jueves, 29 de diciembre de 2022

lo que se pega



Es un plano como hay muchos otros en las películas de terror. Una de esas coreografías perfectas entre la cámara, una víctima y una amenaza. Un personaje atrapado bajo una cama de una habitación infantil, bajo unas muñecas. Lo que hay debajo de la cama, la oscuridad, ya no es lo que asusta, sino lo que protege. La oscuridad es un refugio y la luz una amenaza. Lo que viene, lo que da miedo, no es un monstruo, no es algo inhumano o fantástico, es un adulto. La luz juega a favor del adulto, obliga a la víctima a pasarse del lado de lo oculto. La mujer que está debajo de la cama ya no es una niña pero algo de lo que empieza a entender, y de lo que nosotros todavía no sabemos nada, tiene que ver con una niña. Lo de la niña en esta película la verdad es que es muy fuerte. Pero no es a eso a lo que iba ahora, sino a la coreografía del sigilo: una figura escondida, inmóvil, casi sin respirar, una figura que busca, a su manera también silenciosa, y la cámara, que lo sabe todo, que sabe más que el que busca, que sabe más que la víctima, que sabe más que nosotros. Y la luz, la sombra y la oscuridad. Y entonces, en el movimiento de cabeza de ella siguiendo con los ojos el ir y venir de las botas de él está ese labio que se queda como pegado al suelo, al parqué (y qué contraste entre la materia del parqué y la materia de la alfombra, por cierto), y ese labio, al quedarse pegado, nos hace sentir que ese personaje, esa figura de ficción, es también un cuerpo, un cuerpo ahí, en el presente, un cuerpo al que se le puede quedar pegado el labio al parqué, que puede perder su gracia, su elegancia, su estar para la imagen. En una película donde la carne sufre lo que sufre, esa boca ligeramente deformada durante un instante tiene su aquel, es como un recuerdo de paso, no subrayado, de las otras violencias que se le hacen a la carne en las otras escenas, de la violencia que en parte esa chica ya ha vivido, de la violencia que ahora mismo la amenaza. Es, también, un recuerdo de que la violencia se le hace a cuerpos, no a imágenes. Nadie es una imagen. Las imágenes son ligeras y nada puede herirlas, los cuerpos pesan, se golpean, se hieren. En esta película a todo cuerpo le falta algo, llega tarde, nunca puede alcanzar lo que desea. Todo ser tiene su propia trampa, aquello que lo pega al suelo. En esta película la realidad es eso que se queda pegado al labio, que lo deforma, que deshace las imágenes. La realidad es lo que sobra pero también es lo que falta (afecto, certeza). Es la falta de armonía, aquello con lo que no se puede vivir y con lo que, a pesar de todo, habría que vivir. Y la cámara, con su propia armonía irónica, como si estuviese por encima de todo, teje todas esas figuras solitarias y pegajosas. La cámara sabe más que todas ellas. La cámara sabe, quizás, más de lo que querría. 
(Lo squartatore di New York, Lucio Fulci)