idea inquietante, sobrevive a muchas cosas, hasta a una mala
ejecución. Y quién sabe, la idea ya está ahí, podrán llegar otras puestas en práctica,
podrá llegar la película a la altura de la alucinación.