La visión del movimiento produce felicidad:
caballo, atleta, pájaro.
Hay pinceladas rojas que son como patas de caballo al galope, patas de caballo sin caballo cronofotografiadas, patas rojas y múltiples como ciertas patas de animales de las cuevas prehistóricas, que dicen que vistas a la luz de una antorcha parece que se mueven.
Hay cuerpos sin cabeza, cabezas sin cuerpo, jinetes sin caballo, caballos sin jinete y manchas de color sin caballo ni jinete, y, entre ellos y dentro de ellos, el verde del campo por el que galopan y que seguirá ahí cuando ya no estén.
Hay pinceladas diagonales y muy rectas que quizás sean banderas, sables en alto o lanzas.
Hay cuerpos que está hechos de apenas algunas pinceladas, apenas vistos ya desaparecidos, y esto debe ser una idea de la velocidad y es desde luego una impresión de la velocidad.
Hay cuatro rayas horizontales amarillas sobre fondo azul que son un uniforme.
Hay como una alegría de colores y de pinceladas, que hacen mancha, que hasta tienen relieve, una alegría de cuerpos incompletos que la imaginación tiene que completar, y también una alegría de pinceladas sin cuerpo.
También hay, al fondo, un cielo gris en el que se ve la trama de la tela.
Y una grupa de caballo hecha de marrón y amarillo y rojo y algo del verde que se verá cuando ya no esté, y que sin embargo parece no moverse.
Y una cabeza de caballo sin cuerpo, con una mancha blanca en la frente, que sin duda nos mira.
Y un húsar que en este mismo instante tira de las riendas invisibles de su caballo, reteniéndolo en plena carrera, el cuello del caballo se va hacia atrás por la frenada.
El húsar no tiene ni boca, ni rasgos, ni ojos, su cara es de maniquí de tela, de maniquí de dibujar.
Y en medio de toda esa velocidad, inmóvil, sin ojos, nos mira.
(Húsares al galope, August Macke)
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