jueves, 28 de noviembre de 2019

natación sincronizada



Miradlos ahí, con el brazo derecho tendido con la gorra en la mano, el brazo izquierdo tendido con la palma abierta, uno con bigote y un poco bizco, el otro más guapillo, parece que acaban de terminar de hacer un número musical y que se quedan así, inmóviles, saludando al público, y no, no han terminado un número musical, pero sí algo más raro, una coreografía a dos, son dos mafiosos, dan ganas de decir mafiosetes, que han entrado en la habitación de otros dos mafiosos, o mafiosetes, al principio parecían oscuros y amenazantes, como si vinieran a ajustar cuentas, andaban lentos y a la par, y de pronto, zas, un pasito sincronizado a la derecha, otro pasito sincronizado a la izquierda, movimiento de caderas, paso adelante, palmadas, gorra tendida, tocarse la frente, saludar, tachán, se acabó la amenaza, qué maravilla, y los otros dos mafiosos, los que estaban en la habitación, a su vez sincronizados se pasan la mano por delante de la cara y saludan, todo esto era un saludo complejísimo, qué ganas de saber hacer esto, entrar así, tomarse tanta ceremonia y tanta gracia para decir aquí estamos y aquí estáis, como ir por la vida haciendo natación sincronizada pero en seco, y en realidad, bien visto, este mundo de los mafiosetes de la película es un mundo que está lleno de sincronías así, cada dos por tres se saludan, cuando caminan van todos al mismo paso, cuando observan una partida de billar se levantan y se sientan y se vuelven y se vacilan y, de nuevo, bailan, en sincronía, cinco tipos de traje y sombrero moviéndose a la par, como en un musical, parece todo muy loco y sin embargo no me extrañaría que de alguna manera fuese real, que esos saludos bailados hayan existido, y además hay otra cosa, da la sensación de que ese mundo, el mundo de los mafiosetes, es un mundo en el que se está, se quiere estar, precisamente por eso, por la sincronía, que quizás sea seguridad, saber estar en un mundo en el que todos saben el momento preciso en el que hay que girar la cabeza, levantarse, sentarse, bailar, dejar de bailar, sin duda pensar y dejar de pensar y qué pensar y qué no pensar, saber estar en un mundo es como saber estar en un musical, es entrar en su ritmo, es ser nada más parte del ritmo, y para ese ritmo hace falta ser, al menos, dos, hace falta ser grupo, hace falta no ser el único que baila ese ritmo, hay que aceptar ser pieza del ritmo, que importe más que el ritmo que uno, saber ser bailarín anónimo, y la película parece que trata de alguien que por amor quiere salirse de ese mundo y dejar de pensar y sentir a la par de los demás que le rodean, pero creo que eso no es del todo cierto, no es que por amor se quiera salir de ese mundo, es porque se quiere salir de ese mundo que encuentra un amor que está afuera, porque ya antes del amor intuyo que no está en el ritmo, que no está hecho para el ritmo a varios de ese mundo, ya desde el principio baila solo, o no baila, y si encuentra el amor fuera de su mundo es más bien porque ya estaba predispuesto, porque aquello que le llamase, aquello que le hiciese moverse, sólo podía estar fuera de ese mundo, su mundo de mafiosetes bailarines, él quiere salir de esa sincronía, quizás no soporta el tener que sentir y moverse a la par con los otros, aunque al salir de ese mundo entra en el del trabajo asalariado y de pronto vemos que ese mundo también tiene sus sincronías y sus coreografías, la sincronía de la llegada al trabajo, dejar los sombreros en el perchero todos a la par, destapar las máquinas de escribir todas a la par, y luego la sincronía del final de la jornada, tapar las máquinas de escribir todas a la par, coger los sombreros todos a la par, pero la verdad es que no es una coreografía muy graciosa, dan un poco ganas de echar de menos la otra, la de los mafiosetes, también es cierto que nuestro protagonista no entra del todo en ese juego, limpia cristales a su bola, parece que es el único limpia cristales del edificio, y quizás la película de lo que va es de otra sincronía que puede nacer, la sincronía del amor, y algo hay de eso, sí, pero tampoco mucho, porque poco a poco empieza a importar otra cosa, porque poco a poco detrás de esa sincronía hay otra más que aparece, la sincronía de la amistad, cuando el chico deja la vida de mafiosete, otro mafiosete bajito que siempre le llama jefe la deja con él, y puede parecer que en realidad sigue siendo cosa de la sincronía, el bajito no puede hacerse a la idea de dejar de sentir y vivir a la par que el otro, así que si el otro cambia de sentir y de vivir y de mundo pues él también cambiará de sentir y de vivir y de mundo, a la par, y podemos pensar que qué pesado, pero tampoco es del todo eso, porque el que mejor se desenvuelve en el mundo de la honestidad es el bajito, y es él el que ayuda a su "jefe", y cuando más tarde aparecen, caminando sincronizados, unos policías con cara de mafiosos, mafiosos que no supiesen bailar, pues el bajito se entregará junto con su "jefe", junto con su amigo, se irán los dos esposados, a la par, como si la lección de todo esto la tuviese que dar finalmente él, el bajito, el que parecía más perdido, no se trataba de deshacerse de todas las sincronías, se trataba de encontrar la sincronía propia, que solo puede encontrarse junto con otros, hay que ser al menos dos, no se trataba de dejar un mundo ajeno por otro mundo ajeno sino de empezar a construirse un mundo propio, pero un mundo que sea mundo, que no sea soledad, que tenga, pueda tener, su sincronía, su baile.
(Caminad con optimismo, Yasujiro Ozu)

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