domingo, 11 de octubre de 2015

los sesenta en los noventa en los diez


...la película es en los sesenta, pero está rodada en los noventa, y como la película es un poco pobre, como no había manera de reconstruir las calles de los sesenta, lo razonable habría sido rodar en sitios cerrados o en calles poco transitadas y maquillables, o en plena naturaleza, o en pueblos, rodar apuntando la cámara hacia todos esos lugares que en los noventa todavía eran los sesenta, eso habría sido lo razonable, pero la cineasta no es razonable, nunca lo ha sido, así que rueda a sus tres jóvenes de los años sesenta en medio del Bruselas de los noventa, por donde pasa más gente, por donde pasan más coches, y ellos van de los sesenta, o al menos no van de los noventa, pero alrededor el mundo son los noventa, y además entran en una tienda de discos y el chico echa un vistazo a los cedés, los coge y los mira y nosotros los vemos y ese gesto está ahí tan solo para que los veamos, es, supongo, una pequeña broma, a principios de los noventa, os acordáis, los cedés eran el futuro hecho presente, ahora son el futuro hecho pasado, hay una pequeña alegría en esa broma, una alegría que está en toda la forma de la película, que por otra parte no es alegre, aunque cuanto más triste está la película más alegría da, es como la protagonista, es como Michelle, hay una alegría desafiante en rodar así, en la calle, en los noventa, con los transeúntes mirando a cámara, una película de los sesenta, y además no es capricho, hace falta que se vean muchos transeúntes, hace falta que se vean muchas vidas alrededor, con las tareas cotidianas que podamos imaginar, para que tenga más sentido la jornada de esta chica que hace pellas, que se sale de sus tareas cotidianas, que camina en un sentido y luego en otro, sin tener ningún lugar al que ir, hace falta que se vean muchas vidas para que ella pueda hablar de todos esos hombres y mujeres a los que al volver a casa les espera un plato con coliflor y una chuleta de cerdo, para que ella pueda desesperarse por todas y cada una de esas personas y sienta que todo tiene que estallar y al mismo tiempo vea en esas caras que no, que nada va a estallar, hace falta ver a muchos transeúntes y tanto da que sean caras de los sesenta como de los noventa como de los diez, el sufrimiento de la joven Michelle en los sesenta es el sufrimiento de la ya menos joven cineasta en los noventa, en esta película no hay época para ese sufrimiento, lo que hay es quizás una edad, la juventud, que tampoco es cosa de años, se confunden la edad de la filmada y de la que filma, y, además, ahora, en los diez, ya empezamos a no distinguir tan bien los noventa y los sesenta, los coches de los noventa empiezan a parecer tan exóticos como los de los sesenta y pronto tan solo algunos historiadores recordarán que en los sesenta no había cedés, poco a poco los sesenta y los noventa se irán acercando hasta ser un único y mismo pasado y en la película el tiempo de Michelle y el tiempo del rodaje serán para siempre un único y mismo presente...
(Portrait d'une jeune fille des années 60 à Bruxelles, Chantal Akerman)

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